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L'Héritage Schirmer, de Eric Ambler

La Herencia Schirmer no es uno de los grandes títulos de Eric Ambler, pero lo escaso y disperso de lo editado en nuestro país de uno de los grandes autores, a la vez, del género negro, el thriller y la novela de espionaje hace que echarle mano a cualquier novela de Ambler merezca la pena.
De forma sorpresiva, Ambler nos lleva a las guerras napoleónicas en el prólogo a esta historia. Un sargento de los dragones de Ansbach, Franz Schirmer, planifica con cuidado su deserción tras la batalla de Eylau. Así lo hace y, pasados los años y en respuesta a las variadas alianzas y cambios de titularidad de los pequeños estados alemanes, ya establecido como comerciante y temeroso de ser acusado de deserción por Prusia, Schirmer cambia su apellido por el de Schneider. Su hijo Hans recibirá ese apellido al ser bautizado; pero su hijo Karl seguirá llevando el de Schirmer.
Todo ello resurge a finales de la Segunda Guerra Mundial. Hay en los Estados Unidos la cuantiosa herencia de Amelia Schneider-Johnson, muerta en 1938, que sigue sin ser cobrada y sin reclamar. Mejor dicho, hay un reclamante, el estado de Pennsylvania. Por diversos motivos, el bufete de abogados que administraba los bienes de la difunta decide realizar un último intento para localizar un heredero legítimo e incontestable para esta fortuna, y esta tarea recae en George Carey.
Ambler nos lleva entonces a una investigación que recorre Europa en busca de una quimera: un heredero que puede que no exista, o uno que, sin saberlo Carey, sí exista pero lleve el apellido Schirmer.
Ambler, en la época en la que escribió esta novela, ya había establecido los postulados del thriller  moderno, a saber, el alejamiento de la artificiosidad y los ambientes elitistas para trasladarse a lugares más reales y, en ocasiones, más sórdidos, de manera que La Herencia Schirmer no representa ninguna revolución, sino un ejercicio bien planteado y ejecutado del desvelamiento de un enigma mientras las miserias de la historia reciente europea pasan por sus páginas.
Podríamos leerla como un policíaco más, pero Ambler, incluso en sus obras menores, no se conformaba con la mera escritura de explotación. Aun en estas novelas no podía dejar de trazar unos personajes creíbles y con psicología y carácter propios, y siempre representa un placer leer una novela en la que estas características se desarrollan, con respeto para el lector y por dignidad del autor. Es posible que La Herencia Schirmer no sea una de las obras maestras de Ambler, pero es seguro que sigue siendo mejor que muchas de las novelas que se publicaban (y se publican) en el género negro-criminal, y una obra que consigue atrapar ya desde su inicio en la Prusia napoleónica hasta llegar a la frontera greco-albanesa en 1948.

(The Schirmer Inheritance)
Les Editions Mondiales / Del Duca
París, 1975 [1953]


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La Máscara de Dimitrios, de Eric Ambler

