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El Mal de Montano, de Enrique Vila-Matas

Ed. Anagrama, col. Narrativas Hispánicas
Barcelona, 2002 [2002]

Enrique Vila-Matas es el más francés de los escritores españoles (así como Javier Marías es el más inglés de los escritores españoles; se desconoce quién es el más español de los escritores españoles según los críticos; seguiremos informando), quiera decir eso lo que quiera decir. También, Vila-Matas lleva años inmerso en un mundo propio, totalmente literario, en el cual cualquier cosa que suceda en la vida real tiene su referencia o su reflejo en la literatura, y viceversa.
Coherente con esta actitud, no sé si llamarla vital, su obra es inseparable de esta vivencia literaria (y viceversa). Así, El Mal de Montano empieza con el relato de cómo Rosario Girondo, padre de Montano, un escritor súbitamente ágrafo, en su leve intento de curarlo o aliviarlo de esta incapacidad para escribir, se convierte (o percibe, más bien) que él mismo padece un síndrome, que bautiza como "el mal de Montano", por el que está enfermo de literatura, es decir, que todo lo que compone su vida es literario, incluyendo, cómo no, a sí mismo.
En la segunda parte, en una de esas vueltas de tuerca geniales (pero también coherentes), Girondo nos descubre que esa primera parte es sólo una ficción, una novelización, que no tiene ningún hijo, etc. Pero que sí se encuentra afecto por el mal de Montano. A partir de entonces, y establecido un principio de realidad mediante la ficción, Girondo emprenderá una narración en forma de diario. Un diario que servirá para viajar por esta fórmula literaria y sus exponentes en un continuo juego de reflejos e influencias literarias y en el que relatará la progresiva desintegración, un relato no exento de humor, de su vida, o de la vida en general, hasta su destrucción como persona "vulgar" y su constitución como persona literaria (como personaje, diríamos), finalmente cercado por los enemigos de lo literario. En definitiva, cercado por la vida "normal".
La ficción de Vila-Matas (tan inconfundible de su vida) ejerce en el lector una fascinación entre enfermiza y atrayente. Si los filósofos, a base de hablar de la vida (que tiene o debe ser normal) han acabado por hablar de normalidades, es decir, de vulgaridades, Vila-Matas, como literato o literario integral, no tiene más remedio que hablarnos de la vida como algo más grande que la vida misma; como algo literario, por supuesto. De ahí que su enfermedad, ese "mal de Montano" lleve al extrañamiento de la vulgaridad; de ahí que el resultado de esa inmersión sea fascinante.
Leer a Vila-Matas obra tras obra y en breve lapso de tiempo puede ser extenuante. Leído de tanto en tanto (a su ritmo de publicación, diríamos), permite sumergirse en el mundo de un personaje casi indistinguible de sus personajes, pero que en su conjunto proporciona una experiencia más que satisfactoria. Así como se realizó una película llamada Cómo Ser John Malkovich, alguien debería escribir algún día una obra titulada "Cómo Ser Enrique Vila-Matas" (y el mismo Vila-Matas ya escribe sus reflejos oscuros de ella, por ejemplo en No Soy Auster).
Aunque, y ahora que lo pienso, el propio Vila-Matas ya está escribiendo esa obra. De la que El Mal de Montano no es sino un capítulo.

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El Enigma de las Runas, de M. R. James

(Casting the Runes)
en El Enigma de las Runas y Otros Cuentos de Fantasmas
Eds. Librerías Fausto
Buenos Aires, 1977 [1911]

Es tradicional en los países anglosajones explicar historias de fantasmas y de terror el día de navidad. De ahí ha surgido probablemente el relato de fantasmas más famoso de todos los tiempos, A Christmas Carol, Cuento de Navidad, de Charles Dickens, llevado innumerables veces a la pantalla, grande y pequeña, de entre cuyas versiones les recomiendo particularmente, aparte clásicas, la protagonizada por los Teleñecos (Los Muppets en América).
Pero, precisamente porque es tan conocida, dejaremos de lado a Míster Scrooge e intentaremos cumplir con la tradición mediante un relato del que ha sido calificado como el mejor escritor clásico de cuentos de fantasmas, Montague Rhodes James.
Este relato es uno de los mejores y sigue con fidelidad los postulados del género que el mismo James marcó.
Edward Dunning, el protagonista, se ve metido en un apuro. Ha tenido la osadía de rechazar la publicación y el refrendo académico a un texto sobre alquimia escrito por un hombre llamado Karswell, a quien el calificativo más suave que se le puede aplicar es el de "inquietante". Dunning empieza a recibir avisos: "En memoria de John Harrington. Fallecido el 18 de septiembre de 1889. Se le concedieron tres meses". Finalmente, en el British Museum, un hombre ayuda a Dunning a recoger unos papeles que se le han caído.
El difunto Harrington fue un imprudente que hizo una mala crítica (¡cómo está el oficio!) al libro de Karsten. Éste logró pasarle un papel, "echarle las runas", y al cabo de tres meses exactos se vio perseguido por una fuerza invisible y falleció en la huida. Dunning revisa sus papeles y, en efecto, entre ellos encuentra uno con unas extrañas runas dibujadas. Su única esperanza es poder devolvérselas al remitente, el nefasto Karsten, y que éste las acepte.
El tono, pausado, se va ensombreciendo conforme discurre el relato, adquiriendo un aire opresivo. Karsten es un personaje soberbio, arrogante, y que emplea sus conocimientos mal adquiridos en su provecho y sin escrúpulos. Last but not least, lo sobrenatural no es representado artificiosamente, sino como (y perdonen la aparente contradicción) algo completamente natural. Son virtudes que adornan todos los relatos de James. Pese a su clasicismo, muy pocas veces han sido superados.

