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In Memoriam: Juan Claudio Cifuentes "Cifu" (1941-2015)

Cifu para los amigos, es decir, todos nosotros.
Ya les comenté que había sido una época muy dura. Si con la muerte de Terry Pratchett un dolor, no por esperado menos cruel, encontró una puerta de entrada en mi vida, la muerte del Cifu fue un golpe muy, muy fuerte.
Si son lectores de este blog, sabrán que el Cifu llegó a ser protagonista, todos los sábados, de una entrada sobre jazz. En la primera de tales entradas daba los motivos para ello, y no es cosa de repetirlos ahora. Sencillamente, creo que nadie en este país ha hecho tanto por la difusión del jazz y, sobre todo, por su comprensión.
Que el Cifu tenía una edad lo sabíamos todos. Pero que el entusiasmo que ponía en su vocación era tan intenso que nos recordaba a aquel Cifu de treinta años atrás cuando lo descubría en “Jazz entre Amigos” y en Antena 3 de Radio era estimulante, contagioso... vital.
El Cifu no se iba a morir, eso estaba claro. Nadie que presiente la muerte decide abrir una serie sobre Benny Goodman y otra sobre Lester Young y repasar toda (o casi) sus discografías respectivas. Y hacerlo con el amor al jazz y la dedicación de todo un chaval.
Por eso su muerte, inesperada, súbita, a traición, sigue doliéndome aún hoy. Y espero que siga doliéndome el resto de mi vida. Porque yo, que amo el jazz, le debo gran parte de este amor al Cifu y sus comentarios. No hay día, no hay martes, viernes o domingo que no lo eche en falta. Y se me encoge el alma cada vez que me topo con el Milestones (Miles), la sintonía de su programa, que es de continuo.
Por el momento, pueden seguir disfrutando de él. Ojo, por el momento. El reproductor de programas de Radio Clásica ya no funciona en incrustación. Sí que el enlace redirige a la página y es posible escuchar y descargarse el programa correspondiente desde allí. Pero yo de ustedes empezaría una descarga sistemática de esos podcasts. La ingenuidad cuesta cara, y es una ingenuidad pretender que este país haya aprendido a conservar un legado incomparable como son los programas y la sabiduría del Cifu.
Una entrada sobre el Cifu, aunque sea una tan triste como esta, no está completa sin su música. La que tan bien sabía interpretar y trasladarnos. El programa que se emitió justo después de morir fue sobre Lester Young. Tal vez por la emoción, pero en mi opinión el Cifu se muestra tan apasionado, tan didáctico, tan divertido como siempre fue en su pasión.
Se escuchará: Doggin' Around; London Bridge Is Falling Down; Texas Shuffle; Jumpin' at the Woodside; Dark Rapture; Shorty George; Panassié Stomp; You Can Depend on Me; Cherokee; y Jive at Five.
Que no descanse en paz; al contrario, que swinguee por toda la eternidad junto a los amigos que conoció y a los que admiró sin conocer, en lo que él llamaba “la big band de allá arriba”. Siempre te echo de menos, Cifu. Un abrazo, una carantoña y múltiples achuchones.

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Snuff, de Terry Pratchett

In Memoriam: TERRY PRATCHETT (1948-2015)

