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Patio de Armas, de Ignacio Aldecoa

En apariencia un cuento de experiencia escolar, en apariencia una mera anécdota con apenas principio y sin ningún final, en apariencia muchas cosas inocentes; en realidad, un relato intensísimo, condensado, sobre la atmósfera que se vivió durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra (y, respecto del sistema educativo, la no tan inmediata); un relato que no tiene principio porque éste lo conocemos todos, y que no tiene final porque todavía se estaba desarrollando cuando se publicó, en una confrontación más o menos velada entre vencedores y vencidos; un cuento repleto de cosas que son inocentes sólo en apariencia, pero cuyo retrato de la realidad es tan descarnado que se vuelve casi subversivo.
El texto completo lo pueden leer en el enlace al pie de esta reseña. Vale la pena, insisto, porque hay todo un universo encerrado en este relato breve.
La atmósfera es tremenda. Para los que no somos de la generación de la guerra pero vivimos el franquismo, nos suena familiar, porque esa educación religiosa, estricta, pacata y mediocre, llena de una autoridad y unas buenas formas que rozaban lo sádico, se perpetuó en los años y se hizo cotidiana. Sin embargo, de pronto, aparece un soldado alemán vigilando las motocicletas guardadas en el cobertizo del colegio, y entramos de golpe en la Guerra Civil, en el frente norte, en las operaciones de la Legión Cóndor, y en una educación y un colegio que ya está conformado a una mediocridad tal, en un mundo gris tan sucio que sobrecoge. Y allí nos encontramos , en poquísimos párrafos, con todo el miedo y la angustia de la guerra, del militarismo golpista y de la represión: los traslados de los presos, mala noticia. Los funerales militares, las noticias de la guerra apenas musitadas, el control de los profesores sobre los alumnos, la ausencia total de política, en un silencio que se hace opresivo. Los detalles ínfimos que conforman todo un universo («el huerto de los frailes, trabajado por los chicos del Tribunal de Menores»). Y la ironía del inicio y el final: «El juego de las barras es más bien un juego francés. Nuestros escolares lo juegan raramente. He aquí en qué consiste este juego: Los jugadores, divididos en dos campos, que tienen un número igual de combatientes...», una metáfora de un juego que los mayores jugaban de continuo, el juego de la guerra, y una metáfora que se transmite al título, "patio de armas", que nos muestra una vida donde todo, hasta la educación, ha sido militarizado.

En Cuentos Completos 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1961]

Publicado originalmente en Caballo de Pica

Texto de Patio de Armas

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La Humilde Vida de Sebastián Zafra, de Ignacio Aldecoa

Dentro de la producción de Ignacio Aldecoa, este relato es uno de los más naturalistas. Se inicia con la visión de un niño jugando, el Sebastián Zafra del título, y en esa visión no tenemos ninguna indicación de que sea diferente de cualquier otro niño que haya crecido en el entorno rural de la posguerra española; un efecto sin duda deseado por el autor.
Pero, paulatinamente, nos vamos introduciendo en la vida que rodea a este muchacho. Gitano, de los gitanos de los puentes; con un padre en la cárcel y a cargo de su tío, un hombre que trabaja en lo que puede; con la España del racionamiento y de la presencia de la autoridad y lo militar en la vida cotidiana; a la ventura de la caridad. En suma, una de esas visiones realistas de España de las que Ignacio Aldecoa era maestro en poner en literatura.
Y esta descripción de ese mundo se extiende tres cuartas partes del relato, hasta que hallamos a Sebastián Zafra ya adulto, teórico holgazán, chatarrero, bebedor, cuando con su primo sale al monte a buscar hierro, el metal que haya quedado de las maniobras de artillería que se acaban de hacer.
El paso a este nuevo escenario no extraña en absoluto. ¿Qué vida podía esperar el humilde Sebastián Zafra habiendo nacido y crecido en la pobreza, en la casi marginación? En este aspecto, Aldecoa no hace sino proporcionar un final que acentúa el dramatismo de una vida que parece desperdiciada, pero que nos queda la impresión de que podría no haberse desarrollado así, a poco que alguien se hubiera puesto en serio a resolver las causas de esa miseria.
Y, como siempre, todo esto está contado con esa prosa milimétrica, ajustada, de vocabulario preciso y necesario, que no obvia, sin embargo, una belleza de imágenes como pocos autores han podido reflejar en sus escritos. Un autor que demostró, una y otra vez, en lo rural y en lo urbano, en lo social y en lo costumbrista, que era un maestro de la narración. 