Cuando un autor recibe elogios de su contemporáneo Graham Greene, que fue candidato al Nobel de literatura, y pasados muchos años John Le Carré, el mejor de entre los mejores de la literatura de espionaje, declara que "Ambler es la fuente de la que todos bebemos", quiere decir que el lector no va a encontrarse con un autor más, con un mero artesano.
Ambler explica en sus memorias que los thrillers de su primera época como escritor, los años veinte y treinta, le aburrían. Le parecían mecánicos, repetitivos, acartonados, con personajes estereotipados, sin personalidad y de un tiempo pasado. Lo que hizo en su obra fue introducir los ambientes sórdidos, la cotidianeidad, el mundo contemporáneo en lugar de refugiarse en la época victoriana o eduardiana, la falibilidad en las acciones y, sobre todo, dotó a sus personajes, tanto los protagonistas como los villanos (y en ocasiones, ambos coincidían), de personalidad y matices (de humanidad, si se quiere), haciéndolos dudar, temer, errar, amar u odiar; no hallarán en la obra de Ambler un personaje lineal o simple, y estas convoluciones de los caracteres convirtieron sus novelas en tan realistas como para resultar cercanas al lector.
Existe un consenso general en que La Máscara de Dimitrios es la mejor de sus novelas, y ciertamente es una fama justificada; incluso se pueden trazar sus influencias en obras como El Tercer Hombre. Desde luego, metió de un puntapié al thriller en la modernidad.
Latimer, escritor de novelas policíacas (de esas con mayordomo y té a las cinco, y hay una buena dosis de ironía sobre el género de la época en ello), es llamado en Istanbul por el coronel Haki, del servicio secreto turco, justamente porque es un aficionado lector de sus novelas. Por casualidad, estando en el despacho del coronel, se recibe la noticia del hallazgo del cadáver de Dimitrios Makropoulos, un criminal, en palabras de Haki, de «historia incompleta, sin valor artístico, sin investigaciones, sin sospechosos ni móviles ocultos, pura sordidez». Y Latimer se siente tentado de investigar la historia de ese criminal, tal vez el primero auténtico que encuentra en su vida, aunque sea en forma de cadáver.
Jugando con la complicidad y la inteligencia del lector (y es notable el respeto de Ambler por sus lectores), sabemos muy bien que la investigación que Latimer empieza, tratando de seguir y completar la historia, tiene el truco de que el cadáver rescatado en el Bósforo no es en realidad el de Dimitrios, y que éste aparecerá tarde o temprano, pero eso es precisamente una de las virtudes de la novela: Dimitrios se constituye en presencia ominosa, constante en su ausencia pero amenazante en su posible aparición. Latimer investiga los crímenes brutales de Dimitrios en Esmirna, sus intrigas y espionaje en los Balcanes, su actividad de gran criminal en Italia y Francia. Poco a poco, se va delimitando lo que era un mero espectro, una sombra, hasta ir formando la imagen de un hombre despiadado, manipulador e inteligente, un criminal sin escrúpulos, cuya aparición, precisamente por haber estado ausente durante tantas páginas, no es sino un clímax de emociones y de peligro, un encuentro entre el ingenuo e inofensivo Latimer y el implacable y letal Dimitrios.
Hay que decirlo bien alto: escrita en 1939, esta no es una novela que no tuviera más mérito que el de marcar un hito en su época. Leída hoy sigue conservando toda su potencia, su estructura pulcra, su ritmo perfecto, su ambientación realista y sus personajes creíbles. Es la obra maestra de Ambler, pero sigue siendo una de las mejores novelas del género, una referencia de pasado, de presente y, setenta y cinco años después de escrita, se puede afirmar que también de futuro. 

(The Mask of Dimitrios)
Edhasa, col. Pocket
Barcelona, 2004 [1939]

Existe reedición en RBA

Portada y sinopsis


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Viaje al Miedo, de Eric Ambler