Los lectores anglófonos disponen aquí del texto completo de Casting the Runes

* * *
Pero, si hemos de seguir la tradición, tendré que explicarles un cuento de fantasmas y no sólo reseñarles uno.
El siguiente es de I. A. Ireland, de su libro Visitations (1919), tal y como es recogido en la Antología de la Literatura Fantástica de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo:
«─¡Qué extraño! ─dijo la muchacha, avanzando con cautela─. ¡Qué puerta más pesada! ─La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
─¡Dios mío! ─dijo el hombre─. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos ha encerrado a los dos!
─A los dos no. A uno solo ─dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.»
Feliz Navidad a todos.

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Història de la Columna Infame, de Alessandro Manzoni

(Storia della Colonna Infame)
CCG Edicions, col. Liberàlia
Gerona, 2007 [1842]

Si Dante es el fundador de la lengua italiana, por contraposición a las múltiples variantes dialectales, Alessandro Manzoni fue quien estableció definitivamente las bases de la lengua italiana contemporánea. Su obra principal es Los Novios (I Promessi Sposi), de la cual Historia de la Columna Infame constituye una especie de apéndice.
Es un estudio sobre un hecho real, acaecido en el Milán de 1630: mediante una denuncia producida en el clima de histerismo provocado por una epidemia de peste, son detenidas varias personas acusadas de ser "untadores", es decir, haber restregado por paredes y puertas de la ciudad un ungüento destinado a extender la peste entre la población. El resultado de esta denuncia fue un proceso prolongado que desembocó en la condena de los imputados a ser paseados en un carro, torturados con hierros candentes, enrodados durante seis horas, degollados y después quemados. Y para que quedase constancia de esa sentencia ejemplar, la casa del fabricante del ungüento fuese derribada y en el solar erigida una columna, llamada infame, y una lápida que recordara el hecho y la justicia ejercida.
Sobre ese suceso, las actas del proceso y los comentarios posteriores al mismo, Manzoni construye una reproducción histórica y un ensayo sobre la tortura y lo irracional de sus medios y sus fines; sobre lo inútil de su empleo y lo inútil de las presuntas revelaciones obtenidas por ese medio.
En este aspecto, el proceso es ejemplar. Ejemplar en su propia incoherencia. A través de las ofertas de impunidad y el uso de torturas a los dos principales imputados, los magistrados obtuvieron declaraciones que se contradecían tanto entre sí que bastaron para retirar la impunidad, forzar nuevas torturas y obtener nuevas declaraciones todavía más diveregentes e incoherentes, imputaciones a personas a veces reales y a veces inexistentes, y un paisaje que, tomado en su conjunto, resultaba inverosímil y ridículo. Pero el pueblo y la justicia tenía hambre, y requerían sacrificios humanos, una sentencia ejemplarizante. Y así fue.
Manzoni, en un estilo que muchos otros literatos han empleado (Huxley, el gran Sciascia o, más recientemente, Andrea Camilleri) logra convertir un ensayo en casi una obra literaria. Su exposición de los hechos y el razonamiento de los jueces es magistral. Su alegato contra la tortura, demoledor. Quien lea esta obra se encontrará un fresco de la mentalidad psicótica de la justicia del siglo XVII, de sus obsesiones con la magia y la superstición. Con una muestra descarnada de los sistemas de poder y sus concesiones al populismo. Con la autojustificación de la justicia de la época en su propia iniquidad. Con lo omnímodo, irracional y corrupto de un sistema legal y una sociedad sin garantías.

Aquellos lectores que lean en italiano pueden hallar el texto completo de La Storia della Colonna Infame en este enlace.

