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Dalí Parlat, de Lluís Permanyer

Si, como dice el propio Salvador Dalí en este Dalí Hablado, "como pintor no soy bueno, pero como payaso, ¡soy mucho mejor que Chaplin!", comprenderán que, se diga lo que se diga, además de los libros que recogen la obra plástica, indiscutiblemente fundamental en la historia del arte, aquellas manifestaciones visuales o verbales que Dalí desgranaba revisten un interés indudable.
Aparte payasadas y excesos, que eran una especie de mercadotecnia genial que hacía que su figura fuera omnipresente en el mundo del arte, nadie puede mantener un interés fuera de su obra sólo con excentricidades. De manera que hay que destacar que Salvador Dalí era un autodidacta polímata que se interesaba por casi todo y cuyos conocimientos siempre sorprendían a interlocutores y entrevistadores.
Lluís Permanyer, uno de los hombres más cultos que recorren (y por muchos años más lo haga) las calles de Barcelona, tuvo la oportunidad de entrevistarlo en tres ocasiones, y estas tres entrevistas que se recogen en este libro (que incluye una conversación en registro sonoro) denotan que hubo desde el principio entendimiento y simpatía entre ambos, lo cual redundó en una apertura y profundidad mayores por parte de Dalí. No abandona del todo el Dalí espectáculo, pero sí que aparece con claridad el Dalí intelectual.
Por tanto tenemos un primer encuentro en el que Dalí tenía que responder al cuestionario Proust, pero además de estas respuestas, necesariamente escuetas, también está reflejado el relato de ese encuentro entre Permanyer y Dalí, y la conversación que surgió entre ambos.
La segunda conversación es sobre el Dalí desde sus inicios a la actualidad, y el pintor se muestra extraordinariamente abierto y sincero en lo que se refiere a sus relaciones y a la narración de su vida.
La tercera, extraordinariamente interesante, es sobre el erotismo en la obra de Dalí, que es una constante importantísima dentro de su pintura, y en el transcurso de la conversación se desgranan tanto el método daliniano de tratar las imágenes freudianas como las propias influencias del erotismo del pintor dentro de su obra.
Pero en las tres conversaciones percibimos esas ganas de expresarse, de hablar con alguien al que considera lo bastante inteligente como para que pueda entenderlo, y en esa sinceridad y voluntad de explicar su vida y obra recae el gran mérito de este librito, que puede competir con muchas biografías en su conocimiento del pintor y los detalles que relacionan su vida y su obra. Mérito sin duda de Lluís Permanyer, que siempre ha lamentado no haber podido entrevistarlo más veces. A la vista de este Dalí Parlat, nosotros también.

Quaderns Crema, col. D'un Dia a l'Altre
Barcelona, 2004 [2004]

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Historia del Arte. Últimas Tendencias, de Lourdes Cirlot

FIRMA INVITADA: Susana Rizo

Uno puede plantarse ante “Verde sobre morado” de Rothko, o delante de “New York City 3” de Mondrian y hacerse muchas preguntas. Entre ellas si el artista le está tomando el pelo al espectador con esas tiras adhesivas que crean líneas, eso sí, perfectamente paralelas y perpendiculares, o superponiendo dos colores ─verde y marrón─ y llamar a un cuadro así, por muy bien combinado que esté el cuadrado verde, sobre el cuadrado morado. Y es lícito, de hecho, hacérselas.
Hace bastante tiempo, la que ahora les escribe a ustedes trabajó tratando de explicar al público qué significaban esas obras. Por qué se habían concebido así. Por qué tenían tanto valor. Qué representaban, en el caso de que representasen algo. Y en caso contrario, qué técnica había usado el artista para hacer su obra. Trataba, en definitiva, de explicar lo que tenían delante. Pero sobretodo, lo que consideraba fundamental para que el espectador no se me escapase en digresiones a menudo inútiles (yo misma lo reconozco), era tratar de que conectase, que no le fuera indiferente. Tenía recursos para ello. Uno que no fallaba era contar cosas sobre la vida de esos artistas. Manías y peculiaridades de cada uno (como algunos de ellos eran bastante excéntricos, la fórmula rara vez fallaba). También solía explicar el momento en que nació el estilo pictórico o escultórico que representaban, la circunstancia histórica, política o social que pudieron influir a tal o cual artista para hacer obras que si bien pudieran tener un resultado estético, también pueden tenerlo dudoso en cuanto a la dificultad en la ejecución.
Si tenía que explicar el “Papel arrugado con macha de tinta” de Tàpies, se supone que iba implícito en mi oficio el sentir alguna clase de reverencia porque, simplemente,  se trataba de un Tàpies. Pero a mi me sucedió una cosa. Yo no la sentía. Y no la transmitía al público que tenía delante. Es más, llegué a decirles que quizá Tàpies se reía de todos nosotros (poco después de aquello, justo después de ver expuesto un burro disecado colgando del techo, dejé mi trabajo de guía en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) y que cada uno de nosotros estaba haciendo arte cada vez que, por ejemplo, se le caía un huevo al suelo. “Huevo estrellado en el suelo, nº 3”. “Juzguen ustedes mismos”, les decía. Y ante su cara de perplejidad, yo sonreía. ¿Cómo demonios iba a decir que había arte en una pared repleta de cucarachas de plástico, que ojo, seguramente valían un dineral, de Jaume Plensa? Díganmelo. Cómo demonios.
Pero me voy por las ramas.
Hubo algo que me salvó aquellos años para entender y conseguir todos esos recursos de los cuales les hablo y que, en ocasiones, dejaba encandilado a mí público. Y a mí, satisfecha por el trabajo bien hecho. Para tratar de entender no todo, porque era imposible. Pero sí una parte. Y eso que me salvó fueron los recuerdos que conservaba de mi último año en la facultad de Historia del Arte, con una de las mejores profesoras que he tenido. Doña Lourdes Cirlot. El libro que escribió, y que es del que os voy a hablar, “Últimas tendencias de arte”, fue mi guía. El lugar donde iba a encontrar respuestas, referencias. Pues allí, en ese libro, está todo.
El libro abarca el periodo de las segundas Vanguardias  (1942-1968) hasta las denominadas Tendencias Posmodernas (1968 hasta nuestros días). Desde el Informalismo, pasando por expresionismo abstracto, el Pop Art, Minimalismo, Arte cinético, happening, Arte Conceptual, Arte Póvera, hiperrealismo, neoexpresionismo germano, transvanguardia italiana hasta llega  a las últimas tendencias en pintura y escultura en Estados Unidos, Reino Unido y España. 
Se trata de un libro crítico. Muy detallado, ilustrado y muy bien explicado, fácil de leer, fácil de comprender. Con una introducción sobre la etapa en la que se gesta cada movimiento, los significados de cada uno de ellos, las técnicas que se usaban, base ideológica, representantes, análisis de sus principales obras, documentación tratada con esmero. 
Para todos aquellos que estén leyendo esto, sean aficionados, no se pierden una bienal en Venecia, o un ARCO en Madrid, este libro del que les hablo, es la guía. Absolutamente fundamental, pues pocas veces he visto en un libro tan breve, todas y cada una de las tendencias y movimientos que nacieron poco después de la segunda guerra mundial, hasta nuestros días, tan bien explicados, con los principales representantes de cada estilo, dentro de las numerosísimas tendencias que experimentó el arte después del movimiento expresionista germano. La frontera entre lo que es arte, y no lo es, es frágil en el arte contemporáneo pues otros son los que han decidido que algo sea considerado digno de admiración y de subastarse y exhibirse bajo un precio desorbitado, o que sea, literalmente, desechado, olvidado. No es el tiempo quien le pone un precio y un valor a una obra. Es la crítica. Alguien con credibilidad dijo que algo era bueno. Y de ahí, a la fama. Como la bañera oxidada de Beuys expuesta como un objeto de culto.
Ya lo dice la propia profesora en su libro. El eslogan de “Todo vale” hizo que se cayera en un peligro real en la posmodernidad del arte. Adelgazó las fronteras. Hubo tanta diversificación que resultó difícil establecer una pauta, diferenciar corrientes.  A veces ese mismo lema llevó a los artistas a pecar de falta de originalidad.
Recuerdo una instalación de Boltanski que consistía en cientos de cajas de metal apiladas formando una especie de caja enorme que se podía recorrer a través de un estrechísimo pasillo. Imagino lo que muchos espectadores pensarían al ver eso. Pero si yo les cuento a ustedes que esas cajas son un recuerdo del holocausto, que si tu entras dentro sentirás casi asfixia (así es cómo funcionaba esa instalación de hecho, había que recorrerla por dentro) y sentías clavarse en tu nuca las miradas de todas la fotografías de fallecidos sen campos de concentración al entrar allí, la cosa cambiaba. No eran cajas apiladas. Era un atentado a la tranquilidad en la que creemos vivir y estar a salvo.
Y esas cábalas me hallaba yo precisamente el otro día, paseando por el Thyssen, y contemplando un cuadro de Van Gogh que me parece estéticamente precioso por su combinación de colores, la textura que se llega a percibir. Yo allí veía arte. Y decidí que al final era muy sencillo. Hay cosas que son innegablemente buenas. Porque hay una técnica, un esfuerzo. Porque hay una perfección objetiva. No hay un azar. Y en el arte contemporáneo sucede que una obra le puede llegar a uno, o no llegar. Es subjetiva. Es un me gusta, o no me gusta.
Es algo que te remueve por dentro. Algo de lo que sigues hablando, o en lo que sigues pensando. Y no tiene por qué haberte generado buenas sensaciones. Goya no las generaba. Era una patada en mitad del alma “esto es lo verdadero”, decía él , que no tiene por qué coincidir con lo que a uno le gusta mirar. Las venus de Tiziano son ensoñaciones. Los garrotazos de Goya, reales. Quizá lo peor que le podría suceder a una obra de arte es la indiferencia del espectador.
No digo que sea necesario leer este libro para entrar en una galería de arte moderno. Porque de lo que se trata aquí es de contemplar sin prejuicios y dejar que fluya. Lo que no llega por los sentidos, a veces puede llegar a ser comprendido si se sitúan en su preciso contexto.  Entonces y solo entonces (especialmente si lo desligas de las instituciones siempre tan preocupadas por quedar bien y salir en las fotos, los poderes fácticos y monetarios que hay allí involucrados creando un teatro más falso que los duros a tres pesetas de Pla) puedes llegar a sentir en algún momento la magia de los neones de Merz. Las telas tristes y roídas del Arte Póvera de Italia. El baile que hay en las pinceladas de Sonia Delaunay. Los irresistibles colores vivos del Rothko. O la fuerza del dripping de Pollock. Puedes llegar a sentir la lluvia del “Temps de pluja” de Barceló.
Para todos aquellos que quieran saber más, entender el por qué de ciertas obras, acérquense a uno de esos informadores de sala (les aseguro que la mayoría de ellos lo están deseando). O háganse con este sencillo, más que interesante y práctico libro. Especialmente para los estudiantes de arte resulta sencillamente imprescindible. Cirlot tenía, y tiene, el don de transmitir y hacer que lo que pasaba desapercibido pudiera ser valorado, observado y considerado con otros ojos. La mirada limpia, y libre, para no negar primero. Hablo de esa mirada que solo poseemos de niños, y luego perdemos. Eso es lo que me enseñó. Y esa capacidad que tenía como profesora, está recogida en este libro. Incluso para alguien agnóstico como yo que pone en duda una gran parte del arte realizado después de los fauvistas, se convirtió aquellos años en libro de cabecera. 