No me cansaré de repetir que Eric Ambler es uno de los grandes dentro del escaso género de la narrativa de espionaje. Sin duda sus novelas no son tan literarias como las de los dos iconos del tema, Graham Greene y John Le Carré, pero no son en absoluto historias intrascendentes o de evasión. Toda su obra muestra una aguda observación psicológica de los personajes, lo que la hermana a los dos maestros antes citados.
En Viaje al Miedo, un ingeniero británico en Estambul en tiempos del inicio de la Segunda Guerra Mundial es víctima de un tiroteo que podría haberle matado. Por mucho que sea ingeniero naval de armamentos, tiene que ser convencido por el jefe de los servicios de inteligencia turcos de que los disparos no se han dirigido a una víctima de un posible robo. Graham es el objetivo de unos asesinos a sueldo de los nazis.
Puesto que su viaje de regreso en tren es de todo punto desaconsejable, los turcos consiguen que Graham embarque en un pequeño buque de carga y pasaje hacia Génova, para pasar así inadvertido. Pero en la escala de Atenas sube al barco Banat, el pistolero que le atacó en Estambul.
Ambler ejerce su oficio con rara maestría en este ambiente cerrado, con los personajes que rodean a Graham y con una atmósfera que a cada momento que pasa se hace más angustiosa.
Eric Ambler traza este microcosmos de desconfianzas y desesperación con mano firme, y los personajes adquieren dimensión dentro de este drama individual que vive Graham. Porque éste, aun acompañado de esta serie de tipos, está fundamentalmente solo, metido en un asunto que en apariencia no le concierne. Como le dice el jefe del espionaje turco: «La guerra es la guerra. Pero una cosa es ser un soldado en las trincheras: el enemigo no está tratando de matarle precisamente porque es míster Graham. Su vecino de al lado sirve igual; todo es impersonal. Cuando se es un hombre marcado no resulta tan fácil conservar el valor».
Si ustedes no encuentran obras comparables a las de Le Carré o Greene, recurran a las historias de Eric Ambler. Tendrán el placer de descubrir a un grande del género.

(Journey into Fear)
Ed. Bruguera, col. Libro Amigo
Barcelona, 1981 [1940]

Portada y sinopsis

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Epitafio para un Espía, de Eric Ambler

(Epitaph for a Spy)
Navona, col. Reencuentros
Barcelona, 2008 [1937]

Como señala el propio Ambler en la nota previa que abre el libro, el género de espionaje (por lo menos, precisemos, hasta la llegada de Graham Greene y John Le Carré) tenía mala fama; lo que es más, Ambler tenía dificultades para encontrar buenas novelas de espías (pero las halla; y destacadísima entre ellas, El Agente Secreto, de Joseph Conrad). Me permito señalar que, hasta la llegada de Ambler, salvando la excepción conradiana, la novela de espías se había movido más según los parámetros de lo decimonónico que en la modernidad, tanto en estilo como en personajes. Si contamos que hasta los años treinta y la explosión de heroicidad/antiheroicidad de la segunda guerra mundial y la guerra fría, el prototipo de espía era Mata-Hari, definida por todos los expertos como la peor de los espías de la historia, constataremos que el material de base era ciertamente escaso y folletinesco, lo cual debía producir su reflejo en su traslado a la literatura.
El caso es que Ambler puso los cimienttos del moderno género de espionaje, y lo hizo a menudo y con consistencia, por no hablar de su brillantez.
En Epitafio para un Espía, el protagonista es un don nadie abrumado por las circunstancias. Oscuro profesor de idiomas en París, apátrida fácilmente presionable con la deportación, metido en una época, la de las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en la que todos los países, incluso los aliados, se miraban con desconfianza, Josef Vadassy intercambia inadvertidamente su cámara fotográfica con uno de los residentes del hotel en el que se aloja en la Provenza. Cuando lleva el carrete a revelar, es denunciado por espionaje y los servicios secretos franceses le ponen en una disyuntiva: o averigua a quien puede pertenecer la cámara de la que se ha apropiado o será juzgado y condenado por espía o bien, si es que tal cosa no conviene por razones de publicidad, será deportado.
Ambler se centra en este microcosmos de los ocupantes del hotel, que, con un logro que Hitchcock, por ejemplo, sabía utilizar muy bien, y es que nosotros sabemos que hay un espía entre ellos, de modo que ahora todas sus frases y actitudes nos parecen sospechosas, como se lo parecen a Vadassy; pero el máximo logro de Ambler, que será recogido con posterioridad por el género, es el del estudio de un hombre superado por las circunstancias, metido en un oficio que ni desea ni para el que está preparado, y en el cual el temor a ser descubierto se sobrepone al temor del fracaso. Todo ello con una adecuada puesta en escena de los acontecimientos históricos y el clima prebélico dominante, con un conflicto en ciernes entre los totalitarismos y las potencias aliadas.
Reconocemos en el protagonista al hombre corriente de Le Carré y el cinismo integral de los servicios secretos, reconocemos los dilemas morales que frecuentará Greene, pero no es sólo como precursor que Ambler tiene valor. Porque Epitafio para un Espía es una novela coherente y brillante por sí misma, en la que el mundo de los servicios secretos adquiere ya definitivamente sus características de sordidez y de desprecio del individuo en nombre de unos teóricos ideales que, en el día a día, se hacen muy lejanos en la vieja máxima del espionaje de que el fin justifica todos los medios.

