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El Libro de las Tinieblas, de P. C. Doherty

Este libro cayó en mis manos un poco por casualidad. Cuando todavía dudaba de si leerlo o no, en una revista de historia vi que las obras de este autor figuraban como bibliografía recomendada en el apartado "ficción". Como los historiadores suelen tener pocas simpatías por sus colegas en la novela, llegué a la conclusión de que, cuando menos, Doherty debía haberse esmerado en su documentación, tanto histórica como de vida cotidiana. Algo que se ha probado cierto.
A mediados de los años noventa surgió la moda de un subgénero curioso, como fue el de la novela detectivesca medieval. Los lectores más jóvenes no deben ni saber de qué les estoy hablando, puesto que, como todas las modas, tuvo su momento de auge y una rápida decadencia, que ha llevado a su práctica desaparición. Los personajes fueron variados: frailes, prebostes, nobles... en este caso, rara avis, se trata de una protagonista, una mujer médico en la Inglaterra de la guerra de las Rosas.
Doherty [y antes de seguir, aclaremos que esta obra iba firmada con el seudónimo C. L. Grace, argucia creada para no interferir con otra serie detectivesca del mismo estilo firmada por Doherty] nos aclara que "datos históricos sobre la importante presencia de médicas en la Inglaterra medieval" hacen este hecho menos inusual de lo que parece y, en cambio, abona la tesis histórica de la "historia secreta de las mujeres", que defiende que el papel femenino ha sido más relevante de lo comúnmente explicado y sistemáticamente ocultado por un mundo esencialmente masculino. Tesis con la que concuerdo y que he tenido ocasión de comprobar.
¿Y de qué va El Libro de las Tinieblas? Bueno, un nigromante, Tenebrae, ha sido asesinado en la ciudad de Canterbury. No es que fuera un auténtico mago (Doherty se muestra un firme partidario del materialismo) sino que empleaba todos sus recursos para acumular información con la que "predecía" el futuro, efectuaba chantajes que le proporcionaban poder y más información y, en suma, mediante su persona nigromántica ejercía la magia de influir en las gentes y beneficiarse de ello. Secretos que apuntaba cuidadosamente en un grimorio, que ha desaparecido. Todo esto crea enemigos, y las sospechas recaen en los últimos que lo vieron con vida, unos peregrinos (el libro es una recurrente cita a Los Cuentos de Canterbury de Chaucer) miembros de un poderoso gremio comercial. Y un enviado de la reina, muy preocupado por el paradero de ese libro chantajista de Tenebrae, impone a la médico Kathryn Swinbrooke y al que se espera sea su marido, Colum Murtagh, comisario real en Canterbury, la obligación de recuperarlo. De lo contrario...
Entonces se produce una investigación típica de "problema de habitación cerrada"; pero, aunque la resolución del crimen es un motor importante para la lectura, donde Doherty se muestra más capaz es en esa "pequeña historia", en la descripción y casi inmersión en la vida cotidiana de la época. El riesgo permanente de la novela histórica es escribir sobre épocas pasadas manteniendo los postulados de las actuales. Llevar al lector a otro tiempo es una labor paciente de documentación, de expresión de la vida cotidiana y, en literatura de hacerlo sin abrumar y sin aburrir, consiguiendo que el lector, poco a poco, no piense según la época, pero sí que comprenda que en ella se pensaba de forma distinta. No es tarea fácil, y Doherty la realiza eficazmente y con aparente naturalidad.

(The Book of Shadows)
Eds. B, col. Vib
Barcelona, 1999 [1996]

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Jazz Porque Sí: Nathalie Loriers en Dinant

Escucharemos hoy a una de las mejores pianistas contemporáneas, la belga Nathalie Loriers, en formación de trío en el festival de jazz de Dinant, con Philippe Aerts al contrabajo y Rick Hollander a la batería.
Comprobarán que se trata de una pianista altamente estilista, muy melódica, con una técnica perfecta y unas composiciones (todos, salvo el último, son temas suyos) enormemente inteligentes, sin escatimar recursos armónicos, y que son interpretadas de manera fresca y sorprendente.
El programa es Moon's Mood; Canzonzina; God Is in the House; Les Trois Petits Singes; un medley con L'Aube de l'Esperance y Garden Party Time; Confidence; y Les Feuilles Mortes, en el que hay una invitada muy especial, la espléndida organista Rhoda Scott.
Para sentarse cómodamente y gozar de la música.
El resto del programa se completa con grabaciones variadas, del organista Jimmy Smith, Open House;de los "Poll Winners" esos músicos que ganaron en los años cincuenta votaciones durante años seguidos, el guitarrista Barney Kessel, uno de mis fetiches en la guitarra moderna de jazz, el esplendidísimo contrabajista Ray Brown y el delicioso batería Shelly Manne, Minor Mystery; y del saxo tenor Joe Henderson, el tema Punjab.
Atentos a las explicaciones del Cifu, y que disfruten.

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De Armas Llevar, de Ambrose Bierce

Antes que nada, les aclaro la divergencia entre el título seleccionado por el gran José Bianco para su traducción de este relato y el original, que ha sido seguido en versión literal por otras ediciones castellanas. El "Un Terror Sagrado" del original parece sugerir un relato de terror, y algo de eso hay. Sin embargo, y durante gran parte de la narración, este "holy terror" es empleado como calificativo, indicando una mujer guerrera, brava, y por tanto, y con buen criterio a mi parecer, Bianco elige el más próximo calificativo de "de armas llevar" y lo aplica también al título.
Relato que pueden leer en los enlaces que figuran al pie de esta entrada. Sin embargo, hoy no me voy a centrar en su argumento, mezcla de cuento cruel, con sorpresa esperada al final y descarnado como Bierce nos tiene acostumbrados, sino en las descripciones que figuran en este cuento.
Releído hoy, impresionan estos detalles de un pueblo minero fantasma, con esas descripciones y esas frases de una poética macabra, como «una doble hilera de cabañas abandonadas que se prenden las unas del cuello de las otras para llorar su desolación», o «botas desparejas cubiertas de verdín y llenas de hojas podridas, algún viejo sombrero de fieltro, restos de camisas de franela, latas mutiladas de sardinas, y una profusión asombrosa de botellas negras distribuidas por todas partes con una imparcialidad verdaderamente ecuménica».
Sin duda Bierce había visto algunos de estos restos de la ambición pasada por el oro, pero una cosa es verlos y otra traerlos a la página con una viveza semejante. Y en el resto del relato encontramos pasajes similares, referidos a objetos, pero también referidos a objetos que son símbolo de las personas que los poseyeron, en metáforas a menudo amargas.
No es tan recordado como otros cuentos de su autor, pero sí es uno de los más notables a nivel evocativo e imaginista. Y una delicia en su lectura.