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El Gran Robo del Tren, de Michael Crichton

(The Great Train Robbery)
Círculo de Lectores
Barcelona, 1976 [1975]

In memoriam: MICHAEL CRICHTON 1943-2008

La prematura desaparición de Michael Crichton nos ha privado de un narrador consistente y concienzudo, un artesano genial y honesto, convencido de lo que escribía antes, durante y después de la fama. Un trabajador documentado y exhaustivo, por lo general operando en una situación determinada y explorando las posibilidades límite que esta brindaba.
¿Escritor de best-sellers? Sí. Pero existe una gran diferencia entre escribir un best-seller oportunista y uno oportuno, entre uno para la explotación y otro a contracorriente. Crichton, que en una ocasión dijo: "Cualquier retrasado mental puede escribir un best-seller", conocedor de sus limitaciones literarias, pero sabio en los mecanismos narrativos, durante toda su vida se dedicó a explorar temas nuevos, jamás siguiendo modas, sino instaurándolas él. En otras ocasiones escribió sobre lo que le dio la gana. Siempre a gusto y a conciencia.
El Gran Robo del Tren se basa en un hecho real. En 1885, el oro de la paga de los soldados británicos en Crimea fue robado en su transporte en tren para ser embarcado en el Canal de la Mancha. En uno de los golpes más audaces de toda la historia, el tren no fue asaltado, sino que el robo conllevó la apertura de las cajas fuertes de transporte, la efracción del oro y su sustitución por munición de plomo. Hay que recordar que en 1885 no existía la dinamita, no se habían inventado las cerraduras de combinación y la apertura de una caja fuerte en un tren en marcha y en un espacio de tiempo reducidísimo dependía de tener sus llaves. El robo de ese oro sólo se podía producir si se disponían de las cuatro llaves necesarias.
El caso en sí es fascinante. Su ejecución, admirable. Pero Crichton no se limita al mero hecho criminal. En su narración de los hechos (dividida en Preparativos; Las Llaves; Dilaciones y Dificultades; El Gran Robo del Tren; y Arresto y Proceso) ejerce una auténtica inmersión en la época victoriana, como pocos autores lo han hecho. Es posible conocer esa sociedad mediante las obras literarias contemporáneas, Dickens, sobre todo. Pero esos autores vivían en esa sociedad y se dirigían a sus contemporáneos lectores; daban cosas por supuestas que al lector moderno resultan casi incomprensibles. Crichton razona, explica y relata, y en ese proceso nos da un auténtico cuadro de costumbres. Narrado con agilidad e interés sorprendentes, sin embargo.
He leído muchas veces El Gran Robo del Tren. Porque constituye un curso magistral de cómo hay que narrar una historia, de la utilización de los personajes y su caracterización. De uso de los diálogos y del ritmo narrativo.
¿"Arresto y Proceso", se habrán preguntado? Sí. Los autores del robo fueron arrestados y procesados. Pero no todos pudieron ser condenados. Y, como afirma la rotunda última frase de la novela, «El dinero del Gran Robo del Tren no se recuperó jamás». Lo bueno de Crichton es que yo pueda escribir aquí esta frase sin que el lector no disfrute de lo que la precede.
¿Best-seller? Sin duda. Pero de calidad. Obra de un autor que podía enseñar unas cuantas cosas sobre cómo narrar a muchos pretendidos y proclamados escritores.
Descanse en paz.

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El Emperador, de Ryszard Kapuscinski

(Cesarz)
Ed. Anagrama, col. Crónicas
Barcelona, 1989 [1978]

