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El Órgano del Titán, de George Sand

¿Se acuerda alguien de George Sand, aparte de que se vestía de hombre, fue amante de Chopin y pasó un invierno en Mallorca? Creo que no, a juzgar por su presencia en las librerías. En el relato que traemos hoy (y que pueden leer, sólo en francés, lo lamento, en el enlace al pie de esta reseña), muy característicamente de su época Sand se inventa una narración fantástica que explica racionalísticamente punto por punto, como si se avergonzara de lo sobrenatural en literatura. Ya digo que era una tendencia propia de ciertos círculos de la época. Otra cosa es que, por mucha explicación racional que dé, la imaginería fantástica no cumpla su función, y lo hace.
La historia es un recuerdo de infancia. Un músico famoso rememora, cuando se rompe una cuerda de su piano, el viaje que realizó como aprendiz de un organista a Cantuérgano, un pueblo situado junto a una masa rocosa volcánica, cuyas formaciones basálticas forman aquello que se describe como "órgano de los titanes".
Afectados por la ingesta de vino, durante el viaje de vuelta extravían el camino y van a parar a la cima de este gigantesco órgano, que empiezan a tocar, real o imaginariamente.
Este tipo de historias, meras anécdotas, no tienen otra función que la de poner una historia curiosa en forma de narración, y funcionan tan sólo si las imágenes que nos brindan son efectivas. En este caso, George Sand consigue esa efectividad, muy gótica, por otra parte, en una especie de aquelarre sobre un monte pelado que tiene una potencia telúrica impresionante. Por supuesto, la explicación racionalista desactiva el efecto, pero la imagen permanece, y el estilo, también.

(L'Orgue du Titan)
En La Eva Fantástica
Eds. Siruela, col. El Ojo Sin Párpado
Madrid, 1989 [1875-76]

Texto en francés de L'Orgue du Titan



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La Batalla de Creta, de Antony Beevor

Beevor es, sin lugar a dudas, quien ha puesto la historia militar de nuevo en el sitio que le corresponde, después de haber estado relegada a una especie de limbo cuando otras modas historiográficas, principalmente la historia económica, se erigían en las grandes explicadoras de los hechos históricos.
Sin embargo, o ha hecho como debía hacerse, no por imposición sino como integración. En efecto, Beevor no defiende la militar como la panacea para explicar la Historia; lo que dice es que es un elemento más a tener en cuenta, sobre todo cuando se trata de hablar de guerras (irónicamente, habían historias de la Segunda Guerra Mundial que no hablaban ni una sola vez de movimientos militares), y por tanto no renuncia a la historia económica, social, política, etc., cuando se trata de explicar hechos.
Así, cuando Beevor nos propone una historia de la batalla de Creta (y de la resistencia en la Creta ocupada, como dice el título original), no se limitará a las meras cuestiones del combate y sus movimientos.
Digamos que a Hitler le convenía una Grecia neutral, pero no hizo gran cosa para impedir que Mussolini se embarcara en la desastrosa campaña de invasión desde Albania. Pero, una vez metido en campaña, Creta tenía que ser conquistada. Su posición era ideal para la instalación de bases aéreas que pudiesen atacar los pozos de petróleo rumanos de Ploesti, que le eran vitales. Menor era su interés en Creta como primer salto hacia la conquista de Egipto, pero aún así la posesión de la isla sería una amenaza permanente para los ingleses.
De manera que invasión tenía que haber, pero lo auténticamente nuevo fue que se trató de la primera invasión aerotransportada de la historia.
Creta, en este aspecto, ha sido escuela táctica y estratégica de cómo no se deben hacer las cosas. No en vano la isla fue llamada "el cementerio de los paracaidistas alemanes". Si los ingleses no ganaron la batalla fue por una combinación de incompetencia, mala información y poca voluntad. El caso es que Creta quedó en manos alemanas y Hitler jamás volvió a usar los paracaidistas en operaciones a gran escala.
Lo que hace Beevor es llevarnos desde la invasión de Grecia a la liberación de Creta con esa escritura genial que ha demostrado una y otra vez, y que va desde lo más general a lo más detallista en una sabia combinación de grandes temas con anécdotas que permiten humanizar todo lo que se está leyendo.
Pero, por valiosa que sea la narrativa que nos depara Beevor sobre la conquista de Creta, ésta ya era de sobras conocida; lo que añade interés a este libro es la feroz resistencia cretense que se produjo tras la ocupación alemana, y ahí Beevor ha trabajado con fuentes de primera mano para darnos una historia tanto de la resistencia cretense como de los infiltrados ingleses en la isla, que trabajaron codo con codo con los partisanos.
Una historia poco contada, pero que en manos de Beevor se convierte en un documento imprescindible para la historiografía moderna de la Segunda Guerra Mundial.

(Crete, the Battle and the Resistance)
Ed. Crítica
Barcelona, 20023 [1991]


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Una Reina en el Estrado, de Hilary Mantel

Hilary Mantel, con esta segunda novela dedicada a la época Tudor, logró algo nunca visto antes, a saber: ganar otro premio Booker (el más prestigioso y fiable en la narrativa en inglés), la primera vez que se concedía a dos partes de una trilogía. Es poner el listón muy alto, y veremos si lo gana otra vez con el cierre de la serie, pero es un premio merecido. la elegancia de estilo de la que le hablé comentando En la Corte del Lobo sigue presente, y los valores dramáticos y argumentales son todavía mejores.
En esta ocasión, el tema es cómo lograr que Jane Seymour sustituya, en el trono y en el corazón de Enrique VIII, a la actual reina Ana Bolena.
El artífice de llevar a término los deseos del rey (y uno diría que de inducirle a estos deseos) es nuestro conocido protagonista Thomas Cromwell, el secretario del rey, el hombre que todo lo controla y ve, el factótum que se ha hecho imprescindible.
Hay que remarcar que esto es una novela. De trasfondo histórico, pero novela. No hay constancia de que Cromwell fuera quien avivara el deseo de Enrique por Jane, ninguna de que insistiera, insinuara que Ana Bolena no le iba a dar ningún heredero varón, ni de que los motivos que tuviera Cromwell para así proceder fueran los de una venganza.
Porque de eso se trata. Cromwell es persona agradecida y leal, y no perdona que los Bolena, en su camino al trono, provocaran la caída de su primer protector y maestro el cardenal Wolsey. Ni que, una vez caído, se burlaran despiadadamente de él.
la apuesta es fuerte. Si Catalina era una reina abandonada, con sólo apoyos exteriores importantes pero poco significativos dentro de Inglaterra, en esta ocasión el partido de la familia Bolena es toda una potencia, y combate por su propia existencia. Saben que la única manera de apartar a Ana del trono es mediante la prisión o el cadalso, con acusación de traición o de adulterio, y eso tendrá un coste entre los partidarios y familiares de la reina.
Cromwell es una figura enigmática pero fascinante, un alumno aventajado de todo lo que Maquiavelo enseñó. Ver los acontecimientos a través de sus ojos, por ficticio que sea, transmite una cercanía a los hechos y personajes que de otra manera no podía haberse alcanzado, pues él estuvo en el centro de todo. Y, complicación añadida, en la inmensa maraña de alianzas y parentescos que era la corte de los Tudor, Mantel se las compone para presentarla de forma comprensible. El sentimiento de inmersión en la época (los aficionados a la gastronomía en la literatura, por ejemplo, deberían leer con atención esta serie) es total, y la lectura fluye con la sensación perenne de estar presente en las conversaciones y las situaciones que se desarrollan en la novela, con una potencia rara vez encontrada en la literatura histórica.