En Cuentos Completos 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1955]

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El Silbo de la Lechuza, de Ignacio Aldecoa

En una pequeña ciudad de provincias española, unas mujeres cotillean todo, absolutamente todo lo que sucede. E intervienen en las vidas de los demás, haciéndolas imposibles y, en realidad, dominando toda la vida de la ciudad, o por lo menos la vida que a ellas les parece que se sale de "sus" cánones. Pero no crean que son unas cotillas cualquiera. Son de esas que tienen un espejo retrovisor atornillado en la baranda del balcón, y que usan magnetófono. De hecho, ellas mismas se denominan "la organización".
Frente a esta tiranía, algunos tratan de resistir, pero en vano. Todo lo que hacen puede ser contrarrestado por estas mujeres (que, simbólicamente, Aldecoa denomina «el aquelarre de la calle Libertad, número 4, piso primero izquierda).
El Silbo de la Lechuza es un relato sorprendente, en primer lugar porque parece alejarse de los temas habituales de Aldecoa, y segundo porque su tratamiento es humorístico, cómico, como de sainete. Aunque en realidad, y conforme avanza la historia, los tintes viran a lo tragicómico. Sin embargo, hay un párrafo final. Y ese párrafo modifica toda la intención de lo expuesto anteriormente. En ese párrafo, en el que se expresa la continuidad, la futilidad y, por fin, la inevitabilidad de la muerte, Aldecoa transforma el relato humorístico en una sátira feroz de las costumbres provincianas (y no tanto, hay insinuaciones de que lo que se relata podría haberse trasladado a una gran capital), de la inutilidad de una clase media establecida en el franquismo y que tiene como diversión espiar a sus vecinos y evitar ser espiados; sin pensar, sin razonar, sólo por poseer una tenue sensación de control. Control de qué... Pues de las vidas de los demás. Si bien podría entenderse esto como una metáfora del propio franquismo, la situación es demasiado ridícula, demasiado burda como para que no creamos que en realidad el punto de mira se pone más bien en una clase social demasiado ociosa, e inútil en su ocio.
Aldecoa siempre escribió en el borde de lo permitido (y tuvo sus problemas con la censura), y siempre tuvo que lidiar con metáforas e intenciones que debían entreverse, leerse entre líneas, más que declararse. En este relato divertido, sorprendente, no dejó de incluir una sátira feroz que añade valor hitórico y de compromiso a un relato ya de por sí maestro.

En Cuentos Completos 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1965]


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Los Pájaros de Baden-Baden, de Ignacio Aldecoa

Los mentados pájaros son aquellas gentes que pululan por Madrid en los meses estivales; ya se sabe, "Madrid, en verano y solo, Baden-Baden". Claro que la visión que Aldecoa tiene de estos pájaros lo es todo menos idílica.
En Madrid y sola se halla una mujer, ya madura, escritora de un libro forzosamente ilustrado con fotografías. Y en ese Madrid la hallamos en diversos escenarios, recibiendo insinuaciones por parte de las más diversas gentes, desde un buen amigo hasta el marido de su mejor amiga, y al mismo tiempo enamorándose del fotógrafo de su libro, un muchacho más joven, que sin embargo sólo quiere mantener una aventura ¿de verano? Tal vez. Quizá, algo más, puede que algo menos. En todo caso nada estable ni que dé a la protagonista un sentido a su tedio.
Porque el auténtico protagonista es el tedio, la abulia de una clase burguesa anclada en una ciudad que, forzadamente, en verano debe servir de válvula de escape a la insulsa moralidad que reina durante todo el año. El paisaje es desolador. Ni Madrid es Baden-Baden, puesto que no es posible escapar de las propias convenciones, ni los madrileños que quedan solos son esa especie de aventureros que poblarían el balneario. La vulgaridad de todo es atroz, una característica que Aldecoa, el mejor escritor de relatos que ha tenido la litaratura española, siempre ha tenido un cuidado extremo en reflejar (convirtiéndose así en narrador social, aunque en el caso de Aldecoa, la literatura pesa muchísimo más que la carga ideológica). La crítica a la burguesía enorme. La protagonista, que acaba asqueada de ese Madrid / Baden-Baden, es a su vez una mujer frustrada en todo. No sabemos sobre qué trata su libro, pero intuimos gracias a Aldecoa que no es sino un divertimento más, una intrascendencia revestida de oropel.
Los Pájaros de Baden-Baden es un relato maestro, contenido, enigmático tal vez, pero que se construye a sí mismo para proporcionar un cuadro completo de una soledad que vive y medra en el tedio vital, en la apenas nada. Y esto se construye mediante una narración precisa, psicológica y moral (que no moralizante) que resulta fácil de leer, pero en extremo difícil de escribir.

