La Suerte de Jim, de Kingsley Amis
Comentando la obra de su hijo Martin Amis ya dijimos que la sátira corría por sus venas como parte de la herencia familiar.
La más famosa sátira de Kingsley Amis es La Suerte de Jim, pero lo cierto es que no se había traducido jamás al castellano. Tal vez se la viera como una novela demasiado inglesa, y tal vez como demasiado dependiente de una cierta época de la historia inglesa. Es muy posible que este fuera el principal inconveniente, y que para ser comprendida del todo necesitara de una introducción a la época y la sociedad inglesas (de la que sigue careciendo). Porque lo cierto es que, aparte de la historia directa del Jim Dixon del título, esta novela puede ser leída como una metáfora de la Inglaterra del momento, como una crítica feroz de un carácter inglés empeñado en mirarse al ombligo sumergido en los ritos de un pasado ya desvanecido.
Veamos, en 1953 Gran Bretaña acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial (entendida como algo que se prolongó más allá de 1945 en las restricciones materiales e incluso alimenticias), un conflicto en el que había entrado como potencia mundial y del que había salido como un cero a la izquierda en el plano internacional. La descolonización avanzaba a toda máquina; en 1948 se habían perdido la India y Pakistán. Gran Bretaña era una isla extraña que vivía del cambio de la guardia, las ceremonias de la monarquía, las regatas de Oxford y Cambridge y los uniformes y ritos de escuelas y universidades, unas reliquias ciertamente pintorescas, pero en el fondo curiosidades inoperantes en un mundo en el que el sistema de valores había cambiado irremisiblemente. Lejos en el futuro estaban la aparición de los Beatles, Carnaby Street y el Swinging London, que serían los nuevos iconos británicos.
Jim Dixon es un mediocre profesor de historia en una provinciana universidad de provincias (y no es una redundancia). Su presente y su futuro están claros: como se le ocurra destacar académicamente por encima del rector perderá su trabajo. Como resulte demasiado popular entre los alumnos, perderá su trabajo. Como resulte demasiado inútil y se dedique a la buena vida académica, perderá su trabajo. Como surja un escándalo en su vida privada, perderá su trabajo. La mediocridad es su meta, y así tiene que ser, colateralmente, para así proporcionar una educación mediocre a sus alumnos, que así saldrán preparados para enfrentarse a una vida en la que pasar por la universidad es un signo de distinción, no algo que les haga mejores. Y así, pasa su vida en aburridos conciertos y jornadas culturales universitarias, relacionándose con el mundillo de la facultad, tan mediocre y esnob como la universidad misma y, para acabar de complicarle la vida, manteniendo una especie de noviazgo con Margaret, histérica que lo mantiene comprometido mediante el intento de suicidio que tuvo al romperse una relación anterior con otro hombre, pero que con Jim mantiene tan sólo una apariencia de compromiso sin, desde luego, sexo (y ni tan siquiera demasiadas familiaridades).
Pero Jim no es así. Tiene que sobrevivir y necesita el empleo, pero aún así hay una rebeldía soterrada en él, y empezará a surgir cuando aparezca Christine, la acompañante del muy lechuguino hijo pintor del rector.
Puesta la novela en contexto, la sátira, tanto la directa como la metafórica, es feroz. La cumbre viene cuando Jim tiene que dar una conferencia sobre la "Vieja Inglaterra" necesariamente elogiosa con los viejo valores, cuando lo que le pide el cuerpo es decir (y lo dirá) que «la verdad sobre la vieja y alegre Inglaterra es que fue el periodo menos alegre de nuestra historia. Sólo los aficionados a la cerámica artesanal, a la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto...»
En 1953, Kingsley Amis estaba hasta el gorro de la vieja Inglaterra; probablemente tan harto como lo estaban las generaciones jóvenes de ingleses, embutidos en una sociedad vagamente victoriana, con una brecha social entre la clase "alta" y la "obrera" y otra generacional, forzados a ritos decimonónicos (o anteriores) y a valores de metrópolis colonial (sin colonias). Una sociedad que miraba con profunda desconfianza toda innovación, todo cambio.
Kingsley Amis fue de los primeros, con esta novela, en pegar una patada a esa arcaica estructura social. No la derribó, pero sí hizo notar el polvillo de carcoma que de ella se desprendía, y prefiguró la reacción de una nueva Inglaterra en esta novela genial e incisiva.
(Lucky Jim)
Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2007 [1953]
Trad. de José Manuel Benítez Ariza