(Bring Up the Bodies)
Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2013 [2012]

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Ganadora del Man Booker Prize 2012.

Un juego de tronos apasionante

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Freud Pasión Secreta, de John Huston

SESIÓN MATINAL 

(Freud); 1962

Director: John Huston; Guión: Charles Kaufman y Wolfgang Reinhardt; Intérpretes: Montgomery Clift (Sigmund Freud), Larry Parks (Dr Joseph Breuer), Susannah York (Cecily Koertner), Eileen Herlie (Frau Ida Koertner), Susan Kohner (Martha Freud), David McCallum (Carl von Schlossen); Dir. de fotografía: Douglas Slocombe; Música: Jerry Goldsmith.

Una película a reivindicar. Se trata de la reinterpretación muy libre, muy falsa y muy poco biográfica (al fin y al cabo, esto es Hollywood) de los primeros años de la carrera de Sigmund Freud y de los primeros avances que realizó en su descubrimiento del psicoanálisis.
Ya desde su estreno, fue masacrada por la crítica, pero vista hoy hay que decir que esa denostación tenía mucho de ideológico y muy poco de crítica cinematográfica. Era una película que hablaba con una franqueza desusada (para la época, claro) sobre temas sexuales, y esto, que hoy nos parece inocente, en su día motivaba una acusación de inmoralidad que en una sociedad puritana como la estadounidense hacía difícil defender la película.
Ciertamente no es perfecta. Las secuencias oníricas siempre comportan un riesgo, y generalmente fracasan, y este filme no es la excepción, pero Huston (que por lo demás está impecable como director, uno diría incluso que maestro) tiene el buen sentido de reducirlas al mínimo y no convertirlas en parte central del argumento de la película.
Pero en cuanto al resto, nos hallamos ante una de las mejores interpretaciones de Montgomery Clift, en un papel que le venía como anillo al dedo. Y, por mucha mentira que haya respecto a la biografía real de Freud, los conceptos esenciales y los avances históricos en el psicoanálisis están ahí, así como la resistencia de la comunidad médica vienesa a unos estudios sobre la histeria que empleaban métodos que parecían circenses, cuando no heréticos u ocultistas.
Vista hoy, y sobre todo teniendo en cuenta la poca consideración que desde su estreno se dio a esta película, el espectador queda sorprendido al encontrarse frente a una de las que sin duda puede ser calificada como obras mayores de su director.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: CMS Trio en Hamburgo + Dee Dee Bridgewater en el New Morning de París

Y el CMS Trio es el de Javier Colina, Marc Miralta y Perico Sambeat, tres de los mejores jazzmen españoles que corren por el panorama actual del jazz europeo y que, como podrán comprobar, no tienen nada, pero nada que envidiar a sus internacionales colegas.
De los tres, el más famoso es Perico Sambeat, el multisaxofonista, aquí al alto, soprano y flauta. Larga carrera, y brillante, vive dios, que le ha llevado a escenarios de medio mundo, a tocar con grandes figuras y, sobre todo y fundamental, a tener un estilo propio y reconocible. No estamos hablando de una promesa, sino de toda una realidad. El contrabajista Javier Colina tal vez no tenga tanto nombre, pero nombre tiene. Le escucharán hacer cosas increíbles con el contrabajo, y no menos importante, embeber de jazz el flamenco, o viceversa, actuando con su instrumento incluso como si tuviera en las manos una guitarra española en lugar del "armario" (pero, me apresuro a decir, uniendo el jazz y el flamenco con todo sentido, no como esas pretendidas "fusiones" tan de moda que juntan a un cantaor y a un pianista de jazz y ya se apañarán, con lo que uno de los dos estilos, o ambos, acaban capados). Y Marc Miralta (que todavía no tiene entrada propia en wikipedia, pero todo se andará), que es un batería más que notable, sobresaliente. No se pierdan los matices que incorpora a las piezas, así como un swing tremendo y un sentido de la oportunidad de la intervención encomiable. Pues bien, en Hamburgo estos tres músicos de marca dan un recital que merece la pena escucharse y guardarse. Los temas son Andando; Gnawa Blues; Verdad Amarga; Hugo; Syeeda's Songflute; y Drume Negrita. Les aseguro que quedarán complacidos.
Y la segunda parte del programa lleva también un concierto espléndido, que figura en todas las discografías selectas de la cantante como remarcable, el que la vocalista Dee Dee Bridgewater dio en el "New Morning" de París. Acompañada de Hervé Sellin al piano, Tony Bonfils a la guitarra bajo y André Ceccarelli a la batería, Bridgewater despliega todas sus capacidades vocales, que son muchas, en una actuación que entusiasma. Capaz de unos cambios de potencia extraordinarios, con un scat inventivo y rítmico y con un espíritu de blues que nace de las tripas y te atrapa por completo, exuberante en la interpretación, nos regala un programa compuesto de All Blues; Misty; On a Clear Day; Dr Feelgood; There's No Greater Love; Here's That Rainy Day; y el Medley: Stormy Monday / Everyday I Have the Blues.
Atentos a los comentarios del Cifu, y espero que hayan disfrutado de la música.