En Cuentos Completos, 2
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 17936 [1965]

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Un Buitre Ha Hecho Su Nido en el Café, de Ignacio Aldecoa

Ignacio Aldecoa, el maestro del relato español, hace aquí una auténtica maravilla con una economía de medios destacable.
Si un café ya es todo un universo por sí mismo, el café que nos describe Aldecoa, con su clientela y sus horas, su personal y su atmósfera, es algo todavía más especial. Sus veladores de mármol blanco y las mesas de marmol negro, como «un tablero de ajedrez desbaratado», sirven al autor para que su relato adquiera una estructura ajedrecística.
La acción se centra en una pareja, una mujer joven que entra al café acompañada de un "percherón", un hombre mayor que ella, y que, tras depositarla en una mesa va al piso superior a jugar una partida de naipes. Es un hombre dominador y dominante, que controla los camareros y ellos le sirven a él, un auténtico rey en el tablero que conforma este café. Pero el rey, como bien sabía Aldecoa, es de movimiento corto, de reacciones lentas y, fundamentalmente desprotegido sin sus aliados. Y su "reina", esa mujer, es un objetivo deseable para más de un alfil y tal vez si no algún peón de la cafetería.
El desarrollo es maestro. En pocas pinceladas queda descrito el cuadro, pero es que en pocas pinceladas, a veces directas, a veces a través de algún espectador, quién sabe si también pieza de este metafórico tablero de escaques, también van poniéndose ante el lector las situaciones y los movimientos.
El final, sorprendente e irónico, no deja de ser una simple culminación de un relato que tiene todas las características de la obra maestra, pleno de intensidad y de tensión, con un enigma resuelto al final, pero con esa estructura ajedrecística que, si no existiera, haría que el cuento perdiera toda su fuerza e ironía. No me cansaré de decirlo: Ignacio Aldecoa fue el mejor cuentista español del siglo XX, y pocos, si es que alguno, han superado esa marca. Tal vez por el formato de relato sea un autor que se va olvidando, pero esa injusticia es remediable. Y, sobre todo, remediarla entraña una satisfacción enorme para el lector.

En Cuentos Completos, vol. 2
Alianza Editorial, col. El libro de bolsillo
Madrid, 19736 [19??]

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Young Sánchez, de Ignacio Aldecoa

