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Il Tailleur Grigio, de Andrea Camilleri

Arnoldo Mondadori Editore, col. Scrittori Italiani e Stranieri
Milán, 2008 [2008]
Il Tailleur Grigio (El Traje Chaqueta Gris) arranca en el primer día de la jubilación del protagonista, un alto empleado de banca. En ese día repasa y quema las tres cartas anónimas que ha recibido durante su carrera: una amenaza de la mafia, un intento de coaccionarle en un caso de corrupción y un anónimo que le avisa de la infidelidad de su segunda esposa, Adele. (Es decir, los tres temas recurrentes de la sociedad siciliana: mafia, corrupción y cuernos.)
Adele, treinta años menor que el protagonista, es el centro de esta novela, por más que sólo la veamos a través de los ojos y los recuerdos de su marido.
A través de esas percepciones asistimos a la historia de una putrefacción, un cáncer que se va extendiendo poco a poco, como el cáncer que acometerá al marido, y que si estaba latente o enquistado con anterioridad, empieza a desarrollarse conforme la mirada del protagonista se centra en su esposa.
Este traje chaqueta gris es un símbolo, una prenda que Adele sólo se pone cuando un hecho luctuoso va a tener lugar o se ha producido. La solapa del libro intenta convencernos de que Adele es una de estas dark ladies (sic), una femme fatale. Creo que es sacar las cosas de madre. Adele tiene su personalidad, desde luego, pero esta no pasa por ser la de una viuda negra.
También la solapa enuncia con marcada solemnidad que esta es la más femenina (y la más francesa) de las novelas de Camilleri. Tonterías. El hombre que ha redactado este texto (porque tiene que ser un hombre, y además uno aquejado de machismo) o no ha leído la novela o miente con descaro. Porque si una conclusión se puede extraer de la novela, es que es imposible par un hombre conocer la personalidad de una mujer (o por lo menos, la de Adele). Tanto más, si los esfuerzos de comprensión son tardíos, cuando antes eran casi inexistentes. El protagonista de esta novela dijo amén siempre, y jamás intentó comprender lo que sucedía, hablar con su esposa, entenderla. Y cuando lo intenta, ese esfuerzo está destinado al fracaso por esa misma actitud, que sólo puede llevar a la destrucción.
Las mujeres de Camilleri siempre han sido un enigma para mí. Han estado presentes (aunque en muchas de sus novelas tienen papeles secundarios o inexistentes), pero Camilleri siempre ha dado la impresión de mantenerse al margen, de ser consciente de su incomprensión. En este aspecto, esta novela es atípica en su producción, y transmite un mensaje en parte muy frío: es inevitable sentir lástima por el marido, que en el fondo es un desgraciado infeliz, pero yo, por mi parte, no puedo decantarme por la antipatía por Adele, si leo su carácter tal y como lo esboza Camilleri.
No sé si Andrea Camilleri comprende a las mujeres. Pero lo que nos dice es que es necesario intentar entenderlas. Algo que el marido de Adele no hizo sino tarde y mal. Así le fue, agonizante ante alguien a quien acabó odiando y que vestía un traje chaqueta gris.

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Capitanes de la Arena, de Jorge Amado

(Capitães da Areia)
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 1989 [1937]

Esta novela trata de los niños abandonados de Salvador de Bahia, que se agrupan en bandas, la más conocida de las cuales es la de los Capitanes de la Arena.
La novela conforma una serie de cuadros sobre la vida que se ven forzados a llevar estos desheredados de la sociedad, centrándose de forma principal en su jefe, Pedro el Bala, quien por puro milagro se redimirá de su condición para convertirse en revolucionario, si a esto puede llamarse redención y no una consecuencia moral (tal vez la única salida moral) a su situación marginal y forzadamente delincuente.
Sobrecoge, más que la miseria moral y la ruina social y económica de estos (no hay que olvidarlo) niños forzados a ser adultos, crueles adultos antes de tiempo, la indiferencia de una sociedad que sólo se preocupa de ellos para encerrarlos en reformatorios asesinos o pasarlos por la máquina social de picar carne humana destinada a aquellos que no se resignen a una posición inamovible de escoria al servicio de la sociedad bienpensante.
Amado no nos ahorra ninguna descripción de esta miseria moral y social, pero sabiendo a la perfección dónde yacen los derechos y las obligaciones de cada cual. Quien no conoce más que la miseria, la supervivencia a toda costa y la delincuencia no tendrá más remedio que delinquir. En cambio, aquellos que tienen los medios para modificar esta situación de base son culpables por inacción, por mantener estas condiciones intolerables, y por preservar como si de un privilegio se tratara este este statu quo.
La primera edición de esta obra, de 1937, fue requisada y quemada en la plaza pública. Con todas las contradicciones que conlleva siempre la censura, esta vez actuó con coherencia. Era necesario destruir una obra no por revolucionaria, sino porque avergonzaba a toda una sociedad y un sistema.
Esa sociedad avalaba los relatos como los de Corazón, de Edmundo de Amicis, en los que el mensaje para los niños desheredados y los marginales era muy claro: quédate donde estás, sé bueno, sé dócil y puede que tengas tu recompensa y una vida feliz. Y si no la tienes, no te preocupes, estarás a un paso de la santidad y la vida eterna. Capitanes de la Arena es su reverso, un reverso en el que la realidad constituía una bofetada demasiado insoportable para una sociedad que siempre ha preferido permanecer en la bendita inopia y crearse justificaciones para los males que la aquejan. Aun habiéndolos creado ella misma.
Si socialmente esta novela es demoledora, literariamente es impresionante. Por su realismo, pero también por sus descripciones, el trazado de sus personajes, el ritmo, las situaciones, el trasfondo histórico brasileño y de la ciudad bahiana y los recursos que prenden al lector a la prosa de uno de los mejores narradores brasileños.

