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La Suerte de Jim, de Kingsley Amis

Comentando la obra de su hijo Martin Amis ya dijimos que la sátira corría por sus venas como parte de la herencia familiar.
La más famosa sátira de Kingsley Amis es La Suerte de Jim, pero lo cierto es que no se había traducido jamás al castellano. Tal vez se la viera como una novela demasiado inglesa, y tal vez como demasiado dependiente de una cierta época de la historia inglesa. Es muy posible que este fuera el principal inconveniente, y que para ser comprendida del todo necesitara de una introducción a la época y la sociedad inglesas (de la que sigue careciendo). Porque lo cierto es que, aparte de la historia directa del Jim Dixon del título, esta novela puede ser leída como una metáfora de la Inglaterra del momento, como una crítica feroz de un carácter inglés empeñado en mirarse al ombligo sumergido en los ritos de un pasado ya desvanecido.
Veamos, en 1953 Gran Bretaña acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial (entendida como algo que se prolongó más allá de 1945 en las restricciones materiales e incluso alimenticias), un conflicto en el que había entrado como potencia mundial y del que había salido como un cero a la izquierda en el plano internacional. La descolonización avanzaba a toda máquina; en 1948 se habían perdido la India y Pakistán. Gran Bretaña era una isla extraña que vivía del cambio de la guardia, las ceremonias de la monarquía, las regatas de Oxford y Cambridge y los uniformes y ritos de escuelas y universidades, unas reliquias ciertamente pintorescas, pero en el fondo curiosidades inoperantes en un mundo en el que el sistema de valores había cambiado irremisiblemente. Lejos en el futuro estaban la aparición de los Beatles, Carnaby Street y el Swinging London, que serían los nuevos iconos británicos.
Jim Dixon es un mediocre profesor de historia en una provinciana universidad de provincias (y no es una redundancia). Su presente y su futuro están claros: como se le ocurra destacar académicamente por encima del rector perderá su trabajo. Como resulte demasiado popular entre los alumnos, perderá su trabajo. Como resulte demasiado inútil y se dedique a la buena vida académica, perderá su trabajo. Como surja un escándalo en su vida privada, perderá su trabajo. La mediocridad es su meta, y así tiene que ser, colateralmente, para así proporcionar una educación mediocre a sus alumnos, que así saldrán preparados para enfrentarse  a una vida en la que pasar por la universidad es un signo de distinción, no algo que les haga mejores. Y así, pasa su vida en aburridos conciertos y jornadas culturales universitarias, relacionándose con el mundillo de la facultad, tan mediocre y esnob como la universidad misma y, para acabar de complicarle la vida, manteniendo una especie de noviazgo con Margaret, histérica que lo mantiene comprometido mediante el intento de suicidio que tuvo al romperse una relación anterior con otro hombre, pero que con Jim mantiene tan sólo una apariencia de compromiso sin, desde luego, sexo (y ni tan siquiera demasiadas familiaridades).
Pero Jim no es así. Tiene que sobrevivir y necesita el empleo, pero aún así hay una rebeldía soterrada en él, y empezará a surgir cuando aparezca Christine, la acompañante del muy lechuguino hijo pintor del rector.
Puesta la novela en contexto, la sátira, tanto la directa como la metafórica, es feroz. La cumbre viene cuando Jim tiene que dar una conferencia sobre la "Vieja Inglaterra" necesariamente elogiosa con los viejo valores, cuando lo que le pide el cuerpo es decir (y lo dirá) que «la verdad sobre la vieja y alegre Inglaterra es que fue el periodo menos alegre de nuestra historia. Sólo los aficionados a la cerámica artesanal, a la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto...»
En 1953, Kingsley Amis estaba hasta el gorro de la vieja Inglaterra; probablemente tan harto como lo estaban las generaciones jóvenes de ingleses, embutidos en una sociedad vagamente victoriana, con una brecha social entre la clase "alta" y la "obrera" y otra generacional, forzados a ritos decimonónicos (o anteriores) y a valores de metrópolis colonial (sin colonias). Una sociedad que miraba con profunda desconfianza toda innovación, todo cambio.
Kingsley Amis fue de los primeros, con esta novela, en pegar una patada a esa arcaica estructura social. No la derribó, pero sí hizo notar el polvillo de carcoma que de ella se desprendía, y prefiguró la reacción de una nueva Inglaterra en esta novela genial e incisiva.

(Lucky Jim)
Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2007 [1953]
Trad. de José Manuel Benítez Ariza

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A través de sus enredos y desventuras, Kingsley Amis traza una sátira brillante de la vida inglesa con una ironía finísima e hilarante.

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Lionel Asbo. El Estado de Inglaterra, de Martin Amis

Lionel Asbo, el personaje central de esta novela, en realidad no se apellidaba así. En un giro que los lectores británicos pueden captar casi de inmediato, ASBO son las siglas de Anti Social Behaviour Order, Orden contra el Comportamiento Antisocial. Lionel Pepperdine cambió de apellido legalmente cuando obtuvo una de esas interdicciones a tan temprana edad como para marcar un récord nacional de precocidad, un hecho del que se siente particularmente orgulloso.
Lionel Asbo es el tío de Desmond Pepperdine, quien, huérfano, tiene a Lionel como figura paterna, o más bien antipaterna. Desmond, inmerso en el mundo de Diston Town, un barrio marginal de Londres, es inteligente, sensible y sensato. Su método para salir de la marginalidad que impera en su ciudad, en su familia y en su casa es simple: escuchar atentamente los consejos que su criminal tío le imparte y hacer todo lo contrario. Resulta un milagro, pero Desmond puede así convertirse en un buen estudiante, después en universitario y enamorarse y vivir con Dawn sin tener que recurrir a la delincuencia a la que parecía predestinado.
Un día, a Lionel, que reparte su vida al cincuenta por ciento en meterse en problemas y en pagarlos en la cárcel, le tocan 140 millones de libras en la lotería. Y se opera el cambio. ¿En Lionel? No por cierto. Lionel sigue siendo la mezcla de hooligan y desaprensivo que siempre ha sido, aunque ahora lo es con dinero de sobra y cierta desorientación sobre el mundo que le rodea. No, el cambio se opera en el resto del mundo. La prensa y la sociedad le desprecia como el "botarate con suerte" que es, pero eso no es más que la expresión de una insana envidia. Por lo demás, Lionel está en la cresta de la ola, y sus comportamientos gamberriles son vistos como las excentricidades de un nuevo rico de clase baja. Además de reírle las gracias, el dinero abre puertas, el dinero lo compra todo (o casi); el dinero no le hace respetable, pero sí respetado. Y Desmond, que nada quiere de esta fortuna y que tiene cierto cariño por su antipadre, intenta seguir su vida sin que Lionel le transforme.
Hay muchas más cosas y circunstancias en esta novela; Amis no es un narrador que se aferre sólo a una idea, y por eso el lector encontrará varias subtramas más, perfectamente integradas. Pero en cuanto al objeto principal de esta novela, la frase "Estado de Inglaterra" no se refiere, por supuesto, al concepto de estado como nación, sino al estado de cosas del país. Desde antes de nacer incluso, puesto que su padre, Kingsley Amis, fue también un excelente narrador que puso en solfa la sociedad del Reino Unido en sus novelas, Martin Amis, decía, desde siempre ha ejercido una sátira de la sociedad británica, con un humor tan ácido que resulta corrosivo.
Y en esta novela lo que hace es pasar revista a los modelos de popularidad y poder que predominan en el Reino Unido. La adoración de la prensa por el gamberrismo y los excesos, siempre que vayan acompañados de dinero. El pozo sin fondo de iniquidad que representan los barrios bajos y deprimidos, en los que se priman modos de comportamiento. la asunción de ese modelo de inglés, bebedor, juerguista, gamberro, inculto por elección, mal hablado y delincuente marginal que no sólo es visto como normal, sino con un punto de orgullo y de gracia.
Esta es una novela humorística. Extrema, delirante a veces. Pero tan convincente en sus ambientes que siempre sobrevuela en el lector la impresión de que es pavorosamente real. No hay más que leer los tabloides ingleses para acentuar esta impresión.