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Jalea Real, de Roald Dahl

Este es uno de los cuentos de choque de Roald Dahl que más se recuerdan, si uno tiene la ocasión de leerlo (cosa que pueden hacer en los enlaces que figuran al pie de esta reseña). Se trata de un relato intimista, casi una miniatura, que tiene unidad de espacio, tiempo y personajes y que sin embargo acaba por mostrar una cantidad de matices e implicaciones enorme, fruto del habitual estilo del autor, en el que la implicación es casi más importante que lo mostrado.
Hay una preocupación en la familia Taylor. La única hija de la pareja Albert y Mabel, recién ncida, rehúsa tomar sus biberones, está perdiendo peso preocupantemente y los médicos no parecen encontrar una solución efectiva al caso. Albert es apicultor (y un personaje muy especial en su relación con las abejas), y en una revista especializada topa con un artículo sobre las propiedades de la jalea real, que conoce de sobra, pero una frase le llama la atención: aquella en la que describe sus efectos en el crecimiento de las abejas. Una idea le viene a la cabeza y, sabedor de que su esposa puede considerarla una locura, o un experimento loco, se prepara a ponerla en práctica disimuladamente, introducir jalea real dentro de los biberones de la niña.
El efecto es mágico. El bebé no sólo toma sus dosis, sino que exige más, y empieza a ganar peso, recuperndo lo perdido, en un tiempo récord. Su esposa lo ve como un milagro, y Albert no puede reprimirse y, mediante una explicación sobre la jalea real que recuerda un poco a las que Melville daba sobre las ballenas en Moby Dick, revela el secreto de la alimentación de la niña. Un toque de doctor frankenstein, de no-nterferirás-con-las-leyes-de-la-naturaleza, se desliza en el relato cuando su esposa no se muestra complacida, sino aterrorizada por lo que ha hecho, y llena de temores sobre la niña. Pero todavía falta una revelación final, que no les desvelaré, puesto que es tan inesperada como inquietante respecto al futuro matrimonial de los Taylor.
Es un relato maestro, construido con toda sencillez sobre un hecho y llevado más allá de sus consecuencias lógicas por el autor, quien se reserv el desenlace para que así el lector pueda construir toda una continuación en su mente, un método que, trabajado por Roald dahl, demuestra ser del todo eficaz y deslumbrante.

(Royal Jelly)
En Relatos de lo Inesperado
Ed. Argos Vergara
Barcelona, 1981 [1979]

Texto en castellano de Jalea Real
Texto en inglés de Royal Jelly


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The Dain Curse, de Dashiell Hammett

En La Maldición de los Dain, Hammett retomó su personaje del Agente de la Continental (protagonista de Cosecha Roja) y en esta ocasión lo puso en un papel más tradicional, encargado de investigar el robo de unos diamantes, en una trama que cada vez se complica más y que desemboca, a mitad de la novela en la maldición que los Dain llevan encima de convertirse, más pronto que tarde, en asesinos.
El agente no cree en ninguna de estas tonterías, pero Gabrielle, la hija del matrimonio que ha sufrido el robo, y que es una Dain, es altamente sugestionable, de manera que intenta protegerla tanto de las amenazas externas que como heredera puede sufrir como de su propia creencia de ser una asesina en potencia.
Resumir el argumento en detalle es imposible. La trama se estructura en tres partes, que son episodios claramente distintos en cuanto a la acción, pero cada vez los hechos se van concentrando más en sí mismos, creando nuevas ramificaciones. Sin embargo, y como sucede muchas veces con la novela negra moderna, la trama no es precisamente lo más importante.
Lo es mucho más ver cómo el Agente de la Continental, prototipo del detective privado duro y seco, va adquiriendo cuerpo, va añadiendo recursos, coopera con la policía pero no espera mucho de ella, y se mueve en cualquier ambiente con seguridad y un punto de cinismo.
Tendría que llegar Chandler con su Philip Marlowe para que la figura alcanzara su total dimensión, pero Hammett, además de crear a Sam Spade y al Continental Op, sobre todo hizo el milagro para la narrativa policial de devolverla a donde realmente pertenecía, es decir, a la realidad, y no a los salones victorianos o a las copas de delicados venenos y sutiles encajes donde se había estado desarrollando hasta entonces. Los ambientes de Hammett son realistas, sean de clase alta, media o baja, y su narrativa no sólo prefigura e inaugura un nuevo modo de narrar, realista y duro, el relato policiaco, sino que también empieza un periplo que sigue hasta hoy que es el de poner, como fondo o en primer plano, la sociedad de su tiempo; incluyendo también, aunque sólo sea insinuada, la psicología criminal, no tan alejada del hombre común y corriente como se creía.
La maldición de los Dain es todo eso, pero se mantiene además con una frescura sorprendente, como un monumento de la novela negra que es además su piedra basal.

En Dashiell Hammett. The Four Great Novels
Picador / Pan Books
Londres, 1982 [1928]



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En la Corte del Lobo, de Hilary Mantel