La maestría que mostró Ignacio Aldecoa en sus narraciones breves tiene una buena muestra en este Young Sánchez, uno de sus relatos más conocidos, en el que trata sobre la vida de un boxeador amateur que se prepara a dar el salto y realizar su primer combate como profesional.
Es cierto, trata de esto, de Paco, el joven que trabaja en el taller y se entrena como boxeador, y es admirado por sus vecinos, e incluso tiene algo de libertad por parte de su patrono para entrenar y combatir. Pero sobre todo trata de un tema como es la vida normal en un suburbio obrero. Y es que la figura del boxeador siempre ha sido un gran referente literario y fílmico para representar al chico pobre que intenta salir de la miseria a base, no tanto de dar puñetazos, como de estar dispuesto a recibirlos.
Es una elección en la que Paco no tiene dudas. Su vida no tiene alicientes más allá de salir de ella, de su barrio, de su posición social. Y el aire que tiene el cuento es el de una amargura suave, reflejada más que brutalmente en una frase referida a la hermana de Paco, pero aplicable a toda una filosofía de la pobreza: «Una chica fea, acaso muy fea de rostro. [...] Pensó lo importante que era para una muchacha pobre ser guapa. En la belleza estribaban todas las posibilidades de mejorar de vida. Buenos empleos y hasta un buen matrimonio. Una chica pobre, fea, equivalía a un muchacho pobre, débil.»
Es una visión amarga de la vida, que Aldecoa sabe transmitir a la perfección, en un relato en el que uno puede casi percibir la mala iluminación, la suciedad, la degradación, la incultura, la vida pobre y rutinaria.
Y una amargura que además se traslada porque, sabiamente, Aldecoa nos ahorra el combate, ese primer combate como profesional, y su desenlace. Pero eso no quita para que entendamos que esas esperanzas, ese cabo al que Paco se agarra para salir de la pobreza, es muy débil. Si pierde ese combate, esa esperanza se habrá roto irremisiblemente. ¿Y entonces, qué le quedará a Paco, a Young Sánchez, salvo la vida que ya conoce por sus padres y sus vecinos?
Pueden ustedes leer el relato en el enlace al pie de esta entrada. Pero les encarezco también, aparte cuestiones argumentales, a que presten atención a la maestría del lenguaje utilizado. Rico, preciso, ágil y fotográfico en sus términos, una marca de fábrica de un escritor que perdimos prematuramente.

En Cuentos Completos 2
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1959]

Texto de Young Sánchez

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Santa Olaja de Acero, de Ignacio Aldecoa

La prematura muerte de Ignacio Aldecoa todavía no ha sido superada en las letras castellanas. Aunque tiene novelas que siguen su estilo inigualable, fue en los cuentos donde alcanzó una rara perfección que sigue atrayendo la atención de aquellos que se enteran de su existencia y que convierte a esos lectores en fieles.
Sus secretos son difíciles de describir. Probablemente no haya en las letras españolas modernas un autor que haya empleado con tanta eficacia el realismo y, sin embargo, se las compusiera para filtrar unas atmósferas de fondo no explicitadas que reflejaban los tiempos, las angustias y las injusticias de la época franquista.
En ese realismo, muchas veces se detenía en lo aparentemente nimio, en lo que algunos hubieran podido asegurar que era "costumbrismo" para, entonces, y en una vuelta de tuerca, convertirlo en una épica cotidiana.
En Santa Olaja de Acero, lo medido del relato se muestra ya en su inicio, «A través de los entornados ventanillos podía ver la claridad del amanecer; la claridad de humo blanco de locomotora del amanecer». Es el inicio de un día para Higinio, el maquinista de tren. Un día que será relatado en todo detalle, sin ahorrar minucias aparentes, pero que conforman un microcosmos, el del maquinista, el del fogonero Mendaña y el de la locomotora Santa Olaja y su relación por los lugares por los que pasan, en un oficio duro, cansado, matador y destructivo, pero en el que «Tampoco hay [dinero para pagar] estar metido en una mina o al pie de un horno durante ocho horas, quemado por fuera y por dentro. Aquí, cuando quieres, puedes respirar y pegarte un trago en cada estación que paremos.»
Y establecida la atmósfera, entonces surge el conflicto. El viaje del mercancías que conducen Higinio y Mendaña es monótono, previsible, pero de repente un operario les hace señales de parar. Están reparando la vía, y tienen que volver al apeadero por el que han pasado hace un rato.
Insisto, una nimiedad, un grano de arena en apariencia, algo con lo que nadie construiría un relato. Pero el convoy es pesado, y para retroceder hay que hacerlo cuesta abajo, con lo que el tren amenaza con desbocarse, sin freno posible, y rebasando el apeadero, chocar con el mixto que viene detrás de ellos.
La creación de tensión, tal vez por lo repentino y por la cotidianeidad preparada por Aldecoa en las líneas precedentes, es extrema. De repente todo se vuelve enorme, tenso, mortal.
Esa virtud de narrador de Ignacio Aldecoa es una que pocos escritores han alcanzado, y es una que repitió, una y otra vez, en sus prosas cotidianas, en sus escritos autosatíricos, en sus relatos de realismo social, en toda su obra, en la que plasmó los más diversos ambientes de tal manera que el lector quedaba inmerso en ellos.

En Cuentos Completos vol. 2
Alianza Editorial, col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19736 [1955]