(Lionel Asbo. State of England)
Ed. Anagrama, col. Panorama de Narrativas
Barcelona, 2014 [2012]

Portada y sinopsis


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El Enredo de la Bolsa y la Vida, de Eduardo Mendoza

En esta ocasión, las aventuras del loquito innominado que protagoniza las hilarantes aventuras que Mendoza escribe con menos frecuencia de la que desearíamos sus lectores, le llevan a la Barcelona de mediada la crisis económica (si es que 2012 era el punto medio de la crisis, que está por ver). Su búsqueda de un antiguo compañero de manicomio, tan mal atracador como el protagonista es mal detective, le hará recorrer una ciudad poblada de bares vacíos y llena de turistas, con bazares chinos que han reemplazado todo el comercio tradicional y estatuas vivientes, músicos ambulantes y pizzeros sin seguro como principales trabajos.
Desde que Mendoza excarceló del manicomio al protagonista, sus aventuras ya no son las salidas de un Don Quijote contemporáneo que contemplara los cambios de la ciudad con un estupor asombrado y una admiración desconcertada, sino incursiones en un mundo real que más bien parece de locos y en el que mejor no permanecer mucho tiempo, so pena de volverse tan idiota como las gentes que lo pueblan.
Si bien se ha perdido un toque de ingenuidad a lo Cándido, se ha ganado en ferocidad en la sátira que, mediante la bendita exageración, se vuelve retrato y paisaje, sin que se pueda decir que se aleja de la realidad.
«Era admirable ver cómo aquellos potentados, tan duramente golpeados por la crisis financiera como acababa de saber leyendo un trozo de periódico, seguían manteniendo la apariencia de derroche y jolgorio con el único fin de no sembrar el desaliento en los mercados bursátiles.» Se lo crean o no, con otras palabras, claro, este mensaje se transmitió en su momento a la sociedad, diciendo que había que mantener el nivel de consumo para no "enfriar" la economía y porque si guardábamos el dinero iba a ser peor. Bueno, pues esa es la clarividencia de Mendoza en su visión novelística del mundo. Con conceptos de origen tan demenciales como este, que Mendoza consiga darles una vuelta de tuerca más hacia la sátira es prodigioso. Claro que a ello ayuda ese lenguaje, cervantino y refinado, que el narrador prodiga y que convierte en humorístico el mundo, amén de emparentarlo con la novela picaresca y la sátira del Siglo de Oro. Es una combinación única y en extremo eficaz, que muestra no sólo maestría literaria sino también una creatividad desbordante (los nombres de establecimientos y personajes son antológicos, por ejemplo).
Pero sobre todo es su visión del mundo la que es extraordinaria. De una sociedad que creemos normal y en realidad es más majareta que los antiguos internos del manicomio. Un sistema social que está para que lo encierren, y a nosotros nos den una cura de reposo y un gramo de cordura. Reírse con las novelas de Mendoza es muy sano; en definitiva, es reírnos de nosotros mismos, y nada es mejor para el espíritu que eso.

Ed. Seix Barral, col. Biblioteca Breve
Barcelona, 20125 [2012]
Serie del loquito detective nº 4

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Una sátira genial, como las que sólo Eduardo Mendoza sabe hacer.

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Periodismo en Tennessee, de Mark Twain

Uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana moderna, Mark Twain fue también un humorista de mérito, tanto en su vertiente cómica sin más como en la vena satírica.
En el relato que hoy les presento, y que pueden leer en los enlaces que figuran al pie de esta reseña, nos encontramos a un periodista que, necesitado de reposo y tranquilidad, va a Tennessee para encontrarla. Nada más lejos de la realidad. Su primer trabajo, encontrar errores y omisiones en los periódicos hermanos, es denostado por su director. Los periódicos no son hermanos, sino enemigos. Y feroces, porque de inmediato se suceden una serie de atentados, duelos y peleas a cuchillo entre el director y miembros de la competencia o lectores descontentos con lo que se ha dicho en el periódico de ellos, incidentes en los que el que peor parado sale es nuestro joven reportero.
Aparte Bret Harte, que fue el padre de todos, los que llevaron la literatura y la sátira de esta época a su máxima expresión fueron Twain y Ambrose Bierce. En el relato que nos ocupa la sátira es feroz, y cabe preguntarse si, siendo como era Mark Twain periodista, es tan exagerada como parece de la realidad. Al fin y al cabo, tanto Bierce como Twain también empezaron a dar forma a la mitología del Salvaje Oeste, una mitología cruda, si se quiere, pero que tiene ciertas resonancias con la épica clásica, pero tampoco hay que olvidar que en la época el espíritu de frontera estaba muy presente, la cultura de las armas era universal y la ley era algo que se iba formando conforme llegaba la civilización. De manera que no sería de extrañar que, en un estado donde las pasiones siempre han figurado a flor de piel, los supuestos agravios sobre el papel se resolvieran de forma violenta.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta estas connotaciones mitológicas del Oeste americano, y la importancia de la prensa local en la época (mito o no, la mayoría de westerns tienen en sus pueblos de mala muerte la oficina de un periódico local), se trata de uno de los relatos más satíricamente feroces de Twain, y uno de los más divertidos, una delicia para el lector, que puede disfrutarlo con plenitud viendo la escalada de violencia extemporánea que se desarrolla en sus páginas.

(Journalism in Tennessee)
En Entre la Frontera y el Patíbulo. Humoristas Norteamericanos
Ed. Tiempo Nuevo, col. Insignia
Caracas, 1972 [1871]

Texto en castellano de El Periodismo en Tennessee
Texto en inglés de Journalism in Tennessee

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Nacional II, de Jaume Perich

La prematura muerte de jaume Perich nos privó de un humorista sagaz, inteligente, satírico y lúcido. Se le echa en falta, sobre todo porque siempre fue un hombre comprometido, crítico con todo, pero sobre todo capaz de distinguir ls trampas que desde el poder, invariablemente, apuntan contra el ciudadano, relegándolo al conformismo.
Su obra no ha dejado de estar presente en algunos medio, pero estas recopilaciones que realizó en vida (Autopista, esta Nacional II, Perich-Match...) habían sido descatalogadas, aunque hoy parecen tener una mínima recuperación; sin duda este olvido se debía a la falsa impresión de que eran textos y dibujos coyunturales, producto del pasado. nada más lejos de la realidad. ¿Quieren saber cuál es la sentencia que abre este libro?
Se refiere a lo que entonces era el "Mercado Común", hoy conocido como "Unión Europea", y dice así: «A juzgar por las estadísticas, Grecia, Portugal y España podrían formar los "Encantes Comunes".» No se trata de que la historia se repita, sino de que hemos realizado un viaje de ida y vuelta, regreso a cuarenta años atrás después de unas vacaciones en la europeidad y el estado del bienestar. Pero la frase está ahí, tan veraz e incisiva hoy como lo fue en su día.
En este segundo libro, seguidor de Autopista, Perich sigue usando el modelo que satirizaba, el de Camino de José María Escrivá de Balaguer. En él encontramos sentencias ciertamente coyunturales: «En España sólo hay dos partidos autorizados: los de fútbol y los judiciales.» Puramente humorísticos: «Leí no sé dónde que la policía francesa se basaba siempre en sus investigaciones en la conocida frase: "Cherchez la femme". Los resultados obtenidos con este sistema parece que son los mismos que con otro, pero la policía francesa es la que se lo pasa mejor del mundo.» Irreverentes: «A Cervantes se le llama también "el manco de Lepanto". En su época se le llamaba "el manco 1.235 de Lepanto".» Y algunas que no desmerecerían al mejor Ambrose Bierce: «No ofende quien quiere, sino quien puede. Pero no hay que preocuparse: querer es poder.»
Todo ello proporciona una variedad de sentimientos: el de testimonio histórico de una época, el de reflexión filosófica y política, pero sobre todo el del estímulo del pensamiento mediante el humor. Pocos pueden decir eso, y esos pocos, en otros países, tienen un lugar en el respeto moral e intelectual que brindan las sociedades a sus artistas. Ojalá que con Jaume Perich se haga justicia y sus textos lleguen de nuevo al público y a la memoria colectiva. Y no olviden: «Vivimos en un mundo en el cual sólo existe una respuesta inteligente, a saber: NO.»