Ed. Planeta, col. Historia Universal del Arte
Barcelona, 1994


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The Monuments Men, de Robert M. Edsel

Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo el mayor expolio y destrucción de obras de arte de la historia. La destrucción puede ser tildada de inevitable, con muchas dudas respecto a algunas acciones, que podrían haber sido evitadas sin que los argumentos sobre el ahorro de vidas humanas o el de acortar la guerra fueran fundamentales (el caso clásico es el de la abadía de Monte Cassino, que ni estaba ocupada por los alemanes ni su destrucción facilitó la toma de la posición, antes bien, la dificultó). El expolio, en cambio, fue producto de una rapiña planificada y voraz, tanto por el estado nazi como por los individuos que medraron en él, y la magnitud de lo robado fue enorme.
Si creen que la historia del hallazgo y preservación de estas horas se hizo gracias a que el G. I. Joe, el Tommy o el Poilu de repente hallaban un retablo y se quedaban extasiados ante su belleza, se equivocan. Los soldados y sus mandos inmediatos ciertamente estuvieron atentos a estos hallazgos, pero fue gracias a que, por parte de los Aliados, se constituyó una unidad específica destinada a encontrar, recuperar y preservar estas obras de arte, los Monuments Men. Este libro narra la historia de esos hombres, una historia única, puesto que jamás ha vuelto a organizarse una unidad semejante (y probablemente gracias a ello se ha producido el gran robo de arte de los museos de Iraq, por ejemplo).
Lo primero que sorprende es la escasez de personal, los pocos hombres con que contaba esa unidad. Y si hubo escasez de tropas, quiere decir que hubo escasez de medios, por no hablar de escasez de voluntades, al menos en sus inicios; tanto que lo prodigioso es que se rescatara tanto por tan pocos.
La tarea que tuvieron que acometer fue titánica. Tenían que designar monumentos a preservar durante el desembarco y el avance aliado. Tenían que catalogar lo robado de los museos; tenían que ocuparse de lo robado a coleccionistas privados; tenían que interrogar a funcionarios y prisioneros de guerra para intentar averiguar el paradero de los sustraído. Una vez en Alemania, tenían que encontrar estos depósitos de arte, y además de lo expoliado, también tenían que ocuparse de lo que pertenecía legítimamente a Alemania, y conservarlo para el futuro.
En ocasiones, tuvieron que hacerlo bajo el fuego, en primera línea. En otras, contrarreloj ante la amenaza de que pusiese en marcha el "Decreto Nerón" de Hitler de no dejar nada en pie, devolviendo a Alemania a la Edad Media. Cuando encontraban alijos, su preocupación revertía a los daños que hubieran podido sufrir las obras de arte en las condiciones de conservación precarias que existían en las minas de sal o carbón en las que estaban almacenados.
Es una historia fascinante, y si bien podía haber sido mejor narrada (un problema de estructura del libro, que dificulta un tanto la fluidez de la narración), es un relato que tenía que ser difundido. No en vano buena parte de lo que hoy contemplamos en los museos fue rescatado por esos hombres. Sólo en la mina de Altaussee se hallaron 6.557 pinturas, 230 dibujos y acuarelas, 954 grabados, 137 esculturas, 122 tapices y 1.900 cajones de libros o similares, entre otras cosas. Ese patrimonio rescatado se lo debemos a ellos, que fueron sus albaceas en tiempos de guerra, y que lo legaron para que lo disfrutásemos y, a ser posible, para que aprendiésemos más cómo hacer la paz y no la guerra.

(The Monuments Men)
Eds. Destino, col. Imago Mundi
Barcelona, 2012 [2009]

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La fascinante aventura de los guerreros del arte que impidieron el expolio cultural nazi.

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Historia de las Tierras y los Lugares Legendarios, dirigida por Umberto Eco

Como lleva haciendo desde hace un tiempo, Umberto Eco ha dirigido (no escrito, aunque algunos textos son fácilmente reconocibles como suyos) este libro que combina la iconografía con la cita literaria y el ensayo. Es un esquema que ya ha seguido en Historia de la Belleza, Historia de la Fealdad y El Vértigo de las Listas.
Hay que aclarar que no se refiere a lugares inventados, o de novela, o de cualquier otra forma de ficción. No, lo que nos trae Umberto Eco y su equipo son aquellos lugares que la gente ha creído que existían y que en muchas ocasiones han sido buscados con ahínco; o que existieron y por alguna circunstancia hemos perdido su rastro.
Pasearemos por tanto por la Tierra Plana y las Antípodas; las tierras de la Biblia; aquellas relatadas por Homero en La Odisea, así como las Siete Maravillas del Mundo; las tierras del Preste Juan; el Paraíso Terrenal y el más materialista pero igualmente paradisíaco El Dorado; Atlántida, Mu y Lemuria; Última Thule e Hiperbórea; Los lugares donde descansa el Santo Grial; la localización de Alamut y la sede de los hashishin; el país de Jauja; las islas de Utopía; la Terra Australis Incognita, que tan evasiva se mostró durante siglos. El interior de la Tierra y Agartha; para acabar con una invención moderna, pero en la que mucha gente cree: Rennes-le-Château como lugar mágico (porque el lugar en sí está localizado, claro, pero sus criptas del tesoro y otras majaderías escritas por Dan Brown no).
Ciertamente se podría criticar estos libros como cortados por un mismo patrón; ciertamente, se podría aducir que no son más que una variante de esos libros de mesilla de café que pueblan los estantes de libros de regalo de las librerías. Sin embargo, hay un hecho distintivo en todos ellos, y es que todos tienen la virtud de incitar a la curiosidad del lector. Y en este aspecto la combinación de fuentes literarias, recursos iconográficos y texto de acompañamiento es especialmente acertada. Una cosa es leer sobre, pongamos, la tierra del Preste Juan y otra tener a la vista cómo la percibían sus contemporáneos y cuáles fueron los textos que causaron la curiosidad de aquéllos que fueron en su busca.
Sobre todo, este libro es un viaje a un mundo perdido en sí mismo, el del planeta Tierra cuando todavía tenía lugares que eran terra incognita, que excitaban la fantasía (y a veces la locura) de los seres humanos. Hoy, que tenemos cartografiado y a vista de satélite en nuestro ordenador todo el globo, puede ser que esta otra cartografía fantástica nos reconcilie con nuestra imaginación.