Portada y sinopsis

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El Consejo de Egipto, de Leonardo Sciascia

(Il Consiglio d'Egitto)
Tusquets Eds., col. Andanzas
Barcelona, 1988 [1963]

Esta es la historia de una impostura, como dice la contraportada. El descubrimiento de un texto árabe servirá al abate Vella para pergeñar una estafa de marca mayor: «─Una vida del profeta ─dijo─, nada sobre Sicilia. Una vida del profeta como muchas otras.
»Fray Giuseppe Vella se volvió hacia monseñor Airoldi con la cara resplandeciente.
»─Su excelencia dice que se trata de un precioso códice: no existen otros similares incluso en sus países. Aquí se narra la conquista de Sicilia, los hechos de los tiempos de la dominación...»
Y así Vella pondrá en marcha su particular farsa, que se convertirá en una conmoción. En una Sicilia del siglo XVIII a la que llegan aires de la Revolución Francesa, Vella empieza a fabular con una sociedad en la que los descendientes de aquellos protonobles de la ocupación sarracena han obtenido sus privilegios, y sobre todo sus posesiones, sin justificación ninguna: «─Teme que el Consejo de Egipto traiga a la luz algún dato que perturbe la normal percepción de sus rentas. De modo que me ha pedido que os pregunte...
»─¿Os importa mucho?
»─La condesa, en este momento, sí. El problema de sus rentas, mucho menos.
»─Pues examinaré el texto y luego os podré decir algo. Pero creo que no tiene nada que temer. ─La sonrisa de fray Giuseppe dejó ver un relámpago de entendimiento, de complicidad, casi como si estuviese a punto de agregar: "Gracias a vos, que la recomendáis, gracias a la amistad que con vos mantengo".»
Ante este estado de cosas, y de riesgo, la desconfianza sobre el texto crece, mientras la corona se muestra satisfecha de recuperar: «─¿Y qué es lo que no ha entregado a la Corona con el Consejo de Egipto? Playas, feudos, ríos, almadrabas: posesiones todas que durante siglos ni reyes ni virreyes habían puesto en tela de juicio que nos pertenecieran.»
Pero la grandeza narrativa de Sciascia es tal que esta impostura no es sino un reflejo en el que, mutatis mutandi, puede verse la farsa de toda la sociedad siciliana y europea de la época:
«─En efecto ─dijo el abogado Di Blasi─, cada sociedad genera el tipo de impostura que, por así decir, se merece. Y nuestra sociedad, que en sí misma constituye una impostura, una impostura jurídica, literaria, humana... Sí, humana, incluso de la existencia, diría yo... Nuestra sociedad no ha hecho otra cosa que producir, de manera natural, obvia, la impostura contraria...
»─De un crimen corriente, de un delito vulgar, vos extraéis filosofía ─dijo don Saverio Zarbo.
»─Ah, no, éste no es un delito vulgar. Este es uno de aquellos hechos que contribuyen a definir una sociedad, un determinado momento histórico. En rigor, si en Sicilia, la cultura no fuese de modo más o menos consciente, una impostura, si no fuera instrumento en manos del poder de los barones, y por lo tanto mera ficción, continua ficción y falsificación de la realidad, de la historia... pues bien, en ese caso, os digo que la aventura del abate Vella hubiera sido imposible... Y aún os digo más: el abate Vella no ha incurrido en ningún crimen, sólo ha montado la parodia de un crimen, cambiando sus términos... La parodia de un crimen que en Sicilia se viene consumando desde hace siglos...»
El estilo de Sciascia está impregnado de ese humor socarrón y desencantado que parece marca siciliana de fábrica. Y es prístino, claro, transparente, y uno de los mejores ejemplos de que no es necesario alambicarse ni complicarse la vida y la dicción para tratar de temas profundos, de filosofía y de la historia, del ser humano y sus continuos espejismos y engaños.
Una pequeña obra maestra de uno de los mejores escritores del siglo XX.

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Fausto Eric, de Terry Pratchett

(Faust Eric)
Ediciones Altaya
Estella (Navarra), 2008 [1990]

Terry Pratchett es el autor humorístico más feraz y divertido de esta época. Sus obras, enclavadas en su mayoría en esa genial creación que es el Mundodisco, no se limitan a la parodia de género, sino que, como buenas obras de humor, emplean el reflejo fantástico para satirizar la imagen del mundo real, todo ello sin olvidar las virtudes de una buena historia.
En este caso, Eric quiere ser demonólogo para conseguir tres deseos. De hecho, para conseguir los tres deseos: el dominio sobre todos los reinos del mundo, la mujer más bella que haya existido jamás y vivir por toda la eternidad. Lo que quiere todo el mundo (masculino). En su descargo, diremos que Eric es un adolescente. Lo que sucede es que, en primer lugar, tendría que ser invocado el demonio adecuado. De hecho tendría que haber invocado a un demonio, en lugar de haber hecho aparecer al mago más inútil que haya existido en el multiverso: Rincewind. Y en segundo, que el universo tiene un muy sano (para él) sentido del humor, y una cierta predilección por la sutileza semántica de los deseos formulados apresuradamente.
Hemos dicho que Rincewind es un inútil. No es del todo cierto:
«Entre los talentos de Rincewind destacaba su gran habilidad para salir corriendo, que con el paso de los años había elevado al estatus de verdadera ciencia pura. No importaba si huía de algo o hacia algo con tal de que huyera. Lo que contaba era el hecho en sí de huir. Corro, luego existo. O más correctamente, corro, por tanto si hay suerte podré seguir existiendo. Pero también se le daban bien los idiomas y la geografía práctica. Sabía gritar "¡Socorro!" en catorce idiomas y pedir piedad a gritos en otros doce.»
Y respecto a la semántica de los deseos formulados, ésta llevará a Eric y Rincewind a Tezuman, «conocido por sus huertos orgánicos, su exquisita artesanía de obsidiana, plumas y jade, y sus sacrificios humanos multitudinarios», una nación que no está muy satisfecha de cómo se gobiernan las cosas; a las guerras tsorteanas, famosas por su caballo de madera; y al inicio del universo, un lugar muy aburrido en el que contemplar la perspectiva de la vida eterna.
Las grandes virtudes de Pratchett son un ritmo vivaz, un agudo sentido crítico y una aguda percepción de unas realidades ridículas que damos por supuestas y normales. Y por descontado, su sentido del humor y el dominio del absurdo. Por ejemplo:

«Mientras caminaba junto a un muro llegó a una gran puerta, que retrataba de forma artística a un grupo de prisioneros a los que en apariencia se les hacía un chequeo médico completo [nota: Desde cierta distancia, era así, en cualquier caso. De cerca, no].»