En 1529 Inglaterra vivía una convulsión política y sexual de primer orden. El rey Enrique VIII, sin heredero varón ni esperanzas de tenerlo de su esposa Catalina de Aragón, y enamorado (o infatuado) de Ana Bolena, exige a sus servidores todos los esfuerzos para obtener la anulación de su matrimonio y poder casarse con Ana.
El primero de estos servidores es el cardenal Wolsey, Lord Canciller. Sus esfuerzos no serán suficientes, por lo que será destituido y su cargo otorgado a Thomas Moro.
Al servicio del cardenal está un hombre singular, Thomas Cromwell. Aventurero, mercader, banquero (algunos dicen que usurero), ex mercenario, ilustrado, renacentista, flor de la abogacía, es el único que tras la caída se mantiene fiel a su amo, en una época en la que entrar en el desfavor del rey era como caer en el ostracismo.
Pero esta fidelidad no pasa desapercibida. Muerto el cardenal y con Thomas Moro incapaz de proporcionar al rey lo que desea, Cromwell es llamado cada vez más a la corte, tanto por los Bolena como por el monarca.
Es a través de esta figura que Hilary Mantel escribe la primera de una trilogía sobre el reinado de Enrique Tudor en su etapa más frenética, centrándose en Cromwell como enigma que sigue desafiando la evaluación histórica y viendo a través de sus ojos el mundo de la corte y sus intrigas.
Mantel no sólo ganó el Premio Booker (una garantía de calidad) con esta novela, sino que lo ha vuelto a ganar con la segunda parte de la trilogía, y no es de extrañar. Temáticamente, el personaje central sigue siendo un enigma, pero es probablemente el enigma más singular que transitó en su época, por su origen humilde, su educación en los modos del mejor Renacimiento y por su inteligencia y manejo del poder. A través de sus ojos cobra vida todo el mundo de la corte y del pueblo de Inglaterra, y asistimos a los juegos de poder y a las conspiraciones de influencias, a los caprichos de un rey muy humano en ciertos aspectos y demasiado rey en otros.
Sobre todo destaca una cosa infrecuente: no hay héroes en este libro. Ni aunque se centre en Thomas Cromwell la autora se ha dejado secuestrar por él. Cromwell es un arribista, es frío, calculador y vengativo; tal vez su mejor definición fuera la de ser la encarnación del príncipe de Maquiavelo, pero reducido al papel plebeyo de secretario real, con todas las nociones que el tiempo y la historia han dado al apelativo "maquiavélico".
Y sobre todo, es un libro escrito con elegancia. Los personajes pueden decir de todo, procacidades incluso, pero la elegancia de la escritura de Mantel es tal que mantiene ese ambiente renacentista, irónico y refinado que podría haber dominado una corte tan fastuosa como la de los Tudor. En ese estilo el lector se encuentra cómodo, puesto que le sitúa sin esfuerzo en la época y en el cinismo de sus personajes, que contemplan con variadas intensidades y emociones los acontecimientos de un capricho real que desembocará en una separación de la Iglesia anglicana y en una espiral de frustraciones y muertes.

(Wolf Hall)
Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2011 [2009]

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El gran espectáculo de la Inglaterra de los Tudor. Un fascinante  desfile de deseos, ambiciones y sentimientos


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Hello, Dolly!, de Gene Kelly

SESIÓN MATINAL

(Hello Dolly); 1969

Director: Gene Kelly; Guión: Ernest Lehman, basado en el musical de Jerry Herman (letra y música) y Michael Stewart (libreto), basado a su vez en la obra teatral The Matchmaker, de Thornton Wilder; Intérpretes: Barbra Streisand (Dolly Levi), Walter Matthau (Horace Vandergelder), Michael Crawford (Cornelius Hackl), Marianne McAndrew (Irene Molloy), E. J. Peaker (Minnie Fay), Tommy Tune (Ambrose Kemper), David Hurst (Rudolph Reisenweber); Dir. de fotografía: Harry Stradling; Dir. musical: Lennie Hayton y Lionel Newman; Diseño de producción: John De Cuir; Coreografía: Michael Kidd.

Un musical extraño, en el que sus carencias son absolutamente oscurecidas por unos valores de producción que lo disimulan todo, y que hacen que se convierta en disfrutable.
Porque ciertamente en esta película hay una casamentera cuarentona que es interpretada por una Brabra Streisand que es obviamente más joven (un papel por el que lucharon en vano Carol Channing, Ginger Rogers o Betty Grable), un protagonista masculino que ni canta ni baila, y eso en los papeles principales.
No es de extrañar que Streisand sólo exhiba voz, que eso sí tiene, y matthau parezca en todo momento fuera de ambiente. Puestas así las cosas, el peso interpretativo recae en el característico inglés Michael Crawford y en la estupenda Marianne McAndrew, amén de la aparición de la eterna fuerza de la naturaleza que era Louis Armstrong.
¿El argumento? Bueno, una simpleza, como casi todos los musicales: una casamentera ha decidido que quien se va a casar con el maduro, adinerado y aburrido Vandergelder es ella, aportando a su vida un poco de emoción y disfrute. No hay más. Como subtrama, el que los empleados de Vandergelder decidan sacudirse (algo) el tiránico yugo de su jefe y encontrar una chica.
Entonces, ¿qué hace este musical memorable? Sencillamente, una dirección de Gene Kelly más que notable en su progreso de la acción y encuadres, una fotografía viva y exuberante y una producción más que lujosa en vestuario y decorados, que hace de este musical un recuerdo de aquellos dispendios enormes en lujo que convirtieron al musical en pantalla en el género clásico que fue.
Pero es agradable de contemplar, y las canciones y las coreografías están ahí para ser disfrutadas.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Thelonious Monk 1958

En el repaso de la discografía del genial Thelonious Monk, hoy le encontramos ejerciendo de sideman de un grande de la trompeta o, en este caso, del fiscorno, Clark Terry, al que han podido escuchar muchas veces en la banda de Duke Ellington. Y acompañado de una rítmica excepcional, con el contrabajista Sam Jones y el gran Philly Joe Jones a la batería.
Hay una cosa curiosa que remarcar en las actuaciones de Monk como acompañante de la música de otros, y es que, sin perder personalidad, tenía un talento camaleónico para modificar lo bastante su estilo y parecer que no era Monk... hasta que escuchas atentamente y descubres que, sin duda, es él. Lo comprobarán en estas piezas, y descubrirán que no era un acompañante cualquiera, sino que seguía siendo el genio de la música que interpretaba su estilo inclasificable de música.
Se escuchará In Orbit; One Foot in the Gutter; Trust in Me; Let's Cool One; Pea-Eye; Argentia; Moonlight Fiesta; Buck's Business; y Very Near Blue.
Aparte de la genialidad de Monk al piano, en solos y acompañando, observarán que Terry es un maestro de la sonoridad, manejando el instrumento con una técnica irreprochable y con unos solos enormemente bellos, que Sam Jones es un contrabajista más que notable, y que poco hay que decir de un maestro de la batería como Philly Joe.
Atentos a los comentarios del Cifu, y que disfruten.