Ed. Laia / Eds. de Bolsillo, col. Opinión e Informe / Humor
Barcelona, 1972 [1972]
Prólogo de Manuel Ibáñez Escofet

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Que Empiece la Fiesta, de Niccolò Ammaniti

El devenir de los modos de la sociedad posmoderna ha propiciado una contemplación entre estupefacta y preocupada de ciertas actitudes que siempre se habían asociado a los nuevos ricos y que han sido admitidas y admiradas como si constituyeran modelos de comportamiento. Aunque siempre es difícil establecer diferencias que suelen ser tópicas (y basta echar un vistazo a lo que sucede en España con su clase política y lo que estuvo de moda denominar, muy significativamente, como "gente guapa"), ciertamente en Italia este fenómeno de la corrupción y cierto orgullo de ser corrupto, intrascendente, superfluo y vacío siempre ha tenido un aire grotesco, felliniano, que ha hecho que ese país se convirtiera en la paja (o la viga) en ojo ajeno y el hazmerreír del resto de Europa (e insisto, vigas de estas las tienen metidas hasta el nervio óptico todas las sociedades que se escandalizan de Berlusconi, de Beppe Grillo, del papa, de Tangentópolis y de tutti quanti).
La literatura, siempre vigilante, ha sabido responder con la denuncia a estas actitudes; en serio, como Sciascia, Montanelli, Camilleri o Saviano, o mediante el humor y la sátira, como esta Que Empiece la Fiesta de Ammaniti.
Como declaración de intenciones, y para recalcar que nada está libre de esta estulticia de la fama y el dinero, uno de los protagonistas es el escritor Fabrizio Ciba, un imbécil de éxito con todos los vicios del tipo que ha decidido ejercer la estafa mediática en la esfera literaria, un fenómeno más común de lo que se cree. El otro protagonista es Saverio Moneta, alias Mantos, líder de la secta satánica más ineficaz de Italia.
Y el marco en el que se desarrollan los acontecimientos es la fiesta que el especulador inmobiliario Salvatore Chiatti organiza en su finca (en pleno centro de Roma) del parque de Villa Ada, parque comprado a la municipalidad con todos los pronunciamientos de un chanchullo. Una fiesta a la que acude el "todo Italia" y cuyos momentos centrales son las cacerías del zorro a caballo, las del león con batidores y la del tigre a lomos de elefante. Una fiesta que acontecimientos imprevistos convertirán en catástrofe.
En el transcurso de esta novela, divertida e incisiva, Ammaniti se dedica a retratar la horterada, el despilfarro ostentoso y superfluo, la estulticia de los famosos, el culto a unos idiotas cuyo mérito es haber alcanzado la fama mediante méritos dudosos o inexistentes, la eterna connivencia entre política y dinero, y todas las variantes del caro oropel que deslumbra a la mayoría y que constituye, a la vez, una estafa y una burla a la ética y la decencia humana.
No nos engañemos, esto ha existido desde que el mundo es mundo, pero el hecho diferencial de nuestras sociedades actuales es que hoy se muestra en público sin vergüenza o, mejor dicho, con una desvergüenza total. Ammaniti lo sabe muy bien, y así, cuando Ciba es amenazado de chantaje por un video sexual, un amigo suyo, cirujano plástico de éxito, le dice: «El tiempo de hacer el ridículo se ha terminado, está muerto y enterrado. Los ridículos ya no existen, se han extinguido como las luciérnagas. ¿Que no los ves, a todos estos? Nos cubrimos de mierda, felices como cerdos en la cochiquera. [...] Eso que tú llamas ridículos son salpicaduras de esplendor mediático que dan lustre al personaje y que te hacen más humano y más simpático. Cuando ya no existen reglas éticas ni estéticas, los ridículos van de capa caída.» De hecho, Ammaniti resuelve bien el mayor problema que hubiera podido tener esta novela, y es que por muy ridículos ética y estéticamente que hubieran sido los personajes, jamás hubieran superado a las personas reales que vemos cada día en televisión. De modo que procede con contención y, sospecho, se limita a cambiar los nombres de una serie de mediáticos, pintándolos tal como son, ni más ni menos.
Esta novela es en parte una venganza, una catarsis frente al insulto ético y estético que representan estos impresentables, pero también una advertencia. Porque estos imbéciles, en realidad, viven de nosotros, de nuestra atención y de nuestro dinero. Y sólo nosotros podemos decirles que la fiesta se ha terminado.

(Che la Festa Cominci)
Ed. Anagrama, col. Panorama de Narrativas
Barcelona, 2011 [2011]

Portada y sinopsis

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El Compromís, de Sergei Dovlatov

Sergei Dovlatov, que fue "invitado" a irse de la Unión Soviética después de haber estado en la cárcel, haber sido guardián de campo de prisioneros, desempeñado un sinnúmero de oficios y haberse mostrado siempre irremediablemente crítico e irónico con el sistema soviético, también fue periodista.
En Estonia, nada menos. Si cito el lugar es porque, a las dificultades de escribir en la prensa soviética sin acabar represaliado, en Estonia se unían las sensibilidades de un pueblo cuyas vicisitudes no han sido precisamente bien vistas desde Moscú, lo cual añadía un riesgo más al oficio.
Dovlatov narra en esatas páginas esas vicisitudes, esos compromisos que tuvo que aceptar para seguir ganándose unos rublos a cambio de escribir la literatura periodística que consumían los ciudadanos en el día a día, es decir, algo tan parecido a la realidad como un cuento de hadas.
Pero, ya se sabe, a Dovlatov la irreverencia le salía por los poros, de manera que su destino fue, por muchos compromisos que aceptara, o negociara, y pese a ser considerado el mejor escritor de la redacción, el despido y la sugerencia de que hiciera "prensa obrera", es decir, que se pusiera a trabajar en una fábrica y escribiera sus vivencias dentro de las normas del estajanovismo. Dovlatov narra estos artículos particularmente alejados de la realidad, y los contrapone a cómo fueron escritos y a la misma realidad que se ocultaba tras esas auténticas piezas de ficción resultantes.
El resultado es, a veces, incongruente, a veces insólito, casi siempre humorístico, en esa clase de risa que es la que se expresa por no llorar. Como por ejemplo el artículo escrito para celebrar el nacimiento del ciudadano número 400.000 de Tallinn. Bueno, en primer lugar no era el número 400.000. La población de la capital era una estimación. En segundo, que ese bebé nacería "casualmente" la víspera del aniversario de la liberación de Tallinn (la víspera y no el mismo día, preferiblemente a las doce de la noche, para dar tiempo a la publicación). Tercero, el bebé será sano. Cuarto, se llamará Lembit, por un héroe del pueblo; porque, por supuesto, una niña no es apropiada.
Dovlatov se presenta en la clínica, y allí empieza su particular via crucis kafkiano con el director de la misma. El primer nacido que reúne las características es, digamos, de color chocolate, hijo de una obrera y un estudiante etíope en la escuela naval, marxista, eso sí. No vale. El segundo, hijo de un poeta laureado, tampoco, ya que el poeta laureado es judío. El tercero va de perlas, pero para que le ponga semejante nombre al niño se necesitarán unos cuantos rublos y un mucho de vodka.
Y así con muchas otras historias. Hay que destacar la resignación que se entrevé en la población ante un estado de cosas que, en realidad, es un juego de fingimientos perpetuo, aquel de "hago ver que soy un buen comunista" y el de las autoridades que hacen ver que se lo creen. Y el humor, esa ironía que destilan los escritos de Dovlatov, que permite ver los absurdos de no tanto unas situaciones como de todo un sistema.

(Компромисс / Kompromiss)
Labreu Eds., col. La intrusa
Barcelona, 2011 [1981]

Existe edición castellana en Ikusager Ediciones

Portada i sinopsi de l'edició catalana

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Merienda de Negros, de Evelyn Waugh

