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El Mandarín, de José Maria Eça de Queirós

(O Mandarim)
Libros del Zorro Rojo/Instituto Português do Livro e das Bibliotecas/Ministério da Cultura de Portugal/Ministerio de Cultura, col. Especiales de la Biblioteca del Faro
Barcelona, 2007 [1880]
Ilustraciones de Alberto Cedrón

En la literatura europea, el tema del exotismo, en concreto del Oriente, que tuvo su reflejo en las artes plásticas con las japoneserías del Art Nouveau, fue uno de gran calado, y no faltan muestras de estas incursiones en las culturas lejanas por parte de los prohombres de la literatura.
En este contexto se inscribe el relato largo de Eça de Queirós, combinado con el misterio fáustico y la fábula moral. Teodoro es un mediocre funcionario lisboeta, que malvive en una pensión, con apenas un poco de dinero sobrante para tabaco y unos pocos libros de viejo. Es en uno de estos donde topa con un párrafo inquietante: «En lo más remoto de la China existe un mandarín más rico que todos los reyes que refieren la Fábula o la Historia. Nada conoces de él, ni el nombre, ni el rostro, ni la seda con que se viste. Para que tú heredes sus infinitos caudales, basta que hagas sonar esa campanilla, puesta a tu lado sobre un libro. Él exhalará apenas un suspiro en los confines de Mongolia. Entonces será un cadáver, y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres un hombre mortal, ¿harás sonar la campanilla?»
Asustado en un principio, aparece en su habitación «un individuo corpulento, vestido totalmente de negro, con sombrero alto y guantes también negros, las manos gravemente apoyadas en el puño de un paraguas. No tenía nada de fantástico. Parecía tan contemporáneo, tan corriente, tan de clase media como si viniese de mi repartición...»
Esta aparición diabólica (pero tan sin alharacas, reminiscente del mejor Max Beerbohm) convence a Teodoro para que haga sonar la campanilla. Y, en efecto, el protagonista se convertirá en el hombre más rico de Lisboa de la noche a la mañana, y empezará a comportarse como tal. Con un pero: el cuerpo exánime del mandarín se convertirá en aparición recurrente sobre su cama, recordándole el origen de sus riquezas. Acometido por los remordimientos, viajará a China para reparar el agravio para con la familia del mandarín, y para hacer el bien con esos millones que considera fruto del asesinato. Algo en lo que fracasará, volviendo a Lisboa, renunciando a la riqueza, descubriendo la hipocresía de los que antes le halagaban y ahora lo desprecian por pobretón y manirroto, con lo que, encolerizado, volverá a su vida de potentado.
Es un final bien diferente al que la ética protestante impone por lo general a estas historias (aunque me callo los últimos párrafos de este relato, geniales), pero no sólo esto es remarcable en esta obra. De la calidad literaria pueden haber tenido prueba en ese conciso párrafo que he citado. Pero es también una historia abierta, en el sentido de ¿quién tocará la nueva campanilla por la que morirá Teodoro? ¿Y quién sabe cuántos lectores, cuando leyeron ese párrafo en el libro de Eça de Queirós, no echaron de menos esa campanilla en la mesilla de noche?
En esta obra de apenas 80 páginas las implicaciones, los significados y los niveles se multiplican de forma prodigiosa para conformar una curiosidad que es mucho más que un relato exótico, sino que constituye todo un tratado sobre la tentación, la hipocresía, la responsabilidad, la expiación, la condena y, en resumen, el ser humano.

Portada y sinopsis

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La Correspondencia de Fradique Mendes, de José Maria Eça de Queirós

(A Correspondência de Fradique Mendes)
Ed. Columna
Barcelona, 2002 [1900]

En El Misterio de la Carretera de Sintra aparecía un personaje secundario genial, un dandi decadentista y baudeleriano, rompedor y extravagante, al que se presentaba, con enorme gracia, como "─Fradique Mendes, antiguo pirata", al lo cual éste respondía, con no menos desparpajo: "─Madame es demasiado amable; de corsario no pasé."
Pues bien, este tal Fradique, al que Helena Cidade Moura define como "caballero medieval, heroico defensor de las damas, personaje de vida refinada y elevada; aire asiático, viajero apasionado del mundo, íntimo de emperadores que lo reclaman; filósofo de bulevar, creador de frases-síntesis, artista y deportista, conversador encantador y poeta romántico, amigo de Baudelaire", es en realidad una creación colectiva de un grupo de literatos portugueses, encabezado por Eça de Queirós, que fue quien, más allá de la aparición esporádica, lo utilizó, con recuerdos ficticios y correspondencias fingidas, para ejercer a veces un sano humor y otras para dinamizar las estructuras literarias y morales de un Portugal adormecido.
Confieso que el género biográfico y epistolar no es de mi agrado, con pocas excepciones. Tanto mejor, puestos a inventar o a fingir ante terceros, hacerlo ya con todas las consecuencias y que estos fingimientos e invenciones sean producto de un personaje imaginario. Por lo menos, la originalidad está garantizada. Y una relativa sinceridad, también.
He disfrutado de la lectura de estas notas y cartas, tanto por su buen humor como por las reflexiones que este Fradique, personaje más grande que la vida, desgrana sobre los temas más variados. Hasta el punto de que desearía que en toda cultura hubiese un Fradique, original y con ideas claras, que diera algún que otro puntapié a las respectivas estructuras, dispuestas con alarmante frecuencia a mirarse el ombligo a perpetuidad. Claro que para ello se requeriría antes tener un Eça de Queirós.
Y como muestra, y extrapolando de la prensa al blog, he aquí lo que Fradique tiene que decir:
«El diario que ofrece cada mañana, desde la crónica hasta los anuncios, una masa espumeante de juicios sin pies ni cabeza, improvisados la víspera, a medianoche, entre el silbido del gas y el hervir de las comilonas, hechos por muchachos excelentes que aparecen por la redacción, agarran una hoja de papel y, sin sacarse el sombrero, deciden con cuatro garabatos de pluma sobre cualquier asunto del Cielo y de la Tierra. Tanto da que sea una revolución de estado, la solidez de un banco, un juego de manos o un descarrilamiento; los cuatro garabatos, de un solo golpe, propagan y juzgan. Ningún estudio, ningún documento, ninguna certidumbre.»
Tomo nota, estimado Fradique; tomo nota para no caer en ello.