(A Holy Terror)
En Cuentos de Soldados y Civiles
Eds. Orión, col. Pruebas de Galera
Buenos Aires, 1975 [1891]
Traducción y prólogo de José Bianco

Texto en castellano de Un Terror Sagrado (De Armas Llevar)
Texto en inglés de A Holy Terror

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Cómo Leer Edificios, de Carol Davidson Cragoe

En una época como la nuestra, en la que la educación deviene una especie de formación profesional para un futuro laboral incierto o inexistente, las humanidades se han convertido en una molestia reglada, unas materias que hay que impartir como una tradición que se mantiene hasta que la modernidad mal entendida lleva a su desaparición. Y si los alumnos (salvo los vagos y maleantes que las eligen vocacionalmente como estudios superiores) salen a la vida conociendo apenas los órdenes dórico, jónico y corintio y cuatro estilos pictóricos ya pueden estar satisfechos.
Por supuesto, en países más desarrollados e inteligentes esto no es así, y se comprende que un técnico sin poso humanístico es alguien incompleto. Por eso este tipo de manuales, concisos y claros, son particularmente importantes. Tanto más cuando, entrando ya en el tema de este volumen auténticamente de bolsillo, los edificios completamente "puros", adscribibles a un estilo concreto, apenas existen.
Un edificio habla. habla en su propio lenguaje, claro, pero nos explica muchas cosas. La época y las fortunas de sus propietarios, su estilo de vida, su riqueza y pobreza, pero también las mentalidades de la sociedad que los construyó y utilizó. Cualquiera que haya visto y reconocido un edificio victoriano sabrá percibir, aunque sólo sea intuitivamente, la impresión de poder, la demostración de orgullo que la metrópoli londinense quería transmitir al mundo. Esto es cierto tanto en las viviendas como en los edificios utilitarios, como los cantos a la máquina, al acero y cristal que representan las grandes estaciones ferroviarias o ciertas plantas fabriles, que ocultaban las miserias de la explotación obrera y mostraban las grandezas de la producción industrial.
Con este libro, los sentidos se agudizan, y se pueden percibir los elementos que muestran estos cambios, estas sociedades, y comprender también cómo la técnica avanza y permite nuevas incorporaciones arquitectónicas, como el muro cortina de cristal.
Visualmente intensa y con explicaciones concisas, esta guía permite reconocer estilos, comprender los materiales y ver la evolución de los distintos elementos constitutivos de la historia de la arquitectura. Y percibir cómo muchas veces ésta ha mirado atrás y ha aprovechado, modificándolos, estilos antiguos.
La arquitectura es lo más inmediato al ser humano. Como turista, por ejemplo, uno puede pasarse sin visitar una pinacotaca en una ciudad sin esculturas, sin saber un lenguaje ni leer un libro, sin entrar en un cine ni escuchar música, pero no va a poder dejar de caminar por las calles y encontrar unas construcciones que, por cómo son y cómo se han hecho, nos hablan. Este libro es un diccionario que nos traduce a un lenguaje comprensible lo que dicen las casas, las iglesias, los castillos, lo s edificios.

(How to Read Buildings)
Akal / H. Blume
Madrid, 2013 [2008]

Portada y sinopsis

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Recuerdos de Mi Vida, de Santiago Ramón y Cajal

FIRMA INVITADA: Eduardo Garrido

A menudo me convenzo de cuanto debemos aprender de mucha gente nos ha precedido en la historia, muy especialmente de aquellos seres que por su inusual inteligencia, talento y empeño dejan una huella indeleble para el resto de generaciones. Santiago Ramón y Cajal representa a la ciencia y al humanismo, llevados al más alto nivel universal.
Recientemente, he tenido el placer de volver a saborear el libro autobiográfico del doctor Santiago Ramón y Cajal titulado Recuerdos de Mi Vida, aunque en esta ocasión ha sido la obra completa publicada íntegramente en una edición impecable. La primera parte, titulada "Mi Infancia y Juventud", ya la había leído durante mi propia mocedad y aquel curioso personaje me cautivó o, al menos, la forma como el autor relató los inicios de su vida, tal vez fuera una similitud de rasgos de carácter y aficiones que yo mismo tenía en esos momentos. El segundo tomo, "Historia de Mi Labor Científica", se trata de la continuación de aquel primer libro y vio la luz en 1917, cuando nuestro sabio universal tenía 65 años de edad y frisaba su jubilación de la cátedra de medicina de Madrid, la cual ejerció sin tregua durante tres décadas en una acogedora aula de bancada de madera ubicada en la vieja Facultad de San Carlos. Ambos textos se editaron conjuntamente en 1923, en vida de Cajal, según fue su propia voluntad, pero dicha obra biográfica no había vuelto a editarse íntegramente hasta este siglo XXI.
Recuerdos de mi vida es un excitante hilo biográfico, un amplio trayecto plagado de lecciones vitales, de consejos, moralejas, sentencias y conclusiones que Ramón y Cajal formuló con atino. Su lectura supone un auténtico deleite y parece no haber párrafo del que uno pueda prescindir. Como colofón, el autor quiso incluir una sección con las reseñas de las publicaciones científicas nacionales e internacionales realizadas por él o por sus discípulos más allegados, la prestigiosa escuela neurológica denominada Cajaliana. Dicha escuela nació en el que puede considerarse el primer laboratorio de investigaciones biológicas que existió en nuestro país, el cual estuvo emplazado durante bastantes años en un pequeño edificio de la Glorieta de Atocha, en la ciudad de Madrid. Imagino fácilmente a aquel hombre serio y discreto, de rasgos inteligentes y mirada impactante, caminado con su abrigo y sombrero oscuros, recorriendo algo encorvado el escaso trecho que distaba entre su casa de la calle Alfonso XII y dicho laboratorio o la Facultad. En otras ocasiones, merodeando sigiloso y taciturno por las librerías o los cafés preferidos de su barrio.
Ramón y Cajal gozó de una mente privilegiada y una voluntad férrea. Patente es su magna obra científica, pero también demostró un especial talento en diferentes artes como la fotografía, el dibujo, la pintura y la escritura, habilidades que cultivó desde bien joven. Gracias a ello, su legado y paso por la vida nos ha llegado con absoluto detalle, hecho que no ha sucedido, lamentablemente, con muchas otras celebridades de esa época. Cajal dibujó delicada y profusamente sus hallazgos histológicos, pero no olvidó fotografiar su entorno más próximo y gracias a sus múltiples autorretratos nos permiten observar hoy la transformación del aspecto de Cajal a lo largo de los años, dejándonos entrever como vivió sus logros y desdichas en cada etapa concreta. Admirables son las audaces hipótesis neurofisiológicas formuladas por él, absolutamente vigentes y por las que obtuvo los mejores premios y condecoraciones, entre ellos el Nobel de Medicina y Fisiología en 1906. Pero, no por menos conocidas, lo fueron, asimismo, sus innovaciones sobre el fonógrafo y el método fotográfico en color, sus observaciones sobre las ensoñaciones, la hipnosis, la conducta de las hormigas o su vehemente afición hacia la astronomía y el ajedrez. Escribió, además, extraordinarios cuentos, así como libros sobre consejos para el investigador o de tintes filosóficos, ensayo y reflexiones sobre la vida. Cabe destacar, igualmente, que durante su larga etapa en Madrid, tras su estancia de formación médica en Zaragoza y como catedrático también en Valencia y Barcelona, Cajal consiguió ensamblar un extraordinario equipo de científicos y promulgar su iniciativa y apoyo incondicional a la formación de jóvenes talentos españoles junto a los mejores científicos mundiales del momento. Aquel embrión acabó consolidándose, logró avanzar, representando hoy en día los modernos institutos y centros de investigación de nuestro país y las becas destinadas a la formación biomédica en el extranjero. Abruma el hecho de imaginar como un sólo ser humano, reconocido autodidacta y fraguado en remotas tierras aragonesas del faldón Pirenaico, pudo acometer tan ingente y variada tarea, a pesar de haber trabajado con el máximo ardor hasta el final.
Don Santiago Ramón y Cajal llegó a vivir 82 años, pese a que su salud fue achacosa desde el inicio de la madurez como consecuencia de enfermedades sufridas previamente. No obstante, es posible que su pertinaz acción científica se justifique, en parte, por ello. Cajal fue un amante de la Naturaleza, un observador inquieto, un explorador tenaz, un defensor de la verdad, en definitiva, un aventurero obsesionado en dejar plasmadas sus experiencias, así como sus hallazgos científicos, con la mayor realidad. El creador indiscutible de la “teoría de la neurona”, quien sabe si se hubiese convertido en un transeúnte infatigable, un viajero a la vieja usanza con lápices, óleos y cámara fotográfica en ristre, sus aficiones más precoces, un médico enamorado de paisajes y culturas lejanas. Así apuntaba desde su indómita niñez y juventud, cuando su referente eran los libros de Julio Verne o las vivencias de Robinson Crusoe. El jovencillo Santiago dejaba volar la imaginación rastreando con verdadera curiosidad los ríos, cañadas y cerros de la tierra montañesa donde se crió, Petilla, Larrés, Ayerbe o Jaca. Tal incansable entusiasmo errante y movido por un deseo irrefrenable de conocer nuevos paisajes, soñados en sus lecturas de infancia, le condujo a obtener unas oposiciones del cuerpo de sanidad militar. Tras un periplo castrense por tierras catalanas, es destinado al frente de la guerra de Cuba, donde contrajo graves dolencias y cuyas secuelas siempre arrastró. Su gran fortaleza física, adquirida desde niño vagando solitario por la montaña o ejercitando la gimnasia, quedó absolutamente mermada y con irreparables secuelas. No obstante, hasta qué punto ese infortunio del destino pudo terciar en el arranque de otra larga y fascinante aventura, esta vez a través de la óptica de un microscopio, y que derivó en un deambular por territorios ignotos a través de la tupida e ínfima pero mayor compleja selva que ha creado la naturaleza, el tejido nervioso. Cajal permaneció en su amada Naturaleza desde su laboratorio.
Aconsejo el conocimiento de la biografía de este ser único y difícilmente repetible, pues Ramón y Cajal nos descubrió sin fisuras lo más íntimo de su ser, sus relaciones familiares y de amistad, sus éxitos y adversidades, su amor por la montaña y la naturaleza, su predilección por la vida sencilla, su erudición y su obra. Durante casi mil páginas y con una escritura exquisita y diáfana, el autor nos pasea de forma elegante por su intensa existencia, desde retozos por sus añoradas tierras montañesas hasta geniales flirteos científicos arrebatando misterios hasta entonces guardados en las entrañas del mundo.