Es posible que ésta sea una de las novelas más divertidas jamás escritas. Lo que es seguro es que el díptico que forman Merienda de Negros (Black Mischief) junto a su hermana ¡Noticia Bomba! (Scoop) es probablemente la mejor serie de humor de la literatura universal.
Desde luego, cuando una novela se inicia con las palabras «Nos, Seth, emperador de Azania, jefe de los jefes de los sakuyus, señor de Wanda y tirano de los mares, licenciado en letras por la Universidad de Oxford [...]», está declarando una intención satírica más que evidente. Y el objeto de esta sátira es el colonialismo en todas sus formas.
La novela se abre con la incertidumbre del resultado de una guerra por el poder en Azania (un país imaginario compuesto de varias características y paisajes propios del África Oriental); Seth, el emperador, dicta cartas confiadamente mientras a su alrededor todos huyen del ejército que se aproxima a la ciudad, y que puede ser el de su rebelde padre o el del general Connolly, expolicía en Irlanda, expolicía en Sudáfrica y expolicía en las Reservas de Caza de Kenia antes de alistarse como generalísimo de Azania. Seth es un decidido partidario del progreso («Reverso [de la medalla]: la figura del Progreso. En una mano tiene un aeroplano; en la otra, algún pequeño objeto que simbolice una educación avanzada. Más tarde le daré los detalles. Ya me vendrá la idea..., un teléfono podría valer..., ya veremos.»), aunque no parece tener muy claras las prioridades para el progreso de su país. Por allí aparece Basil, un inglés lechuguino y tarambana que será nombrado Alto Comisario para la Modernización, provocando más caos que otra cosa. Estos personajes, junto a los desquiciados enviados de las grandes potencias (diplomáticos de ínfima categoría, o desechos de la diplomacia), ansiosos de hacer figurar su nombre en los despachos de las metrópolis (o por mera ignorancia de dónde están viviendo), prácticamente provocarán un follón tan enorme como para hacer de Azania un problema internacional. Y cuyas consecuencias, en la más pura tradición del humor inglés, serán imprevisibles.
Quien tenga la tentación de pensar que esta novela es un mero chiste sobre los "pobres negritos" hará bien en desechar con rapidez esa conclusión. Waugh satiriza absolutamente todo, desde el colonialismo más acérrimo y el paternalismo de las metrópolis hasta la idea de falso progreso imbuida por los blancos en los países africanos (una mera extensión de la política de dependencia, y muchas veces expolio, de las colonias). Critica el aventurerismo inglés, los alambicamientos diplomáticos (y su reverso, la tendencia a considerar que esos pobres países son cementerios de diplomáticos de los que de otra manera sería imposible deshacerse). Critica la pasividad con la que muchos africanos aceptaron una idea de civilización imposible, y que los convertía en meras caricaturas de europeos. En definitiva, critica la rigidez mental colonial, que hacía imposible toda comprensión de los colonizados y que no veía más allá del beneficio inmediato.
Un texto como este, «Proclamó la abolición de la esclavitud y fue cálidamente aplaudido por la Prensa europea; la ley se expuso de forma destacada en toda la capital, en inglés, francés e italiano, para que todos los extranjeros pudiesen leerla; jamás se promulgó en las provincias ni se tradujo a ninguna de las lenguas nativas; el antiguo sistema continuó en vigor sin trabas, pero se había evitado la intervención europea.» puede parecer sardónico, pero tiene un sonido tal a realidad que su exposición humorística no hace sino elevar el tono de la crítica.
Evelyn Waugh, delicado autor de obras como Retorno a Brideshead, parece otro en sus novelas humorísticas, hasta que uno cae en la cuenta de la exquisita estructuración, la perfección argumental y el profundo y sabio uso del lenguaje. Entonces se descubre que el excelente narrador Waugh lo era en todas sus vertientes. Si se tiene en cuenta que el humor es un género poco cultivado (y difícil), esto hace de Evelyn Waugh una de sus grandes figuras, que ha provocado imitaciones pero a la que nadie ha desbancado jamás.

(Black Mischief)
Ed. Anagrama, col. Panorama de narrativas
Barcelona, 19852 [1932]
Trad. de Juan García Puente

Portada y sinopsis

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El Silbo de la Lechuza, de Ignacio Aldecoa

En una pequeña ciudad de provincias española, unas mujeres cotillean todo, absolutamente todo lo que sucede. E intervienen en las vidas de los demás, haciéndolas imposibles y, en realidad, dominando toda la vida de la ciudad, o por lo menos la vida que a ellas les parece que se sale de "sus" cánones. Pero no crean que son unas cotillas cualquiera. Son de esas que tienen un espejo retrovisor atornillado en la baranda del balcón, y que usan magnetófono. De hecho, ellas mismas se denominan "la organización".
Frente a esta tiranía, algunos tratan de resistir, pero en vano. Todo lo que hacen puede ser contrarrestado por estas mujeres (que, simbólicamente, Aldecoa denomina «el aquelarre de la calle Libertad, número 4, piso primero izquierda).
El Silbo de la Lechuza es un relato sorprendente, en primer lugar porque parece alejarse de los temas habituales de Aldecoa, y segundo porque su tratamiento es humorístico, cómico, como de sainete. Aunque en realidad, y conforme avanza la historia, los tintes viran a lo tragicómico. Sin embargo, hay un párrafo final. Y ese párrafo modifica toda la intención de lo expuesto anteriormente. En ese párrafo, en el que se expresa la continuidad, la futilidad y, por fin, la inevitabilidad de la muerte, Aldecoa transforma el relato humorístico en una sátira feroz de las costumbres provincianas (y no tanto, hay insinuaciones de que lo que se relata podría haberse trasladado a una gran capital), de la inutilidad de una clase media establecida en el franquismo y que tiene como diversión espiar a sus vecinos y evitar ser espiados; sin pensar, sin razonar, sólo por poseer una tenue sensación de control. Control de qué... Pues de las vidas de los demás. Si bien podría entenderse esto como una metáfora del propio franquismo, la situación es demasiado ridícula, demasiado burda como para que no creamos que en realidad el punto de mira se pone más bien en una clase social demasiado ociosa, e inútil en su ocio.
Aldecoa siempre escribió en el borde de lo permitido (y tuvo sus problemas con la censura), y siempre tuvo que lidiar con metáforas e intenciones que debían entreverse, leerse entre líneas, más que declararse. En este relato divertido, sorprendente, no dejó de incluir una sátira feroz que añade valor hitórico y de compromiso a un relato ya de por sí maestro.

En Cuentos Completos 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1965]


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Con Legítimo Orgullo, de Julio Cortázar

La ironía es parte integrante de muchos de los textos de Cortázar. Y cuando se trata de política, más. En este caso, la ironía se centra en los mecanismos de control del individuo y en el engaño colectivo de la sociedad, que hace cosas pensando que sireven para algo, cuando en realidad tienen un fin muy distinto.
El día después de la festividad de difuntos, toda una nación se pone a barrer las hojas caídas de los árboles. Cuando decimos toda, queremos decir toda. Hombres, mujeres, niños, ancianos, todos participan en este ritual estrambótico, que se vuelve cada vez más extraño cuando vamos descubriendo que es el gobierno quien distribuye las tareas, y otorga una tarjeta de cumplimiento de este deber cívico, que es controlado por las autoridades y cuyo incumplimiento o ineficiencia conlleva castigos como el de ser enviado a las selvas del norte. La extrañeza crece cuando se nos desvela que el método no es el de pillar una escoba, barrer y recoger las hojas, sino que se emplean mangostas, que atacan las hojas caídas rociadas previamente con esencia de serpiente... Y el relato se va haciendo cada vez más estrambótico, más irreal dentro de una realidad plausible, y más cuando descubrimos que, según el gobierno, las expediciones al norte son para recolectar esa esencia de serpiente, pero que esas selvas no son precisamente las del país en cuestión, sino las del vecino, que no se muestra muy de acuerdo en esa intrusión territorial.
El relato completo lo pueden leer en el enlace al pie de esta reseña. Comprobarán así que lo que parece una humorada (y lo es: una humorada sangrante en su sarcasmo, en su sátira de los métodos de control social) va desembocando cada vez más en una fábula sobre el material y las motivaciones con las que se hacen las guerras. Porque en definitiva, el lector avisado descubrirá que todo ello no es sino una excusa para justificar ante la población y a la vez mantenerla ignorante de que el auténtico motivo es un conflicto territorial.
A partir de aquí, sólo cabe hacer una lectura poliédrica del relato, parándose en la ironía y el humorismo de la situación, pero a la vez aceptar la invitación a pensar que nos hace Cortázar sobre si los motivos de cualquier cosa propuesta por los estados (el mismo Cortázar hubiera escrito Hestado, quizá) son reales o sólo una ficción absurda para el adormecimiento de conciencias. En este sentido, es programática la frase inicial del relto: «Ninguno de nosotros recuerda el texto de la ley que obliga a recoger las hojas secas, pero estamos convencidos de que a nadie se le ocurriría que puede dejar de recogerlas».