«Cualquier mago lo bastante brillante como para sobrevivir cinco minutos era también lo bastante brillante como para darse cuenta de que si había algún poder en la demonología, éste residía en los demonios. Emplearlo para tus propios propósitos sería como intentar matar ratones a golpes de serpiente de cascabel.»

«Ningún enemigo había tomado jamás Ankh-Morpork. Bueno, técnicamente lo habían hecho, muy a menudo, además; la ciudad daba la bienvenida a los invasores bárbaros y derrochadores, pero de alguna manera los desconcertados incursores descubrían, tras pocos días, que ya no eran propietarios de sus caballos, y al cabo de un par de meses ya eran sólo otro grupo minoritario con sus propios graffitis y tiendas de comida.»

«─Allí hay una puerta.
»─¿Adónde va?
»─Se queda allí donde está, creo.»

«El problema es que las cosas jamás mejoran, sólo siguen iguales, pero más.»

Pratchett domina a la perfección su Mundodisco, de tal manera que, salvo El Color de la Magia y La Fantástica Luz, las dos primeras novelas de la serie, el resto de sus libros pueden ser leídos sin más equipaje que el deseo de reírse y sintonizar con un sentido del humor que es profundamente subversivo y sagaz con (uno diría contra) nuestro mundo real. Llámenlo fantasía si quieren, pero en realidad nos reímos de cosas muy reales. Por ejemplo, nuestros propios absurdos.

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Jinetes del Salario Púrpura, de Philip José Farmer

(Riders of the Purple Wage)
En Visiones Peligrosas I (Dangerous Visions)
Harlan Ellison, recopilador
Eds. Martínez Roca, col. SuperFicción
Barcelona, 1983 [1967]
Ilustraciones de Leo y Diane Dillon

In memoriam: PHILIP JOSÉ FARMER (1918-2009)

En el artículo anterior explicaba (o, más bien, lo explicaba el prologuista de este libro, Isaac Asimov) que la ciencia ficción se había reajustado en los años sesenta en un estilo mucho más literario que efectista, más humanístico que técnico, más experimental que expositivo. En este aspecto, la antología Visiones Peligrosas no inauguró esta corriente, pero sí fue su bandera ante el mundo (otra bandera, en el ámbito anglosajón en este caso, fue la revista británica New Worlds). En primer lugar porque los relatos que la componían habían sido escritos especialmente para ella, en segundo porque los escritores se comprometían a ciertos estándares innovativos y controvertidos. Historias demasiado fuertes para que fueran adquiridas por las revistas, realizadas por escritores de primera línea del género. Harlan Ellison lo consiguió, y Dangerous Visions se convirtió en una leyenda.
Una leyenda que tardó, por cuestiones de censura, dieciséis años en llegar a España, pero otras cosas, como la democracia, se demoraron más de cuarenta años, o sea que nos podemos dar con un canto en los dientes.
Hoy, a más de cuarenta años de su concepción y aparición original puede ser interesante ver qué queda de esa innovación y controversia. La respuesta es que no mucho, pero bastante más de lo que cabría esperar. Pienso comentarles poco a poco la antología de la antología. Las mejores historias de esas historias. Las que hoy en día pueden ser leídas sin desdoro, sin ningún esfuerzo de situarse en la época, de reajustar el modelo mental para justificar el relato. Las historias literariamente buenas e interesantes.
Y ahora déjenme hablarles de alguien que para la mayoría de ustedes sonará a chino: Philip José Farmer [tan a chino como que, en el momento de redactar esta reseña (28 de abril de 2009), al buscar el enlace de wikipedia para incluirlo aquí, he descubierto con desagrado y tristeza que murió el 25 de febrero de este año, con lo que esta reseña se convierte, muy a mi pesar, en un In Memoriam; puede que se me haya pasado la necrológica, pero ha sido una muerte invisible, por lo menos en España]. Philip José Farmer fue, por temática y estilo, desde sus inicios un autor casi maldito. Su preferencia por los temas de sexo y religión (por separado o en conjunción) le convirtieron en un escritor casi impublicable desde el principio en un género tan puritano como el de la ciencia ficción, aunque, por supuesto, le consagraran como pionero en estas temáticas. Estilísticamente, Farmer apostó por las formas de vanguardia cuando le convino para sus argumentos, y fue uno de los pocos que saltaba con extraordinaria facilidad del estilo clásico al de la "new thing", con resultados si no siempre satisfactorios, sí coherentes. Es curioso constatar que su paso a la corriente general se vio dificultado hasta resultar imposible por su gusto por el pastiche y la mímesis (la serie de "El Mundo del Río" es una buena prueba). Hasta el punto en que propuso (y Vonnegut aceptó) escribir una de las obras de ese autor ficticio que Kurt Vonnegut cita de forma recurrente en sus novelas, Kilgore Trout. Así surgió Venus en la Concha, que apareció firmada por Trout y desconcertó a críticos y lectores, hasta el punto que Vonnegut tuvo que negar que él fuera el autor y Farmer salir a la palestra para reconocer su paternidad.
En Jinetes del salario Púrpura, Farmer realiza una extrapolación de en lo que puede convertirse nuestra sociedad de cumplirse unas condiciones. Cito: «Los firmantes del Manifiesto de la Triple Revolución del siglo XX previeron con exactitud algunos aspectos. Pero le quitaron importancia a la falta de trabajo que la Triple Revolución produciría en el señor Cualquiera. Creían que todos los hombres tienen la misma capacidad de desarrollar tendencias artísticas, que todos podrían dedicarse a las artes, oficios y aficiones o a la educación por la educación. No se enfrentaron a la "no democrática" realidad de que sólo un diez por ciento aproximadamente de la población, si llega, es capaz de forma inherente de producir algo valioso, o siquiera levemente interesante, en las artes. Oficios, aficiones y una educación académica durante toda la vida aburren pronto, así que... de vuelta al licor, al fido [un sistema de televisión global] y al adulterio.»
Por descontado, en un mundo donde la población ha sido (ha tenido que ser) protegida y subvencionada por un salario estatal (el "salario púrpura"), el dinero tiene un valor ilusorio y esta tercera revolución provoca unos efectos colaterales.
Es una adecuada, no predicción, sino reflexión sobre el futuro de la sociedad global, una más localista y cerrada por cuanto más globalizada, ensimismada, matriarcal y fundamentalmente desocupada, con un gobierno paternalista y poco intrusivo, pero controlador de la producción y distribución. Nadie dice que esto vaya a ser así, pero Farmer describe, mediante la reflexión y la extrapolación, una sociedad plausible.
Si sólo fuera ésta su virtud, este relato apenas sería una anécdota. Pero Farmer sabe contar historias, de modo que hay aquí varios niveles de significación superpuestos, y el hilo conductor es Chib, un artista dispuesto a no doblegarse ante los condicionantes e imposiciones de la sociedad en la que vive, y que encuentra inspiración y aliento en su abuelo, el último gran delincuente del mundo.
Los relatos incluidos en Visiones Peligrosas gozan de una apostilla por parte de sus autores, de modo que la tarea del comentarista queda facilitada: «Este relato fue escrito primariamente como una historia, no como una caja de resonancia para una serie de ideas o una profecía. Terminé sintiéndome demasiado interesado en mis personajes.»
Es una buena explicación a la pervivencia y méritos de este relato, y añade valor literario a lo que podía haberse quedado en mera reflexión.
Sin embargo, no sólo de historias tiene que vivir la literatura, y las ideas, repartidas en varios niveles narrativos, están ahí. Es interesante constatar que esa Tercera Revolución es un documento que se propuso realmente (que se haya implementado en todo o en parte es otra cuestión, así como si esta puesta en práctica ha sido o no voluntaria). Volvamos a lo que dice Farmer: «Los autores del documento saben que la humanidad se halla en el umbral de una era que exige un reexamen fundamental de los valores e instituciones existentes. Las tres revoluciones, separadas y que se refuerzan mutuamente, son: 1) la Revolución Cibernética; 2) la Revolución de Armamentos; y 3) la Revolución de los Derechos Humanos.»
Sirvió de inspiración para mostrar una sociedad planificada, pero Farmer fue inteligente y quiso esbozar cómo vivían las gentes en esta sociedad, y cómo el individuo, y cómo este individuo puede resistirse a la planificación.
Todos estos niveles, y su ejecución literaria, son los méritos de una historia que merece sobrevivir y leerse, fresca y atractiva, hoy y mañana.