Cuando niño, dentro de mis limitados conocimientos de política internacional, había una figura conocida por mí. Por supuesto, estaban los grandes del momento: Kennedy, Jruschev, Breznev (ese hombre con unas cejas pegadas a la frente), De Gaulle, Mao, Castro, Hirohito, el único jefe de estado del Eje que había salido de rositas de la Segunda Guerra Mundial; por descontado, un tipo de voz aflautada y bajito del que era mejor no hablar como no fuera para repetir de memoria lo que decían los textos escolares sobre sus pretendidas bondades y grandezas. Cosa extraña, también tenía conocimiento de un tipo que vivía en África, era emperador y tenía el apelativo de "Negus": Haile Selassie, emperador de Etiopía, Rey de Reyes, León de Judá, Elegido de Dios, descendiente directo de Salomón, Rasta-Fari, Negus Negust. Cierto que había resistido a Mussolini y había recuperado su reino posteriormente, pero también había pasado eso en Holanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega y otros lugares más exóticos, pero ninguno de sus jefes de estado tenía esa aureola de fama. Una aureola que era eso, porque no había otra explicación a su notoriedad. Selassie era, en todos los demás aspectos, una verdadera incógnita.
Era emperador de un país africano y, por tanto, pobre (el país). Pese a su boato, uno suponía que esquilmaba a su pueblo en consonancia a los ingresos de éste, o sea, pocos. La tranquilidad de un reinado de casi cincuenta años, el status quo internacional, el que le dejaran en paz, el que no fuera protagonistas de los habituales comunicados de prensa africanos: "Ayer, un golpe de estado militar/civil (táchese lo que no proceda) en ... (escríbase el país apropiado) fracasó/tuvo éxito (táchese, etc.); la situación es de calma/guerra civil (ya saben)".
Por tanto, cuando en 1975 un golpe de estado acabó con el reinado del Negus, mi reacción fue de sorpresa. Se daban por descontados todos los pecados originales de las administraciones africanas pobres, pero seguía quedando el hecho, la pregunta: ¿por qué después de cincuenta años? Las respuestas eran inexistentes o incomprensibles, o incoherentes. Haile Selassie seguía siendo uno de los personajes más conocidos mundialmente, pero ¿qué sabíamos en realidad de él? Nada.
Kapuscinski, un escritor que no era estrictamente un corresponsal de guerra, porque iba más allá, ni un analista político, porque tenía la buena costumbre de pisar el terreno, ni un periodista al uso porque poseía una visión penetrante que iba más allá de los hechos, se planteó en este libro responder (uno diría que responderse) a ese interrogante.
Y le fue imposible. ¿Quién era en realidad el Negus, qué pensaba, por qué actuaba de esa manera? Misterio. Haile Selassie se imbricó tanto en la estructura de poder, dominó tanto sus mecanismos, procuró rodearse de gente tan mediocre y apegada a sus privilegios, que llegó a creer (y actuar) como si Etiopía fuera consustancial a su persona, como si el país no pudiera existir sin él. Todo pasaba por sus manos, hasta los gastos más ínfimos, y no dejaba anotado nada (no sabía, o apenas, escribir). De modo que, conscientemente, él era responsable de todo, pero, al mismo tiempo, y en virtud de sus órdenes orales, consientemente de nuevo, él no era responsable de nada. Se le podía malinterpretar, se podían confundir sus deseos, podía decir que nada era verdad, que nada había dicho, que nada había ordenado, pero que todo merecía su consideración, preocupación y consuelo.
Kapuscinski, en plena revolución, se dedicó a entrevistar a los funcionarios de palacio que habían estado más cerca del Rey de Reyes. Este conjunto de visiones oblicuas resulta fascinante y, si no esclarecen el auténtico pensamiento de Selassie, sí perfilan poco a poco su figura, como delimita la luz las caras de un cristal opaco.
Sus entrevistas son increíbles: ridículas, esperpénticas, risibles, a veces (todas, en el fondo) trágicas, pero que acaban conformando un cuadro monstruoso. Y tal vez lo más grotesco es que se llega a la conclusión de que sí, que el palacio era Etiopía; pero que Etiopía no era, no podía ser, un palacio.
Pero esto es una estructura, cuyo centro y cimiento era el propio Negus. ¿Y el mismo Haile Selassie? ¿Quién, qué era? La conclusión más aproximada que se puede extraer es que era fundamentalmente un superviviente: "Y hay que reconocer, Míster Richard, que nuestro Inigualable Señor, por entonces siempre vistiendo de uniforme, unas veces el de gala, otras, el corriente, de campaña, que solía ponerse para observar las maniobras, sí se dejaba ver en los salones, donde dignatarios de mirada ausente y atemorizada yacían tumbados sobre las alfombras o sentados en los sofás, preguntándose unos a otros qué iba a ser de ellos cuando terminase la espera, y allí mismo él los consolaba, les daba ánimos, les deseaba buena suerte, los trataba con mucho cariño y consideraba su situación asunto de la máxima importancia, prometiendo ocuparse de ellos personalmente. No obstante, cuando se topaba en algún pasillo con alguna patrulla de oficiales, también a éstos les daba ánimos y deseaba buena suerte y, tras expresar su agradecimiento al ejército por su lealtad, les aseguraba que todo lo referente a las fuerzas armadas era objeto de su personal preocupación y dedicación. Oyendo esto, los de las rejas, cual serpientes venenosas, susurraban malévolamente en el oído de Su Majestad que lo que se debía hacer era colgar a los oficiales, porque eran ellos los que habían destruído el Imperio, palabras que el Bondadoso Monarca también escuchaba con mucha atención, por lo que, dando ánimos, deseando buena suerte y agradeciendo su lealtad, subrayaba que los tenía en muy alta estima. Esa infatigable actividad del Venerable Señor que tanto contribuía al bienestar general al no escatimar nunca consejos y directrices, el señor Gebre-Egzy la calificó como un éxito, al ver en ella una prueba irrefutable del dinamismo de nuestra monarquía".
Cuando llegó el final, la sorpresa de Selassie no debió ser que eso le pasara a él, sino que se encarcelara, en su persona, a toda Etiopía.