En Los Relatos 1.Ritos
Alianza Ed., Col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 1976 [1967]

Originalmente integrante de La Vuelta al Día en Ochenta Mundos

Texto de Con Legítimo Orgullo

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Confidencias de un Chorizo, de Juan Marsé

Ed. Planeta, col. Fábula
Barcelona, 19772 [1977]
Ilustraciones de Kim

Jamás reeditada, coyuntural, circunstancial dentro de la obra de Marsé, si se quiere, sin embargo esta obra presenta el interés de ser una visión humorística y comprometida de su autor respecto a una época concreta de la historia de España, como fue la de la pretransición.
Hasta cierto punto es comprensible que el propio Marsé no desee volver a tenerla en el mercado. Marsé colaboraba por aquel entonces en una de las grandes y añoradas (y secuestradas y perseguidas) revistas de humor que han existido en nuestro país, Por Favor. En ella, realizó una serie de artículos (que, por lucidez, parecen editoriales), tan surrealistas como la españa del gobierno Arias Navarro, que para aquellos demasiado jóvenes o demasiado desmemoriados, representaba, no el franquismo después de Francoa, sino el franquismo sin el Franco físico pero con Franco presente en pensamiento, palabra, obra y omisión. Digo que es comprensible porque Marsé es un escritor lo bastante consciente como para no republicar una obra que, hoy día, necesitaría ciertas notas al pie para que las nuevas generaciones (o, insisto, también las desmemoriadas) comprendieran de qué se estaba escribiendo.
Sin embargo, es una lástima. Ya en su día "El Vampiro de la Sagrada Familia" fue antologado como una pequeña obra maestra del humor contemporáneo. Leídas en su totalidad, algunas otras de estas confidencias merecerían perdurar.
La composición de este volumen es la que promete el título. Un ladrón surrealista confidente de la policía informa a un comisario (descaradamente franquista y que luego será sólo descaradamente "de orden") sobre las cosas que suceden en el día a día de la calle: los fachas campamdo por las calles, los secuestros de libros, las esperpénticas declaraciones del gobierno, la censura, el nacionalcatolicismo, las manifestaciones (y la estopa que se repartía en ellas), las balas perdidas (o las balas al aire que acababan en el vientre de alguien en una época curiosa de perversión de las leyes físicas, en la que, en palabras del Perich, alguien quemaba los bosques, pero las librerías no; las librerías ardían solas), etc.
Si creen que Marsé podía tratar estos temas a las claras, se equivocan. Con la censura funcionando a tope, Marsé tenía que decir silbando lo que no se podía decir hablando. Pero lo silba muy bien. La acidez, el humor irónico y satírico y la referencia constante a la realidad revelan y reflejan una época tan surreal que no podía expresarse sino con la misma extemporaneidad. Es lógico que Marsé no quiera reditar este libro; pero también es una lástima.

Portada y sinopsis en la página oficial de Juan Marsé

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Bill, Héroe Galáctico, de Harry Harrison

(Bill, the Galactic Hero)
Eds. Gigamesh, col. Gigamesh Breve
Barcelona, 2010 [1965]

Les presento una obra maestra de la ciencia ficción, del humor y del antimilitarismo: Bill, Héroe Galáctico.
Hay que tener en cuenta que fue escrita en 1965, cuando el conflicto de Vietnam apenas empezaba, de modo que no se trata de una obra de reacción ante una guerra, ni una sátira de la misma (y me apresuro a decir que, aunque escrita en 1965, no ha envejecido ni un ápice, y conserva su frescura y genialidad). No, en realidad, Harrison, escritor de ciencia-ficción que siempre ha demostrado tener un buen sentido del humor y de la sátira, en realidad lo que quería era realizar una parodia de las novelas "militares" de ciencia ficción, del tipo "La Legión del Espacio" pero, sobre todo, de Starship Troopers / Tropas del Espacio, de Robert A. Heinlein. (Una nota al margen: puesto que Tropas del Espacio es una de esas novelas tramposas y que no comentaría en la vida en este blog (que sólo se ocupa de novelas que me hayan gustado, se lo recuerdo), bueno será un par de antecedentes sobre la misma; primero, la dedicatoria, "A mi sargento, que me hizo un hombre"; segundo, el hecho de que la gente que se emociona con la acción trepidante de esta novela no recuerda que durante tres cuartas partes (o cuatro quintas) el texto se limita a ser una descripción del entrenamiento de las tropas, y la poquísima acción que hay ocupa muy poco en comparación con la extensión del libro. Eso sí, muy bien descrita. Pero es un libro que me aburre por su contenido y me repele por su mensaje militarista. Fin de la nota.)
Pero lo que surgió como una parodia de género, y sin duda gracias a que Harrison conocía el ejército, se convirtió en una sátira antimilitar en toda regla, capaz de situarse en este aspecto al lado del Schweijk de Hasek o de Trampa 22 de Heller.
Todo, absolutamente todo lo militar es puesto en solfa en esta novela, con un humor increíble, una vis cómica inimitable y una perspicacia ante lo satirizable como pocos autores han tenido. La instrucción militar, la rutina de cuartel, la idiotez de los combates, lo demencial de la intendencia militar, las corruptelas, la propaganda... todo.
Cada lector tiene sus escenas favoritas, porque hay muchas. Una de las que yo considero inmortales es la presentación del sargento instructor en el campamento León Trotsky:
«─Soy el sargento Ansiademuerte Drang, y me llamaréis milord o "señor" ─empezó a pasear con expresión torva por entre las filas de reclutas aterrorizados─. Soy vuestro padre, vuestra madre y todo vuestro universo y vuestro más devoto enemigo, y pronto lamentaréis haber nacido. Voy a aplastar vuestra voluntad. Cuando diga "rana", saltaréis. Mi misión es convertiros en soldados, y los soldados son disciplinados. Disciplina significa, sencillamente, sumisión ciega, ausencia de albedrío y obediencia absoluta. Eso es lo único que pido...»
Tengan en cuenta que esto fue escrito en 1965. Estamos a décadas del sargento de La Chaqueta Metálica, el Clint Eastwood de El Sargento de Hierro y otros similares. Es una muestra de lo quintaesencial que resulta esta novela respecto al tema militar. Por poner otro ejemplo:
«─¿Nombre?
─Bill, con dos eles.
─Bil ─murmuró el cabo. Dio un lametón a la punta del lápiz y escribió el nombre en la lista del personal de la nave con letra torpe y redonda─. Las dos eles son para los oficiales; te fodes y a ver si aprendes cuál es tu sitio.»
Insisto, cada lector de esta novela tiene sus momentos cumbre particulares, y es así porque en esas 160 páginas está condensado lo mejor de la sátira antimilitar que se haya escrito. En palabras de Terry Pratchett: "Simplemente, el libro de ciencia ficción más divertido que se haya escrito jamás." Es decir mucho, pero es decir una gran verdad.

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Autopista, de Jaume Perich

Ed. Estela / Eds. de Bolsillo, col. Popular
Barcelona, 19702 [1970]
Prólogo de Luis Carandell

Como dice Luis Carandell en su magnífico prólogo, «el trabajo de Perich [...] tiene hondas raíces en la historia del humorismo catalán pero participa también en igual medida de la desgarrada ironía ibérica. Siendo él bilingüe, su humor también lo es, lo mismo cuando dibuja que cuando escribe las máximas que componen este libro.»
Desaparecido prematuramente, Perich fue un humorista irreductible, negro, comprometido, genial, ácido siempre. Y tal vez su constante combate contra la censura franquista, a la que toreó repetidas veces («Desde hace una temporada la universidad se está volviendo muy gris.»), y su permanente compromiso le han colocado en una posición coyuntural, como si su humor sólo sirviera para ese momento y, sobre todo, contra ese tiempo. Nada más falso. Este Autopista, cuyo título es una parodia sangrante del Camino de Escrivá de Balaguer, se compone de una máximas que por una parte, y convenientemente referenciadas, serían una crónica de la España franquista y el mundo de esa época, y por otra, una serie de pensamientos humorísticos y sarcásticos perfectamente válidos hoy (y uno teme que en un largo, largo futuro). Vean si no:
El trabajador
Si al decir "trabajador" indicamos una clase social, significa que las restantes clases sociales no dan ni golpe.
Un exprimidor
Cuando le pregunten qué es un "exprimidor", piense en naranjas, no en problemas sociales.
El hombre
No es cierto que el hombre sea el lobo para el hombre. El hombre es el hombre para el hombre.
Censura
La "autocensura" ─será por llevar la palabra "auto"─ es la que más atropella al creador.
Literatura infantil
La mayoría de infecciones intestinales de los lobos provienen de haber comido Caperucitas Verdes.
El pesimismo del pueblo español
Una prueba indiscutible del pesimismo del pueblo español lo constituye el jamón de menor calidad: le llamamos "del país".
La oposición
Hay tipos que creen que la mejor oposición es la horizontal, dentro de un ataúd.
La esclavitud
La esclavitud no se ha abolido, se ha puesto en nómina.
Historia
Los soldados de Napoleón llevaban un bastón de mariscal en la mochila y un testamento de soldado en el bolsillo.
La partida
Uno de los inconvenientes de partir de cero, en nuestra sociedad por lo menos, es que se parte hacia atrás.
Es sólo una pequeña muestra de tan sólo uno de los libros del Perich. Imagínense lo que sería una buena antología (ya no pido unas obras completas). Es inútil lamentarse por lo que Jaume Perich hubiese podido escribir hoy día con lo que está cayendo. Pero por lo menos sería de justicia no olvidar lo que ya escribió y ver que las cosas no han cambiado tanto como nos creemos.