Ed. Crítica, col. Clásicos de la Ciencia y la Tecnología
Barcelona, 2006 [primera edición Madrid, 1923]
Ed. de Juan Fernández Santarén


Este texto fue publicado en el Diario del Alto Aragón el 26 de abril de 2012
© 2013 Eduardo Garrido

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Santiago Ramón y Cajal

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La Heredera, de William Wyler

SESIÓN MATINAL 

(The Heiress); 1949

Director: William Wyler; Guión: Ruth y Augustus Goetz, basado en la obra teatral Washington Square de Ruth y Augustus Goetz, basada en la novela Washington Square, de Henry James; Intérpretes: Olivia de Havilland (Catherine Sloper), Ralph Richardson (Dr Austin Sloper), Montgomery Clift (Morris Townsend), Miriam Hopkins (Lavinia Penniman), Vanessa Brown (Maria), Mona Freeman (Marian Almond), Ray Collins (Jefferson Almond); Dir. de fotografía: Leo Tover; Música: Aaron Copland; Dirección artística: John Meehan.

No exactamente una obra maestra, aunque sí una buena muestra del "toque Wyler" que el director imprimía a sus películas melodramáticas, el argumento es casi lo de menos, aunque ciertamente resulta inolvidable una vez visto el filme: Catherine Sloper es una joven casadera que cada día que pasa es menos casadera, si es que alguna vez lo fue. Para desesperación de su padre, que la compara de continuo con su esposa muerta, la joven Catherine es sosa, en exceso tímida, incapaz de mantener una conversación, sin gracia social, ni habilidades artísticas, y con una belleza más que discreta, por no decir nula. Su único atractivo es la renta de 30.000 dólares al año que obtendrá cuando muera su padre. Por tanto, es una sorpresa cuando nada menos que Montgomery Clift (es decir, el personaje Morris Townsend), apenas conocerla insiste en hacerle la corte. El doctor Sloper (y con él todos los espectadores) está convencido de que Townsend es un cazador de fortunas.  Y lo es, con lo cual no estoy destripando nada del argumento de la película, porque su intríngulis no reside en eso.
Si he dicho que el argumento resulta inolvidable es porque su final es memorable, y ahí sí que tengo que guardar compostura para con los lectores que no hayan visto el filme.
Si se han fijado en la mínima ficha que incluyo al principio de la reseña, esto está basado en una obra teatral basada en la novela Washington Square de Henry James. Pues bien, esta adaptación teatral tuvo un éxito tremendo, y la duda que se planteó en su época era cómo podría Wyler superar esta versión. Lo que hizo Wyler es aplicar la inteligencia que siempre tuvo en la dirección y alejarse por completo del modelo teatral, volver la acción dinámica y emplear el desplazamiento de la acción y de los personajes, construyendo así no sólo una adaptación fílmica sino una verdadera película. Parece sencillo, pero si repasamos la historia del cine, no todo el mundo ha sabido hacerlo, y desde luego muy pocos lo han hecho tan bien. Añádase una dirección artística cuidada en extremo y una interpretación de Olivia de Havilland que consigue matices impresionantes en la construcción de un personaje tan difícil como el de Catherine Sloper (e, incluso, parecer fea), y se tendrá una muestra impecable de cómo una época del cine podía encarar sus creaciones con toda la profesionalidad del mundo, realizando arte en el proceso.


Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Antonio Ciacca en Riga

Hoy traemos un poco de jazz contemporáneo, aunque se trate de un estilo hard-bop, interpretado por el pianista Antonio Ciacca y su grupo, compuesto por Joe Magnarelli a la trompeta, Andy Farber al saxo tenor, Patrick Boman al contrabajo y Nicola Angelucci a la batería.
Escucharán un sonido limpio, muy bien interpretado, con una música con mucho swing y muy estimulante, en un concierto que muestra de las mejores músicas que se pueden escuchar hoy en día.
El programa (como dice el Cifu, totalmente italo-americano) es: Chick's Tune; Nico's Song, un tema que me suena mucho que está compuesto sobre las armonías de All the Things You Are; un precioso Blue Daniel a tiempo de vals; Scotty; la balada, muy delicadamente interpretada, Starway to the Stars; y Lady Swing.
El resto del programa se completa con discos variados, como el Open House del gran maestro del órgano Hammond Jimmy Smith, The Awful Truth del grupo de Hampton Hawes, Upper Manhattan Medical Group interpretado por la estupenda Sedajazz Big Band, de Sedaví, y de nuevo Jimmy Smith con I'm Moving On.
Atentos como siempre a las explicaciones del Cifu, y que disfruten.

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El Barco que Vio un Fantasma, de Frank Norris

Un título como este, tan sugerente, crea muchas expectativas que, por suerte, no se ven defraudadas. Es este relato una pequeña miniatura de terror, muy al estilo del Arthur Gordon Pym de Poe, por lo menos en su ambientación naval y desoladamente austral.
Una expedición que, seguro, es delictiva, aunque no se nos dice porqué, navega a bordo del Glarus en un rumbo subrepticio y secreto hacia el punto B.300. No sabemos tampoco qué van a buscar, aunque sí se nos explica la historia de un barco anterior que tenía el mismo objetivo, y que al parecer lo consiguió, sólo para ser atacado por una "Muerte que no es la Muerte", y esta historia se conoce gracias a un manuscrito dejado por algunos tripulantes antes de morir en la isla (uno de esos pequeños fallos de coherencia que pueblan las páginas de la literatura. Algún día alguien debería hacer una antología de ellos; lo curioso es que, aunque existen, si la obra es buena, no se ve menoscabada por ellos.
El caso es que el Glarus, como se nos dice al principio del relato, tendrá mal fin: «Si alguien se da por casualidad un paseo por el puerto de San Francisco, desde el muelle de pescadores a la dársena donde atracan los vapores que hacen la ruta de la China, y agita sus dólares ante las narices de los marineros, tan pronto como pronuncie el nombre Glarus, todos se echarán hacia atrás, lo mirarán con una mezcla de desconfianza y miedo, y lo más probable es que se den media vuelta y lo dejen con la palabra en la boca. No encontrará ningún piloto que quiera sacar al Glarus a dar un paseo, ni un capitán que lo gobierne, ni fogoneros que alimenten sus calderas, ni marineros que se atrevan a pisar su cubierta. El Glarus no es de fiar. Ha visto un fantasma.»
Con este precedente temprano de lo que espera, la tensión del viaje va aumentando hasta el momento culminante, el de la aparición del barco fantasma, una aparición más que notablemente descrita. Y a partir de ahí, lo demás es la condenación del alma de un barco, su última rebeldía.
Hay que leer este relato para darse cuenta de que su idea original no es la del terror de los hombres, sino la de los objetos, y su profunda implicación de que un barco es igual que un ser vivo; y si no lo es, por lo menos es la prolongación de los seres vivos que lo habitan. Una idea sutil, pero muy bien expresada en un relato de fantasmas inusual y notable.