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Història Bruta, de Eric Ambler

(Dirty Story)
Eds. 62, col. Llibres a Mà
Barcelona, 1987 [1967]

Puestas las cosas en su sitio en los dos grandes del género de espionaje [véanse las anteriores reseñas dedicadas a Graham Greene y John Le Carré], es justo que comentemos un tercer escritor que cultivó el género con aprovechamiento, si bien no con tanta altura literaria.
Historia Sucia tal vez no sea la mejor obra de Eric Ambler (existe cierta unanimidad en que ésta es La Máscara de Dimitrios), pero sí es una novela que muestra las mejores cualidades de su autor en un tema que, por desgracia, parece ponerse de actualidad con una regularidad alarmante. Que una obra situada en 1967 parezca tener los mismos paradigmas africanos que hoy en día debería darnos algo que pensar.
En un primer capítulo demoledor, Ambler nos presenta por completo el retrato de su protagonista, Arthur Abdel Simpson: se trata de un buscavidas, un delincuente de poca monta, un personaje que se mueve en la gris frontera del engaño y la trampa, lo bastante prudente (o cobarde) como para no introducirse en el gran crimen, lo bastante marginal como para no poder mantenerse alejado de los trapicheos. Estos han acabado por hartar al gobierno británico, que le retira su pasaporte dejándolo convertido en un apátrida en la lista negra.
Será por esto que Simpson se verá abocado, tras diversas vicisitudes, a aceptar la oferta de convertirse en "agente de seguridad" por cuenta de una multinacional minera en un país africano imaginario.
La cuestión viene de la época colonial : la frontera entre dos países se trazó no siguiendo el curso de un río, sino que fue delimitada geográficamente por una línea recta. Muy útil para los cartógrafos, una complicación heredada en la geopolítica colonial. Poniendo un símil apropiado, la zona puede dibujarse así: $. La frontera colonial y real es la línea vertical. El curso del río, que hubiera debido ser la frontera natural, es la S. La parte a la izquierda de la línea vertical pertenece al país A; la de la derecha, al país B. El problema es que en la parte superior de la S se han descubierto unos depósitos de tierras raras, y se encuentran en territorio de A, donde pueden llegar a ser explotados por una empresa rival.
Las empresas, no hay ni que mencionarlo, son occidentales. Las tierras y los gobiernos, africanos. Lo que la multinacional pretende es una rectificación de fronteras mediante un golpe de mano llevado a cabo por soldados nativos con oficiales mercenarios blancos a sueldo de la empresa.
¿Puede ser que la competencia tenga sus propias fuerzas y un infiltrado en la fuerza agresora? No es de extrañar.
No les voy a detallar los acontecimientos. Ambler maneja el tema con gran ritmo y mano segura.
Hemos hablado algunas veces de textos y subtextos. Quienes quieran leer esta novela como una intriga o una aventura, quedarán satisfechos. Pero es también de agradecer que Eric Ambler maneje en su historia los pecados originales del colonialismo, el juego sucio del poscolonialismo y la muy puerca historia de los intereses económicos sin otra consideración. Estos temas están en la novela. Si quieren reflexionar sobre ellos y lo que sucede en estos momentos en el Congo (y lo que sucederá mañana en otro lugar), Ambler se los sirve en bandeja. Vieja o nueva, de todas maneras, sigue siendo una historia sucia.

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Plató i un Ornitorinc Entren en un Bar..., de Daniel Klein y Thomas Cathcart

(Plato and a Platypus Walk Into a Bar... Understanding Philosophy Through Jokes)
Eds. La Campana
Barcelona, 2008 [2007]
(Edición castellana en Ed. Planeta)