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La Muerte de la Ciencia-Ficción

Hace diez años dije que la ciencia-ficción agonizaba. Hace cinco, dije que la ciencia-ficción había muerto. Ahora es oficial. Hace un par de años, los popes de la ciencia-ficción en España declararon solemnemente la muerte del género. Lo que querían decir es que las editoras ya no estaban dispuestas a mantener unas colecciones que ya no daban dinero, y que se les había acabado el momio de la dirección de esas colecciones, lo cual habla con elocuencia de una cierta confusión mental entre el análisis literario y la contabilidad doméstica. Allá ellos (nota: ¿Ellos? ¿Qué "ellos"? Pues no, no voy a citar nombres. Revisen los interesados sus colecciones y percibirán quiénes han caído en la miopía y quiénes siguen dirigiendo colecciones basadas fundamentalmente en unos clásicos tan clásicos que no van a pasar de moda. Pero los que llamo "popes" fueron aquellos que, encumbrados a una falsa posición de decisión, selección y edición, creyeron que marcaban el gusto del público. Y el público les abandonó, porque lo que editaban era muy moderno. Y muy malo. Tendrían que haber percibido que así el género no iba a ninguna parte, y ellos tampoco. Cuando la terca realidad les cayó encima, sólo entonces condescendieron a extender el certificado de defunción a un cadáver que hacía años que apestaba. ¡Qué perspicacia! Y disculpen la digresión).
El caso es que esto de la muerte de un género no es nuevo. De hecho, se ha hablado, hace años ya, de la muerte de la Historia (¡ja, ja!); y de la muerte de la novela, en libros muy dignos, publicados por editores que, impertérritos, han publicado esos libros y han seguido publicando novelas alegremente. Y con cierto éxito. Pero tonterías aparte, lo cierto es que la ciencia-ficción está muerta. Por ahora. Revisemos lo que decía Isaac Asimov (nada menos) en el ya lejano año 1967 (nada menos):
«La nueva generación de lectores potenciales de ciencia-ficción descubrió toda la ciencia-ficción que necesitaba en los periódicos y en las revistas generales, y muchos de ellos dejaron de sentir la irresistible necesidad de acudir a las revistas especializadas de ciencia-ficción.
»Ocurrió, sin embargo, que tras un breve llamear en la primera mitad de los años cincuenta, cuando todos los dorados sueños parecieron convertirse en realidad para el escritor y el editor de ciencia-ficción, hubo una recesión [...] Ni siquiera el lanzamiento del Sputnik frenó esa recesión; antes al contrario, la aceleró. [...]
»Los autores reunidos en torno a Campbell, sin embargo, tenían que saber escribir razonablemente bien, o Campbell los echaba. Bajo el incentivo de su propia ansia empezaron a escribir mejor cada vez. Finalmente, y de modo inevitable, descubrieron que se habían vuelto lo bastante buenos como para ganar más dinero en otro lugar, y su producción de ciencia-ficción declinó. [...]
»Naturalmente, el género tenía que ajustarse, y eso hizo. [...] a principios de los años sesenta [...] la ciencia retrocedió, para dejar paso a la moderna técnica de ficción. Se acentuó mucho más el estilo. [...] Ahora los nuevos autores que entran en el campo llevan la marca del poeta y el artista.» (Isaac Asimov, prólogo a la antología Visiones Peligrosas, Martínez Roca, col. Super Ficción, Barcelona, 1983 [1963])
Eso con respecto a la primera (algunos dicen que la segunda) muerte de la ciencia-ficción. La actual viene dada por otros condicionantes.
El primero es el desinterés del público por la ciencia en su forma narrativa y por el espacio exterior. La experiencia ha enseñado que en los campos predictivos, la ciencia-ficción ha fracasado casi siempre, igual que su hermana "seria", la prospectiva. En algunos campos, incluso, la técnica real ha avanzado con una celeridad inusitada y en terrenos totalmente imprevistos. No hay una sola obra de mención que preveyera internet y sus usos. Ni una que avanzara los múltiples usos del teléfono móvil. Ningún Google Earth, ni GPS. Ni las redes sociales, por descontado. Ni los blogs.
Esto en cuanto a nuestra vieja Tierra. Pero además, los terrestres (o terrícolas, si lo desean) ya tenemos bastantes problemas ecológicos, sociológicos y políticos a nuestro alcance como para perder el tiempo mirando hacia las estrellas. La salvación de la humanidad puede estar en la colonización espacial (Hawkins dixit), pero el común de los mortales no se hace ilusiones al respecto: llegará demasiado tarde y para demasiado pocos. No para él y sus hijos. Y respecto a la ciencia-ficción catastrofista, tan apropiada, o ya existe en los clásicos del género, o cualquier obra reciente corre el riesgo de que el periódico la haga obsoleta a medio escribir.
¿Y esos escritores que renovaron el género a finales de los 60? ¿Esos autores que exploraron el "espacio interno", que escribían lo que se dio en llamar ficción especulativa? Se lo crean o no, los Vonnegut, Lem, Ellison, Ballard, Dick, Disch, Le Guin, McEwan o Rushdie (sólo en su primera novela) publicaban sólo y únicamente bajo la etiqueta de ciencia-ficción en los años 60 y 70, e incluso en los 80.
¿Qué ha pasado con ellos? Pues que la corriente general de la literatura, el mainstream, ha absorbido esos autores y obras en su seno. Hoy día, escribir una novela con componente fantástico o cienciaficcionista (que se centre en la humanidad o el ser humano y no en el espacio o en los gadgets, claro está) y que esté bien escrita, es admitida sin reparos por las editoriales generalistas. Es un avance, no hay que negarlo, y es lo que todos esos autores pedían desde el principio: ser tratados como escritores, punto. No como escritores de ciencia-ficción.