(The Ship that Saw a Ghost)
En Cuentos Únicos
Ed. Valdemar, col. El Ojo Sin Párpado
Madrid, 1989 [pub. 1903]
Edición, selección y prólogo de Javier Marías

Texto en inglés de The Ship that Saw a Ghost

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El Escándalo del Padre Brown, de Gilbert Keith Chesterton

Dentro del género de la literatura criminal, las historias del padre Brown ocupan un nicho absolutamente propio, original y que nadie ha sido capaz de emular. Tal vez porque su protagonista, un sacerdote católico enormemente filosófico, sólo podía hablar con la lengua de un autor tan preparado y reflexivo, aunque accesible, como G. K. Chesterton.
En todas sus aventuras nos encontramos ante misterios que a veces son sólo producto de las apariencias, y que son resueltos por un detective tan atípico que resulta chocante, uno que, con su aspecto rechoncho y sus modales resabiados, es todo lo contrario al hombre de acción que frecuenta las novelas detectivescas.
Hay que decir que los crímenes y enigmas que resuelve el protagonista son sólo meras anécdotas que llaman la atención del lector y que lo mantienen aferrado a la historia, porque lo que en realidad quiere Chesterton es que escuchemos al padre Brown hablar, a veces muy metafísicamente, sobre las debilidades humanas, sobre los errores de los juicios de valor y, en suma, sobre la moral.
Estos discursos metafísicos y filosóficos constituyen la esencia de estas historias, y no son en absoluto ni prescindibles ni incómodos. Están integrados en el relato, y son parte constitutiva del mismo. Sin estos razonamientos, la resolución del caso no tiene lugar. Y es probablemente el primero y más destacado de los detectives que pueden solventar un crimen sólo con filosofía, que no es poco logro.
Como ejemplo de esto, en el relato que da título a esta compilación nos encontramos con un hombre empeñado en salvar el buen nombre de una dama, impidiendo que sea seducida por un poeta calavera. A este fin cierra las puertas del hotel en que se alojan, y alerta a la servidumbre para que impidan el paso al poeta. Y el padre Brown se dedica a todo lo contrario, a facilitar la fuga de la dama con este hombre vestido con capa y de leonina melena, a propiciar el abandono del respetable ciudadano que la acompaña en el hotel. Y que resulta que no es el marido, sino el poeta, mientras que el auténtico esposo es el desesperado hombre de aspecto bohemio. No sólo el padre Brown nos hablará sobre lo injusto de juzgar por las apariencias y los estereotipos, sino también sobre las realidades del auténtico amor y del flirteo, resolviendo una situación equívoca casi sin moverse del sillón.
Las historias del padre Brown tal vez no sean tan adictivas como las de Sherlock Holmes, ni tan aparatosas como la novela negra hard-boiled, pero sí son una excursión a la mente y los comportamientos humanos realizados con una serenidad tal que, muchas veces, parece que el crimen no acompañe a estas reflexiones. Y sin embargo, nos advierte también el protagonista, desgraciadamente el crimen forma también parte de la naturaleza humana.

(The Scandal of Father Brown)
Eds. G. P. / Plaza y Janés
Barcelona, 1976 [1935]

Existe reedición en Editorial Valdemar

Portada y sinopsis

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Un Escritor en Guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945, de Vasili Grossman

Aquellos que hayan leído Vida y Destino, una obra que, a medida que pasa el tiempo, más se consolida como la obra maestra de la literatura rusa de la segunda mitad del siglo XX (y que les recomiendo vivamente), pueden haberse preguntado cómo es que Grossman pudo trazar un retrato tan exacto de la población rusa en guerra, no sólo la extrapolable de su vida corriente, sino la de los soldados combatientes en Stalingrado, y cómo pudo transmitir su vida en combate con tanta viveza.
La respuesta de que fue corresponsal de guerra no es suficiente. Hubieron otros corresponsales, y no tuvieron la misma profundidad de visión. El genio literario de Grossman aporta pistas, pero no sobre el nivel de extremo detalle que reflejó en su obra.
Leyendo este libro, que Beevor y Vinogradova han elaborado con las propias palabras de Grossman (en su obra literaria, pero sobre todo en sus artículos y, más importante, en sus cuadernos de notas) queda claro que Grossman no sólo fue corresponsal de guerra, sino un excepcional corresponsal de guerra.
Grossman fue un periodista "empotrado" en las unidades combatientes, mucho antes de que se inventara el término, pero no radica ahí su secreto. Lo cierto es que se dedicó en cuerpo y alma a su trabajo, y en él se mostró tan brillante que los militares se sorprendían de que gente normalmente taciturna se prestase a hablar con él durante horas. Y sorprendió a sus superiores (a veces causando cierta inquietud) que los soldados de todos los frentes consideraran que era el único que les retrataba fielmente a ellos y a la guerra.
Grossman estuvo en esta tarea desde la invasión alemana (cuando fue rechazado para el ejército por motivos físicos) hasta la caída de Berlín. Estuvo en lo más crudo de la batalla de Stalingrado (aunque, amargamente para él, fue relevado poco antes del triunfo soviético), y se separó muy pocas veces del frente de combate (un par de ellas por lo que hoy llamaríamos estrés postraumático o fatiga de combate, principalmente tras descubrir Treblinka y lo que se había hecho allí).
Pero el interés de Grossman no estaba en los grandes movimientos militares. Donde mejor se nos revela es en el retrato del hombre común, y su visión es enormemente perceptiva. No ahorra en sus notas la repulsión que le produjo el comportamiento del Ejército Rojo con la población alemana, algo que le podía haber costado muy caro (como mantener esos cuadernos de notas, por otra parte: estaban prohibidos todo tipo de diarios y anotaciones, y si bien el primer motivo para ello hubiera podido ser el contraespionaje, la NKVD juzgó sumarísimamente a aquellos que los tenían, aunque no contuvieran información militar), y aunque procede con precaución en sus anotaciones, no deja de haber una crítica velada hacia el estalinismo y, sobre todo, ante el desperdicio de vidas humanas que produjeron las políticas de "ataque Continuo" y "ni un paso atrás" promulgadas por el mismo Stalin.
En suma, tenemos un monumento del género, y un detallado y humano relato de la cotidianeidad de la vida en guerra, con imágenes emotivas y tremendas, con anécdotas y humoradas a veces. Siempre, con el sacrificio de unas gentes por una causa, en lo que se intuye un heroísmo más auténtico que el oficial.
Todo ello le sirvió a Grossman de bien poco. De mucho, si consideramos que fue el material de base para su obra maestra literaria, pero en cuanto a su vida, no le reportó ningún beneficio. No fue bien visto que un judío fuera el mejor corresponsal, el más cercano a los soldados. Cuando la época del sacrificio personal pasó, Grossman fue apartado, en beneficio de escritores más afines a los grandes hombres conductores de tropas, por encima de todos ellos Stalin. A la larga, fue censurado por las autoridades literarias y políticas y, sin ser condenado (algo que no sucedió hasta la desestalinización debido a su Vida y Destino), nunca gozó del favor del régimen, ni tuvo jamás un privilegio ni especial ni común. Sus artículos de guerra eran los mejores, pero había una nota incómoda en ellos (a pesar de que eran modificados por el director del periódico para su publicación) respecto a la ideología dominante. Había demasiada humanidad y poco socialismo, demasiada individualidad (de los soldados) y poco pensamiento colectivo. Y, tal vez peor, eran tan buenos que podían resultar influyentes para los lectores, algo que era muy sospechoso para un poder cuyo objetivo era controlar, precisamente, pensamientos y acciones de sus ciudadanos.