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El Napoleón de Notting Hill, de Gilbert Keith Chesterton

(The Napoleon of Notting Hill)
Ed. Pre-Textos, col. Narrativa Clásicos
Madrid, 2002 [1904]
Trad., prólogo y notas de César Palma

Chesterton fue persona notable, autor prolífico y un maestro del humor británico, tanto en el sentido del nonsense como en el del satírico. Esta novela no es una excepción, pero tiene características propias que la hacen original.
En primer lugar, uno podría definirla como una ucronía, puesto que su acción se sitúa en 1984, ochenta años después de ser escrita, si no fuera porque Chesterton no carga las tintas en lo que "podría suceder si", antes bien, el Londres que representa es idéntico, como señala el autor, al de 1904; simplemente Chesterton (del que siempre he sospechado que era un anarquista de orden) hace evolucionar el sistema político británico a una monarquía por sorteo que es la cabeza de una burocracia impersonal que sustituye al legislativo y al ejecutivo. En segundo, que la plausibilidad del planteamiento no importa al autor. Ni el mismo Chesterton cree que el mundo que presenta se vaya a producir.
Y no es que no haya tesis políticas en el libro, pero como señala César Palma, las interpretaciones en este sentido pueden ser perfectamente válidas aun cuando sean divergentes.
En realidad, y está bien señalado, esta novela tiene más puntos de contacto con el Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam que con otra cosa.
En este mundo monótono y tremendamente no-nonsense, el agraciado rey Auberon Quin (y el nombre de Auberon ya lleva connotaciones relacionadas con el Oberón del Sueño de una Noche de Verano) decreta la independencia de las ciudades que componen Londres, estableciendo un complicado protocolo y unos entre demenciales y satíricos ornamentos y regalías. Todo ello una bufonada realizada con y por el espíritu de la bufonada. Pero el humor puede ser y es peligroso: si alguien se lo toma en serio, puede tener consecuencias. Y la consecuencia es que el Preboste de Notting Hill, un idealista como pocos, se toma muy en serio su cargo, su orgullo de barrio y sus prerrogativas. Y, al negarse a una expropiación para la construcción de una avenida, desencadena una geurra entre los barrios londinenses. Todavía más: el resto de los ciudadanos, incluido el rey, empiezan a pensar en sus términos, cayendo en la trampa. La humorada que nadie, ni el rey, se tomaba en serio, entonces se convierte en paradigma, y uno perdurable, puesto que proporciona motivos de identificación a la gente.
A diferencia del Elogio de la Locura, que era más serio y filosófico de lo que podía parecer por su planteamiento, El Napoleón de Notting Hill tiene más carga humorística funcionante, e igual carga filosófica; tal vez porque es difícil leer a Erasmo sin los ojos de una persona del siglo XVI, mientras que Chesterton nos es más cercano. En cualquier caso, los mensajes son similares: nada es peor que el tedio y la monotonía; nada hay más estimulante que el humor; nada es más peligroso que la seriedad extrema; nada tiene tantas consecuencias como la risa, aunque algunas sean imprevistas. Y sobre todo, que ese humor y alegría no pueden ser despreciados y suprimidos. El precio a pagar por hacerlo es excesivo. Porque, como dice Chesterton, «el ser humano no ve ningún antagonismo real entre la risa y el respeto». Entre el humor y la trascendencia, podríamos precisar nosotros.

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Ubú Rey, de Alfred Jarry

(Ubu Roi)
Ed. Cátedra, col. Letras Universales
Madrid, 19972 [1891]
Trad. de José Benito Alique
Ed. de Lola Bermúdez

Jarry, en todas sus obras, pervierte la realidad para transformarla en mito simbólico, con lo que elimina de un plumazo la metáfora concreta para convertirla en universal. Así sucede con Ubú, personaje grotesco y símbolo pantagruélico de los apetitos desmesurados humanos, uno de los cuales es el ansia de poder.
Ubú se ha convertido en figura teatral por excelencia del tirano, que llega al poder por el crimen, se mantiene en él por el crimen y cae de él gracias al crimen pero sin renunciar a éste. Se suele considerar esta obra una comedia bufonesca, lo cual no es exacto, salvo que se vea lo bufonesco en el sentido que tenía ese oficio en las cortes: el de aquel personaje que, burla burlando, podía decir las verdades del barquero por incómodas que resultaran. En efecto, el tono de comedia lo dan los personajes, porque la obra es un drama casi shakespeariano (Ubú Rey podríamos decir que es hijo natural de Macbeth); de hecho, la dedicatoria que reza: "Así pues, el Padre Ubú meneó la pera, por lo que entonces los ingleses le llamaron Shakespeare, y habéis de él, bajo ese nombre, muchas tragedias por escrito", contiene no sólo la referencia directa, sino el juego de palabras con el apellido del bardo de Stratford, y lo convierte en padre de la obra.
Las situaciones que se dan en la obra son dramáticas, y sólo los personajes o su encarnación las vuelven grotescas, lo cual significa una subversión del hombre en el poder, que no por detentarlo o aspirar a él se hace sublime, sino más bien más hombre y más proclive a caer en los apetitos basales que mueven al ser humano. Y es un hecho que Ubú se ha convertido en arquetipo, en figura mítica representativa del dictador o del autócrata. Si, más de cien años desde su creación, la figura del Padre Ubú tiene tan buena salud y se adapta de continuo en todo el mundo, es porque la trasposición de cualquier político o tirano que muestra dejes autoritarios o de ambición encuentra su horma en la figura de este personaje universal.
En el Padre Ubú se reúnen todos los vicios del poder: la avaricia, la tiranía, la ambición, el crimen, el ser desagradecido, el egoísmo, el autoritarismo, la vulgaridad, la incultura y la cobardía. Pocas cimas hay en la literatura mundial como la del Ubú Rey dirigiendo una batalla:
«Venga, señores: Adoptemos las medidas oportunas para la batalla. Permaneceremos sobre esta colina y no cometeremos la torpeza de bajar al llano. Yo me mantendré en el centro, como una ciudadela viviente, y los demás gravitaréis a mi alrededor. Os recomiendo que carguéis los fusiles con tantas balas como quepan en el cañón. Considerad que ocho balas pueden matar a ocho rusos, los mismos que dejarán de importunarme. Colocaremos a los infantes de a pie en la falda de la colina, para que reciban a los rusos y los maten un poco. La caballería detrás, para arrojarse en medio de la confusión. Y la artillería, alrededor del molino de viento aquí presente y sin dejar de disparar sobre el montón. En cuanto a nos, nos mantendremos dentro del molino, y dispararemos con la pistola de phinanzas a través de la ventana.»

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A Sus Plantas Rendido un León, de Osvaldo Soriano

Mondadori, col. Narrativa
Madrid, 1987 [1986]

Reeditado por Seix Barral

Osvaldo Soriano, del que ya hemos visto su puesta en solfa humorística de lo que podríamos llamar "lumpenespionaje" y ciertos tics argentinos en El Ojo de la Patria, vuelve a la carga aquí en la misma tesitura, en este caso sobre la diplomacia y uno de los altos y bajos de la idiosincrasia nacional argentina, la Guerra de las Malvinas.
Porque, en efecto, el león no es otro que Inglaterra y las plantas ante las que está rendido son las de Argentina. Por lo menos durante unos días...
El cónsul argentino en un país africano, Bertoldi, no es ni cónsul. Es un oscuro funcionario eventual que, cuando el auténtico embajador toma las de villadiego sin dar ninguna explicación ni comunicarlo a nadie, asume la representación (y el sueldo) del país sin el menor rebozo. Cuando recibe una nota intimidatoria del embajador inglés, lo primero que piensa es que se ha descubierto su relación con la esposa de éste. Pero no. Lo que ha sucedido es que Argentina ha invadido las Malvinas, de lo cual se entera por la radio. A partir de entonces se empieza a librar otra batalla en el sector diplomático de ese país dejado de la mano de dios, una que va entre la búsqueda del aislamiento de Argentina y el convertir a Bertoldi en un apestado social. Mientras, Bertoldi trama su guerra particular, que consiste en robar la bandera británica y plantar la argentina en la representación del Reino Unido.
La capacidad satírica de Soriano parte de lo general para llevarlo a lo concreto y convertirlo en ridículo. En extremo ácido con todos los temas, no tiene freno en burlarse de los tics de su país, de una manera que no extrañaría que resultaran incómodos para sus connacionales, pero que vistos desde la óptica humorística no quedan más que como eso, unos tics más próximos a lo ridículo que a lo trascendente.
Si las Malvinas son un leit-motiv de la educación patriótica argentina, Soriano nos advierte que el paso del patriotismo a lo patriotero, de lo identitario a lo manipulable, es muy corto. Y ridículo. Tanto como el orgullo de ver ondear la albiceleste en un jardín mientras el representante que no es Bertoldi recibe todas las bofetadas del mundo por parte de los guardias escoceses. Es fácil, pero muy cierto, asimilar a Bertoldi con el hombre medio que cumple, más allá del deber, con su obligación, mientras son otros que jamás aparecen por el escenario de los hechos los que se enorgullecen de ello. Es fácil, pero también muy real.

