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Que Empiece la Fiesta, de Niccolò Ammaniti

El devenir de los modos de la sociedad posmoderna ha propiciado una contemplación entre estupefacta y preocupada de ciertas actitudes que siempre se habían asociado a los nuevos ricos y que han sido admitidas y admiradas como si constituyeran modelos de comportamiento. Aunque siempre es difícil establecer diferencias que suelen ser tópicas (y basta echar un vistazo a lo que sucede en España con su clase política y lo que estuvo de moda denominar, muy significativamente, como "gente guapa"), ciertamente en Italia este fenómeno de la corrupción y cierto orgullo de ser corrupto, intrascendente, superfluo y vacío siempre ha tenido un aire grotesco, felliniano, que ha hecho que ese país se convirtiera en la paja (o la viga) en ojo ajeno y el hazmerreír del resto de Europa (e insisto, vigas de estas las tienen metidas hasta el nervio óptico todas las sociedades que se escandalizan de Berlusconi, de Beppe Grillo, del papa, de Tangentópolis y de tutti quanti).
La literatura, siempre vigilante, ha sabido responder con la denuncia a estas actitudes; en serio, como Sciascia, Montanelli, Camilleri o Saviano, o mediante el humor y la sátira, como esta Que Empiece la Fiesta de Ammaniti.
Como declaración de intenciones, y para recalcar que nada está libre de esta estulticia de la fama y el dinero, uno de los protagonistas es el escritor Fabrizio Ciba, un imbécil de éxito con todos los vicios del tipo que ha decidido ejercer la estafa mediática en la esfera literaria, un fenómeno más común de lo que se cree. El otro protagonista es Saverio Moneta, alias Mantos, líder de la secta satánica más ineficaz de Italia.
Y el marco en el que se desarrollan los acontecimientos es la fiesta que el especulador inmobiliario Salvatore Chiatti organiza en su finca (en pleno centro de Roma) del parque de Villa Ada, parque comprado a la municipalidad con todos los pronunciamientos de un chanchullo. Una fiesta a la que acude el "todo Italia" y cuyos momentos centrales son las cacerías del zorro a caballo, las del león con batidores y la del tigre a lomos de elefante. Una fiesta que acontecimientos imprevistos convertirán en catástrofe.
En el transcurso de esta novela, divertida e incisiva, Ammaniti se dedica a retratar la horterada, el despilfarro ostentoso y superfluo, la estulticia de los famosos, el culto a unos idiotas cuyo mérito es haber alcanzado la fama mediante méritos dudosos o inexistentes, la eterna connivencia entre política y dinero, y todas las variantes del caro oropel que deslumbra a la mayoría y que constituye, a la vez, una estafa y una burla a la ética y la decencia humana.
No nos engañemos, esto ha existido desde que el mundo es mundo, pero el hecho diferencial de nuestras sociedades actuales es que hoy se muestra en público sin vergüenza o, mejor dicho, con una desvergüenza total. Ammaniti lo sabe muy bien, y así, cuando Ciba es amenazado de chantaje por un video sexual, un amigo suyo, cirujano plástico de éxito, le dice: «El tiempo de hacer el ridículo se ha terminado, está muerto y enterrado. Los ridículos ya no existen, se han extinguido como las luciérnagas. ¿Que no los ves, a todos estos? Nos cubrimos de mierda, felices como cerdos en la cochiquera. [...] Eso que tú llamas ridículos son salpicaduras de esplendor mediático que dan lustre al personaje y que te hacen más humano y más simpático. Cuando ya no existen reglas éticas ni estéticas, los ridículos van de capa caída.» De hecho, Ammaniti resuelve bien el mayor problema que hubiera podido tener esta novela, y es que por muy ridículos ética y estéticamente que hubieran sido los personajes, jamás hubieran superado a las personas reales que vemos cada día en televisión. De modo que procede con contención y, sospecho, se limita a cambiar los nombres de una serie de mediáticos, pintándolos tal como son, ni más ni menos.
Esta novela es en parte una venganza, una catarsis frente al insulto ético y estético que representan estos impresentables, pero también una advertencia. Porque estos imbéciles, en realidad, viven de nosotros, de nuestra atención y de nuestro dinero. Y sólo nosotros podemos decirles que la fiesta se ha terminado.

(Che la Festa Cominci)
Ed. Anagrama, col. Panorama de Narrativas
Barcelona, 2011 [2011]

Portada y sinopsis

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Come Dio Comanda, de Niccolò Ammaniti

Arnoldo Mondadori Ed., col. Scrittori Italiani e Stranieri
Milán, 20063 [2006]