(Storia delle Terre e dei Luoghi Leggendari)
Ed. Lumen / Random House Mondadori
Barcelona, 2013 [2013]

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Moby Dick. La Atracción del Abismo, varios autores

La fórmula no es nueva, pero cuando está bien realizada es impagable. Y este libro está perfectamente realizado.
La fórmula es la de reunir a una serie de autores, ilustradores y artistas alrededor de una obra o de un escritor y así componer un volumen que sirva tanto de homenaje como de celebración. En el caso de Moby Dick, el homenaje y la celebración son importantes, pero también lo es desvelar los secretos de una obra que es más conocida que leída.
En efecto, y este es uno de los grandes misterios de la obra cumbre de Melville, todo el mundo conoce la existencia de una ballena blanca, todo el mundo sabe quién es el capitán Ahab y más o menos una gran mayoría sabe cómo hay que llamar a su protagonista ("Llamadme Ismael", dice la primera frase del libro), pero leerlo, lo que se dice leerlo, pocos lo han leído. Y una buena parte de los que lo han hecho han pasado por una versión recortada, condensada o editada. Al fin y al cabo, Moby Dick es un libro extraordinario, pero también único en su estructura narrativa, que sigue desconcertando al lector.
En todo caso, estos homenajes cumplen una doble función, y es la de acercar a posibles lectores a la obra y a los que, como yo y los autores la han leído, regocijarnos en una comunión con otros que aman la obra de Melville y evocar visualmente los pasajes de la novela.
En el aspecto visual, este libro invita a la contemplación pausada y detallada. No sólo los artistas son variados, sino que las ilustraciones, cuidadosamente seleccionadas, son excelentes.
En cuanto a los contribuyentes de textos, por supuesto, la calidad varía. Los hay notabilísimos, si bien conocidos, como los de Muñoz Molina o Pérez-Reverte (da igual, leerlos en conjunción con los demás que los acompañan les da una nueva dimensión), otros que representan una aportación refrescante, como los de José Luis Garci sobre Ray Bradbury, que fue el guionista de la versión fílmica de John Huston, o el de Constantino Bértolo sobre la edición ilustrada por Rockwell Kent. Otros son informativos, como el que nos recuerda que parte de la película ya citada se rodó en las Canarias, o el de Raúl Guerra Garrido sobre el tamaño de Moby Dick. Otros muchos se dedican a cubrir cualquier aspecto de Melville y su obra cumbre, incluyendo las adaptaciones cinematográficas, los ilustradores de los libros o las novelas gráficas que han surgidos sobre y alrededor de la novela de la ballena blanca. Más un capítulo final de miscelánea y curiosidades que descubre festivales, lecturas de la obra en internet (Moby Dick Big Read, patrocinado por ese aficionado absoluto y genial que es Philip Hoare) y otras muchas cosas.
En fin, pasar por este libro es un auténtico placer para aquellos enamorados de Moby Dick; además, espero que cree muchos lectores; la obra de Melville lo merece. 


Ilarión Eds. y Asoc. Cultural Graphiclassic
Madrid, 2013

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Cómo Leer Edificios, de Carol Davidson Cragoe

En una época como la nuestra, en la que la educación deviene una especie de formación profesional para un futuro laboral incierto o inexistente, las humanidades se han convertido en una molestia reglada, unas materias que hay que impartir como una tradición que se mantiene hasta que la modernidad mal entendida lleva a su desaparición. Y si los alumnos (salvo los vagos y maleantes que las eligen vocacionalmente como estudios superiores) salen a la vida conociendo apenas los órdenes dórico, jónico y corintio y cuatro estilos pictóricos ya pueden estar satisfechos.
Por supuesto, en países más desarrollados e inteligentes esto no es así, y se comprende que un técnico sin poso humanístico es alguien incompleto. Por eso este tipo de manuales, concisos y claros, son particularmente importantes. Tanto más cuando, entrando ya en el tema de este volumen auténticamente de bolsillo, los edificios completamente "puros", adscribibles a un estilo concreto, apenas existen.
Un edificio habla. habla en su propio lenguaje, claro, pero nos explica muchas cosas. La época y las fortunas de sus propietarios, su estilo de vida, su riqueza y pobreza, pero también las mentalidades de la sociedad que los construyó y utilizó. Cualquiera que haya visto y reconocido un edificio victoriano sabrá percibir, aunque sólo sea intuitivamente, la impresión de poder, la demostración de orgullo que la metrópoli londinense quería transmitir al mundo. Esto es cierto tanto en las viviendas como en los edificios utilitarios, como los cantos a la máquina, al acero y cristal que representan las grandes estaciones ferroviarias o ciertas plantas fabriles, que ocultaban las miserias de la explotación obrera y mostraban las grandezas de la producción industrial.
Con este libro, los sentidos se agudizan, y se pueden percibir los elementos que muestran estos cambios, estas sociedades, y comprender también cómo la técnica avanza y permite nuevas incorporaciones arquitectónicas, como el muro cortina de cristal.
Visualmente intensa y con explicaciones concisas, esta guía permite reconocer estilos, comprender los materiales y ver la evolución de los distintos elementos constitutivos de la historia de la arquitectura. Y percibir cómo muchas veces ésta ha mirado atrás y ha aprovechado, modificándolos, estilos antiguos.
La arquitectura es lo más inmediato al ser humano. Como turista, por ejemplo, uno puede pasarse sin visitar una pinacotaca en una ciudad sin esculturas, sin saber un lenguaje ni leer un libro, sin entrar en un cine ni escuchar música, pero no va a poder dejar de caminar por las calles y encontrar unas construcciones que, por cómo son y cómo se han hecho, nos hablan. Este libro es un diccionario que nos traduce a un lenguaje comprensible lo que dicen las casas, las iglesias, los castillos, lo s edificios.

(How to Read Buildings)
Akal / H. Blume
Madrid, 2013 [2008]

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Así se Hacen las Películas, de Sidney Lumet