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Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal

AGEA/Clarín, col. La Biblioteca Argentina, serie Clásicos
Barcelona, 2000 [1948]

Adán Buenosayres, una novela tan fundamental en Argentina como desconocida en España, es todo un mundo en sí mismo. Leyéndola, uno no puede por menos que evocar tanto el Ulises de James Joyce como la Divina Comedia de Dante. Claro está que la ironía y el sentido del humor que preside la novela la aleja, sólo en apariencia, de ambas (siempre he sostenido, y Stanisław Lem conmigo, que el Ulises de Joyce no es más que una monumental broma (escrita con estilo impecable, eso sí) que alguna gente se ha tomado demasiado en serio).
En apariencia también, es la historia de un maestro, entre intelectual e intelectualoide, de sus amores y del ascenso de su alma a la iluminación metafísica y su descenso a los infiernos del desengaño amoroso y la percepción de sus propios defectos y los de la sociedad. En apariencia. Son ya tres menciones a esta palabra, y es que esta novela es polisémica y simbólica como se puede deducir fácilmente del título y nombre del protagonista, a la vez personaje y personificación del primer hombre bonaerense y representación de esta ciudad contradictoria y de extremos.
Establecida en tres partes bien diferenciadas, la primera (de los libros primero a quinto) es un periplo temporal bien señalado de la vida de Adán Buenosayres. Despertar, meditación solipsista, paseo por su barrio y descripción de tipos, visita al salón de su amada y desengaño, excursión con martinfierristas a los arrabales gauchescos o seudogauchescos, al Buenos Aires malevo, una mañana en su escuela y sueño iluminado. He ahí el símil con Joyce: Buenos Aires en dos días, y a la vez, Buenosayres en dos días. Pero con un sentido satírico, sobre todo ante los criollistas y guapiares, en un contraste entre ficción y realidad, que pervade el texto y critica estas mitologías más creadas que reales. Y a la vez sátira de la presunta trascendencia metafísica del protagonista, que es más vulgar de lo que él cree.
La parte central es el famoso Cuaderno de Tapas Azules, con el que Adán pretende desnudar su historia y su alma y, uno supone, impresionar a su amada Solveig Amundsen. ¡Pobre Adán Buenosayres! Por lo visto anteriormente, el contraste entre su vida y su pensamiento es abismal y, por otra parte, nos damos perfecta cuenta de que la pobre Solveig, enfrentada a ese fárrago, no quedaría deslumbrada sino desconcertada ante un texto que invita más a dormitar en el aula que al inflamar de la pasión. Porque fárrago es, pero un fárrago que se convierte en irónico tras haber visto el periplo anterior, la vida real, de Adán Buenosayres.
La tercera parte es un sueño de Adán, uno en el que, guiado por su conocido el astrólogo Schultze, desciende al infierno de Cacodelphia, creado por el propio astrólogo hecho demiurgo, un infierno que no es sino trasunto de Buenos Aires y de sus gentes. Por supuesto, he ahí el símil con la Divina Comedia, y me apresuro a añadir que, por lo menos en el Infierno, la obra de Dante tiene más de Comedia que de Divina, porque era una sátira de su época, una venganza personal y un poema à clef en el que eran identificables personajes contemporáneos de Dante condenados por sus supuestos pecados rectores. Marechal también satiriza aquí a las gentes, aunque más por sus (arque)tipos que por sus apellidos, y muchas veces el humor es desbordante.
No sé definir si esta sátira es doliente o no. Más bien creo que Marechal quiso decir: "así somos, qué le vamos a hacer, y tampoco es como para sentirse tan orgullosos de ello". Más una figuración resignada de unos defectos deplorables pero que, en el fondo, conforman lo que es una sociedad.
Divertida, incisiva y monumental, bien harían los lectores de latitudes más alejadas que las argentinas en leer Adán Buenosayres. La recompensa es grande.

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Vida e Insólitas Aventuras del Soldado Iván Chonkin, de Vladimir Voinovich

(Жизнь и необычайные приключения солдата Ивана Чонкина)
Libros del Asteroide
Barcelona, 20062 [1963-1970]
Prólogo de Horacio Vázquez-Rial

Este título inmediatamente evoca Las Aventuras del Valeroso Soldado Schwejk, y ciertamnente la intención satírica está presente en ambas novelas, pero el método de ataque y los objetivos son diferentes.
La historia es la del soldado Iván Chonkin, que es enviado a custodiar un avión que ha tenido que realizar un aterrizaje de emergencia en la aldea de Krásnoie. Una vez llegado allí, es olvidado por sus superiores. Cuando la invasión alemana, una denuncia llama la atención sobre Chonkin, de modo que la policía política se moviliza para arrestarlo por deserción.
Esta trama argumental, demente pero sospechosamente plausible, sirve para mostrar las contradicciones y ridículos de la burocracia soviética. La diferencia de ataque a la que me refería es que no se centra en la figura de Iván Chonkin, sino que sólo sitúa a Chonkin en un microcosmos que sirve de representación del estado soviético.
Voinovich fue uno de los responsables del paso a occidente de Vida y Destino, de Vasili Grossman y por descontado no pecó de la ingenuidad de éste. Sabedor de con quién se jugaba los cuartos, disidente crítico pero pragmático, Voinovich ni hizo el intento de publicación en la Unión Soviética. Su Vida e Insólitas Aventuras del Soldado Iván Chonkin se publicó en París en 1974, y la reacción fue fulminante: Voinovich fue expulsado del país y después desposeído de la nacionalidad soviética, unas "bendiciones" típicas del régimen de Breznev que probablemente fueran las que esperaba el propio autor, que perdía toda una vida a cambio de la libertad de creación.
Ciertamente la novela cumple con su propósito satírico y humorístico, y la crítica del sistema es demoledora. Como muestra, sólo un pequeño fragmento, que puede referirse al NKVD, la KGB o como quiera denominarse la institución destinada a controlar a la población:
«... se vio en la obligación de asir al viejo insolente por lo que en lenguaje común se llama el cogote y conducirlo al Lugar Apropiado. Acción tanto más justificada si se tiene en cuenta que Svintsov pertenecía a la plantilla del Lugar Apropiado, donde ostentaba el grado de sargento.
»Es posible que los lectores de galaxias remotas, no familiarizados con el orden terreno de las cosas, se hagan la siguiente y legítima pregunta: ¿Qué significa eso de Lugar Apropiado? ¿Apropiado en razón de qué? Por tanto, procedo a la aclaración que sigue.
»En las lejanas épocas que describe el autor existía, ramificada por doquier, cierta Institución de carácter no tanto militar cuanto belicoso que, a lo largo de un dilatado número de años, había venido combatiendo hasta el acoso a sus propios conciudadanos con éxito permanente. Sus adversarios eran muchos, pero carecían de armas, factores ambos que hacían la victoria de la Institución a un tiempo inevitable e impresionante. [...] Semejante estado de cosas se consideraba de todo punto normal aunque, por su parte, piense el autor que no hay motivo para no mostrarse listo, si uno realmente lo es. Como tampoco lo hay para que una persona no hable a su gusto, si cuenta con un interlocutor y un tema en que emplearse. [...] Claro que también hay maneras y maneras de hablar. Uno puede, por ejemplo, hablar de lo que debe o de lo que no debe. Quien habla de lo que debe obtiene cuanto es debido e incluso, a veces, un poco más. Quien habla de lo que no debe va a parar al Lugar Apropiado, o sea, a la Institución citada. Posteriormente observaremos que dicha Institución observaba en su funcionamiento el siguiente principio: golpea a los propios y te temerán los ajenos. De los ajenos no pienso ocuparme, pero, en cuanto a los propios, puedo decir que éstos sí temían. Porque, en efecto, en cuanto los ajenos daban muestras de una agudización de sus contradicciones, de una crisis radical de sus sistemas o de un estado de corrupción generalizado, los propios eran prontamente cazados y llevados a rastras al Lugar Apropiado. Y ocurrió en más de una ocasión que, de puro copiosa la pesca de propios, no había en el Lugar Apropiado sitio para todos ellos.»