Platón y un Ornitorrinco Entran en un Bar... Comprendiendo la Filosofía a través de los Chistes representa un loable esfuerzo por explicar la filosofía a través del humor, un arma que ha probado ampliamente su eficacia en diversas disciplinas, como por ejemplo en las ciencias; Martin Gardner ha hecho más por las matemáticas con sus juegos, paradojas y humoradas que miles de horas de clase.
Yo tuve la suerte, en primer lugar, de tener un gran profesor de filosofía, y en segundo, de tener un buen texto (la Historia de la Filosofía de Julián Marías), de modo que creo estar capacitado para decir que la parte "teórica" o "seria" de este libro es exacta y precisa; y me supongo con el suficiente sentido del humor como para apreciar los chistes que figuran en él. Creo que lo mejor que puede decirse de este volumen es que uno no lo recorre únicamente en busca del humor, sino que se lee su parte teórica con la curiosidad de saber cómo se puede hacer un chiste sobre, pongamos, la metafilosofía.
Como muestra del espíritu y lo exhaustivo del libro, déjenme enumerarles sus capítulos y subtítulos:
Metafísica: la metafísica aborda frontalmente las Grandes Preguntas: ¿qué es ser? ¿qué se entiende por realidad? ¿tenemos libertad de elección? ¿cuántos ángeles pueden bailar sobre la cabeza de una aguja? ¿cuántos hacen falta para cambiar una bombilla?
Lógica: sin la lógica, la razón no sirve para nada. Con la lógica, puedes ganar discusiones y alienar multitudes.
Epistemología: la teoría del conocimiento: ¿cómo sabéis que sabéis lo que creéis que sabéis? Desechad la opción de contestar «¡Porque lo sé y ya está!» y lo que queda es la epistemología.
Ética: Aclarar qué es bueno y qué es malo es competencia de la ética. También tiene ocupados a los sacerdotes, los gurús y los padres. Por desgracia, lo que tiene ocupados a los niños y a los filósofos es preguntar a los sacerdotes, los gurús y los padres «¿por qué?»
Filosofía de la Religión: el dios sobre el cual debaten los filósofos de la religión no es la clase de dios que la mayor parte de nosotros reconoceríamos. Suele ser más abstracto, como la Fuerza de La Guerra de las Galaxias, y no como un Padre Celestial que, preocupado por ti, te espera despierto toda la noche.
Existencialismo: «La existencia precede a la esencia.» Si estás de acuerdo con esta afirmación, eres existencialista. Si no estás de acuerdo, continuas existiendo, pero esencialmente quedas al margen de la cuestión.
Filosofía del Lenguaje: Cuando el expresidente William Jefferson Clinton respondió a una pregunta diciendo «Depende de cuál sea su definición de es», estaba haciendo filosofía del lenguaje. También habría podido estar haciendo otras cosas.
Filosofía Social y Política: La filosofía social y política estudia los problemas relacionados con la justicia en la sociedad. ¿Por qué necesitamos gobernantes? ¿Cómo se tendría que distribuir la riqueza? ¿Cómo podemos establecer un sistema social justo? Estas cuestiones las solía solventar el tío más fuerte, dando un garrotazo en la cabeza del más débil, pero después de siglos de filosofía social y política, la sociedad se ha dado cuenta de que los misiles son mucho más efectivos.
Relatividad: ¿Qué quieren que les digamos? Este término significa cosas diferentes según la persona.
Metafilosofía: La filosofía de la filosofía. No hay que confundirla con la filosofía de la filosofía de la filosofía.
Pero, como siempre, lo mejor es un ejemplo:
«El Principio de la Parsimonia: Siempre ha existido una veta antimetafísica en la filosofía, que ha culminado en el triunfo de la visión científica del mundo en los dos últimos siglos. Rudolf Carnap y el Círculo de Viena (que no es un grupo de música disco de los setenta, al contrario de lo que dice la opinión popular) llegaron hasta el punto de proscribir la metafísica como una especulación no racional que ha sido sustituida por la ciencia.
»Rudy y el Círculo de Viena siguieron el ejemplo del teólogo del siglo XIV William Occam, que se sacó de la manga el principio de la parsimonia, alias "la navaja de Occam". Según este principio "las teorías no han de ser más complejas de lo necesario". O, como dijo Occam metafísicamente, las teorías no tendrían que "multiplicar entidades innecesariamente".
»Supongamos que Isaac Newton hubiese observado como caía la manzana y hubiese exclamado: "¡Ya lo tengo! ¡Las manzanas están atrapadas en una especie de juego de la cuerda entre unos duendes que tiran hacia arriba y unos gnomos que tiran hacia abajo, y los gnomos son más fuertes!"
»Occam habría replicado: "De acuerdo, Isaac, tu teoría explica todos los hechos observables, pero cíñete a la consigna: hazlo sencillo."
»Carnap habría estado de acuerdo.

»Una noche, después de cenar, un niño de cinco años preguntó a su padre:
─¿Dónde ha ido mamá?
El padre contestó:
─Mamá ha ido a una fiesta de Tupperware.
Esta explicación satisfizo al niño sólo momentáneamente, porque acto seguido preguntó:
─¿Qué es una fiesta de Tupperware, papá?
Su padre pensó que una explicación sencilla sería la mejor manera de enfocar el tema.
─Bien, hijo ─le respondió─, en una fiesta de Tupperware, un grupo de señoras se sientan en círculo y se venden botes de plástico unas a otras.
El niño empezó a reír.
─¡Venga, papá! Dime la verdad...