Hay obras que son un auténtico regalo. Leer este libro es tener el privilegio de asistir a unas clases magistrales de uno de los más distinguidos directores de todos los tiempos sobre el arte de hacer películas.
Y son unas clases magistrales (y hay que insistir en el calificativo) como se desea que sean estas lecciones: didácticas, amenas, claras, con ejemplos, amicales y poniéndose al nivel del lector y no dándolas desde un pedestal de soberbia y omnisciencia.
El mismo Lumet dice desde el principio: «No hay una forma correcta y otra equivocada de dirigir una película. Aquí escribo sobre cómo trabajo yo. Atentos, estudiantes; tomad lo que queráis y desechad el resto; o bien, desechadlo todo. A unos pocos lectores el libro quizá les sirva como compensación por las veces que han quedado atrapados en un atasco por culpa de un rodaje, o por haber aguantado una filmación nocturna en su barrio. De verdad, sabemos lo que hacemos: sólo parece que no lo sabemos. Un trabajo serio está en marcha, aunque parezca que estamos por ahí dando vueltas sin ton ni son. A los demás, intentaré explicaros lo mejor que pueda cómo se hacen las películas. Es a la vez una técnica compleja y un proceso emocional. Es arte. Es negocio. Te rompe el corazón y es divertido. Es una forma genial de ganarte la vida.»
En este espíritu sencillo pero completista, Lumet empieza a desgranar, paso a paso, cómo se hace una película desde el principio, partiendo de un guión, propio, propuesto o adaptado, hasta la entrega del producto final a la productora.
Es un ejercicio fascinante seguir a Lumet en este proceso. Nos relata sus impresiones (cómo se aburre con la mezcla de sonido, por ejemplo; o cómo se fascina con la interpretación bien hecha), pero también nos detalla el trabajo, tedioso y complejo a veces, pero necesario para la buena marcha de un proceso que, como repite una y otra vez, es una creación colectiva y no personal suya. En este descubrirnos las técnicas que acompañan un rodaje, las mil y una cuestiones que son rutinarias pero imprescindibles, el texto es como un manual técnico de cinematografía, pero expresado con una claridad que lo hace un gran manual. Pero también hay una parte de intuición, de colaboración, de negociación y consulta, de apreciación de cómo hacer las cosas para que resulten originales, artísticas, para que el trabajo final sea lo más perfecto posible y obtenga un alma en el proceso. Aunque a veces esos detalles sean breves, una brizna de cinematografía que puede pasar desapercibida para el espectador. Pero Lumet, gracias a los cielos, es un creador consciente y honrado, y no escatima esfuerzos para que esa película sea lo mejor posible. Y en este capítulo personal (sin chismorreos; ni se trata de eso ni el libro se beneficiaría con ellos) es donde se encuentra la clave del buen cine; el director que hace las cosas por su arte y para el público, que verá el resultado, el creador que se critica a sí mismo, que se autointerroga constantemente sobre lo que está haciendo, que lo planifica todo (o coordina esta planificación) para que, por ejemplo, un filme tenga una determinada fotografía en su inicio y vaya evolucionando hasta el final, para que así acompañe la historia.
Se trata de un viaje desde el guión hasta la entrega a la productora, en la que nos reunimos y analizamos junto a Lumet la importancia de la fotografía, los ensayos, la interpretación, la dirección artística, la banda sonora, el sonido. Todo en un proceso que descubrimos que es mucho más complejo que el mero de rodar, pero que sin embargo, produce a veces obras de arte que fascinan al público generación tras generación.
Un libro delicioso, entrañable e iluminador sobre el cine y sus oficios, que sirve tanto al estudiante de cine como al espectador, que verá las películas con otros ojos y sabrá apreciarlas mucho mejor.

(Making Movies)
Eds. Rialp, col. Libros de Cine
Madrid, 19996 [1995]
Presentación de José María Aresté

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Las obras de arte perdidas

No es habitual que este blog se aparte de la senda literaria (salvo las excursiones de fin de semana en el jazz y el cine) pero la ocasión lo vale.
En la red acaba de aparecer la web galleryoflostart.com, una iniciativa conjunta de Channel 4 y la Tate Gallery en la que se van compilando las obras de arte que por alguna que otra razón (robo, ataque, destrucción, pérdida, etc.) han desaparecido de la faz de la tierra.
La página proporciona los documentos iconográficos que permiten ver totalmente o de forma parcial esas obras, más un comentario sobre su creación, historia y los motivos de su desaparición.
Por el momento se incluyen veinte obras, de diversos artistas (Miró, Duchamp, de Kooning...) pero cada semana se añadirá una nueva.
Una iniciativa magnífica que permite superar las barreras del tiempo, lo efímero y la barbarie o la codicia en la historia del arte, y aproximarse a obras de las que a veces sólo se ha oído hablar, en lo que constituye una insólita y única galería de arte.

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Más Que Discutible. Observaciones Dispersas Sobre el Arte Como Disciplina Útil, de Óscar Tusquets Blanca

Tusquets Eds., col. Ensayo
Barcelona, 19942 [1994]

Óscar Tusquets es un pintor, arquitecto y diseñador de aquellos que han devuelto a estas disciplinas, eminentemente utilitarias, el sentido artístico que tuvieron desde un principio; de ahí lo apropiado del título sobre el arte como útil. También es cierto que sus observaciones son dispersas, en el sentido de que va de una cosa a otra sin aparente conexión, aunque no lo son tanto si pensamos que todo, en una u otra medida, ha sido diseñado (cuando uno observa que todas las lamparillas de aceite o grasa tienen una forma similar, se tiene la impresión de asistir a un ejemplo de diseño convergente y eficaz, surgido de la noche de los tiempos).
El autor podría haber elegido el tono irritado que suele ser tan común cuando nos enfrentamos a arte dudoso, a arquitecturas vistosas pero en las cuales la presencia humana parece una molestia que habría que evitar (él mismo pone como ejemplo un edificio de los llamados "inteligentes", en el cual quedarse fuera de las horas "normales" de trabajo puede representar una pesadilla) o a diseños que típicamente no funcionan. Sin embargo, y para bien, escoge el tono irónico, humorístico en ocasiones, sarcástico en otras.
Pero siempre Tusquets va a tener en cuenta que es para el usuario final (el ser humano) para el que está hablando, y así este no es un libro técnico, pero sí un conjunto de ensayos perspicaces sobre lo que nos rodea y sobre si en algunos casos avanzamos o no en el bienestar o nos movemos sencillamente por moda. Así, el primer ensayo es un elogio de la sombra; no es algo baladí, y no sólo es estética, sino también cómo interaccionamos con ella. Por mucho que nos guste el sol, desde siempre hemos hallado reconfortante un espacio de sombra fresca. Pues bien, parece que últimamente nos hemos olvidado de las mejores sombras, que son las naturales, es decir, las vegetales, y lo fiamos todo a materiales que no son precisamente los mejores. Y cuando hablo de perspicacia, me refiero, por ejemplo, a fijarse como lo hace en los taxis de Corfú, donde en los antiguos modelos los conductores habían instalado unos chamizos en el techo para impedir que la chapa se recalentara e hiciera del vehículo una caldera.
Tusquets va a así del diseño (malo y bueno) a la arquitectura (mala y buena) y al arte, en un viaje que es grato de leer y que auspicia la reflexión del lector.
Por supuesto, el título se aplica no sólo a lo que discute Tusquets, sino también a sus propias opiniones. Y puedo no estar de acuerdo con algunas de ellas, pero la gran virtud de este libro es que provoque la reflexión del lector, una nueva visión de lo que nos rodea y una forma diferente de contemplar el mundo. Qu no es poco.
[Sólo para que conste: No siempre uno adquiere todos los libros que le gustaría tener. Este me atrajo desde su aparición, pero otras prioridades y disponibilidades económicas habían impedido que me hiciera con él. De modo que cuando lo encontré en un punto verde de reciclaje, destinado a alguna mano que lo rescatara de allí o a ser convertido en pasta de papel, no lo dudé. Pero la sorpresa estaba en la portada, donde se podía leer: "Para José Luis, mi primer libro, con todo el afecto y admiración que expresé en la dedicatoria del tercero. Barcelona 16 Julio 2001, Oscar". La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. O no tantas.]
[Y para que conste también. Este es un libro atractivo desde su tapa. Tiene una magnífica fotografía de Oriol Maspons (y las preciosas piernas de Carolina Samsó). Es una fotografía que tiene una rara ética en su estética, y toda una tesis en sí misma sobre el contenido del libro. Pero también tiene una fotografía en la contratapa, de la misma serie que maspons debió realizar para el libro. Pues bien, esta fotografía está invertida (o lo están las dos, pero en la de la tapa es imposible de saber). ESta manipulación (prohibida por todos los libros de estilo del mundo) manda al cuerno prácticamente todo el contenido del libro. Será una tontería, pero estas cosas son molestas. Ética e ideológicamente molestas.]

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Ballet Mécanique, de Fernand Léger y Dudley Murphy

SESIÓN MATINAL

(Ballet Mécanique); 1924

Director: Fernand Léger y Dudley Murphy; Música: Georges Antheil.

He aquí un corto experimental del año 1924 en el que imágenes cotidianas forman modelos abstractos o se "sincronizan" con la música de Georges Antheil, formando un auténtico ballet mecánico con objetos y máquinas o con repeticiones igualmente mecánicas de gestos y actitudes humanas.
Dadaísta y futurista en su concepción maquinista del arte, prefigura sin embargo al surrealismo, y no cabe duda de que influyó en los superrealistas que vendrían posteriormente, con algunas de sus imágenes que tienen su reflejo en los cortos de Dalí y Buñuel.