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Mirad Allí Arriba, de Herbert Russell Wakefield

H. Russell Wakefield fue, probablemente, el último de los grandes maestros del cuento de fantasmas inglés clásico. Muy apreciado por Lovecraft, sus historias tenían una ambientación excelente, un detalle encomiable y un sentido de la atmósfera que las hacía enormemente eficaces aunque, como es el caso de esta Mirad Allí Arriba, no llegue a mostrarse jamás la causa del terror.
A un balneario del Adriático llega un probo funcionario inglés agotado por la tensión del trabajo, y ya el primer día le llama la atención una pareja de hombres, uno de los cuales parece tener la vista permanentemente fija en algo a treinta y cinco grados por encima de su línea de visión (Wakefield, como les he dicho, es así de detallista). El funcionario sigue la dirección de esa mirada, y sólo encuentra la pared color azufre. Finalmente, y tras unos días, no tarda en acostumbrarse a la visión del hombre perpetuamente mirando hacia arriba, y no le concede más importancia.
Pero un día, cuando el funcionario contempla la evolución de una tormenta lejana sobre el golfo, una voz a su lado le sorprende diciendo: «hay personas que han encontrado en espectáculos semejantes la prueba de la existencia de Dios». Quien la ha pronunciado es el hombrecillo de vista levantada. No es que le plazca mantener una conversación con él, pero la cortesía no le deja otro remedio, y el hombre le cuenta cómo hace tiempo tuvo la pose del ocultista, un poco por necedad juvenil, pero cómo descubrió la trascendencia de las cosas de este mundo y del otro en una experiencia que tuvo en  una casa cuya tradición marcaba que no se pasase en ella la Nochevieja.
Me permitirán que no les arruine el cuento narrándoles más de él. Les recuerdo que no tendrán una descripción de la visión terrorífica que ha dejado en tal estado al hombrecillo, pero si pueden leerlo encontrarán cómo Wakefield estimula la curiosidad del lector y va construyendo una tensión ambiental creciente que desemboca en el final del relato. Es uno de los mejores de este género de la sugerencia más que de la muestra, y notarán también que el autor es un clasicista en todo... pero un clasicista muy bueno.

(Look Up There)
En Cuentos Únicos
Ed. Siruela, col. El Ojo Sin Párpado
Madrid, 1989 [1929]
Edición y prólogo de Javier Marías


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Una breve historia del género policial

A veces me preguntan qué es lo que se tiene que leer para comprender la evolución del género policíaco, lo más imprescindible para ello. Es delicado responder, porque cuando se empieza a enumerar autores, de inmediato uno lleva a otro, y así la lista se hace interminable. De modo que, sin querer ser exhaustivo y comprendiendo que en la relación que sigue faltarán obras y autores, intentaré proporcionar una lista básica y razonada que hará que el lector transite por este género desde sus inicios a la actualidad.

Precursores
Más o menos por la misma época, y en un ejemplo claro de descubrimiento paralelo, dos autores alejados geográfica y estilísticamente escribían aquello que puede definirse como las primeras obras del género. Por un lado, Honoré de Balzac con Un Asunto Tenebroso: más novela histórica que otra cosa, pero importante porque por primera vez un policía y su método de trabajo ocupaban una parte importante de una obra literaria.
Y, por otro, Edgar Allan Poe, que con Los Crímenes de la Calle Morgue, La Carta Robada y El Misterio de Marie Roget ponía realmente las bases de la narración policial, incluyendo el enigma, el investigador, el método deductivo e inductivo y la solución sorprendente. Elementales como son estos relatos, contienen todos los elementos que han conformado el género, de manera que Poe puede considerarse padre (y lo ha sido de tantas cosas) de la novela criminal.

Los detectives
Con estas bases establecidas, la aparición del personaje investigador era un paso lógico: alguien de inteligencia excepcional dispuesto a enfrentarse a los enigmas más blindados e "irresolubles" que el crimen pudiera proporcionar.
Epítome de este consultor criminal es Sherlock Holmes, debido a la pluma de Sir Arthur Conan Doyle. Su fuerza radica en la construcción de un personaje único, excepcional, lo bastante exéntrico como para ser atractivo literariamente, lo bastante inteligente como para ser admirable. Cualquiera de sus novelas, pero sobre todo sus colecciones de cuentos, son recomendables, y se mantienen con una frescura y originalidad que no siempre ha acompañado a otros investigadores.
Hay otros investigadores famosos de la literatura, que aprovechan o no las características de Holmes. Entre ellos podemos citar a Rouletabille (El Misterio del Cuarto Amarillo), de Gaston Leroux.

Los villanos
Ya Conan Doyle había creado la figura del archicriminal, tan querida después por los cómics de superhéroes y por las películas de James Bond, en la persona del profesor Moriarty. De hecho, hay un axioma que dice que un personaje es tanto más potente como poderoso es su enemigo, de manera que el hecho de que estos criminales pasaran a protagonizar las novelas de misterio y crímenes era un paso lógico. Sin embargo, la aparición de personajes tales como Arsène Lupin (Aventuras de Arsenio Lupin), de Maurice Leblanc, sólo marcó un leve decantamiento hacia el mal: en realidad, Lupin es una fuerza benéfica, que ayuda a resolver crímenes, aunque sea él mismo un ladrón.
Otro es el caso de A. J. Raffles, de E. W. Hornung (quien, por cierto, era cuñado de Arthur Conan Doyle). Raffles es también un ladrón de guante blanco, pero es un cínico social, y el hecho de que sus historias tuvieran tanto éxito se debe a una combinación de exotismo de clase alta y a un personaje atractivo por ese mismo cinismo, tan aristocrático, británico en suma.
Pero hubo cada vez más villanos en la literatura, y de entre ellos, y ya sin características redimibles, destaca Fu Manchú, "el Peligro Amarillo", debido a la pluma de Sax Rohmer. Producto de una época ya pasada, es cierto que veía todos sus planes frustrados por el investigador Denis Nayland Smith, pero quien era el motor de la serie era el malvado oriental, con sus tramas enrevesadas, sus inmensos recursos, su corte de esbirros y su peculiar forma de expresarse.