La fantasía florece en nuestro tiempo, tras épocas en las que ha sufrido vaivenes. Es muy lógico. Nuestro paradigma ecológico actual nos impele a refugiarnos en mundos mucho más limpios y armónicos, poblados por elfos tolkenianos, que viven en comunicación con la naturaleza, o por brujos buenos que derrotan a los malvados (la identificación del hechicero negro con el contaminador o el terrorista es, si quieren, una asunción infantil, pero muy real); en esto, todos deseamos, ya que los problemas globales son más complicados de lo que podemos asumir, un personaje que con un "hey, presto" derrote la causa de nuestras preocupaciones.
El terror siempre ha sufrido altibajos. Pero no se preocupen. El género terrorífico es inmortal. Y además, medra muy bien en épocas de crisis, de modo que esperen un revival del mismo a no tardar.
En cuanto a la ciencia-ficción, algunos pueden decir que sigue manteniendo (en los USA) un nivel de edición muy razonable. No se engañen. Estados Unidos, por su misma población, es el lugar donde editar cualquier cosa para un público determinado es rentable. Vender 3.000 ejemplares en España es difícil, no digamos en, por ejemplo, El Salvador (aparte consideraciones sociológicas). Venderlos en Estados Unidos es fácil. Y no se obnubilen. Lo que hacen las Cherryh o las Bujold (¡ay, quién ha visto a la Lois McMaster Bujold que ganaba el primer premio de relatos de la revista Twilight Zone con una buenísima historia, y quién la ve ahora), lo que hacen, decía, con la ciencia-ficción es el equivalente a lo que hace Jude Devereaux con la novela romántica. Es decir, crear productos de consumo para un público determinado.
Estoy convencido de que la ciencia-ficción renacerá. Pero lo hará de manera muy distinta a la que conocemos. Tal vez no lleve ni siquiera la etiqueta de ciencia-ficción, y es lógico, ya que los buenos escritores son considerados ahora como tales y no como buenos escritores de género. No creo lejano el día en que surja un nuevo Philip K. Dick que opte antes a ganar el premio Booker que el premio Hugo. En este estado de cosas, cabe preguntarse si es el género el que debe reconstruirse o son los aficionados al género los que deben reposicionarse. Tal vez sea llegado el momento que el que los aficionados aprendan a apreciar una buena metáfora en lugar de extasiarse ante una pistola láser. Si es que quieren seguir leyendo buena ciencia-ficción, claro está.

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Allegro ma non Troppo, de Carlo M. Cipolla

(Allegro ma non Troppo)
Ed. Crítica
Barcelona, 2007 [1988]

Este libro, divertido pero serio, se compone de dos pequeños ensayos en clave de humor. El primero es El Papel de las Especias (y de la Pimienta en Particular) en el Desarrollo Económico de la Edad Media, y no es más que (aparte de lo que propone en el título) una sátira del simplismo con el que muchas veces los historiadores económicos en particular e historiadores en general abordan la explicación de fenómenos que en realidad son mucho más complejos de lo que nos quieren hacer creer.
Sobre unas cuantas de estas teorías simplistas (la caída del Imperio Romano por el envenenamiento por plomo; el ansia de pimienta como motor de las Cruzadas; el control de la viticultura como motivo de la Guerra de los Cien Años; la bancarrota de Inglaterra como causa del Renacimiento italiano), Cipolla compone una historia hilarante, de un humor académico que es casi como una fábula literaria, a pesar de que (créanlo) algunos argumentos empleados han sido utilizados por historiadores con toda seriedad. Su glorioso colofón es demostrativo del tono que emplea el autor:
«Cuando en 1337 declaró [el rey Eduardo de Inglaterra] la guerra al rey de Francia por causa de aquellos benditos viñedos franceses, el rey Eduardo creyó ─como creen todos los que declaran la guerra─ que la suya sería una guerra relámpago y, tal como ocurre con todos los que proyectan una guerra relámpago, se equivocó de medio a medio. Su guerra relámpago duró, como ya se ha visto, 116 años, y él no vivió lo suficiente para saberlo. Lo que sí comprendió, sin embargo, desde el comienzo del berenjenal, fue que sus recursos financieros no podrían sostener el coste de la empresa. Poco después de 1340 se declaró en bancarrota e informó a los banqueros florentinos de que no pagaría sus deudas. Para los florentinos fue una pérdida desastrosa. Más aún. Desde un punto de vista psicológico fue un verdadero shock. Si en el mundo de los negocios no puede uno fiarse de un caballero inglés, ¿de quién diablos podrá fiarse? Los florentinos sacaron las consecuencias lógicas: abandonaron el comercio y la banca y se dedicaron a la pintura, la cultura y la poesía.»
El segundo ensayo, titulado Las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana, no es sino una humorada en la que se determinan estas leyes fundamentales y se analizan mediante métodos científicos los efectos de la estupidez. Lo curioso es que el estudio podría ser (y de hecho, es) totalmente aséptico, totalmente científico, como si del estudio de un tema sociológico o económico se tratara. Estas leyes son, digámoslo de una vez, aplicables al mundo real y, además, Cipolla nos proporciona una clasificación enormemente válida de los seres humanos: todos ellos pueden dividirse, sin excepción, en incautos, inteligentes, malvados y estúpidos. Por si no lo creen, el autor lo demuestra en unas pocas páginas.
Carlo M. Cipolla no es un cualquiera. Es uno de los grandes historiadores del siglo XX, sobre todo en la historiografía económica, y sus estudios han sido pioneros, seminales, imprescindibles y en muchas ocasiones insuperables. Es un placer descubrir que, además de inteligente tenía un sentido del humor tan notable como para escribir este Allegro ma non Troppo.