Aquí lo tienen, íntegro:

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Colección de Arena, de Italo Calvino

(Collezione di Sabbia)
Eds. Siruela, col. Libros del Tiempo
Madrid, 1998 [1974-1984]

Los textos reunidos en este volumen son diversos artículos aparecidos en la prensa en el transcurso de varios años y agrupados según unas afinidades temáticas (Exposiciones-exploraciones, sobre heterogéneas exposiciones, artísticas o no, que son estimulantes para la reflexión; El Rayo en la Mirada, sobre temas que relatan historias pero no lo hacen con palabras; Exploración de lo Fantástico, sobre asuntos de nuestro mundo pero que trascienden hasta llegar a lo irreal; La Forma del Tiempo, apuntes de viajes).
Pero, como no puede ser de otra manera, la mirada de Calvino es una que va más allá del objeto o el hecho observado, de modo que no nos hallamos ante la mera crónica periodística, antes bien, la poiesis de Calvino transforma el objeto y lo lleva a su propio terreno, convirtiéndolo en literatura, a menudo tanto o más sugerente que sus propios relatos.
¿Cómo si no enfrentarse a este texto del artículo que da título al libro sobre una colección expuesta de frasquitos con diversas muestras de arena recogidas en diversas partes del mundo?: «El verdadero diario secreto que hay que descifrar está aquí, entre estas muestras de playas y de desiertos bajo vidrio. [...] De regreso de un viaje añade nuevos frascos a los otros en fila, y de pronto advierte que sin el índigo del mar el brillo de aquella playa de conchilla desmenuzada se ha perdido; que del calor húmedo del uadi no ha quedado nada en la arena recogida; que, lejos de México, la arena mezclada con lava del volcán Paricutín es un polvo negro que parece salido de la boca de la chimenea. Trata de devolver a la memoria las sensaciones de aquella playa, aquel olor de bosque, aquel ardimiento, pero es como sacudir ese poco de arena en el fondo del frasco rotulado. [...] Y sin embargo, el que ha tenido la constancia de llevar adelante durante años esa colección sabía lo que hacía, sabía a dónde quería llegar: tal vez justamente a alejar de su persona el estrépito de las sensaciones deformantes y agresivas, el viento confuso de lo vivido, y a guardar finalmente la sustancia arenosa de todas las cosas, tocar la estructura silícea de la existencia.»
La prosa de Calvino siempre ha ejercido una atracción inevitable, no sólo por su belleza, sino porque se trata de una escritura en extremo cordial, una invitación permanente al lector a sumergirse en un mundo, real o inventado, creación de su autor pero precisamente abierto a todos.
Una invitación a la que es difícil resistirse, y que una vez aceptada se convierte en una experiencia difícilmente comparable.

Portada y sinopsis

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La Calavera, de Paul Westheim

(La Calavera)
Eds. Era, col. Biblioteca Era/Serie Mayor
México, 1971 [1953; revisada 1971]
(Reeditado por Fondo de Cultura Económica)

El culto a los ancestros muertos es algo casi universal. Ha adquirido muchas formas; una de las más conocidas es la china, donde, imbuido de una filosofía confuciana, se convierte en un festejo dedicado a los muertos como muestra de respeto y aprecio.
En las sociedades cristianas sucede algo parecido, y la Iglesia Católica le dedica no uno, sino dos días, el 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, dedicada a todas aquellas almas que exhalaron el espíritu después de una vida de santidad pero que, por una u otra razón, no han tenido el privilegio de perdurar en el Santoral, y el 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos, dedicada a los familiares muertos per se. En España, la conmemoración se ha concentrado el primero de noviembre, con la tradición de la visita a los cementerios, las ofrendas de flores en las tumbas y su limpieza y arreglo.
Pero, no nos engañemos, poca alegría hay en estas tradiciones; más bien se dedican al recuerdo apesadumbrado de aquellos que ya no están con nosotros; lo más festivo que existe es la tradición (cada vez menos seguida, por otra parte) de representar el Tenorio. En Latinoamérica es diferente, peculiarmente en México el día 2 cuando, como dice el libro del historiador del arte Paul Westheim, «La casa se adorna con flores (preferentemente con cempazúchiles, consideradas ya en el México prehispánico como flores de muerto), con guirnaldas de papel de China e imágenes de santos. En el cuarto más grande se improvisa una especie de altar, donde se coloca la ofrenda al muerto, toda una mesa llena de las golosinas y los platillos que más le gustaban en la vida. Los panaderos hacen un pan dulce especial, el "pan de muertos". Los niños reciben, además de juguetes confeccionados expresamente para ese día, sus calaveras de chocolate o azúcar, decoradas con papelitos de colores chillones y con lentejuelas. Las tumbas se adornan con ramos y coronas de flores».
Esta costumbre sigue chocándonos a los europeos, y más cuanto no sólo se detiene en la conmemoración, sino que se desarrolla como un auténtico festival, donde son tradicionales las "calaveras", dibujos o poemas humorísticos con la siempresonriente como tema central, banquetes (sería un menosprecio no comer (y beber) compartiendo los manjares con los muertos), etc. En suma, una fiesta alegre, muy alejada de la concepción de pérdida.
Westheim intenta explicar porqué esto es así, y porqué difieren estas tradiciones a uno y a otro lado del océano.
Y la explicación pasa por la concepción cosmogónica y cosmológica del mundo precortesiano, como no podía ser de otra manera. Porque para los pueblos mexicanos la vida no era un lugar agradable. Se vivía para sufrir, para pasar penalidades, para ser brutalizado incluso. «La carga psíquica que da un tinte trágico a la existencia del mexicano, hoy como hace dos y tres mil años, no es el temor a la muerte, sino la angustia ante la vida, la conciencia de estar expuesto, y con insuficientes medios de defensa, a una vida llena de peligros, llena de esencia demoniaca», dice Westheim. Eso y el hecho de que el México antiguo no tuviera infierno provocó el sentimiento de que la muerte, si bien no es deseable, no significa el paso a una vida peor, antes bien, a una existencia mejor cuanto más segura. Un hecho que debió concordar e inquietar a la vez a los misioneros cristianos, en tanto que predicadores de las glorias de la otra vida y, sin embargo, inquietos ante los festejos que a la muerte se le hacían; resignados al fin por mor de ese sincretismo tan eficiente del que hicieron gala durante la evangelización de América.
Westheim cumple con su propósito, describiéndonos una de las primordiales deidades mexicanas, Tezcatlipoca, el dios de la fatalidad; la idea de la inmortalidad en el México antiguo, la influencia de la europea danza macabra y, finalmente, la secularización de ésta, pasada por las creencia precortesianas, que ha desembocado en la festividad mexicana de hoy en día.
Y también el libro es una antología iconográfica, no sólo de las calaveras aztecas, mixtecas, totonacas, etcétera, sino de estas calaveras modernas, muchas de ellas pasadas ya por el arte, como la Muerte Olímpica, imagen escultórica de un esqueleto lanzador de jabalina.
Todo lo cual contribuye a dar cuerpo y comprensión a este festival de calaveritas de azúcar, de esqueletos desposados, de la muerte o el muerto mariachi, de un festival esquelético y cadavérico que, como siempre sucede con las celebraciones atávicas, tiene más razón de ser que la simple anécdota.

Portada y sinopsis

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El Vértigo de las Listas, de Umberto Eco

(Vertigine della Lista)
Lumen/Random House Mondadori
Barcelona, 2009 [2009]

[Por la especial temática del libro, los enlaces de las pinturas que se proponen como ejemplo en esta reseña remiten, cuando ha sido posible, a reproducciones de las mismas. Sólo hay que clicar en el enlace para tenerlas a la vista.]

