Homeless, de Pau Vidal
La ciudad es un paisaje cambiante de lugares y gentes. Pero, como es evidente, este paisaje mutable tiene una serie de referentes que le confieren entidad propia, más allá de los monumentos en sí.
Los barceloneses lo sabemos muy bien, y más ahora cuando, si alguien no lo remedia, y después de décadas de contemplación de las musarañas por parte de los gobiernos municipales, van a desaparecer una escalofriante cantidad de comercios emblemáticos, sustituidos por monstruosidades clónicas de hamburgueserías, tiendas de moda, hoteles de nuevo cuño o quién sabe qué.
Pero el fenómeno no es nuevo, y así como existe un catálogo del patrimonio arquitectónico de Barcelona, también se podría hacer un catálogo de lugares desaparecidos, y cuya presencia ya sólo es la del fantasma en la memoria de los ciudadanos, en viejas fotografías, en relatos de ancianos.
En esencia es, en parte o en todo, lo que Pau Vidal ha hecho en estos seis relatos y un poema: recuperar la memoria de siete lugares que tuvieron su lugar en el paisaje y la gestalt de los barceloneses. Historias diversas y variadas, que pueden narrar las inventadas peripecias de gentes ligadas a un lugar (señalado en el mapa que figura en las guardas) que se desvaneció pero que sigue teniendo presencia en la memoria colectiva de la ciudad: el edificio de la calle Princesa en forma de cuña, semejante a la proa de un barco; el Chalet del Moro del pasaje de la Pau; los alrededores del Gran Teatro del Liceo; el bar Pay-Pay de la calle Sant Pau; la Casa de la Misericòrdia; la comisaría de la calle de les Tàpies; o los chiringuitos y tinglados de la Barceloneta. Desaparecidos físicamente a veces, y otras transformados de tal manera que ya son otra cosa.
Por ejemplo, en El Fantasma de l'Òpera, Vidal describe de forma sangrante la vergüenza que fue la remodelación que supuso la reconstrucción del Liceu, que para añadir cinismo se vendió como un beneficio para el barrio. Sólo quien ha comido en el desaparecido Ideal, como yo hacía, puede entender que era preferible ese sabor y decoración de principios de siglo XX a los intereses de la gran burguesía amante de la ostentación (que no de la ópera), y simpatizar con ese fantasma (al fin y al cabo todos los expropiados son, de alguna manera, fantasmas) que quiere volver a quemar el teatro.
O cuando en Orfes Orfes nos relata la auténtica vida de los orfelinatos de la ciudad. O en Polis al Cabaret, que nos narra en tono jocundo la historia de la delincuencia en el barrio chino y, por extensión, en Barcelona. O el no menos irónico El Xalet del Moro, que nos muestra que la prostitución no ha sido ni es cosa marginal, y porque si hay prostitutas es porque existen clientes anónimos o ilustres de los de cargo y abolengo. Y así todas las historias de este libro.
En especial Bye, Bye, Pay-Pay, que a través de un desfile de clientes de una farmacia, más interesados en hablar que no en remediar sus males, traza una geografía sentimental y vivencial de todo un barrio a través de los tiempos.
La nostalgia es mala cosa, porque nunca (o casi) cualquier tiempo pasado fue mejor, pero el carácter de una ciudad se forma mediante las pequeñas historias, y para ser narradas o provocar su narración son necesarios los hitos que las catalizan. Cada vez que desaparece un lugar se borra memoria y se pierde carácter.
Contra eso clama literariamente Pau Vidal en unos relatos vivaces, humorísticos e incisivos, sin la menor nostalgia sino con el convencimiento de que la memoria es un patrimonio más importante que el turismo, los monumentos de las guías o la supuesta modernidad. Porque lo que distingue a Barcelona de Catalunya en Miniatura, aparte la escala, con los barceloneses y su carácter. Y ese se forma con el poso de los años y los lugares, buenos o malos, y no a base de piqueta y construcción.
Ed. Empúries, col. Narrativa
Barcelona, 2003 [2003]