(A Writer at War. Vasily Grossman with the Red Army 1941-1945)
Ed. Crítica, col. Memoria Crítica
Barcelona, 20062 [2005]
Edición de Antony Beevor y Luba Vinogradova

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Los cuadernos de la Segunda Guerra Mundial del escritor ruso.

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Traidor en el Infierno, de Billy Wilder

SESIÓN MATINAL 

(Stalag 17); 1953

Director: Billy Wilder; Guión: Billy Wilder, Edwin Blum, basado en la obra de teatro de Donald Bevan y Edmund Trzinski; Intérpretes: William Holden (Sargento J. J. Sefton), Don Taylor (Teniente James Dunbar), Otto Preminger (Coronel von Scherbach), Robert Strauss (Sargento Stanislaus "Animal" Kuzawa), Harvey Lembeck (Sargento Harry Shapiro), Richard Erdman (Sargento "Hoffy" Hoffman), Peter Graves (Sargento Price), Neville Brand (Duke), Sig Rumann (Sargento Johann Sebastian Schulz); Dir. de fotografía: Ernest Laszlo; Música: Franz Waxman.

En su día, esta película fue presentada como una comedia desternillante, una especie de película de los Hermanos Marx situada en un campo de prisioneros alemán. En realidad, se trata más bien de una tragicomedia. El elemento jocoso era de esperar en un guionista y director como Billy Wilder, capaz de hacer comedia de cualquier elemento trágico que se le plantara por delante, pero tengo que decir que, en mi opinión, esa presentación como una película hilarante perjudicó más que benefició a la película (y probablemente Wilder no tuvo nada que ver en ello; son los departamentos de publicidad y mercadotecnia los que se creen más listos que nadie).
Si la ven, descubrirán que están ante una de las grandes películas sobre campos de prisioneros (compartiendo primacía con La Gran Evasión), en tanto que obra coral; otra cosa sería el mismo género a nivel individual, en el cual no hay duda de que la palma se la lleva La Gran Ilusión.
El argumento es típico: en un barracón de prisioneros ocupado únicamente por sargentos, Sefton es un emprendedor: negocia con los alemanes, con quien se le ponga por delante, y obtiene beneficios en el campo que le hacen la vida más agradable, la dieta más variada e incluso alguna visita ocasional al barracón de las prisioneras rusas. No tiene la menor intención de jugarse la piel en una fuga, y no la tiene incluso aunque pudiera tener éxito. Para que volvieran a meterlo en una unidad militar a combatir en otro lado, prefiere esperar el fin de la guerra sentado en su camastro.
En este orden de cosas, el fracaso sucesivo de los intentos de evasión, y el hecho de que los alemanes parecen saber lo que sucede en el barracón antes que alguno de sus ocupantes es motivo de sospechas, y el cabeza de turco más evidente (tal vez demasiado evidente para lo que el sentido común determina, pero los prisioneros son impulsivos) es Sefton. Tras recibir una paliza de sus compañeros, Sefton acaba de adquirir un objetivo en su vida: descubrir al auténtico traidor.
Que Wilder es un gran director no es decir nada nuevo; que incluso era mejor guionista que director, hasta cierto punto, tampoco. El tempo de esta película está perfectamente calculado para que sucedan cosas en el momento en que han de suceder, para que la tensión se acumule, y  para que los momentos de comedia (que la hay, y mucha, llevados adelante sobre todo por un Robert Strauss como "Animal" espléndido, y por el nunca bien ponderado Sig Rumann) se intercalen con los de tragedia aliviando al espectador y preparándolo para una nueva carga de incertidumbre y de riesgo en pantalla. Una ambientación cuidada y una interpretación individual y colectiva más que correcta hacen el resto, y todo junto suma una película que roza lo genial.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Gil Evans - Out of the Cool

Con motivo del vigésimo quinto aniversario de su muerte, el Cifu, con el excelente criterio que siempre demuestra, nos trae una grabación espléndida de uno de los mejores pianistas, compositores y arreglistas que ha dado el jazz moderno, el "Out of the Cool" de Gil Evans.
Con una big band detrás, aunque con algunos instrumentos inusuales en una formación de estas características, tendremos el placer de escuchar unos temas con un sonido precioso, un sonido moderno y singular, pero dentro del mejor jazz de la era post-bop. No, no se trata de free jazz o de realizar experimentos discordantes. Se trata, sencillamente, de escribir músicas y arreglarlas de manera como nadie lo había hecho hasta entonces, y muy pocos después de Evans.
Notarán una sutileza poco corriente, en la que los acordes son los mismos cuando deben serlo, sí, pero con unas variaciones de acompañamiento por parte de la banda que los vuelven diferentes, los hacen variables, etéreos, envolventes. Se trata de una música para escuchar atentamente, cosa que no es difícil, ya que es un placer, pero la atención tiene su premio en esas variaciones, en esas entradas instrumentales, en esas sorpresas que se apartan de lo convencional y lo esperado para convertirse, compás a compás, en algo nuevo y fresco.
El programa es Sister Sadie; Where Flamingos Fly, una balada muy sentida y muy melancólica, preciosa; uno de los temas más destacados de esta sesión, Bilbao Song, de Kurt Weill; y entonces llega una obra maestra reconocida por todos, y que es un prodigio, La Nevada, con una interpretación reiterada de un tema, pero tan llena de matices que la vuelve en una obra de una complejidad formal enorme, y que sin embargo el oyente sólo tiene que disfrutar; es, además, un ejemplo perfecto de música programática, porque ese chaston insistente del batería evoca de continuo la nieve al caer; a partir de ahí, la instrumentación, el arreglo y los solistas ponen impresiones y variantes; y Sunken Treasure, que es tan deliciosa como lo anteriormente escuchado.
El Cifu les dará antecedentes sobre este gran músico, sobre los componentes de la banda y sobre otros muchos detalles. Préstenle atención, como siempre. Y que disfruten de estas memorables composiciones.

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La Subida al Cielo, de Roald Dahl

Cuando se emprende la lectura de estos cuentos, entre crueles e irónicos, que conforman los Relatos de lo Inesperado de Roald Dahl, uno nunca deja de sorprenderse de cómo la situación más trivial puede desembocar en una historia inquietante y, si su tratamiento no fuera irónico o humorístico, hasta malsana.
En el caso de La Subida al Cielo, que pueden ustedes leer en los enlaces que figuran al pie de esta entrada, nos encontramos ante un matrimonio muy normal y corriente. Bien, quizá sean más adinerados de lo común, puesto que viven en una casa privada de tres pisos con ascensor y tienen chófer y servicio, pero para lo que nos interesa, es decir, el matrimonio y su convivencia en sí, normal y corriente.
Claro que la mujer tiene una obsesión, una manía, una de esas fijaciones inofensivas que son hasta vulgares: un pánico a perder el avión, el tren, el barco. Todos conocemos personas así; se despiertan horas antes de lo razonable para llegar a tiempo a la estación, y una vez allí, con todo el tiempo del mundo que matar están en el andén o la sala de espera, comprobando una y otra vez si tienen los billetes, la tabla de horarios y quién sabe qué otros motivos de angustia más. Claro que en este caso su marido parece tomárselo con mucha filosofía, casi demasiada, tanta que su esposa llega a creer que lo hace a propósito para mortificarla: tomarse su tiempo, resolver cosas a última hora, etc.
El drama llegará cuando la mujer se vaya de viaje a París a conocer a sus nietos, y en ese choque de personalidades habrá una tragedia. ¿O es un asesinato?
Lamento no poder descubrirles más de la trama, porque este relato está tan bien construido que cualquier otro adelanto sería desvelar la sorpresa final, absolutamente demoledora. Pero sí déjenme decir una vez más lo buen observador que era Roald Dahl del comportamiento humano. Porque la convivencia matrimonial suele transformarse en un soportarse mutuamente, y Dahl sabe muy bien que del amor al odio hay un paso muy corto. Como también sabe que, en una convivencia diaria, las menudencias, los detalles ínfimos, adquieren carácter de ofensa con el tiempo y el desamor. ¿Como para llegar al crimen? Bueno, la literatura es exageración... pero no tanto. Consulten a la policía o al criminólogo local, y descubrirán un buen puñado de casos en los que se ha llegado a actos mayores por cosas que parecían muy menores. En todo caso, Roald Dahl, conocedor de la mente humana, nos brinda una vez más un espléndido cuento cruel, una historia inusitada, incluso una advertencia irónica sobre los peligros de la convivencia doméstica.