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El Misterio de la Carretera de Sintra, de José María Eça de Queirós y José Duarte Ramalho Ortigâo

(O Misterio da Estrada de Sintra)
El Acantilado
Barcelona, 1999 [1870]
Trad. y prólogo de Carmen Martín Gaite.

Déjenme antes de entrar en la novela en sí, referirles las circunstancias de su publicación. La historia lo vale.
El 23 de julio de 1870, el Diario de Noticias de Lisboa insertaba una nota de última hora que decía: «A punto de cerrar nuestra edición, hemos recibido un escrito singular. Se trata de una carta sin firma enviada por correo a nuestra redacción. En ella se inicia una narración estupenda acerca de un horrible y misterioso suceso. El interés que despierta y su calidad literaria nos determinan a transcribir íntegro tan interesante documento, cosa que haremos mañana domingo.»
Así se hizo, y en días sucesivos de fueron publicando las cartas que seguían llegando describiendo los pormenores del misterio. El éxito fue sensacional. El día 27 el público ya estaba expectante y se multiplicaban no sólo las consultas, sino los testimonios espontáneos y los rumores de toda clase, hasta que el 27 de septiembre de 1870 los autores salieron gustosamente del anonimato y declararon ser los artífices de esa broma.
Establecida con éxito fenomenal esa travesura (auténtica Guerra de los Mundos de Orson Welles impresa y avant la lettre), la colaboración de Eça y Ramalho fue frenética para proporcionar a los lectores la carta diaria que prolongaba y aportaba datos al misterio. Uno puede imaginárselos, disfrutando como colegiales, haciendo poco menos lo que les daba la gana con la intriga, pero sabedores que no podían tener un desliz que defraudara a los lectores.
Intriga, sí, puesto que la narración se inicia con el relato de un tal Doctor X, que cuenta su secuestro en la carretera de Sintra y cómo fueron llevados él y su amigo F. a una casa en la que se encontraron el cadáver de un asesinado, custodiado por tres misteriosos enmascarados cuya misión es la de esclarecer el suceso y proteger el buen nombre de una mujer.
El sistema de redacción y publicación forzaba al texto a convertirse en un folletín, pero (y producto sin duda de esa diversión traviesa de los autores) Eça y Ramalho aprovecharon para poner en solfa el género mismo y otras perspectivas literarias. Es evidente que el frenesí de la redacción de los sucesivos capítulos no podía sino deparar momentos desiguales. Y sin embargo, hay episodios, y muchos, de extrema brillantez, tanto argumental como literaria. También, por la propia diversión, la novela disfruta de un adecuado sentido del humor, que se va acentuando conforme se acerca el final, como cuando critican la figura (ya poco romántica) del don Juan novelesco en contraposición a su imagen real:
«Ya que tiene una aventura, no va a ocultar la satisfacción que ello le ha producido, los aires misteriosos que adopta provocan preguntas que me comprometen: luego me empieza a abandonar para ir a encierros de toros en compañía de gentes de baja estofa, a dejar mis cartas encima de la mesa de un café al lado de la botella de coñac, a alardear frente a sus amigos de que no me quiere, de que soy para él un simple pasatiempo, y caso de que a mi marido se le ocurriese cruzarle la cara de un bofetón en pleno Chiado, como es un cobarde, todo lo más que haría sería ir a quejarse al Tribunal de la Boa-Hora.
»Y ahí tenéis al don Juan.
»No, de verdad, no hay derecho. Hay que acabar con ese tipo indigno que se ha dado en llamar "el conquistador", pulverizarlo, ponerlo en solfa y en evidencia a base de críticas, de caricaturas, a base de látigo y policía, si es preciso. No tiene grandeza ni atractivo algunos como tal conquistador, y como hombre carece de modales, de elegancia, de ingenio, de dignidad y hasta de ortografía.»
Hay que disculpar los altibajos producto del sistema de redacción. Les aseguro que Dumas, Balzac y Hugo también los tenían. Pero los momentos de brillantez compensan de sobras cualesquiera errores que dos traviesos autores, que además supieron despertar de una patada la amodorrada novelística portuguesa, pudieron cometer. Hoy falta valentía y talento para que una historia como El Misterio de la Carretera de Sintra surja en las páginas de periódicos y revistas.

Portada y Sinopsis