»La simple verdad es que una fiesta de Tupperware consiste en efecto en un grupo de señoras que se sientan en círculo y se venden botes de plástico unas a otras. Los encargados de marketing de la empresa Tupperware, sin embargo, expertos en metafísica como son, querrían hacernos creer que es una cosa más complicada.»
Por lo que veo en la vida diaria, la filosofía puede ser la disciplina del pensamiento que primero se extinga en el siglo XXI, de modo que esfuerzos como este son de lo más bienvenidos, sobre todo cuando están tan bien hechos como este libro.
Como sé que en estos casos el público lo que quiere es un no parar, ahí les dejo con otros dos chistes, uno para finalizar y otro para el camino. El primero sobre la lógica inductiva:
«Holmes y Watson han ido de camping. En mitad de la noche, Holmes se despierta y da un codazo a Watson.
Watson ─le dice─, mire al cielo y dígame qué ve.
─Veo millones de estrellas, Holmes ─dice Watson.
─¿Y qué conclusión extrae, Watson?
El hombre piensa un momento.
─Bien ─responde─, astronómicamente, esto me indica que hay millones de galaxias y potencialmente billones de planetas. Astrológicamente, observo que Saturno está situado en Leo. Horológicamente, deduzco que más o menos son las tres y cuarto. Meteorológicamente, sospecho que mañana hará un día precioso. Teológicamente, veo que Dios es todopoderoso y que nosotros somos pequeños e insignificantes. Mmm..., ¿y usted qué piensa, Holmes?
─¡Que eres un idiota, Watson! ¡Alguien nos ha robado la tienda!»

Y el otro sobre el argumento por apelación a la autoridad ("Argumentum ad Verecundiam", ¡toma ya!):
«Cuatro rabinos solían discutir juntos sobre teología, y había tres que siempre se ponían de acuerdo contra el cuarto. Un día, el rabino que quedaba excluido, después de volver a perder por tres a uno, decidió apelar a una autoridad más elevada.
─¡Oh, Dios! ─gritó─. ¡Sé que en el fondo yo tengo razón y ellos se equivocan! ¡Por favor, envíame una señal que lo demuestre!
Era un día hermoso y soleado. En cuanto el rabino acabó la plegaria, una nube de tormenta planeó sobre los cuatro rabinos, retumbó una vez y se desvaneció.
─¡Una señal de Dios! ¿Lo veis?, ¡tengo razón, lo sabía!
Pero los otros tres no estuvieron de acuerdo y señalaron que en los días calurosos a menudo se forman nubes de tormenta.
De modo que el rabino volvió a rezar.
─Oh, Dios, necesito una señal más grande para demostrar que tengo razón y ellos se equivocan. ¡Por favor, Dios mío, una señal más grande!
Esta vez aparecieron cuatro nubes de tormenta, que rápidamente formaron una sola; un rayo dio contra un árbol de un montículo cercano.
─¡Ya os lo decía, que tenía razón! ─gritó el rabino, pero sus amigos insistieron que no había pasado nada que no se pudiese explicar por causas naturales.
El rabino ya se preparaba para pedir una señal muy, muy grande, pero cuando decía "Oh, Dios..." el cielo se oscureció y una voz profunda y tonante pronunció:
─¡TIENE RAZÓÓÓÓN!
El rabino puso los brazos en jarras, se volvió hacia los otros y dijo:
─¿Y ahora qué?
─Pues nada ─dijo uno de los rabinos encogiéndose de hombros─, ahora somos tres contra dos.

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El Duelo: un Relato Militar, de Joseph Conrad

Firma Invitada: DANIEL GONZÁLEZ MARTÍN

(The Duel)
Ed. Valdemar o Alianza Ed.
Madrid, 2005 o Madrid, 2008 [1908]