La novela-problema 
Tal vez hayan echado en falta algunos nombres cuando hablábamos de los detectives. No se preocupen , aquí vienen. La novela movida por pura fuerza de su investigador se hizo común, tanto que lo que llegó a alcanzar el aprecio fue la dificultad de la trama, lo difícil de resolver que resultara el problema. De manera que, sin renunciar a la figura del detective con personalidad, lo que se generalizó fue una suerte de enigmas que podían o no ser resueltos gracias a los rasgos distintivos de los detectives.
En la cima de esta tendencia está Agatha Christie, con sus personajes Hercule Poirot y Miss Marple. Si miran bien su obra, descubrirán que, aparte manierismos, son intercambiables. Ambos podrían haber resuelto el mismo problema, y si no me falla la memoria, lo hicieron, o uno muy similar, en alguna ocasión. Pero son un hito en el género, y hay que pasar por ellos.
Otros detectives de nombre que se enfrentan a casos en revesados son el Padre Brown, tal vez el más original y metafísico de los detectives, creación de G. K. Chesterton; Nero Wolfe, de Rex Stout; Charlie Chan, de Earl Derr Bigger; o Perry Mason, de Erle Stanley Gardner.

El policíaco moderno / hard-boiled
El modelo del detective / misterio tradicional se agotaba rápidamente. En tiempos convulsos, como fueron los de la depresión, la revolución rusa o la Ley Seca, leer historias que pasaban en un mundo falsamente victoriano o eduardiano, repletas de ladies y lores y en las que nunca aparecía un obrero, salvo incidentalmente (y con un clasismo más que paternalista) era un alejamiento de la realidad que ya apenas servía ni tan siquiera como evasión. De manera que un puñado de autores empezaron una narración policial que se ajustaba más a la realidad circundante, y al incluir un sentido social también incluyeron en las figuras de sus protagonistas un sentido moral, a veces más ético que el de la propia ley. La denominación hard-boiled (hervido hasta quedar duro) proviene del hecho de que los protagonistas, por lo general detectives privados, son los más duros entre los duros: de lengua afilada y sarcasmo fluido, reciben golpes de continuo, que soportan lo mejor que pueden como parte de su oficio.
Los dos grandes que protagonizaron esta revolución del género fueron Dashiell Hammett (El Halcón Maltés) y Raymond Chandler con su personaje Philip Marlowe. Siguen siendo los padres de la novela negra moderna, y la deuda que se tiene con ellos es inmensa. Apenas en diez novelas entre los dos, crearon todo el imaginario del que ha bebido el género durante décadas, y cuyos elementos esenciales siguen vivos en la narrativa actual.
No hay que desdeñar lo que, en Francia, hizo Georges Simenon con su Comisario Maigret. También él se acercó a la realidad, por un camino distinto, cierto, pero en el fondo también ha contribuido a complementar esta conformación de la novela negra moderna, dando un estudio de personajes y personalidades que, en sus mejores novelas (Una Confidencia de Maigret, por ejemplo), es perfecto.
A partir de entonces, los nombres que han desarrollado la novela negra con mérito y maestría se acumulan. De entre ellos podemos destacar a Léo Malet y su personaje Nestor Burma (Niebla en el Puente de Tolbiac); James M. Cain (El Cartero Siempre Llama Dos Veces); Ross Macdonald y su personaje Lew Archer; Jim Thompson (1280 Almas); o Chester Himes y su serie protagonizada por los detectives más bestias de Harlem, Gravedigger Jones y Coffin Ed Johnson (Por Amor a Imabelle). Todos ellos tratan los problemas de su tiempo, todos ellos tienen sentido crítico, todos ellos no hacen una lucha del bien por el bien, sino del bien como valor moral. Muchos de ellos se enfrentan a una legalidad injusta en favor de los individuos.

Novela de procedimiento policial
Dentro de la nueva novela negra, se creó un subgénero, el de la vida cotidiana de la policía, sus métodos, sus frustraciones e incluso su vida privada. El mejor en este campo es Ed McBain, con su serie sobre la Comisaría 87, una auténtica serie coral en la que vemos envejecer (y en algún caso, morir) a sus personajes, y entendemos el cansancio que a veces les acomete la continua lucha en las calles contra el crimen y una sociedad que cada vez se hace más incomprensible y más tensa.

Transición
El detective "duro" tuvo (y tiene) un largo recorrido en el género, pero mostró ciertos signos de cansancio  finales de los cincuenta y principios de los sesenta. En aquella época empezaron a surgir voces que, aprovechando los modelos de la novela negra moderna, pretendieron transformarla o incluso desafiarla.
En el desafío encontramos a Friedrich Dürrenmatt, con su La Promesa, una auténtica antinovela negra que pretendía acabar con el género policíaco pero que, por supuesto, sólo lo estimuló, llevándolo todavía más al terreno psicológico e interior.
Patricia Highsmith, en la serie de su personaje Ripley (A Pleno Sol), hacía encaramarse al puesto protagonista no a un villano inmoral, sino a un tipo totalmente amoral, a la vez terrible y simpático, en una serie de historias subversivas para con el género, pero que están entre las mejores que haya dado el mismo.
A la vez, el recudrecimiento de la Guerra Fría, llevaba al desarrollo de un personaje que había sido apuntado ya con gran maestría por Eric Ambler (La Máscara de Dimitrios) y por Graham Greene (Nuestro Hombre en La Habana), el espía. El más literario es Greene, pero tiene la manía de lastrar sus historias, realistas, con finales felices increíbles.
Por supuesto, quien llegó a la cima del género de espionaje fue John LeCarré con su personaje George Smiley (por ejemplo, El Topo). Sus historias no sólo eran completamente realistas y plausibles, sino que descubrían la inmensa soledad y vacío del oficio más desesperado del mundo.