Es un curioso ejercicio comparar este Como Dios Manda con Io non Ho Paura; las similitudes son evidentes, tanto que ambas obras parecen las caras de una misma moneda, pero teniendo en cuenta que la una es el reverso de la otra.
Ambas comparten la bien conocida premisa de que cuanto más corrupta es una sociedad más corrupto es el individuo.
En una landa marginal y suburbial viven Rino Zena y su hijo Cristiano, una pareja que forma una familia tan desestructurada como pueda haber, que mantiene una unión basada en el amor paternofilial, pero también en un odio profundo contra toda la sociedad, que ven ajena y agresiva. Así, sólo tienen dos amigos: Cuatro Quesos, un marginado retardado después de haber sufrido una descarga de alta tensión, y que tiene toda la apariencia del loco inofensivo pero que va acumulando todos los desprecios y mofas que le hacen en una psique aislada y propia que amenaza con estallar en cualquier momento; y Danilo Aprea, que vio morir a su hija en el asiento trasero de su automóvil debido a una concatenación de defectos industriales y mala fortuna, una muerte que le obsesiona y que le ha causado la ruptura de su matrimonio, algo que nunca ha acabado por asumir y aceptar, y un alcoholismo galopante, que por supuesto cree que controla.
En esta acumulación de odios y desesperanzas que se realimentan entre sí, pasar de la pequeña delincuencia al gran delito representa un paso muy corto. Así, acuerdan lanzar un vehículo pesado contra un banco y llevarse el cajero automático entero. Pero, en una noche en la que diluvia, un hecho mínimo provocará una cadena de acontecimientos trágicos para todos.
Donde en Io non Ho Paura teníamos un padre fundamentalmente honrado que se abocaba a la delincuencia para que su familia viviera mejor, aquí tenemos un Rino brutal, nazi y xenófobo cuya visión de la vida pasa por la violencia y una eterna revancha contra una sociedad que ve como enemiga. Donde había un hijo normal, bueno e integrado, aquí hay un Cristiano que desearía serlo pero que es un marginado por desconfianza hacia los demás y por seguir a su padre, al que admira, aunque con unas dudas existenciales enormes al respecto de llegar tan lejos en el odio.
Es en la descripción del ambiente que crea estas personalidades donde Ammaniti llega a sus más altas cotas: la miseria e incultura permanente (reforzada por una televisión omnipresente como un personaje más, que sólo mantiene el status quo mediante el atontamiento de los espectadores) que hacen que la vida se vea como una lucha continua contra los demás y la violencia sea un mecanismo compensatorio. La incapacidad de los mecanismos sociales, no en ayudar o remediar, sino en comprender a los que pretende proteger e integrar. El abismo entre estos mecanismos sociales y la sociedad en sí, con actuaciones totalmente divergentes.
El ejercicio que propone Ammaniti es duro: comprender a alguien fundamentalmente despreciable, compadecer a un niño del que sospechamos ya es demasiado tarde para que tenga una posición estable en la sociedad. Entender a un loco al que, en definitiva, nosotros somos quienes hemos dejado suelto y al que, al menos en parte, nosotros hemos vuelto psicopático por acumulación.
Las cosas se hacen como Dios manda. Pero, nos dice Ammaniti, en realidad Dios no manda hacer nada. Somos nosotros los responsables, en parte porque no hacemos lo que fundamentalmente manda Dios y en parte porque esperamos que alguien nos diga qué manda Dios realmente. Y uno sospecha que, para que le hiciéramos caso, ese alguien tendría que ser el propio Dios.

Portada y sinopsis de la edición italiana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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Io non Ho Paura, de Niccolò Ammaniti

Einaudi, col. Tascabili Stile Libero
Turín, 200118 [2001]

En un verano caluroso, en un villorrio apenas poblado del sur de Italia, seis niños juegan y exploran el campo; Michele Amitrano describe estos juegos, las relaciones con sus compañeros, las vivencias del día a día de unas vacaciones en su pueblo de residencia. Hasta aquí, todo normal; parece que nos hallamos ante una novela descriptiva, de experiencia, tal vez de rito de paso.
Hasta que, de repente, Michele descubre un secreto terrible: en un zulo en una casa abandonada, encadenado, hay un niño secuestrado. Y los secuestradores son el padre de Michele y unos cuantos adultos del pueblo, a los que conoce de toda la vida.
El género de terror (y esta novela puede inscribirse en él, no por la entrada de lo sobrenatural, sino por la crudeza de las descripciones) procede por la búsqueda de puntos de presión fóbica sobre los que actuar, por una parte y por la magnificación de hechos (la exageración, si quieren) que pueden no ser normales, pero que son analogías o metáforas de otros qu sí lo son.
En este caso, lo que Ammaniti cuenta en esta Yo no Tengo Miedo es la contradicción intrínseca que constituye tener unos padres delincuentes o crueles, no para con el protagonista, pero sí para otras personas; unos padres a los que se debe rechazar moralmente, pero a los que es imposible que un hijo deje de amar.
Se trata de una contradicción que no puede pasar por una elección moral, una que trata con una ambigüedad casi irresoluble y que provoca una tensión psicológica terrible. Y cuando hablamos de analogía queremos decir que el género, y la literatura en general muchas veces procede declarando un discurso determinado, pero que en realidad tiene mayor alcance: puede parecer que esta contradicción entre el amor a las personas y el odio a sus acciones pueda tener fácil resolución en el caso de un secuestro infantil; no se apresuren en sus conclusiones al respecto. Y piensen, además, en las otras analogías que sugiere esta situación: los hijos de traficantes de droga; de pequeños delincuentes; de terroristas; o, simplemente, los hijos de un padre maltratador.
Ammaniti, siguiendo una tradicción que ha proseguido en el género moderno, nos presenta un escenario de normalidad, descriptivo, verista, y entonces nos arrastra por los cabellos a una situación que pervierte esta normalidad y la convierte en tensa, la transforma en pesadillesca. Lo hace con clase y con dominio, y no es ocioso que el redactor de contraportada se refiera a Clive Barker, al Mark Twain de Las Aventuras de Tom Sawyer y a las Fábulas Italianas de Italo Calvino. Tal vez su único punto débil sea un final críptico y suspensivo, que hace que la novela, en este término, cojee un poco. Pero este hecho no empaña lo que ha precedido a esta conclusión, y eso que antecede es una novela con una gran carga psicológica, de gran tensión, bien estructurada y narrada a gran altura y que provoca, por su texto y por sus implicaciones, la reflexión del lector.

Portada y sinopsis de la edición italiana