(Playing the Enemy. Nelson Mandela and the Game that Made a Nation)
Eds. La Campana
Barcelona, 2009 [2008]
Si se echa la vista atrás, el siglo XX no es uno de los que pueda sentirse particularmente orgullosa la Historia. Es probable que los hayan habido peores, pero lo dudo. No obstante, al lado de una guerra que iba a acabar con todas las guerras, a la que sucedió otra que la convirtió en un juego de niños, a las miserias de la descolonización, que culminaron con cinismo el colonialismo del siglo anterior, a la inexistencia de un solo día de paz en el mundo, a la guerra fría y su desvirtuación de facto de la democracia y la libertad, al lado de todas las catástrofes y desequilibrios, hay destellos deslumbrantes de grandeza. Cosas que no hubiera esperado ver jamás en mi vida.
El fin del apartheid en Sudáfrica fue una de ellas. O tal vez sí hubiera esperado verlo. Pero no de la manera en que se produjo, sin una guerra civil que parecía inevitable. Con una ausencia de revancha tan notable.
Este libro cuenta la historia de cómo fue posible.
A John Carlin lo hemos disfrutado en España, en colaboraciones en la sección internacional de El País, en artículos deportivos en los que demostraba una calidad casi literaria inusual en un género dominado por la carencia de estilo, de cultura y hasta de ortografía, y en intervenciones radiofónicas mesuradas, inteligentes y de voz cantarina a la que colabora ese acento inglés que le acompaña y que, extrañamente, le proporciona cierta autoridad.
También fue corresponsal en la República Sudafricana durante seis años. Pero esto es lo de menos, porque no se trata tanto de lo que viera en su estancia (aunque el deslumbramiento y la emoción que le debió provocar han hecho que lo pueda transmitir en este texto) sino que Carlin ha realizado un magnífico trabajo de periodista, entrevistándose con todos los protagonistas, ordenando los testimonios y presentándolos como un todo coherente.
Este libro se titula El Factor Humano. Nelson Mandela y el Partido de Rugby que Construyó una Nación, y no es una exageración. Sudáfrica vivió las tensiones de un momento de cambio planetario (la caída del muro de Berlín y del comunismo) que en la práctica dejaban al país como el paria del mundo en cuestión de derechos humanos fundamentales. Lo insostenible de esta situación, tanto exterior como interiormente, fue el motor que motivó la excarcelación de Mandela y el llegar a un acuerdo para la liquidación del sistema de apartheid. Eso ya era notable, pero para nada era todo. La nueva constitución fue votada sólo por una minoría de la población blanca; se hablaba de la constitución de un estado afrikáner blanco segregado del resto de la república. Mandela parecía detener los instintos de sus seguidores, y resistía con serenidad los intentos de desestabilización, plasmados en asesinatos de líderes negros, de blancos "traidores" y de figuras del poder blanco. Pero faltando Mandela, o a un desliz de éste, el eslógan "Un colono, una bala" o su contrario, la kaffirskietpiekniek, la cacería de kaffirs (negros, en sentido despectivo) se hubieran desencadenado. Viljoen, el líder blanco, decía «Estaba angustiado, muy angustiado. Se habían dicho muchas cosas positivas, ¿pero dónde estaba la prueba definitiva que yo podía mostrar a mi pueblo?»
Como dice Carlin, "la prueba era que Mandela demostrase que el pueblo de Viljoen era también su pueblo; que extendiese su abrazo afectuoso más allá de Constand Viljoen, John Reinders, Niël Barnard y Kobie Coetsee hasta abarcar a todos los afrikaners. El consejero legal de Mandela e íntimo confidente en la oficina presidencial, un abogado blanco llamado Nicholas Haysom, que había sido encarcelado tres veces durante los años de la lucha contra el apartheid, definía la misión muy convenientemente en términos épicos.
"«Lo llamamos la construcción de una nación. Hay una cita de garibaldi que lo ejemplifica con gran elocuencia. Cuando cumplió con su misión militar, Garibaldi dijo: 'Ya hemos creado Italia, ahora hemos de crear italianos'. El reto que Mandela afrontaba era mucho más complicado que el de Garibaldi. Italia estaba dividida pero era homogénea. En 1994 Sudáfrica era un país dividido histórica, cultural, racialmente y de muchas otras maneras diferentes.»"
Lo consiguió un partido de rugby, la final del Campeonato del Mundo de 1995. Si les parece increíble, bien, pero el hecho es que fue así y así sucedió. Quedan las hemerotecas para demostrarlo.
Pero si creen que fue fácil, es que les faltan datos. El rugby era el deporte de los blancos, era símbolo de la opresión, un instrumento más del apartheid. Los negros no jugaban al rugby, sino al fútbol. Y cuando asistían o veían un partido de los Sprigboks, la selección sudafricana, era para animar al equipo contrario y abuchear a los odiados portadores de la camiseta verde. Como símbolo era tan ajeno y odiado como la bandera tricolor, el Die Stem (el himno afrikáner) o la prisión de Robben Island.
Aquí voy a dejarlo, no por robarles un final que ya conocen, sino porque John Carlin ha conseguido, sin apartarse de sus fuentes, testimonios y hechos, componer un relato emocionante de cómo fue eso posible, cómo se construyó una nación, cómo unos jugadores blancos cantaron el doble himno sudafricano, cómo los blancos sintieron que "su" deporte era apoyado y celebrado, de manera que ya no era suyo sino de todos. Cómo, casi de un golpe, la normalidad se instauró en una nación.
¡Qué maravillosa es esta historia! Y qué luminoso puede ser a veces el ser humano, capaz de lo más abyecto y de lo más sublime. Todavía sonrío y me emociono pensando que si he podido ver este episodio de la Historia, tal vez queda esperanza para todos. Doy las gracias a quienes lo hicieron posible, y a John Carlin por relatarlo tan, tan bien.
Portada y sinopsis
Portada y sinopsis de la edición catalana