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Els Viatges, de Ibn Battuta

(Rihlat Ibn Battuta)
Enciclopèdia Catalana/Proa, col. A Tot Vent
Barcelona, 2005 [1355]
Trad., ed. y prólogo de Margarida Castells y Manuel Forcano

A veces, este autor ha sido definido como "El Marco Polo del Islam". No es mala comparación, pero Ibn Battuta llegó más lejos, fue a más sitios y, sobre todo, sus viajes, en cierto punto de su vida dejan de tener un sentido práctico o religioso y se realizan por la pura curiosidad de conocer otras tierras.
En este aspecto, su itinerario es impresionante: El Magreb; Egipto; Palestina y Siria; Arabia y los Santos Lugares de Medina y La Meca; Irak; Persia; Sudán; Yemen; Somalia; Zanzíbar; Omán y el Golfo Pérsico; Anatolia; Crimea; Rusia meridional; Constantinopla; Asia Central; India; las Maldivas; Ceilán; Bengala; Sudeste asiático; China; regreso a Marruecos; Al-Ándalus; Sáhara y Mali.
Es decir, que salvo los países cristianos y los confines septentrionales y meridionales del mundo conocido, Ibn Battuta lo visitó todo y lo vio todo. Con algunas salvedades, claro está.
El documento es valiosísimo por ser uno de los pocos testimonios (y, desde luego, el más detallado) que tenemos del Islam de la época. En este aspecto, el viaje de Battuta surgió del deseo de visitar todo rincón del mundo musulmán, sólo que llegado a un punto, cumplida varias veces su peregrinación a Medina y La Meca, acomete al autor ese rasgo distintivo propio del mundo moderno, el deseo del viaje por el viaje en sí.
No todo lo que cuenta Battuta (como sucede con Marco Polo y otros viajeros de la época) es exacto, y en alguna que otra ocasión habla de oídas, por no mencionar cuando los guías e intérpretes le tomaron directamente el pelo (como cuando en Constantinopla le presentaron a un emperador bizantino que había abdicado para hacerse monje; hecho cierto, pero persona equivocada: el emperador de marras había muerto dos años antes); sin embargo, aún de oídas, el testimonio directo o de segunda mano está ahí, y lo que en nuestra época de la información resulta inadmisible, como documento del siglo XIV es valiosísimo.
Es un texto, en origen, fundamentalmente religioso, de la extensión y variantes del Islam, pero no obvia las historias, algunas muy curiosas y divertidas, las leyendas y, sobre todo, la descripción geográfica y humana, las costumbres y los usos.
Leída con la adecuada paciencia que merecen las obras clásicas, esta crónica de viajes se muestra imprescindible para el historiador y para el lector curioso, apoyada en una magnífica traducción y edición.

Portada y sinopsis

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El Tercer Policía, de Flann O'Brien

(The Third Policeman)
Montesinos Ed., col. Visio Tundali/Contemporáneos
Barcelona, 1987 [1940]

Tal vez convenga empezar con lo que plumas más distinguidas que la mía han escrito sobre esta obra: "En la vanguardia de la escritura contemporánea" (Dylan Thomas); "Un verdadero escritor dotado de auténtico sentido cómico" (James Joyce); "Un libro entre mil: en la línea del Tristam Shandy y Ulises" (Graham Greene); "Incluso con Ulises y Finnegans Wake a sus espaldas James Joyce podría haber sentido envidia" (The Observer).
Esta es una reseña difícil de escribir, ya que no se puede comentar en su debida extensión El Tercer Policía sin desvelar por lo menos un hecho fundamental del argumento. Para aquellos que deseen descubrir por sí mismos este hecho, bástenles los elogios antes expresados y mi palabra de que son verdad. Los demás, lean lo que sigue a su propio riesgo. El que avisa no es traidor.
El protagonista, un hombre simplón pero filosófico, está en manos de Divney, un ser ruin que se aprovecha de él y que finalmente lo llevará a la complicidad en un asesinato por dinero. Pasados tres años, y no sin desconfianzas mutuas, llega la hora del reparto del botín. En cuanto el protagonista mete la mano en el escondite del mismo, se produce un cambio en su percepción. Olvida su nombre, se le aparece el fantasma del asesinado, y emprende una extraña odisea en una estrafalaria comisaría, irreal y onírica, que parece controlar la puerta de la eternidad.
El lector, mediante la inmersión en este mundo fantástico y a veces de pesadilla, empieza a adquirir la convicción de que este protagonista narrador puede (o puede que no) estar muerto y ser él mismo un fantasma o, cuando menos, haber entrado en un período atemporal de desconexión de la realidad.
Por definición, este mundo alternativo no tiene reglas lógicas, y O'Brien utiliza esta falta de leyes para la diversión y el humorismo. Así lo dice el autor, pero es curioso consultar la Britannica y descubrir que el articulista dice que "El Tercer Policía es una obra mucho más sombría [que las anteriores]". No hay contradicción en estos términos, por cuanto el humor, cuando se refiere a los aspectos de la vida humana, suele virar al negro absoluto.
No hay humor superficial en esta obra, y bien podría definirse (pese a su recurso al absurdo, o precisamente por ello) como una de las primeras obras de humor filosófico (que recuerda en muchos aspectos a El Hombre que Fue Jueves de Chesterton). Todo es más o menos relevante en esta novela, y todo va destinado a cuadrar el balance final, en una pirueta narrativa que conlleva una estructura circular que sirve, a la vez, como chiste de cierre y como reinicio de una pesadilla, de un infierno, esta vez sí con plena consciencia.
El Tercer Policía va más allá de la anécdota o la humorada. Esta falta de reglas que tienen las pesadillas o el infierno permiten, por contraposición, por suspensión o por contraste, reexaminar las que existen en el mundo real. No salen éstas bien paradas, y si bien es apropiado reírse de ellas con esta novela, no dejamos de tener la impresión de que, en el fondo, vivimos en una especie de infierno, y que nuestra vida real es tan errática e ilógica como nuestras peores pesadillas.