La novela negra contemporánea 
Poco a poco, los modelos fueron cambiando, y abandonando la lucha del investigador individual contra una pequeña injusticia o crimen, los autores descubrieron que el modelo de la novela negra se adaptaba a la perfección a la crítica social: era cercano, permitía atravesar barreras de clase y políticas, y era perfectamente cohererente con su época.
Uno de los que mejor entendió esto fue Leonardo Sciascia, que con su El Día de la Lechuza puso por primera vez sobre el tapete la cuestión de la Mafia siciliana, y lo hizo siguiendo el modelo de la novela negra.
Manuel Vázquez Montalbán, con su serie de Pepe Carvalho (salvo la primera novela Yo Maté a Kennedy, una historia surrealista y experimental), trazó a la perfección el ambiente de la Barcelona y la España de los últimos tiempos del franquismo, la Transición democrática y la España posterior.
Estos fueron los inauguradores de esta "nueva" novela negra, y en el resto del mundo pronto se descubrió que el modelo funcionaba a nivel local (y, como sucedió con las tragedias clásicas, y más en un mundo globalizado, la historia local era extrapolable a lo universal), y de ahí surgieron gentes como Henning Mankell en Suecia, con su personaje Kurt Wallander; Bernhard Schlink y su anciano detective Selb en Alemania; el muy social Petros Márkaris y el inspector Kostas Jaritos en Grecia; Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessehoul con su policía Llob en la convulsa Argelia de las revueltas islamistas y la corrupción gubernamental; Andrea Camilleri y su comisario Salvo Montalbano, que observa con humor y unos peculiares compañeros los avatares de la sociedad siciliana e italiana; Ian Rankin y su inspector Rebus, fijado en la Escocia que vive los estertores del petróleo del Mar del Norte y entra en un autogobierno problemático; o Jean-Claude Izzo, con el expolicía Fabio Montale, analizando una Marsella llena de inmigración y delincuencia. Leonardo Padura y el policía Mario Conde, transitando por la Cuba castrista. Entre otros muchos.
Habrán observado que no he citado ningún escritor norteamericano. Es curioso constatar que donde nació el género sus autores han derivado a la mera novela policial de entretenimiento y al thriller más que al formato contemporáneo. Como excepción, resaltemos a Michael Connelly, con su personaje Harry Bosch, que traza un auténtico retrato de la California actual y su oscuro reflejo, Las Vegas.
Y quedan dos fenómenos por tratar dentro del género:

La novela forense
Aquella que es heredera de la de procedimiento policial, pero se basa como método investigativo en los aspectos de la policía científica. Como principal representante, citemos a Patricia Cornwell y su doctora Scarpetta.

El detective psíquico
Una variante extraña: detectives psíquicos abundaron en la década de los 30 (el más famoso y hoy justamente olvidado, fue Seabury Quinn y su personaje Jules de Grandin), pero fue un subgénero que pronto se agotó a sí mismo, en parte por lastre de la novela detectivesca tradicional y en parte por las limitaciones inherentes a su carácter sobrenatural. Sin embargo, John Connolly y su personaje Charlie "Bird" Parker han hecho el milagro de revitalizar este subgénero aplicándole el modelo de la novela negra, más que el detective a la Hercule Poirot, y haciendo se su protagonista un hombre torturado e intenso.

Espero que las omisiones no sean demasiadas, y que este breve ensayo sirva de guía para aquellos que quieran ver el género con cierta perspectiva.



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Los Venenos, de Julio Cortázar

En este relato realista pero simbólico (y que pueden leer en el enlace que figura al pie de esta reseña), Julio Cortázar nos proporciona una visión del primer amor y también del primer desengaño amoroso, que culmina en una venganza cuasiinfantil.
Partiendo de la llegada a la casa de campo de una máquina para matar hormigas inyectando gas venenoso en su sistema de galerías del hormiguero, lentamente el autor desplaza nuestra atención a las relaciones de los muchachos que viven en la casa y las vecinas, incluyendo la visita del primo Hugo.
Queda muy claro que, aun sin ser plenamente consciente de ello, el muchacho narrador está enamorado de Lila. Es cuando descubre que Hugo es un competidor más potente, y que su amor no es correspondido, que entonces desatará su venganza contra Lila en forma de veneno que mate la planta que él mismo le ha regalado hace poco.
Lo notable de este cuento es cómo de certera es la voz que Cortázar emplea para dar al muchacho narrador personalidad, cómo hace que las relaciones se establezcan naturalmente y queden fijadas en el texto como un elemento más del paisaje del relato. Y también destaca el simbolismo tanto de la máquina envenenadora como la de los hormigueros, que trazan sus caminos y conexiones sin que nos demos cuenta de ello, enlazando a veces lugares imprevistos por todos. Ese paralelismo con las relaciones humanas no es despreciable en un relato breve pero intenso, sin aparatosidad pero con una sencillez que es en extremo difícil de plasmar en literatura.

En Los Relatos 1. Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1956]

Publicado originalmente en Final del Juego

Texto de Los Venenos


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El Turista Accidental, de Lawrence Kasdan

SESIÓN MATINAL

(The Accidental Tourist); 1988

Director: Lawrence Kasdan; Guión: Frank Galati, Lawrence Kasdan basado en la novela de Anne Tyler; Intérpretes: William Hurt (Macon Leary), Kathleen Turner (Sarah Leary), Geena Davis (Muriel Pritchett), Amy Wright (Rose Leary), Bill Pullman (Julian), Robert Gorman (Alexander Pritchett), David Ogden Stiers (Porter Leary), Ed Begley Jr (Charles Leary); Dir de fotografía: John Bailey; Música: John Williams; Diseño de producción: Bo Welch; Montaje: Carol Littleton.