(The Way Up to Heaven)
En Relatos de lo Inesperado
Ed. Argos Vergara
Barcelona, 1980 [1954]

Texto en castellano de La Subida al Cielo
Texto en inglés y castellano de The Way Up to Heaven

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El Hombre de Paja, de Rafael Sabatini

De acuerdo, la novelística ha cambiado desde los tiempos en que se escribía esta El Hombre de Paja; de acuerdo, ya no se estilan ciertos clichés en literatura, sobre todo en la de aventuras; de acuerdo, leer a Sabatini necesita cierto ajuste mental a una época ya pasada. Pero en esa novelística, Sabatini fue un nombre que brilló con luz propia; nadie supo emplear esos clichés tan bien como para disculpárselos; y en cuanto a novelas de aventuras, Sabatini sigue siendo el mejor.
No es opinión sólo mía; Pérez-Reverte, Crichton y otros muchos lo consideran así. No es fácil desentrañar sus secretos, pero entre ellos se encuentran una habilidad narrativa natural y fuera de lo común; unos personajes atractivos que, aun respondiendo a modelos, no son lineales y tienen personalidades propias; un magnífico aprovechamiento de los aconteceres y personajes históricos para tejer sus tramas alrededor de ellos; y un ritmo y tensión insuperables, soberbios.
En el caso de El Hombre de Paja, Sabatini elige el conflicto dinástico surgido en Inglaterra cuando Jacobo II abandonó su criptocatolicismo para hacerlo público y el Parlamento, en lo que se denominó "Revolución Gloriosa", lo expulsó del trono y puso en él a la bicefalia de Jorge de Orange (más tarde casa de Windsor, la actual dinastía reinante en Gran Bretaña) y María II de Inglaterra. Jacobo II no se resignó a perder la corona, y realizó varias tentativas para recuperarla, apoyado por Luis XIV de Francia, enemistado con Inglaterra.
Sobre este telón histórico, Rafael Sabatini nos muestra a los conspiradores contra el rey Jorge, cuyos planes son sistemáticamente desbaratados, con lo que se adquiere conciencia en la corte del rey exiliado de que debe haber un traidor entre ellos.
Y sí, tenemos a la bella dama, su patán marido (despachado rápidamente gracias a su imbecilidad), al heroico hermano conspirador, al antipático primo, y a un enigmático coronel mercenario. Pero decir esto es como afirmar que un usurpador, una traidora, una loca y un príncipe que se finge loco son Hamlet, por poner un ejemplo. Y, salvando las distancias, en ambos casos lo que importa es cómo se desenvuelven estos personajes, y los de Sabatini nunca son de cartón piedra.
Además, Rafael Sabatini emplea en esta novela un truco genial. Su personaje principal aparece fugazmente en un capítulo, y entonces nos lo escamotea durante buena parte de la acción, hasta que llega el momento de su reaparición, más enigmático en sus motivaciones y más peculiar en sus gestos que nunca.
Sieguen siendo hoy felices combinaciones, y uno puede acercarse a estas novelas con todas las reticencias del mundo; el lector contemporáneo reconocerá que ya no se estila escribir así, pero encontrará momentos en que la novela lo atrapará, y escenas que muchos escritores de hoy pagarían por saber hacer. Pero el genio de Sabatini, aunque muchas veces imitado, nunca ha sido superado, y su secreto, aunque intuido, todavía no ha sido descifrado.

(The Stalking Horse)
Ed. Molino, col. Famosas Novelas
Barcelona, 1947 [1933]

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El Cas d'en Barney Panofsky, de Mordecai Richler

Lamento no haber leído nada de Mordecai Richler hasta el momento. Juzgando por este El Cas d'en Barney Panofsky [La Versión de Barney en castellano], es un autor que merece mucho la pena, y del que antes sólo tenía noticia por la existencia de una adaptación cinematográfica de The Apprenticeship of Duddy Kravitz.
Este libro está estructurado en forma de unas memorias que Barney Panofsky lega a sus hijos para su publicación sin modificar, en las que explica su vida, o más bien su versión de su vida. Barney es un judío canadiense que estuvo en el París de la bohemia norteamericana. Mientras que sus amigos de allí han descollado en el mundo artístico, de una u otra manera, Barney en cambio sólo ha logrado desarrollar el don que tiene para hacer dinero con sus negocios, y así es propietario de una productora de televisión, y millonario.
El libro se divide en tres partes (con un postfacio de "Michael Panofsky" uno de los hijos de Barney), que corresponden a las tres esposas que Barney ha tenido en su vida. Clara, la esposa de París, que se suicidó (¿Podía Barney haber impedido ese suicidio? Tal vez sí, tal vez no) y póstumamente se convirtió en una poetisa e ilustradora feminista de renombre mundial; la segunda Señora Panofsky, una hija de la clase alta con la que Barney pretendió sentar cabeza, inútilmente; y Miriam, el gran amor de Barney, a la que conoció, enamorándose de ella, el mismo día de su boda con la segunda Señora Panofsky (a la que sólo una vez se cita por su nombre propio en el libro), y que ansía volver a tener a su lado.
Por otra parte, en la historia de Barney hay un episodio oscuro, ya que Barney puede ser un asesino, y de su mejor amigo en la época de París, nada menos. Declarado inocente por el jurado, ante la inexistencia de un cadáver que mostrar, este hecho ha convertido a Panofsky en un paria social, sin embargo.
Barney es un hombre vital, iconoclasta, contradictorio, violento, intelectual, dotado para los negocios, malicioso y hasta malvado, buena persona y buen padre, celoso, comprensivo e intransigente. Todo ello está presente en la narración que Barney hace de sí mismo, en la que cuenta toda la verdad sobre sí mismo. ¿O no?
La respuesta de porqué semejante cúmulo de características que parecen incompatibles entre sí la encontramos casi al final del libro: «Barney Panofsky se aferraba a dos convicciones íntimas: que la vida era absurda, y que nadie acaba nunca de entender a nadie del todo».
Y es en esta aparente imposibilidad narrativa (explicar, entender del todo a un personaje, es decir, a un ser humano, sea éste real o inventado) en la que recae el desafío que Richler, con valor, ha afrontado en esta novela. Si sale triunfador de la empresa es porque, como lectores y como humanos, comprendemos intuitivamente que nadie es totalmente aprehensible para el prójimo, que las contradicciones de cada persona le hacen ser, precisamente, quien es.
Richler realiza este retrato de un hombre y su época con humor, con sagacidad y con un estilo literario sorprendente, fresco y envidiable. Leída esta novela, supongo que toda su obra forma parte de un territorio que el propio Richler se ha creado, ya que tanto Duddy Kravitz como Solomon Gursky, protagonistas de The Apprenticeship of Duddy Kravitz y de Solomon Gursky Was Here, aparecen como personajes circunstanciales en la vida de Barney Panofsky. Y esta "versión de Barney" es tan atractiva que el lector tiene muchas ganas de conocer de manera directa a estos otros caballeros, y al resto de personajes que les acompañan. Más vale tarde que nunca, descubrir a Mordecai Richler es un placer que les recomiendo vivamente.