Portada y sinopsis

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Història Bruta, de Eric Ambler

(Dirty Story)
Eds. 62, col. Llibres a Mà
Barcelona, 1987 [1967]

Puestas las cosas en su sitio en los dos grandes del género de espionaje [véanse las anteriores reseñas dedicadas a Graham Greene y John Le Carré], es justo que comentemos un tercer escritor que cultivó el género con aprovechamiento, si bien no con tanta altura literaria.
Historia Sucia tal vez no sea la mejor obra de Eric Ambler (existe cierta unanimidad en que ésta es La Máscara de Dimitrios), pero sí es una novela que muestra las mejores cualidades de su autor en un tema que, por desgracia, parece ponerse de actualidad con una regularidad alarmante. Que una obra situada en 1967 parezca tener los mismos paradigmas africanos que hoy en día debería darnos algo que pensar.
En un primer capítulo demoledor, Ambler nos presenta por completo el retrato de su protagonista, Arthur Abdel Simpson: se trata de un buscavidas, un delincuente de poca monta, un personaje que se mueve en la gris frontera del engaño y la trampa, lo bastante prudente (o cobarde) como para no introducirse en el gran crimen, lo bastante marginal como para no poder mantenerse alejado de los trapicheos. Estos han acabado por hartar al gobierno británico, que le retira su pasaporte dejándolo convertido en un apátrida en la lista negra.
Será por esto que Simpson se verá abocado, tras diversas vicisitudes, a aceptar la oferta de convertirse en "agente de seguridad" por cuenta de una multinacional minera en un país africano imaginario.
La cuestión viene de la época colonial : la frontera entre dos países se trazó no siguiendo el curso de un río, sino que fue delimitada geográficamente por una línea recta. Muy útil para los cartógrafos, una complicación heredada en la geopolítica colonial. Poniendo un símil apropiado, la zona puede dibujarse así: $. La frontera colonial y real es la línea vertical. El curso del río, que hubiera debido ser la frontera natural, es la S. La parte a la izquierda de la línea vertical pertenece al país A; la de la derecha, al país B. El problema es que en la parte superior de la S se han descubierto unos depósitos de tierras raras, y se encuentran en territorio de A, donde pueden llegar a ser explotados por una empresa rival.
Las empresas, no hay ni que mencionarlo, son occidentales. Las tierras y los gobiernos, africanos. Lo que la multinacional pretende es una rectificación de fronteras mediante un golpe de mano llevado a cabo por soldados nativos con oficiales mercenarios blancos a sueldo de la empresa.
¿Puede ser que la competencia tenga sus propias fuerzas y un infiltrado en la fuerza agresora? No es de extrañar.
No les voy a detallar los acontecimientos. Ambler maneja el tema con gran ritmo y mano segura.
Hemos hablado algunas veces de textos y subtextos. Quienes quieran leer esta novela como una intriga o una aventura, quedarán satisfechos. Pero es también de agradecer que Eric Ambler maneje en su historia los pecados originales del colonialismo, el juego sucio del poscolonialismo y la muy puerca historia de los intereses económicos sin otra consideración. Estos temas están en la novela. Si quieren reflexionar sobre ellos y lo que sucede en estos momentos en el Congo (y lo que sucederá mañana en otro lugar), Ambler se los sirve en bandeja. Vieja o nueva, de todas maneras, sigue siendo una historia sucia.