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Hotel Iris, de Yōko Ogawa

(Hotel Iris; Hoteru Airisu, ホテル・アイリス)
Eds. 62, col. El Balancí
Barcelona, 2002 [1996]

He dicho en alguna ocasión que los japoneses (tanto literaria como fílmicamente) parecen tener una aguda percepción de la pornografía emocional. Este término debe ser explicado, ya que las connotaciones negativas de la palabra "pornografía" son tantas que pueden dar lugar a equívocos. Pornografía u obscenidades escribieron Henry Miller, Boris Vian, Guy de Maupassant o Charles Baudelaire, si tenemos que creer a aquellos que calificaron sus escritos en su momento. De modo que éste es un término movil. Pero el adjetivo es importante, y el de "emocional" lo es en grado sumo. Falta toda una semiótica de la obscenidad, sin duda porque no es el tema más popular en las facultades (por lo menos a nivel de tesis), pero se puede decir, como norma general, que es aquello que centra su atención en el detalle escabroso, mecánico, íntimo, puesto al descubierto sin matización alguna, ni emotiva ni psicológica, ni sociológica, ni de ningún tipo, y en el que no se ahorran detalles, ni hay elipsis.
En esta categoría entró La Grande Bouffe de Marco Ferreri, pese a que el sexo era totalmente colateral y la transgresión de los límites entre lo que era obsceno y no se realizaba en el terreno de la ingesta alimentaria.
Pues bien, una y otra vez me topo con autores japoneses (La Llave de Junichiro Tanizaki; La Mujer de la Arena de Kobo Abe; El Imperio de los Sentidos de Nagisha Oshima) que se centran en el detalle de la perversión. Esta perversión suele ser (o incluir) el sexo, pero los autores no centran su atención en ello, sino en la intimidad emocional que lo acompaña. Los detalles no son los de la mecánica sexual, sino los de las emociones de por lo menos uno de los implicados.
Y si lo denomino (y estoy seguro que muy inexactamente) "pornografía emocional" es porque el método no procede por el camino de la psicología de los actuantes hasta llegar a la perversión, sino desde el hecho de la perversión y sólo entonces hacia los detalles de los implicados en ella. El camino no es el de causa-efecto, sino el de efecto en sí; toda interpretación será una construcción del lector desde este punto. Y porque además proceden sin elipsis alguna en este desnudar la intimidad emocional de los personajes.
Hotel Iris se adscribe con toda fidelidad a esto que no sé si llamar "corriente". Mari es la hija de una propietaria de hotel y un día, estando en la recepción, contempla cómo una prostituta sale airadamente de una de las habitaciones insultando a un hombre con el que pasaba la noche. Aún sin haberlo visto, una frase que profiere desde el interior de la habitación, una frase que «era una orden serena, majestuosa y firme. Incluso la palabra puta adquiría unas resonancias amables», la fascina.
Es el tono de esa orden lo que motiva a Mari a seguir a ese hombre, un traductor de ruso que, por el puro placer de hacerlo, en sus ratos libres traduce una novela escabrosa, y con el que Mari entrará en una relación de sumisión, sexual por supuesto, pero sobre todo emocional.
Insisto, la narración no proporciona motivaciones para esta relación. Tampoco hay ni una sola escena sexualemente explícita en la novela. Y, sin embargo, la descripción de esta relación perversa es tan íntima y profunda que transgrede los límites de lo que consideramos admisible. Si tenemos que hallar motivaciones para el comportamiento de Mari lo tendremos que hacer procediendo a la inversa, partiendo desde el final de la historia para, por acumulación, buscar construir una personalidad coherente.
Pero, en una primera lectura, lo único que tendremos es la descripción de una pulsión, y la sensación de habernos convertido en puros mirones de una intimidad que no es nuestra. Esta novela provoca muchas sensaciones, y una de ellas es incomodidad. Una incomodidad que es concomitante con la incomprensión que el mundo que rodea a Mari muestra. Tal vez lo que nos repiten los narradores es que la auténtica pornografía emocional es querer entrar en la intimidad de unas personas a las que no lograremos entender porque, sencillamente no son nosotros. Quizá la pornografía, emocional o no, consista en ser espectador.