Ha sido una época muy dura. No en lo estrictamente personal, pero a un nivel íntimo, sí ha estado muy difícil de superar.
Terry Pratchett ha muerto. Su defunción coincidió con otra (que ya les detallaré) a los pocos días que acumularon una especie de furia, lo cual me parece una buena actitud respecto a la desaparición de nuestro mundo de aquellos a los que aprecias; y una mala respecto a la muerte propia, y eso fue una lección magistral más de entre las muchas que nos legó Pratchett.
Empecemos por decir que yo conocí a Terry Pratchett. En su primera visita a Barcelona, le llevé a ver los lugares que quería conocer. Sí, le he invitado a unas rondas (no alcohólicas; era abstemio. Como Sam Vimes, reflexionarán algunos. En efecto, como Sam Vimes) y él me invitó a unas rondas. No es momento de anécdotas, pero sí puedo decir que hablamos sobre el humor en la literatura y sobre mil cosas más. Lo que aprendí en estas charlas no tiene precio, y adquieren más valor teniendo en cuenta que fueron muy breves. De haber tenido más tiempo para hablar, ustedes habrían tenido a un bloguero mucho más sabio.
Llegamos al meollo del asunto. Fui uno de los primeros en decir que Pratchett era el mejor autor de literatura humorística del mundo, punto. No el mejor humorista de la fantasía, o del género, o inglés, sino el mejor en el humor escrito en todas las consideraciones. Con el paso de los años, esa opinión, para nada exageración, ha venido siendo corroborada por críticos de todo tipo. No se recibe fácilmente un espaldarazo de literatura por parte del Times. O de Antonia S. Byatt. No cuando uno es "sólo" un escritor de "fantasías" o de "humoradas".
Pratchett ha sido un campeón sin querer serlo (que son los mejores héroes, por si no lo intuían) en que la ciencia ficción y la fantasía trascendieran las barreras que las limitaban a unos guetos de incultos o lectores de novelitas de evasión, según aquellos que sostenían unos prejuicios que parecían inamovibles, por mucho que Eco les advirtiera que el templo de la alta cultura elitista se les desplomaría sobre sus cabezas.
Un doctor en ciencias puede leer a Pratchett. Un doctor en humanidades (o letras, como se les llamaba en la antigüedad hace veinte años), puede leer a Pratchett. Cualquiera encontrará una sorpresa constante por la carga de erudición que sus obras conllevan.
Por la enorme dosis de sentido común que hacen que sus lectores entiendan el mundo de una manera nueva. Y, permítanme decirlo, mejor.
Lo de hablar de Snuff es sólo un pretexto, pero es un pretexto magnífico. Porque, de nuevo, Terry Pratchett se pone del lado de los despreciados, de los parias del mundo. Del Mundodisco, claro; o sea de nuestro mundo. El hecho de que una de sus últimas novelas fuera aquella en que ese Sam Vimes, comandante de la Guardia de Ankh-Morpork, que tan rápidamente fue asimilado a un personaje tan dudoso como Harry el Sucio (algo que de seguro molestó a Pratchett); que en Snuff ese personaje se convirtiera en el defensor de la especie más despreciada, más vilipendiada y más alienada de todo el Mundodisco, no es casual. Sam Vimes considera que los trasgos merecen ser vilipendiados, despreciados y alienados. Pero que tienen derecho a la justicia, es decir, tienen los mismos derechos que el resto de las mundodiscales, y permítanme el neologismo por analogía con la humanidad (si es que esa fuera la única especie inteligente en la Tierra, ja, ja.). Pratchett no ahorra en detalles que hacen de los trasgos algo ¿asqueroso? Pues claro. Todos somos asquerosos para los otros, por si no se habían enterado.
Lo grande de Terry Pratchett no es que en sus obras practicara la tolerancia. Lo enorme es que, al final y todo contado y debatido, es que predicaba la simpatía hacia el otro. Y eso es algo a lo que muchos oenegistas no han llegado, ni aspiran a llegar.
Todo esto no lo aprendí en unas conversaciones, aunque me allanaron mucho el camino. Esas conversaciones me ayudaron a entender su obra. Pero lo que sí aprendí fue a apreciar y querer a una persona que, no por sabida su enfermedad y su más que segura muerte, no voy a dejar de echar de menos. Porque no habrán más obras de Pratchett. Y porque no podré invitarle a ninguna otra ronda.

Snuff
Random House Mondadori
Barcelona, 2013 [2011]

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L'Héritage Schirmer, de Eric Ambler

La Herencia Schirmer no es uno de los grandes títulos de Eric Ambler, pero lo escaso y disperso de lo editado en nuestro país de uno de los grandes autores, a la vez, del género negro, el thriller y la novela de espionaje hace que echarle mano a cualquier novela de Ambler merezca la pena.
De forma sorpresiva, Ambler nos lleva a las guerras napoleónicas en el prólogo a esta historia. Un sargento de los dragones de Ansbach, Franz Schirmer, planifica con cuidado su deserción tras la batalla de Eylau. Así lo hace y, pasados los años y en respuesta a las variadas alianzas y cambios de titularidad de los pequeños estados alemanes, ya establecido como comerciante y temeroso de ser acusado de deserción por Prusia, Schirmer cambia su apellido por el de Schneider. Su hijo Hans recibirá ese apellido al ser bautizado; pero su hijo Karl seguirá llevando el de Schirmer.
Todo ello resurge a finales de la Segunda Guerra Mundial. Hay en los Estados Unidos la cuantiosa herencia de Amelia Schneider-Johnson, muerta en 1938, que sigue sin ser cobrada y sin reclamar. Mejor dicho, hay un reclamante, el estado de Pennsylvania. Por diversos motivos, el bufete de abogados que administraba los bienes de la difunta decide realizar un último intento para localizar un heredero legítimo e incontestable para esta fortuna, y esta tarea recae en George Carey.
Ambler nos lleva entonces a una investigación que recorre Europa en busca de una quimera: un heredero que puede que no exista, o uno que, sin saberlo Carey, sí exista pero lleve el apellido Schirmer.
Ambler, en la época en la que escribió esta novela, ya había establecido los postulados del thriller  moderno, a saber, el alejamiento de la artificiosidad y los ambientes elitistas para trasladarse a lugares más reales y, en ocasiones, más sórdidos, de manera que La Herencia Schirmer no representa ninguna revolución, sino un ejercicio bien planteado y ejecutado del desvelamiento de un enigma mientras las miserias de la historia reciente europea pasan por sus páginas.
Podríamos leerla como un policíaco más, pero Ambler, incluso en sus obras menores, no se conformaba con la mera escritura de explotación. Aun en estas novelas no podía dejar de trazar unos personajes creíbles y con psicología y carácter propios, y siempre representa un placer leer una novela en la que estas características se desarrollan, con respeto para el lector y por dignidad del autor. Es posible que La Herencia Schirmer no sea una de las obras maestras de Ambler, pero es seguro que sigue siendo mejor que muchas de las novelas que se publicaban (y se publican) en el género negro-criminal, y una obra que consigue atrapar ya desde su inicio en la Prusia napoleónica hasta llegar a la frontera greco-albanesa en 1948.