Una extraordinaria película, llena de matices, meticulosamente orquestada en sus detalles y composición, y que se recuerda con afecto. Una película que, como dice su director, Lawrence Kasdan, requiere de la colaboración del espectador; sin ella, la historia pasa desapercibida.
Porque para disfrutar de esta película es necesario fijarse en los matices, en los detalles; sobre todo, prestar atención a las miradas y los gestos, que son muy contenidos. Entonces (y gracias a unas interpretaciones magistrales por parte de Hurt, Turner y Davis) la película se hace íntima y personal, pero en comunicación directa con el espectador.
La historia podría parecer simple, pero las personas, tomadas individualmente, nunca lo son. Macon es una autor de guías de viaje para ejecutivos que odian viajar, que quieren seguir estando en todo momento y lugar en el sofá de su casa. A la vuelta de uno de sus viajes, Sarah, su esposa, le comunica que va a separarse de él. Sobre todo ello planea la traumática muerte del niño de ambos, asesinado en un atraco a una hamburguesería. Pero no es sólo esto lo que hace a Macon como es. En realidad, toda su vida ha sido una persona ordenada y metódica, criada en una familia en la que todos son más o menos como él: temerosos de las sorpresas, odiando lo inesperado, reclusivos, desapegados del contacto con el mundo, salvo el mínimo imprescindible.
Entonces conoce a Muriel Pritchett, una adiestradora de perros exuberante (no tanto en el físico como en su comportamiento vivaz) y, poco a poco, Macon va dándose cuenta de que el mundo está ahí para lo bueno y para lo malo, y que no podemos sino tomar algunas decisiones erróneas en el transcurso de nuestras vidas, así como sufrir tragedias que nos afligen, pero también encontrar placeres y goces inesperados. Aún así, el proceso no es fácil, sencillo ni automático. Es un mundo nuevo para Macon, y ese mundo le espanta tanto como quedarse en su antiguo mundo seguro y solitario.
Insisto en que los detalles son importantes, han sido cuidados al máximo: la casa de Macon, que no toca para nada con las casas vecinas, es casi imperceptible, es sólo un momento, pero al lado de la cama de Macon hay un temporizador que, cuando suena el despertador, conecta ya la cafetera: Macon no se permitirá ni un minuto más de sueño, su horario es fijo.
En una película tan minuciosa (y en la obra de la que procede), casi nada es casual: No es casualidad que sea una adiestradora la que "adiestra" a Macon a traspasar la línea de una vida encerrada en un capullo protector (y sin embargo vulnerado) a otra más amenazante pero más vital. Por ejemplo.
Y Kasdan, que es uno de los mejores directores de esa generación (que, francamente, considero desperdiciada y que no ha hecho todo lo que podía hacer, me temo que por culpa de los productores) que surgió en los años ochenta, hace una película con un ritmo pausado, con un humor suave (no se crean eso de que se trata de una comedia hilarante; tiene sus momentos de humor, pero no es un humor disparatado sino de una sonrisa amable), con una ternura que surge de la propia historia; y la hace con los gestos y actitudes de sus actores, no con diálogos. Y así El Turista Accidental es también una lección de arte cinematográfico.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Django Reinhardt 1941

Seguimos con la discografía del genial guitarrista manouche, probablemente el mejor guitarrista de jazz de todos los tiempos, el mejor seguro si consideramos la desventaja física que suponía haber quedado con sólo dos dedos y el pulgar hábiles en la mano izquierda después del incendio de su carromato. Pero, técnica reinventada, velocidad y precisión en los acordes y notas punteadas aparte, Django tenía además una inventiva genial e inagotable, y un sentido musical innato y original, que ha dado piezas inmortales e interpretaciones inolvidables.
Lo qncontramos con su nuevo Quinteto del Hot Club de France, con Hubert Rostaing al clarinete, Eugène Vées a la guitarra rítmica, Emmanuel Soudieux al contrabajo y Pierre Fouad a la batería, interpretando Swing '42, con Django enorme en su solo y, como siempre, haciendo auténticas diabluras en el acompañamiento.
Entonces pasamos a Festival Swing '42 con la presencia de 36 músicos, destacando entre ellos Gus Viseur al acordeón y Michel Warlop al violín, y que es una pieza que constituye una auténtico escaparate del jazz francés de la ocupación.
Y, con Hubert Rostaing y su orquesta, escucharemos Première Idée d'Eddie, con una sorpresa y una rareza a la vez y es oir a Django Reinhardt tocando el contrabajo con arco. Y haciéndolo de forma original e inventiva, claro.
Vendrán después dos piezas de "Django's Music" esa oportunidad de escuchar la música de Django arreglada para gran grupo, Nymphéas; y Faerie. Y de nuevo, la originalidad de Django en la composición musical queda patente.
Y volveremos al grupo bandera de la música de Reinhardt, el Quintette du Hot Club de France, con Rostaing al clarinete, Vées a la guitarra de acompañamiento, Soudieux al bajo y André Jourdan a la batería, que interpretarán el conocidísimo Belleville y una pieza muy curiosa, Lentement, Mademoiselle.
Espero que les haya complacido y hayan disfrutado de la música de Django y, como siempre, presten atención a los comentarios y precisiones del Cifu, que son imprescindibles.


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Una Noche en Vagón-Cama, de Bret Harte

Francis Bret Harte, conocido en el mundo de la publicación simplemente como Bret Harte, fue uno de los primeros maestros americanos en el periodismo y la narración de frontera. En concreto, es recordado por sus relatos sobre la vida en la California de los pioneros, y su estilo fue inspiración para Mark Twain (quien, sin embargo, desconfiaba de la veracidad de sus relatos de frontera) o Ambrose Bierce, que llevó al extremo el humor y el espíritu satírico que Bret Harte destilaba en su prosa y en su poesía.
En el relato Una Noche en Vagón-Cama (que tuvo edición en España en la colección Austral), Bret Harte empieza con una diatriba contra los viajes en ferrocarril, los restaurantes de estación y todo aquello que hace en teoría agradable un viaje y en realidad es una tortura. Y entonces, enmarcado en este contexto de monotonía y aburrimiento, suben al tren dos pasajeros, que empiezan a relatar cómo se produjo un altercado en un funeral. Todo se inició con un contratista de funerales que introdujo perfecciones en su arte, en concreto el dar a los cadáveres a los que arreglaba la última sonrisa, la de la "resignación del cristiano".
La historia se va desarrollando, lenta y pausadamente, aunque nosotros, lectores, no estamos al corriente del contexto, y finalmente se llega al punto en el que, embalsamado el señor Wilkins, alguien a quien difícilmente se le vería sonreir en vida, y habiendo contratado su viuda esa beatífica sonrisa de quien entra en el reino de los cielos, entra en el salón de la funeraria un amigo del difunto, un médico de Chicago. Y, con sólo echar un vistazo al muerto, se encara con la viuda, preguntando por la causa de la muerte. Cuando ésta dice que de tisis, el médico estalla, declarando que esa sonrisa antinatural que luce el muerto es el risus sardonicus del envenenado por estricnina.
Y entonces llega la estación de ambos interlocutores, que descioenden del tren mientras el resto de viajeros que hasta el momento disimulaban, intentan que cuenten el final del asunto.
En su ambientación, diálogos e incluso en este final inconcluso, que sin embargo es consecuente con los viajes en ferrocarril que antes ha criticado, Bret Harte nos proporciona un esbozo humorístico tanto del viaje en sí como de una historia extrema cuyo final sólo podemos conjeturar, aunque lo supongamos.

(A Night in Bed Wagon)
En Entre la Frontera y el Patíbulo. Humoristas Norteamericanos
Ed. Tiempo Nuevo, col. Insignia
Caracas, 1972 [?]