La relectura de este relato me sirve para reafirmarme en mi interpretación. No estoy totalmente de acuerdo con aquello que dice la sinopsis sobre "la evanescente naturaleza de la ofensa". No quiero ser contestatario ni corrector, y por encima de todo, deseo que mi opinión no parezca estrafalaria. Intentaré explicarme, pero no convencer.
No tengo ningún tipo de admiración hacia ningún militar, pero calificarlos a todos de mecánicamente temperamentales y de faltos de inteligencia emocional me parece un juicio apresurado. Se puede decir que son individuos marcadamente adoctrinados, de acuerdo. Pero puede ser que todos acabemos siendo algo corportativistas de alguna idea.
La historia de Armand D'Hubert me ha cautivado. Y afirmaría que ha sido gracias a la narrativa de Joseph Conrad.
Coincidía con una persona, no recuerdo quién, en que las historias de Conrad se podían resumir en un par de líneas. Veamos: Dos oficiales del ejército de Napoleón perpetúan durante (casi) toda su vida la resolución de un duelo fruto de una supuesta ofensa. Más o menos, así va la historia. Pero también coincidía en que eso no implicaba simplicidad en la trama ni en el desenlace.
D'Hubert tiene que arrestar a Feraud por haberse batido en duelo, algo no permitido por Napoleón en tiempo de guerra. Pero Feraud recibe como una ofensa imperdonable que la detención se intente realizar ante la bella Madame de Lionne y reta a D'Hubert a un duelo. Éste no soslaya la supuesta provocación, medio sorprendido por la situación, creyendo que Feraud es una persona visceral. Esta justa quedará pendiente durante largo tiempo, porque no es resuelta ni en el primer encuentro ni en los posteriores. Pero, ¿es la tozudez de ambos tenientes la que convierte esta disputa en irracional y tan duradera? Sí, pero no en la medida que podríamos pensar. Armand D'Hubert no quiere transigir ante Feraud. Él tiene razón, él es inocente, responderá más tarde a la pregunta de si se trata de una causa noble. (descubriremos también algo más tarde de Madame de Lionne es su hermana.) D'Hubert es mesurado, diligente, profesional, diríamos hoy. Pero no "siente los colores". O no tanto como Feraud, que no es menos diligente pero sí más impulsivo. Feraud acusará a D'Hubert de no amar al emperador. Y esta acusación será asumida por todo el mundo como cierta. Esto afectará al segundo, que ya no saludará como antes, quizá más desilusionado que dolido con su entorno, y dándose cuenta de que lo que necesitaría encontrar en ese momento es una mujer. Yo pienso que D'Hubert mantiene pendiente el duelo porque de esta manera es fiel a sí mismo, es congruente con sus convicciones. Otras cosas han cambiado, se han producido acontecimientos que han transformado irremediablemente el mundo. Nos queda ser fieles a nosotros mismos, preservar una manera de pensar que forma parte de nuestra identidad. El Barón llega incluso a interceder por Feraud para evitar que éste sea ejecutado por su fidelidad a Napoleón, ahora derrotado y prisionero. D'Hubert podría dejar de caminar al borde del abismo y dejar de exponer su vida. Pero no lo hace.
El Barón se promete con una joven, con la hermana como mediadora, de la que no espera otra cosa que un amor verdadero. Con este aire orgulloso y exigente hace hablar Conrad a D'Hubert al inicio del capítulo cuarto. Sostengo que es (sólo) para acentuar el giro conradiano del personaje, que se producirá en esta parte del relato. El final del duelo servirá no sólo para que el Barón se libere de la angustia que le producía la posibilidad de morir así. También le servirá, involuntariamente, para comprobar la sinceridad de los sentimientos de la muchacha (ésta se presentará de madrugada en casa del Barón con el objetivo de detenerlo).
No quiero explicar con detalle cómo se resuelve el duelo, me parece antipático explicar el final de una historia (he dado suficientes detalles, en todo caso). Por otro lado, creo que si hay finales que se pueden explicar sin destrozar la lectura éstos son los de las historias de Joseph Conrad, ya que su magia está en cómo están narradas y no tanto en cómo se resuelve el desenlace. El año pasado leí la traducción de Fernando Jadraque en Valdemar, y antes de realizar este escrito la de Arturo Agüero Herranz en Alianza. Esta es la interpretación que hago del relato, estos son los pensamientos que me ha provocado. Si han leído hasta aquí... Gracias.

© 2008, Daniel González Martín

4 comentarios

Marea Minvant, de Robert Louis Stevenson

(The Ebb-Tide)
Edhasa, col. Clàssics Moderns
Barcelona, 1990 [1893]

Stevenson empezó a escribir La Resaca en Honolulú en 1889. La historia nos presenta a tres náufragos de la vida, que por diversas causas han acabado en la miseria y diversos grados de abyección, en Tahití. Cuando todo parece perdido para estas tres personas, tan distintas y a las que sólo unen los lazos que la solidaridad del hambre parece trazar, se les presenta una, en apariencia, última oportunidad: Una goleta entra en el puerto con un cargamento de champaña y la bandera amarilla de "enfermedad a bordo" izada. Su capitán, primer oficial y marinero jefe han fallecido por la viruela y, por miedo, nadie se atreve a hacerse cargo del mando y llevar el barco al puerto de Sidney; de modo que el cónsul no tiene más remedio que confiársela a los tres protagonistas.
¿Oportunidad? Sí, pero el mal trabaja. El plan que acuerdan los tres es hacerse con el barco, llevarlo al Perú y vender su cargamento allí en beneficio propio.
No voy a seguir más allá con el argumento. Stevenson nos guarda un buen número de sorpresas en esta novela. Sólo tengo que decir que es una historia sabiamente narrada, con una caracterización minuciosa y progresiva, unas descripciones necesarias y justas y un ritmo vivo y absorbente. Algo que no debería extrañar en el autor de La Isla del Tesoro o Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Algunos consideran La Resaca una obra menor en la producción de su autor. Es cierto si la comparamos con los dos monumentos narrativos antes citados. Pero no es menos cierto que cualquier otro autor de la época que hubiera escrito La Resaca se hubiera ganado un puesto propio en la literatura universal. Leerla, por muchos motivos, no es en absoluto un tiempo perdido.