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La Música del Adiós, de Ian Rankin

(Exit Music)
RBA Libros, col. Serie Negra
Barcelona, 2008 [2007]

Esta es la última novela del inspector John Rebus, del departamento de investigación criminal de Edimburgo. Al menos, la última del personaje como inspector, ya que en ella se jubila. No sabemos si Rankin proseguirá la serie con la sargento Siobhan Clarke como protagonista o si Rebus seguirá en la serie, de civil o en colaboración con sus excolegas. En cualquier caso, es un punto de partida adecuado para comentar una serie que no siempre ha gozado de un respeto editorial óptimo en España, en unas ediciones que siempre han dejado al lector el trabajo de investigar cuál era el orden cronológico de las novelas, cuando en esta serie (como en todas aquellas en las que los personajes evolucionan y envejeces) el orden es fundamental.
Rankin se caracteriza por unas tramas que funcionan como una maquinaria bien engrasada. En este caso, el descubrimiento de un joven poeta ruso autoexiliado, asesinado en las calles de Edimburgo, justo cuando está de visita una tenebrosa misión comercial de empresarios rusos de trayectoria un tanto turbia. Como siempre en Rankin, esta trama se desarrolla con un ritmo preciso y que mantiene el interés del lector hasta el final.
Pero también Rankin es digno heredero de la gran novela negra clásica tal y como ha evolucionado en Europa, es decir, no abstrayéndose de la sociedad que rodea a los personajes. Leer las novelas del inspector Rebus es entrar en una crónica sociológica e histórica de un país que busca dubitativamente su identidad, Escocia; una búsqueda que se enmarca dentro de los acontecimientos que suceden en la Gran Bretaña y en el mundo.
Es esta tendencia, aprovechada con sabiduría y comprendida por autores tan dispares y alejados geográficamente como Mankell, Camilleri y otros, la que ha otorgado la primacía narrativa dentro del género a los escritores europeos, y que hace que trasciendan el mero asunto policial para entrar en el reflejo de la realidad en que vivimos.
El hilo conductor es el inspector Rebus, un policía díscolo, solitario e indisciplinado, alcohólico e inconformista, básicamente íntegro, pero independiente y poco respetuoso con los protocolos, que se apoya en el compañerismo de su colega Siobhan y en la ambigua y a veces contradictoria relación que mantiene con el gágster local, Big Ger Cafferty. Si todo esto les parece dejà vu, se lo admito. Es un cliché del detective de novela negra. Pero su implicación con los tiempos que vive y con el mundo que le rodea hace que John Rebus no sea una fotocopia de Philip Marlowe o de Lew Archer, sino que adquiera una personalidad propia.
A los amantes del género, les encantará. Al resto de lectores es más que probable que les interese. A los que dudan, les digo que vale la pena el intento.

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Réquiem por Brown, de James Ellroy

(Brown's Requiem)
Ed. Júcar, col. Serie Mayor
Madrid, 1992 [1981]

Esta es la primera novela de James Ellroy (autor de La Dalia Negra, un caso real que es una auténtica obsesión de Ellroy, y de L. A. Confidential). La vida de Ellroy es prácticamente una novela policíaca: a los 10 años fue testigo del asesinato de su madre, un caso nunca esclarecido; drogadicto; alcohólico; homeless; encarcelado por vagancia y escándalo público; al borde de la muerte por alcoholismo; finalmente escritor, con lo que puede no ser inexacto decir que la escritura le ha salvado la vida.
Réquiem por Brown cuenta la historia de un expolicía (Brown) exalcohólico que ahora se dedica a repoman de coches impagados, al que un día un caddy de golf mugriento y asqueroso, pero que va presumiendo de un fajo de seis mil dólares, contrata para seguir a su hermana y al protector de ésta para descubrir teóricos asuntos sucios que permitan convencer a su hermana a volver con él.
Brown empieza a investigar, sin descubrir nada especialmente grave. Contraponiendo las personalidades de la hermana, su protector y la del caddy "Fat Dog" Baker, decide que quien en realidad es agua poco clara es éste último. Por tanto, empieza a indagar a Fat Dog. Lo que descubrirá es una conspiración odiosa, una persona abyecta, un submundo abominable. Y se convertirá en ángel guardián de Jane Baker frente a su hermano.
Basten estas puntadas de la trama. El estilo de Ellroy es algo que merece la pena, una elaboración hasta su último extremo del "Hard-boiled", del mundo duro del detective y la sociedad (por desgracia marcado por una traducción y/o revisión bastante deficiente). Acudir a Ellroy es escuchar una de las pocas voces originales de la novela negra americana surgidas en los últimos veinte o treinta años.