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Trampa 22, de Joseph Heller

(Catch 22)
RBA Libros, col. Novela
Barcelona, 2005 [1955]

Es la segunda vez que leo Trampa 22. Esta novela ha sido considerada (con justicia, como explicaré) como un monumento de la literatura antimilitarista y del humor negro, y su título ha pasado a ser una frase hecha de la lengua inglesa. En mi primera lectura no entendía nada; no sólo no tenía el mínimo ápice de humor, sino que ni tan siquiera era coherente en su expresión. En cambio, releída en esta edición, no voy a decir que desde la primera página, pero sí desde la tercera empecé a reírme. Entonces caí en la cuenta de que en la portada (no la cubierta) había una frase: "traducción revisada". Si obvio el nombre de la traductora es porque a partir de media novela tengo la impresión de que la traducción ha sido menos revisada que lo precedente; pero el hecho incontestable es que, de repente, Trampa 22 había recuperado en esta versión no sólo el humor; también la coherencia de la legibilidad.
La trampa 22 del título es un silogismo típico de las organizaciones militares: cualquiera que vaya al combate está loco, puesto que no se preocupa por su supervivencia y, por tanto, no es apto para el servicio, pero pedir la exención del combate en base a esto implica que el individuo se preocupa por su propia seguridad, por tanto está cuerdo y no puede ser eximido de ir al combate. Diabólico.
Yossarian es capitán de bombarderos en una unidad cuyo coronel no hace más que aumentar el número de misiones de guerra necesarias para que las tripulaciones sean relevadas, y Yossarian está harto y al límite de su resistencia. Ha visto morir a demasiados compañeros y sabe que la próxima misión podría ser la "suya". Su inteligente conclusión es:
«─Están intentando matarme ─le explicó Yossarian con tranquilidad.
─¡Nadie está intentando matarte! ─vociferó Clevinger.
─Entonces, ¿por qué me disparan? ─preguntó Yossarian.
─Disparan contra todo el mundo. Quieren matar a todo el mundo.
─¿Y eso qué tiene que ver?»
Trampa 22 es un mosaico de la gente que compone el escuadrón de bombardeo que forma un cuadro, entre demencial, absurdo y humorístico, de un colectivo humano que representa las variadas respuestas frente a la guerra; relatada de forma peculiar, como líneas que se entrecruzan en hechos determinados, esta no linealidad contribuye a poner el acento en situaciones y caracteres concretos, pero sin perder de vista el fenómeno colectivo.
No es una historia personal, por mucho que Yossarian sea el personaje que une estas visiones. De hecho, es la historia de un absurdo, el militarismo más que la guerra, puesto que la trampa 22 es una metáfora de este poder omnímodo y absurdo inherente a la organización militar. Cuando el capellán del escuadrón es detenido (!), se produce este diálogo:
«─En ese caso, ¿por qué se siente tan culpable?
─¡No soy culpable!
─Si no fuera culpable, ¿por qué estamos interrogándolo?»
Es profundamente indicativo y representativo del modo de pensar de una organización tan jerarquizada y autoritaria como es la militar, donde la disciplina y la obediencia priman sobre todas las demás cosas, incluido el sentido común, que tiene que ser desterrado pues, ¿quién con sentido común estaría dispuesto a hacerse matar?
Novela emblema de la oposición a la guerra del Vietnam (y muy apropiada al caso), hay que señalar con rapidez que fue escrita mucho antes de que los USA emprendieran su política de intervención masiva en Indochina. La metáfora que es Trampa 22 existía con anterioridad, y fueron los hechos los que se adaptaron como un guante con la novela, una novela que satiriza sin piedad el hecho militar en sí y la guerra por extensión.
Sin renunciar al drama, sin abjurar de la desolación de la muerte, Trampa 22 es una novela divertidísima, con un humor que es negro porque lo que satiriza es escalofriante porque es real.

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A Confederacy of Dunces, de John Kennedy Toole

Grove Press
Nueva York, 198045 [196?]
Prólogo de Walker Percy

De La Conjura de los Necios, casi un emblema para toda una generación, se puede decir que es única. En primer lugar por las circunstancias de su publicación: la madre que lleva la obra de su hijo fallecido, en una mala copia al carbón, a editores hasta que uno de ellos la lee y queda encantado; un morbo al que se añade el hecho de que, en la novela, se hable de una peculiar relación entre un hijo y su madre. Uno puede insistir una y otra vez en que una cosa son los personajes de ficción y otra las personas reales; en el pensamiento común será recurrente la identificación (y Freud y Jung se reirán a carcajadas de todos nosotros en el café vienés de la rueda de las transmigraciones, tanto por las pretensiones de unos como por la malicia de otros, claro). En segundo, por lo misterioso de su autor; es falso que de los muertos no se pueda decir nada que no sea bueno. De los muertos se puede decir, y se dice, de todo. Y, nuevo proceso de identificación, el protagonista es un genio incomprendido, etc.
En seguida, se han establecido comparaciones desmesuradas. Sigue siendo un latiguillo común comparar cualquier novela sonriente o absurda con La Conjura de los Necios. Es como decir que un pato se parece a un ornitorrinco. Tienen elementos comunes, pero así como La Conjura de los Necios es una extraña novela heterogénea que, sorprendentemente, funciona, otras novelas no son más que vulgares patos, en muchos casos mareados o simplemente cojos.
El hecho es que La Conjura de los Necios ocupa un nicho habitado sólo por ella, y la explicación de porqué esto es así es difícil. No es que no beba de tradiciones y sea completamente nueva y original. La influencia del Quijote es clara y directa, en el sentido de que trata de un loco inmerso en un mundo cuerdo que, en realidad, está tanto o más loco que él. Si Reilly, el protagonista, carece de Sancho Panza que le acompañe es porque Toole decidió que ambos no se encontrasen más que por unos breves momentos, porque este personaje existe: el negro Burma Jones, probablemente el carácter más fascinante de esta novela, al menos en su relectura. Si las influencias de Cervantes son evidentes, las rabelesianas son palmarias; todo en Ignatius Reilly es excesivo: su físico, sus costumbres, su apetito, su visión macrocósmica de su propio microcosmos, su habitación, su salud, su carácter, su prosa y su verbo. Incluso, y arriesgándonos algo, podríamos hallar algo de Bulgákov (o de Flann O'Brien), por lo menos en la comisaría de policía.
El caso es que, insisto, funciona. Y ese es su gran mérito, porque en esta novela no se puede empatizar con nadie. El zafio, rastrero, mentiroso y aprovechado Ignatius Reilly se merece con justicia tres cuartas partes de los reproches que su zafia, rastrera, mentirosa y aprovechada madre le dedica. Los únicos personajes redimibles (salvo Burma, insisto, todo un carácter) son marginales en la narración.
Y, en efecto, Reilly sufre una auténtica conjura contra él, y de la peor especie, como son las conjuras bienintencionadas, que pretendes alienarlo del undo para que así la locura normal, la necedad, siga su transcurso normal y necio.
Pero las aventuras que se relatan son tan extemporáneas (como las de Don Quijote), que la novela es divertida, por lo menos en su primera lectura. Releída, lo es menos.
Releída, lo que uno percibe es lo opresivo que debió resultar Nueva Orleans, no para Reilly, sino para el propio Toole (en contraste, por ejemplo, con la Nueva Orleans de las novelas de James Sallis, descarnada, brutalmente realista en sus miserias, pero contemplada con afecto) y que hace que la redención de Reilly, aportada por su estrafalaria novia, Myrna Minkoff, sea la del traslado a Nueva York, la tierra de los genios locos y patria de las locuras. Releída, se percibe lo angustioso de la visión utilitaria de la cultura, la incomprensión hacia esta por sí misma; la contemplación de una sociedad y personajes vulgares y provincianos, que asumen sus defectos como tradiciones de las que sentirse orgullosos en un mundo lineal y cuadriculado. Hay un hubris de la sociedad "normal" neorleanesa incesante en esta novela, y es uno con el que Toole no se sentía a gusto, hasta el punto de hacer de ella ─el novelista siempre se venga─ una venganza permanente.
Léanla, si no lo han hecho. Pasarán un rato muy divertido. Y reléanla si ya han pasado por ella. Encontrarán cosas que no sospechaban en su primera lectura. Por eso es única.

Portada y sinopsis de la edición castellana
Portada y sinopsis de la edición estadounidense
Ignatius' Ghost, blog que hace un recorrido fotográfico por las localizaciones de la novela