(Barney's Version)
Ed. Quaderns Crema, col. Biblioteca Mínima
Barcelona, 20132 [1997]
Trad. de Xavier Pàmies

Existe edición castellana en Editorial Sexto Piso

Portada i sinopsi de l'edició catalana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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El Diablo Dijo No, de Ernst Lubitsch

SESIÓN MATINAL 

(Heaven can Wait); 1943

Director: Ernst Lubitsch; Guión: Samuel Raphaelson, basado en la obra de teatro "Birthday" de Lazlo Bush- Fekete; Intérpretes: Don Ameche (Henry Van Cleve), Gene Tierney (Martha), Laird Cregar (Su Excelencia), Charles Coburn (Hugo Van Cleve), Marjorie Main (Sra. Strable), Eugene Pallette (E. F. Strable), Allyn Joslyn (Albert Van Cleve), Spring Byington (Bertha Van Cleve), Signe Hasso (Mademoiselle), Louis Calhern (Randolph Van Cleve); Dir. de fotografía: Edward Cronjager; Música: Alfred Newman; Dirección artística: James Basevi, Leland Fuller.

Un hombre, Henry Van Cleve, va al infierno, y se sorprende por no estar registrado como condenado allí. Entonces pide ver a Su Excelencia para explicarle su caso, uno de irrefrenable donjuanismo mantenido durante toda su vida. En ese relato, que se inicia ya desde el amor posesivo por su madre, desgrana su vida, pero sobre todo sus veinticinco años de matrimonio con Martha, con sus altibajos, con su pertinaz, aunque poco exitosa, tendencia a ser un seductor, y subyacente a todo ello su inmenso amor por su esposa. El Diablo, que ha escuchado la historia entre curioso y divertido, le indica que el camino que debe tomar es de la escalera de subida.
Con este argumento, en apariencia horroroso para hacer una película, Lubitsch compuso una comedia ligera y tierna, repleta de ese "toque Lubitsch" basado en lo que intuimos que pasa fuera de pantalla y que tiene unas consecuencias a veces disparatadas para los protagonistas. Muy bien dirigida e interpretada (fue el papel de su vida de Don Ameche) y rodada con un color exuberante, sigue siendo una delicia que merece la pena contemplar y regocijarse en sus detalles.

Tráiler:Por extraño que parezca, no he localizado un tráiler de esta película, de modo que incluyo el que un aficionado realizó él mismo.

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Jazz Porque Sí: Thelonious Monk Agosto 1957

En el repaso de la discografía de Thelonious Monk, lo encontramos hoy formando asociación con uno de los mejores saxo barítonos y compositores de jazz de la historia, Gerry Mulligan. En realidad, Monk está de "invitado" con el grupo de Mulligan, compuesto por dos excelentes músicos, el contrabajista Wilbur Ware y el batería Shadow Wilson. Pero hay que destacar un hecho, y es que cuanto más a gusto está Monk como invitado de alguien, más se adapta al estilo de éste. Sin perder por ello su personalidad indescriptíble, por supuesto, ni ese estilo único.
Escucharemos 'Round About Midnight, que es una de las mejores baladas del jazz. Tanto, que podríamos poner seguidas grandes versiones de ella sin que cansaran jamás; Rhythm 'a' Ning, con un Monk, como siempre, sorprendente; Sweet and Lovely; Decidedly, composición de Gerry Mulligan, una especie de "respuesta" a Undecided; uno de mis temas favoritos de todos los tiempos de Monk, Straight No Chaser, con un espléndido solo de Wilbur Ware; y I Mean You, con un solo de Gerry Mulligan impresionante.
Les ruego estén atentos  al trabajo a la batería de Shadow Wilson; este disco está entre los mejores de sus grabaciones, y realmente, sin aparatosidad, el acompañamiento y la rítmica de Wilson son de altísimo nivel.El Cifu les explicará esto mejor que yo, además de otras cosas.
Que disfruten de la música.

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Aflicciones del Hombre Humano, de Robert Sheckley

En los años cincuenta la ciencia ficción se desarrollaba primordialmente en revistas (un fenómeno que apenas hemos conocido en España) y en forma de relato corto. Los escritores del género se ganaban la vida con los pocos dólares que ganaban de esta manera y, por tanto, era cuestión de los editores de esas revistas el impedir que les colocasen malos relatos (o por lo menos, que no les colocasen tantos, porque la revista tenía que salir con contenido cada mes). No obstante, y por raras conjunciones de talento de los escritores, sagacidad de los editores, y otras circunstancias más o menos afortunadas, surgían auténticas joyas.
Robert Sheckley fue uno de esos escritores que tenían talento y, una característica no muy común, un gran sentido del humor. Tal vez por esa crianza en revistas, apenas cultivó la novela, y lo que recuerdan los aficionados son sus relatos.
Quede clara una cosa: son relatos de consumo, sin mayor trascendencia que la de explicar una historia y hacerlo bien, entreteniendo al lector. Pero en ese hacerlo bien radica la diferencia. Alicciones del Hombre Humano es uno de esos relatos que lo hacen muy bien, y ha quedado en el afecto y la memoria de los aficionados del género que lo han leído.
Un hombre que ha comprado un planetoide a ciegas (y ha tenido suerte: hay algo de mineral para explotar y una tenue atmósfera) empieza, con el tiempo, a sufrir lo que su robot-capataz Gunga-Sam (una referencia al poema de Kipling Gunga-Din, y, en realidad, el auténtico protagonista de la historia) denomina las "aflicciones del Hombre Humano". En suma, que necesita una compañera. El minero decide encargarla por correo, decidiéndose, con espíritu práctico, por una novia de frontera. Y sin embargo, le envían un modelo de lujo. El error es subsanable, pero con tiempo, de manera que la novia equivocada (vigilada por un robot dueña-sacerdote) debe quedarse un tiempo en la colonia. Donde, por supuesto, su mano se dejará sentir en la vida de todos.
El final, como el argumento anterior, es más o menos previsible, pero en este relato no importa tanto la historia como el tono en el que está contada. Con un humor ligero y con un estilo directo, este cuento se desarrolla ante el lector como si fuera una historia oral narrada ante el fuego. A lo cual contribuyen los personajes robots. Porque Gunga-Sam, que ha sido fabricado sin alma para que así los autómatas no padezcan la angustia, es sin embargo un robot sagaz, el mejor servidor de su amo (más Jeeves que Tío Tom, eso sí), y con su peculiar lenguaje y su filosofía sobre el mundo del Hombre Humano (por contraposición, uno supone, al Hombre Robot), le da un sabor nuevo a una historia en teoría conocida, y contribuye muy poderosamente a la potencia del relato.