Como sucedía con la Historia de la Fealdad y la Historia de la Belleza, esta es en realidad una obra colectiva dirigida por Umberto Eco, aunque en este caso, y tal vez por cercanía o afinidad, la mano de Eco es, si cabe, mucho más visible que en las citadas.
Sobre el título y contenido del libro es precisa una explicación, puesto que exteriormente el tema puede parecer poco claro; dice Eco: «Homero pudo construir (imaginar) una forma cerrada [el escudo de Aquiles] porque tenía una idea clara de cómo era una civilización agrícola y guerrera de su época. El mundo del que hablaba no le era extraño, conocía sus leyes, sus causas y efectos, y por eso supo representarlo. Existe, no obstante, otro modo de representación artística, esto es, cuando no se conocen los límites de lo que se quiere representar, cuando no se sabe cuántas son las cosas de las que se habla y se presupone un número, si no infinito, astronómicamente grande; o incluso cuando no se logra dar una definición de la esencia de una cosa y, por tanto, para hablar de ella, para hacerla comprensible, en cierto modo perceptible, se enumeran sus propiedades y, como veremos, desde los griegos hasta nuestros días, se considera que las propiedades accidentales de una cosa son infinitas. [...] El infinito de la estética es un sentimiento que se deduce de la finita y completa perfección de la cosa que se admira, mientras que la otra forma de representación de la que hablamos sugiere casi físicamente el infinito, porque de hecho este no termina, no acaba en forma. A esta modalidad la llamaremos lista, elenco o catálogo
Desde aquí, y partiendo de la lista más antigua que se recuerda, el catálogo de las naves homérico, este libro compone una antología (una lista en sí, forzosamente incompleta) de textos relacionales (y son numerosísimos) y de imágenes que son o sugieren listas, y que en muchas ocasiones son aquellos cuadros que parecen no acabar allá donde empieza su marco (por ejemplo, La Batalla de Issos, de Albrecht Altdorfer).
Esto ya es atractivo para el lector (y para mí, al menos; al fin y al cabo, los blogs y este en concreto no son más que una lista; de hecho, este blog está compuesto de, al menos, ocho listas), pero las listas, iconográficas o literarias, pueden tener más matices y propiedades que las del elenco. De hecho, la definición de la lista ya es distintiva en sí, pero también es un inicio de catalogación lógico y de afinidad.
Tenemos en consecuencia la lista visual: El Martirio de los Diez Mil Cristianos, de Durero, o el Bolero de Ravel, como variante musical de la misma. Lo indecible, aquello inmensamente grande o desconocido, que el autor no es capaz de decir y propone una lista como ejemplo: Eneas y la Sibila en el Hades, de Brueghel el Viejo, o un fragmento del Paraíso de Dante: «Si de Daniel estudias el dictado, verás que en sus millares se proclama un número que no es determinado.» Las sencillas Listas de Cosas, como los componentes de la pócima de las tres brujas de Macbeth, de Shakespeare. Las de Lugares. Las diferencias entre listas referenciales, es decir, prácticas, y las poéticas, como pueden serlo las letanías de los santos o de la Virgen María, que no tienen función catalogadora, sino más bien sugerente. Los casos en los que la lista y la forma se intercambian, como en las obras de Arcimboldo. La enumeración como retórica, hechas por el puro placer de la iteración y la rítmica (la Balada de las Damas de Antaño, de François Villon). Las listas de mirabilia, de maravillas o monstruosidades, que pueden componerse de elementos muy dispares a los que sólo relacionan el sentimiento provocado en el espectador o lector contemporáneo. Las colecciones (El Archiduque Leopoldo Guillermo en su Galería de Pinturas, de David teniers el Joven). La "Wunderkammer". Las listas definidas por propiedades o por esencia, como por ejemplo "La Belleza de la Esposa" del Cantar de los cantares. El catalejo aristotélico, o Tesauro. Las listas excesivas, como las de Rabelais o el Fairy Feller's Master Stroke, de Richard Dadd. El exceso coherente, como el escritorio de Slothorp en Arcoiris de Gravedad de Thomas Pynchon, o La Paleta de Bonnard, de André Rogi llamado Rosa Klein. La enumeración caótica, como el Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos de Borges o El Barco Ebrio de Rimbaud. Las de los medios de masas. Las listas de vértigo, como La Biblioteca de Babel. Finalizando con las listas no normales, las que se contienen a sí mismas, y eso nos lleva al principio de indecibilidad y al Gödel Escher Bach de Douglas Hoftstadter.
Por descontado, los ejemplos literarios y pictóricos son mucho más numerosos de los que, con carácter meramente ilustrativo, he incluido aquí, y el resultado es un paseo fascinante, tanto visual como literario, pero también una lección magistral de semiótica, taxonomía y filosofía que al lector le parecerá que no está recibiendo, porque el paseo es tan divertido como para disociar el binomio filosofía/aburrimiento al que estamos acostumbrados. Eso sí, es un paseo que hay que realizar lentamente, con una lectura pausada, porque de lo contrario esta lista de listas, visuales y escritas, provoca en efecto vértigo.

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Signos y Símbolos. Guía Ilustrada de su Origen y Significado, de Miranda Bruce-Mitford y Philip Wilkinson

(Signs & Symbols)
Pearson Educación
Madrid, 2008 [2002]

La aparición de un libro que relaciona e introduce a los símbolos siempre es notable. No en vano vivimos rodeados de ellos, desde nuestro conjunto escrito alfanumérico a nuestro lenguaje corporal que nos relaciona con los demás miembros de nuestra sociedad, hasta llegar a símbolos que nos resultan familiares pero de los que sólo intuímos su significado o bien otros que empleamos rutinariamente pero de los que hemos perdido su noción simbólica, como ciertas estructuras arquitectónicas.
No es que falten diccionarios de símbolos. Entre ellos, podemos destacar el muy completo y fundamental de Cirlot, por ejemplo. Sin embargo, sigue echándose de menos que alguien emprenda, no ya un diccionario, sino una auténtica enciclopedia de los signos y símbolos, que cubra todos los aspectos del tema.
Pero mientras alguien no se dedique a esta infeliz, titánica y seguro mal pagada tarea, cualquier libro que aparezca es bienvenido. Más que nada porque, por ejemplo, el hombre contemporáneo, como media, ha perdido toda noción simbólica y contempla los cuadros renacentistas y decimonónicos como quien mira una fotografía de reportaje, eludiendo por tanto una miríada de significados que aunque presentes, le resultan incomprensibles.
Este libro es una producción original de la editorial Dorling Kindersley, que se ha especializado en libros altamente visuales, tanto para niños y jóvenes como en temas adultos (por ejemplo, sus guías visuales de ciudades y países), de modo que todo está perfectamente ilustrado (aunque haya un par de errores). Su loable empeño en tratarlo absolutamente todo significa que sólo puede ofrecer una introducción a cada tema (sólo los atributos de los santos ya darían para un tomo de muchas páginas), pero insisto, bienvenido sea. Porque nos hace tomar conciencia de que existen muchos más lenguajes que los escritos y hablados que empleamos. Lenguajes que también utilizamos, pero sin tener conciencia de ello.

Portada y sinopsis
Portada, sinopsis y muestra de algunas páginas de la edición británica

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Yo También Sabría Hacerlo. Entender el Arte Moderno, de Christian Saehrendt y Steen T. Kittl

(Das Kahnn Ich Auch!)
Eds. RobinBook/Ma Non Troppo, col. Arte
Barcelona, 2009 [2007]

Por desgracia para todos, y según la tesis de los autores, la conclusión parece ser que no hay mucho que entender. O demasiado, según se mire. El paseo por el que nos llevan es uno que más se asemeja al parquet de una sofisticada, irritante, materialista y muchas veces vacua bolsa que al terreno de los sentimientos o la técnica.
Así, el tono de este libro no puede dejar de ser irónico (una ironía que no siempre queda bien trasladada en la traducción, de la que hablaré después). Y es aquí donde esto se convierte en un auténtico manual de cómo sobrevivir a lo que rodea al mundo artístico: las exposiciones, las performances, las galerías, los museos, los galeristas, los marchantes, los coleccionistas, los públicos respectivos y los propios artistas. Sea usted mismo, nos dice, enfréntese a la obra, interróguela e interróguese a sí mismo, y procure sobrevivir y salir indemne de este envoltorio económico y egotístico, más parecido a un mercadillo que a otra cosa.
La conclusión que queda es que nadie puede decir hoy día qué es arte, mientras éste sólo se mida por parámetros económicos.
Conclusión ciertamente pesimista, pero en la que todavía queda un rayo de esperanza. Las más grandes obras artísticas de todos los tiempos no es seguro que hayan sobrevivido. No podemos tener esa constancia. Nos conformamos con lo que nos ha llegado y ha sido consagrado por el tiempo y la experiencia. ¿Qué le queda pues al espectador del arte contemporáneo?: «¡Todo tiene un carácter efímero y pasajero! Eso es algo que tranquiliza e inquieta al mismo tiempo, pues la sociedad contemporánea también tiene algo de efímero y pasajero. Sólo existe una oportunidad para ella y tal oportunidad reside en la tolerancia que manifestemos. ¿Cuándo veremos este arte si no lo hacemos ahora?»
Puesto que no tenemos juicios previos que sepamos van a ser perdurables, nos dicen, creemos nuestros propios juicios. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo ver este arte contemporáneo? Puede resultar iluminador este ejemplo:
«Las visitas a los museos programadas para pacientes con Alzheimer constituyen, con toda seguridad, un enfrentamiento poco común con el arte. El MoMA ofrece este servicio desde hace algún tiempo. "El arte es multidimensional y afecta a diversas zonas del cerebro, tanto las dañadas como las intactas", explica uno de los neurólogos implicados. Los pacientes buscan en la tienda de regalos sus postales preferidas y se dirigen en grupo a ver el original.
»La capacidad intelectual de los afectados está perdida sin remedio pero, a través del efecto emocional causado por las obras de arte, se pueden despertar sensaciones y asociaciones. En estas rondas suelen ser muy apreciados los motivos figurativos y narrativos, pero se prefieren las obras de arte con contenidos dramáticos y emocionales. Liberados de una forma de pensar lógica y funcional, los participantes del Meet me at MoMA se dedican a una observación del arte liberada de prejuicios. La vivencia obtenida con las obras de arte y el hecho de hablar sobre ellas llevan consigo una mejora de la calidad de vida y de la vitalidad de los enfermos, aun cuando a estos pacientes se les haya olvidado todo al cabo de unos pocos minutos. Seamos sensatos: ¿A quién no le ocurre lo mismo al visitar un museo, a pesar de que no padezca Alzheimer?»
Me parece una postura de contemplación tan buena como la que más, si no mejor.