(The Schirmer Inheritance)
Les Editions Mondiales / Del Duca
París, 1975 [1953]


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Extraños Eones, de Emilio Bueso

Lo que hace unas décadas era impensable se ha producido: un español ha escrito una novela del ciclo de los Mitos de Cthulhu, y no sólo es buena, sino que tiene momentos de auténtica brillantez.
Es innegable el sorprendente fenómeno de que en este país cada vez se escribe mejor (sorprendente si vemos el empeño que ponen los diversos ministros de educación en conseguir que no salga de la escuela ni un solo lector formado), y en el caso de la literatura de terror, y más particularmente en la de los Mitos, es importante que así sea, en un género en el que el paso de la inquietud al ridículo es muy corto. Emilio Bueso tiene estilo literario; no es que siempre me guste ese estilo, y le pierde una metáfora o un juego de palabras, pero trasciende una afición a jugar con el lenguaje, y la voluntad de no renunciar a la expresión literaria para explicar una historia.
Y respecto a la trama que narra, también se aparta lo bastante de los estereotipos cthulhulianos como para acertar. Es cierto que Egipto es uno de los lugares lovecraftianos por excelencia, pero Bueso no se conforma con la iconografía tradicional; la acción  se sitúa casi en exclusiva en una necrópolis, pero en una que es a la vez antigua y moderna, El' Arafa, la ciudad de los muertos, «un camposanto de ocho kilómetros de longitud y mil quinientos años de antigüedad. El complejo está compuesto por siete necrópolis contiguas en las que se integran toda suerte de tumbas, mausoleos y panteones, muchos de los cuales llevan tiempo ocupados y se han convertido en infraviviendas».
Porque tampoco los protagonistas son los archiconocidos investigadores de la Miskatonic o el desgraciado extranjero que cae en el lugar de extrañeza lovecraftiano (y, de hecho, el episodio barcelonés no es que moleste, pero podría suprimirse con toda tranquilidad); quienes son los actores de esta tragedia terrorífica son los homies, los niños de la calle cairotas.
Bueso escribe sobre lo que conoce, habiendo pasado tiempo viviendo en El Cairo, y no como turista (y si Lovecraft ha sido reivindicado literariamente es porque fue un excepcional escritor realista en lo que a los paisajes de Nueva Inglaterra se refiere), y ese anclaje en la realidad es algo fundamental en el género, como bien saben los buenos escritores de terror, Stephen King o Ramsey Campbell, por ejemplo. Pero también consigue algo excepcional, y es ser un fantasista que se permite proporcionar una visión alucinada y brillante en su expresión y descripción de las Cortes del Caos, y del más esquivo y contradictorio de los dioses lovecraftianos, Azathoth, el caos idiota. Es un pasaje digno de figurar en todas las antologías de los Mitos, y Bueso es quizá el único escritor que ha osado enfrentarse a ese indefinible ser y salir victorioso en el empeño.
Extraños Eones marca la esperanza de que, por fin, los Mitos de Cthulhu sea bien tratados y escritos en nuestro país, después de tantos años pasados desde Joan Perucho y su Amb la Tècnica de Lovecraft. Es también una tarjeta de presentación de un autor que, a poco que quiera, puede convertirse en una realidad literaria, de género o no, de la más alta calidad.
Queda el tema pendiente de hacer de España un lugar cthulhuliano, pero ese es otro tema que no es responsabilidad de Emilio Bueso. Por el momento, sean muy bienvenidos estos Extraños Eones.

Valdemar, col. Insomnia
Madrid, 2014 [2014]

Portada y sinopsis