(Human Man's Burden)
En Los Mejores Relatos de Ciencia Ficción
Ed. Bruguera, col. Libro Amigo
Barcelona, 19678 [1956]
Selección de Groff Conklin

Texto en castellano de Aflicciones del Hombre Humano

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El Viaje, de Julio Cortázar

La situación es trivial, casi un episodio cómico. Una pareja tiene que hacer un viaje en, pongamos, la provincia de La Rioja, hasta Mercedes. Por razones diversas, el marido irá en automóvil hasta cierta estación y ahí tomará el tren hasta el destino final, mientras que la mujer tomará dos trenes hasta llegar a Mercedes. Todo ello, la rutina de los cambios, los nombres de las estaciones, los horarios, les ha sido explicado con detalle.
Pero, al llegar a la estación de ferrocarril donde tienen que adquirir los billetes, el marido no recuerda la combinación, ni cuál es la estación que le conviene. El boletero intenta ayudar, aunque parece en su fuero interno estar divirtiéndose con la situación. El marido recorre a la esposa, pero ésta tampoco se acuerda.
De hecho, llega un punto en el que ninguno de los dos tiene idea de cuál es su destino final. Que, nosotros los lectores sí conocemos y, por puro azar, será la que finalmente prueben ambos cónyuges.
Insisto, casi un episodio cómico, y podríamos decir que de poco vuelo. Sin embargo, Cortázar es alguien con mucha mayor carga en su prosa. Una escritura exquisita en la que se mostró un maestro de, no tanto el silencio como de las medias palabras y los significados implícitos. Porque en este pequeño relato, en realidad una de las prosas que conforman la extraordinaria colección Último Round, lo que es una situación banal se hace en una atmósfera cada vez más espesa, más amenazadora, con unas suspicacias que crecen, unas complicidades que se van estableciendo entre la esposa y el taquillero, con la presencia atenta pero sutil de un pasajero sentado en un banco, y a medida que párrafo a párrafo, se va desarrollando la conversación, diversas certezas nos invaden. En una situación banal, de repente hay un cambio de actitud de los protagonistas, un cambio que intuimos que va a ser permanente y que tendrá mucha más importancia que el olvido del nombre de un par de estaciones.
En esta creación de atmósferas psicológicas en las que Cortázar ejerció una y otra vez su maestría, la importancia del detalle, del gesto, de las cosas apenas insinuadas, es trabajado hasta su límite, y es la complicidad del lector la que hace el resto, convirtiendo los relatos de Cortázar en prosas exponenciales en su significado, una virtud que muy pocos escritores han podido alcanzar.

En Los Relatos 1 Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1969]

Publicado originalmente en Último Round

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Las Cosas que Llevaban los Hombres que Lucharon, de Tim O'Brien

De entre las obras literarias escritas por excombatientes de Vietnam, esta es, sin duda, una de las más famosas, y ha quedado ya como modelo de transformación en literatura de la experiencia vivida.
Tim O'Brien fue soldado en Vietnam de 1969 a 1970; su experiencia allí no fue ni mejor ni peor que otras, ni más trascendente o superficial. Simplemente, su perspicacia en la visión de lo que le rodeaba y su sensibilidad ante un ambiente completamente único le hizo llegar a la narrativa con brillantez, aunque se perciba que el precio pagado por ello fue alto.
Dejémoslo claro: las historias que componen este libro son literatura, ficción literaria, aunque sus raíces se hunden tan profundamente en la realidad que pueden pasar por auténticas. Y es seguro que se basan en episodios vividos.
Sin embargo, la realidad se puede transformar de muchas maneras, y O'Brien nos da un ejemplo, a la vez que una declaración de sus intenciones, en "Cómo Contar una Auténtica Historia de Guerra": «Una auténtica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento humano correcto, ni impide que los hombres hagan las cosas que los hombres siempre han hecho. Si una historia parece moral, no la creáis. Si al final de una historia de guerra os sentís edificados, o si sentís que una partícula de rectitud se ha salvado de la devastación a gran escala, entonces habéis sido víctimas de una mentira muy antigua y terrible. No hay la más mínima rectitud. No hay virtud. En consecuencia, la primera regla básica es que puedes distinguir una auténtica historia de guerra por su lealtad absoluta y sin concesiones a lo repugnante y lo soez. [...] Puedes distinguir una auténtica historia de guerra si te desconcierta. Si no te atrae lo soez, no te atrae lo verdadero; si no te atrae lo verdadero, vigila a quién votas.»
Por tanto, no hallaremos héroes en estas historias, ni tan siquiera exculpaciones debidas a las circunstancias, sino sólo seres humanos metidos en algo sucio, la guerra, que los embrutece. O'Brien no quiere despertar simpatías, sino sólo describir ese mundo aparte (una característica común entre los escritores del Vietnam: el hecho de vivir en un mundo surreal, el de la guerra, que paradójicamente es más real que el mundo que consideramos "normal"), un mundo aparte donde las grandes trascendencias (vida, muerte, humanidad, inhumanidad) están a la orden del día y todo lo demás parece superficial, irreal, una ficción.
En el relato "Las Cosas que Llevaban", O'Brien procede por enumeración en espiral, yendo de lo más inocente y cotidiano (cartas de la novia, abrelatas, chicle, hilo de coser, etc.) a la experiencia («Por lo general, se llevan a sí mismos con compostura, con una especie de dignidad. De vez en cuando, sin embargo, había momentos de pánico. [...] Después, cuando el fuego terminaba [...] se palpaban el cuerpo, avergonzados. [...] Era la carga de estar vivos.») hasta llegar a lo trascendente: «Las cosas que los hombres llevaban dentro. Las cosas que los hombres hacían o sentían que tenían que hacer.»; incluyendo matar o morir.
Es una definición del soldado, contrapuesta al ser humano individual y social "normal", tan buena como otra, si no mejor. En estos relatos, O'Brien lucha por descubrir a ese ser humano individual y reivindicarlo, pero en el camino no ahorra descripciones de inhumanidad ni de crueldad.
Y, también como todos los escritores de la guerra del Vietnam, O'Brien nos dice que los que salieron vivos de allí se llevaron también algo: el propio Vietnam en su mente. Un mundo distinto y con otras reglas que ha acabado matando y torturando a muchos, años después, y al que otros tienen que volver una y otra vez, en sueños, en pesadillas, en literatura.

(The Things They Carried)
Ed. Anagrama, col. Otra Vuelta de Tuerca
Barcelona, 2011 [1990]

Portada y sinopsis

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La Calle de la Paz, de Charles Chaplin

SESIÓN MATINAL 

(Easy Street); 1917

Director: Charles Chaplin; Guión: Charles Chaplin; Intérpretes: Charles Chaplin (El derrelicto), Edna Purviance (Trabajadora de la misión), Albert Austin (Sacerdote / Policía), Eric Campbell (El matón); Dir. de fotografía: William C. Foster, Rollie Totheroh.

En su etapa en la Mutual, a la que pertenece este cortometraje, Chaplin ya había desarrollado quintaesencialmente la figura del personaje vagabundo (aquí llamado, curiosamente, el derrelicto, el resto del naufragio) que llevaría a su completa cima en sus grandes largometrajes.
Pero mientras jugaba con él hasta dotarlo de suficiente entidad como para hacer de él protagonista de historias largas, Chaplin compuso un par de obras maestras, una de las cuales es esta La Calle de la Paz.
El argumento es simple, e incluso visto en otros de los cortos chaplinescos: el vagabundo encuentra la palabra del Señor (auxiliada por la presencia de Edna Purviance) y decide volver al recto camino, con resultados diversos. Aquí el recto camino es dejar la pequeña delincuencia y hacerse policía. Lo que el pobre Charlot no sabe es que en ese barrio se halla la peor calle de todas, dominada por el peor matón de todos (y el mejor en pantalla, un gran Eric Campbell, recordado por esas cejas postizas que le conferían un aire mefistofélico, y que por desgracia murió ese mismo año de 1917 en un accidente de automóvil).
Por supuesto, las escenas de persecución, de slapstick, de acrobacias y escapismos, a los que Chaplin añadió ya algunos toques de genio y un cierto cinismo, como cuando da de comer a los niños como si fueran gallinas en un corral. Y hay que decir que todo en esta película es perfecto. Nadie ha zarandeado mejor que Campbell, nadie ha sido mejor zarandeado en pantalla que Chaplin. Con un humor inteligentemente calculado, con un guión meticuloso, esta película, muda, en blanco y negro, hoy recuperada en velocidad "normal", gracias al DVD, pero antaño acelerada por la cadencia del rodaje a mano, sigue siendo un prodigio, un derroche de imaginación, una miniatura de maestría del cine, condensada en apenas veinticuatro minutos.
Un placer para la vista y la mente, una obra maestra intemporal.

Tráiler: No existen tráilers de películas de cine mudo, al menos no de la época, y mucho menos de cortometrajes. De modo que aquí tienen La Calle de la Paz completa. Pasarán con ella veinticuatro minutos inolvidables.