[Horrorosa traducción la de este libro. Mi conocimiento del alemán no es tan extenso como para afirmarlo con rotundidad, pero creo que la traductora (cuyo nombre dejaré piadosamente en el olvido) tiene graves problemas con la lengua de origen o, lo que sería peor, con la de destino. Sólo así cabría explicarse que unos autores que se expresan de forma lúcida y coherente, de repente caigan en frases incomprensibles. Incomprensibles porque no significan nada y, sobre todo (y de ahí nace la sospecha) porque en nada se relacionan semánticamente con la precedente. Tenga o no problemas con el alemán, lo que es seguro es que tiene además problemas serios con el inglés, amén de un gravísimo problema en el uso del diccionario. Después de finalizada la lectura, tengo la impresión de que no se ha acabado de trasladar el tono del original (lo que es grave), se han traducido a la buena de dios algunas frases, que han perdido su sentido (más grave todavía) y, visto lo anterior, si esto es lo que se ha percibido, pueden imaginarse lo que se ha disimulado bajo apariencia coherente, pero que vaya usted a saber qué decía en origen (y esto sería escalofriante).]

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Las historias mudas de Frans Masereel


Firma Invitada: CAROLINA LOZADA

Voy a hablar de algo viejo. De algo tan viejo que es mudo y en blanco y negro. Hablaré de dos novelas gráficas de Frans Masereel: The City (1925) y Passionate Journey (1919), ambas reeditadas en New York por Dover Publications (2006 y 2007, respectivamente). En The City, Masereel muestra escenas cotidianas de una ciudad enmohecida por el hollín de las fábricas y la oscuridad de la pobreza. Ambiente lúgubre que contrasta con el brillo y la majestuosidad de las zonas ricas de la misma urbe. Hombres de capa y sombrero, obreros de rostros enjutos, prostitutas y damas de la alta sociedad son parte de los habitantes de este libro del artista belga, cuya destreza y dominio gráfico le permiten encuadrar historias varias que en su comunión hacen historias breves de una misma ciudad.

Crimen, sexo, violencia doméstica, amores furtivos, pesares cotidianos, la vida en la sociedad industrializada son parte de las estampas de la ciudad exhibida desde varios planos por el artista visual. La secuencia gráfica y narrativa parte de lo global (tomas a la distancia de los edificios, puentes y calles) a lo particular (la ciudad se hace rincón, habitación, espacio cerrado). Con esta técnica, Masereel se adentra en la urbe y espía la festividad y el desenfreno de los salones elegantes y el drama cotidiano de las casas de los menos afortunados. No obstante, y a pesar de esas miradas sobre lo particular, The City es una obra englobante. Al contrario, Passionate Journey es mucho más puntual, concreta, debido a que la historia está concentrada en un personaje, un viajero cuya mirada registra lugares, escenarios y situaciones en su desplazarse. En su viaje por distintos lugares del mundo, el viajero se encontrará con la belleza, la alegría pero también con los excesos y las injusticias. La elocuencia del rostro del personaje protagonista de Passionate Journeynos va revelando sus distintos estados emocionales frente a las situaciones que va viviendo. La expresividad del rostro, elemento tan vital en épocas mudas, es lograda con soltura por el creador de estas obras gráficas. Y pienso especialmente en el recuadro que ilustra este post, una de las escenas tomadas de The City. Los rostros de un vecindario popular, asomados desde las puertas, ventanas y entradas de sus residencias, logran transmitir estados de ánimo desde su mudez.

La preocupación por lo social es evidente en estos dos libros de Masereel, autor a quien le gusta jugar con los contrastes de un mundo entre el oropel y el humo de las sociedades que comenzaban a ser modernas. Viejos, prostitutas maltratadas, personas con discapacidad, familias en condiciones de hacinamiento, son parte de los cuadros de la pobreza enfocados por su discurso visual.

Es inevitable no hacer comparaciones fílmicas. Hay mucho de cine en Frans Masereel, sobre todo de Expresionismo Alemán. Los rostros de los personajes-tipo (los malévolos, las doncellas, las mujeres “alegres”, los buenos y oprimidos), las escenas de esas largas filas de hombres en las fábricas, me remiten inmediatamente a Metrópolis (1927), de Fritz Lang. Asimismo, el viajero en su periplo dentro de la ciudad me trae imágenes de Sunrise (Murnau, 1927), aquéllas en las que la joven protagonista se adentra en una ciudad desconocida y la recorre desde su extrañamiento. El tratamiento que hace el artista belga sobre los excluidos de una sociedad pujante, industrializada, me hace recordar también Der Letzte Mann (Murnau, 1924), filme en el que se muestra la inutilidad de un hombre viejo para una sociedad explotadora.

El diálogo entre la corriente expresionista (y el cine mudo de la época en general) y la propuesta de Frans Masereel es bastante notable. Sin embargo, cada cual tiene su marca distintiva. En Masereel, la ciudad se asoma como algo monstruoso, donde no quedan espacios y cuya monstruosidad pareciera amenazar con desbordarse. Este ilustrador además asume un compromiso ideológico en su obra. Esto se puede observar en su insistencia en presentar imágenes que denuncian maltratos cometidos por los poderosos sobre los subordinados, así como las concentraciones políticas y el despliegue del poderío militar. También se esfuerza en ilustrar a un burgués pudiente y corrupto, a un obrero pobre y desgraciado, a la ciudad de las luces y la ciudad de los oscuros rincones callejeros. Con gran afinidad por los movimientos revolucionarios de la época, Masereel deja evidencia de su postura política sin hacer de su obra un mero panfleto, hecho que le permite sobrevivir artísticamente en el transcurrir del tiempo, tal como sucedió con el cine de Mijaíl Kalatozov, que si bien fue un cine con compromiso soviético, su valor artístico lo sobredimensiona y lo mantiene vigente. A las pruebas me remito: Letyat zhuravli (“Las grullas están volando”, 1957), entre otras cintas, lo posiciona como un destacado y talentoso cineasta.

Por otro lado, y a pesar de las comparaciones que puedan hacerse entre las ilustraciones de Masereel y el discurso cinematográfico mudo y en blanco y negro, debo hacer la salvedad de que su obra tiene autonomía propia, no es un apéndice o un satélite de algo. Masereel logra narrar, armar un discurso narrativo profundo y riguroso, sin necesidad de palabras, ni sonidos, ni intertítulos. Esto hace de sus libros una acertada propuesta, cuya vigencia se actualiza en libros como The Arrival (New York: Arthur A. Levine Books, 2006), de Shau Tan, otra novela gráfica y muda, cuya historia e ilustraciones hacen de su lectura una delicia en cada página recorrida.

The City pueden leerla en formato digital aquí.

Ilustración: “Fragmento de The City”, Frans Masereel

© 2009 Carolina Lozada, todos los derechos reservados.

Este artículo fue publicado en el blog 500 ejemplares el 27 de enero de 2009.