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Vermilion Sands, de James G. Ballard

(Vermilion Sands)
Eds. Minotauro
Barcelona, 1993 [1971]

In Memoriam: JAMES GRAHAM BALLARD (1930-2009)

Vermilion Sands es un conjunto de relatos (escritos en un amplio período de tiempo) que se sitúa en el mejor (literariamente hablando) de los futuros que puede crear la ciencia-ficción; es decir, no en un futuro marcado por los adelantos científicos que suelen quedar o desfasados o ser imposibles, sino en aquellos futuros creados más bien por un estado de ánimo. O sea, en la tradición fantacientífica del "espacio interno" o ficción especulativa. El hilo conductor de estos relatos es el lugar, Vermilion Sands, un balneario refugio de antiguas estrellas de cine y de las artes, que más que una época, marca una concepción de vida ("lo que me gusta de Vermilion Sands ─dice uno de los personajes─ es que siempre está igual. Nada cambia en Vermilion Sands"). Como dice el propio autor: «Vermilion Sands tiene más que su cuota de sueños e ilusiones, miedos y fantasías, pero en un marco menos limitado. Además, me gusta pensar que celebra las descuidadas virtudes de lo cursi, lo extravagante y lo grotesco.»
Esto respecto a la continuidad del medio físico. Respecto al medio temporal, es un lugar donde la gente ha conocido a Dalí o Picasso, pero se sitúan en un tiempo donde hay nuevas técnicas artísticas, una fauna y ecología propias, etc., todo lo cual contribuye a una sensación de otredad sin embargo cercana a nuestros paradigamas culturales.
En cuanto a las líneas argumentales, hay una constante, y es una especie de canibalismo (o vampirismo, a veces) emocional. Y el medio por ele que se ejerce este canibalismo son las artes.
Los protagonistas están en su decadencia la mayoría, en su cénit algunos, pero todos necesitan, no amor, sino ser amados. Recibir lo que consideran el máximo homenaje de la gente de su alrededor, aunque en ese proceso destruyan a sus amantes y adoradores; el medio para este homenaje son las artes, que se esfuerzan por devolver una belleza o grandeza perdidas a las representaciones del objeto amado.
Sin embargo, nos dice ballard, el arte es terco y veraz, el arte no es halagador, el arte es lo único auténtico y sincero que existe en esa relación. Y la tragedia de los protagonistas es no percibir ese definitivo y sincero homenaje, no admitir la adoración por lo que se es, sino pretender la admiración por lo que se ha sido y no volverá o por lo que nunca se ha sido, y en cambio se ansiaba conseguir ser. No valorar el amor que se recibe por su persona en sí, con sus defectos y características totales, sean cuales sean.
Son unos relatos que fascinan, no por los gadgets, sino por sus personajes, ambiente y por unas historias tan complejas como el ser humano, con sus deseos, frustraciones y aspiraciones. No es de extrañar que Ballard exprese que no se sentiría incómodo en Vermilion Sands, "donde el juego es el último trabajo y el trabajo el último juego". En efecto, es un puro microcosmos con reglas propias, una especie de paraíso artístico en el que, sin embargo, el ser humano lleva sus propios problemas. Y tal vez por estar desconectado de cualquier otra realidad, el ser humano, al enfrentarse a sí mismo, está definitivamente solo.
Un lugar que me gustaría visitar, aunque el riesgo es el de pagar un precio muy alto. Tal vez por fortuna, sí se puede visitar Vermilion Sands en las páginas de este libro sin tener que pagarlo. Eso sí, saliendo de su lectura con una reflexión sobre el arte, el amor y el ser humano.

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A Most Wanted Man, de John Le Carré

Hodder & Stoughton
Londres, 2008 [2008]

La era Bush ya es historia. Pero, ¿cuánto se tardará en eliminar la forma de actuar que esta llamémoslo filosofía instauró?
John Le Carré vuelve en esta novela a su tema más querido, un tema que elevó a la cumbre de la literatura, como es el espionaje. Pero, cosa curiosa, esta vez vuelve en su defensa. ¿Y cómo puede ser así en un autor que justamente descubrió el espionaje como una actividad sucia, brutal, despiadada e inhumana? Pues porque existe una alternativa peor. Al fin y al cabo, y tan eufemísticamente como se quiera, el espionaje gusta de describirse, al menos de cara al público, como "inteligencia". Y la alternativa que se convirtió en paradigma de la administración norteamericana es la acción directa, brutal e irreflexiva; la venganza, represalia o acción que busca el resultado inmediato, gratificante pero inútil. Esta falta de sutileza, que echa por el retrete toda la filosofía del conocer al enemigo, infiltrarlo y destruirlo desde dentro, es tan burda que no sólo compromete las conciencias de quienes la desprecian, sino la posible victoria sobre el enemigo. Irak y Guantánamo, verbigracia.
Les pongo en situación: a Hamburgo llega Issa, un pobre desgraciado que no tiene culpa de ser hijo de quien es, un coronel ruso que le engendró en el vientre de una chechena violada y que es el heredero de su poco deseable y deseado padre. Esta herencia es producto de una historia muy anterior, y esa herencia depositada en un pequeño banco privado de Hamburgo es lo que le ha llevado allí.
Por ser checheno, Issa ya fue encarcelado y torturado en Rusia. Por ser checheno, lo fue en Turquía. Por haber estado en la cárcel y ser checheno, la etiqueta de terrorista islámico le cae como anillo al dedo. Una etiqueta de la que no es fácil desprenderse, si es que alguna vez puede ser borrada.
Sin embargo, los servicios de inteligencia alemanes tienen un plan, y es el de emplear a Issa para conseguir una vía de infiltración en los grupos terroristas islámicos. Pero ¿está todo el mundo de acuerdo en esto?
Le Carré se maneja de forma magistral en los personajes, y cada uno de ellos es una lección de narrativa y percepción. Pero también, como acostumbra, es un genio en poner puntos sobre las íes y dejar al desnudo los entresijos de una Historia que, aunque expuesta, siempre tiene claroscuros. Busquen en este El Hombre Más Buscado la "Cantata de Bachmann" y encontrarán una lección de historia contemporánea que no viene en los manuales.
Como acostumbra, Le Carré consigue una novela genial. Aunque las vergüenzas que denuncia nos dejen un mal sabor de boca. Al fin y al cabo, es el mundo en el que vivimos.