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Amphigorey, de Edward Gorey
















(Amphigorey)
Ed. Valdemar, col. Avatares
Madrid, 2002 [1953-1972]
Desde que, en una enciclopedia, vi una una ilustración de Edward Gorey, no paré de remover cielo y tierra hasta encontrar (en edición de Alfaguara; libro hace tiempo perdido) uno de los cuentos de Gorey, inextricablemente ligadas su escritura entre el nonsense y la rima y sus ilustraciones, macabras, surreales y, sobre todo, sugestivas.
Edward Gorey fue lo que llamaríamos un excéntrico o un genio. Cada cual se quedará con el calificativo que más le convenga. Yo prefiero el segundo.
Por descontado, el hecho de que sus cuentos se califiquen de infantiles conlleva una contradicción fundamental. Gorey no rehuyó para nada lo macabro y la muerte, el crimen y la crueldad. Pero, amigos y vecinos, todos aquellos que creen que la infancia es una especie de Arcadia feliz y que la misión principal de padres y educadores es mantener esta Arcadia libre de miedos y otras realidades que forman parte de la vida cotidiana de los adultos se equivocan.
En efecto, "Et in Arcadia Ego". No es posible (o diría que no es deseable) mantener esa ficción de felicidad y perfección. Los niños, esos rehenes de un mundo adulto, tienen unos mecanismos muy eficientes con los que tratar los hechos de la vida y la muerte. En este aspecto, y mediante el sentido de la maravilla, la magia y el juego, pueden llegar a adoptar con naturalidad cosas que, para un adulto no preparado, pueden ser traumáticas.
No hay más que ver una película de alguien que con toda probabilidad no sería el que es sin la existencia previa de Gorey, el cineasta Tim Burton.
Este volumen, editado con valentía y fortuna por Valdemar, nos ofrece quince obras ilustradas de Edward Gorey, de todo tipo. En todas ellas destaca otra de las características de la narratividad de Gorey: sugerir antes que declarar, presentar antes que explicar, mostrar antes que clasificar.
Dinamizar la mente del lector antes que cerrar las puertas de una historia. En efecto, no existen las historias de Gorey en el sentido en que Edward Gorey siempre, en sus imágenes y textos, permite al lector que componga él su propio relato, busque sus explicaciones (¡si quiere!) o piense en otras implicaciones.
Sin embargo, y con ese clasicismo formal que le caracteriza, no se puede hablar de inexistencia argumental. Antes bien, cabría decir que lo que hace Gorey es establecer una colaboración única con cada lector.
Esa contención, conseguida con un derroche técnico y artístico notable, es una auténtica experiencia que lleva a Gorey a superar los meros límites de la autoría y entrar en la grandeza del genio.

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Historia de la Fealdad, a cargo de Umberto Eco

(Storia della Brutezza)
Ed. Lumen
Barcelona, 2007 [2007]

"A cargo de". Quede claro, por tanto, que esto no es un libro de Umberto Eco, aunque la mano del maestro se reconozca en gran parte del texto que configura, aproximadamente, una cuarta parte del volumen.
En realidad, sería más acertado hablar de una "Antología de la Fealdad Humana". El libro se compone de un texto teórico y analítico que acompaña el corpus principal de la obra, que es una extensa selección de imágenes, del mundo clásico hasta nuestros días, y una selección de textos literarios y de otro tipo, que ejemplifican el tema tratado a través de los tiempos.
Este es un libro singular por el tema que trata. Yo, que me considero feo (pero con un alma resplandeciente; tampoco vamos aquí a flagelarnos), lo he leído con interés. Y cierta admiración. Porque, a diferencia de la belleza (que tiene un volumen gemelo realizado por las mismas manos) la fealdad nunca ha gozado de cánones tan establecidos y representaciones arquetípicas, y la conclusión es que la fealdad no puede ser sino vista históricamente de forma oblicua, mediante objetos y representaciones de seres estrambóticos, imaginarios u odiosos, como el diablo, las brujas, los monstruos de terras incógnitas o las caricaturas. La otra dificultad con respecto a lo feo es la imposibilidad de entrar en las mentes de las diversas épocas, con lo que no podemos sino intuir las reacciones ante los diversos rasgos que podrían, en un momento dado, definir la fealdad.
El recorrido es completídimo: la contradicción de la belleza en el dolor de Cristo; el infierno y el diablo; la tradición antifeminista; la bruja; la redención romántica de lo feo; lo siniestro; la fealdad industrial; el decadentismo; la fealdad ajena; lo kitsch y lo camp, etc. Hasta llegar a "Lo feo hoy", adecuado corolario a algo que ha sido un concepto cambiante y a menudo definido por contraste:
«En un cuento de Zola (Les Repoussoirs, 1891), un tal Durandeau se da cuenta de que, cuando se ve pasear juntas a dos mujeres, una de las cuales es ostentosamente fea, todo el mundo por contraste encuentra bella a la otra. De modo que decide comerciar con la fealdad y monta una agencia que permite a las señoras alquilar una compañera fea para salir juntas y poner así de relieve sus propias gracias, aunque a veces la clienta resulta más fea que cualquier compañera que se le proponga, pero no descubre hasta entonces su escasa belleza. El momento del reclutamiento y la forma en que se le dice a la mujer fea por qué y para qué se la contrata son terribles, pero más terrible es aún el sufrimiento de las elegidas que, tras haber pasado un día elegantemente vestidas y haber asistido al teatro o a un restaurante de lujo en compañía de una señora de la alta sociedad, regresan por la noche a su soledad y se encuentran frente a un espejo que les recuerda la terrible verdad.»
Es un ejemplo de la minuciosidad con la que se ha enfocado el tema y es este un libro total, hecho de mirada, de reflexión y viaje a lo literario, en un esfuerzo, si no exhaustivo, sí completo en su comprensión.
«Se nos repite por doquier que hoy se convive con modelos opuestos porque la oposición feo/bello ya no tiene valor estético: feo y bello serían dos opciones posibles que hay que vivir de forma neutra. Así parecen confirmarlo muchos comportamientos juveniles. El cine, la televisión y las revistas, la publicidad y la moda proponen modelos de belleza que no son tan diferentes de los antiguos, de modo que podríamos imaginar los rostros de Brad Pitt o de Sharon Stone, de George Clooney o de Nicole Kidman retratados por un pintor renacentista. Pero los mismos jóvenes que se identifican con estos ideales (estéticos o sexuales) se quedan luego extasiados ante cantantes de rock cuyos rasgos un hombre del Renacimiento consideraría repelentes. Y esos mismos jóvenes a menudo se maquillan, se tatúan, se perforan las carnes con agujas con el objetivo de parecerse más a Marilyn Manson que a Marilyn Monroe. [...] Ni los jóvenes ni los ancianos parecen vivir estas contradicciones de forma dramática. El esteta de finales del siglo XIX, que privilegiaba la belleza cadavérica como gesto de desafío y de rechazo del gusto de la mayoría, sabía que estaba cultivando lo que Baudelaire había llamado "flores del mal". Elegía lo horrendo precisamente porque había decidido elegir una opción que lo situara por encima de la masa de los bienpensantes. En cambio, los jóvenes que exhiben una piel ilustrada o el cabello azul tieso lo hacen para sentirse parecidos a los otros, y sus padres, que van al cine a ver escenas que tiempo atrás sólo se podrían ver en los anfiteatros anatómicos, actúan así porque così fan tutti

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Sobre el Concepto de Arte

Conforme crecen los lectores de este blog (modestamente, pero crecen), percibo que hay un cierto interés en los conceptos del entretenimiento, de lo trascendente, de lo que es bueno y malo; del concepto de la obra y su valoración por sí misma.
Una de las mejores definiciones de "obra de arte" (existen otras igualmente válidas) es la de algo que aporta más al espectador/lector de lo que recibe. Es una definición muy amplia, seguro, pero verán que tiene su razón de ser.
El hecho de la lectura de un libro, la contemplación de un cuadro, el visionado de una película, la audición de un disco, etc., es un asunto de elección personal. Podemos dedicarnos a ver la vida pasar, encender la televisión al azar, hablar por teléfono o hacer un crucigrama; en cualquier caso esperamos algo de estas actividades: pensar, toparnos por casualidad con algo interesante, recuperar o mantener un lazo afectivo, o simplemente pasar el tiempo. Con suerte, lo logramos. De lo contrario, y por lo general, entramos en el aburrimiento. En vez de eso, muchas veces, si tenemos la opción y el tiempo, dedicamos nuestra atención a las obras artísticas, con la esperanza de recibir algo a cambio de nuestro tiempo. Si esa obra lo consigue, podemos perfectamente definirla como "arte", aunque sólo sea entretenernos. Entonces quizás la definamos como arte menor o artesanía, pero las calificaciones de menor o mayor son tremendamente personales, mientras que la definición general todavía se aplica.
Incluso podemos plantarnos ante un lienzo pintado de blanco y preguntarnos (como hizo a toda portada un suplemento cultural del periódico ABC) si eso es arte. La respuesta es que la primera vez, sí, aunque sólo sea por habernos hecho meditar sobre el concepto de arte. Épater le bourgeoise o no, los ready-made de Duchamp cumplieron la misma función de interrogarnos sobre las intenciones de su autor.
Según esta definición, lo inadmisible en una obra de arte sería el aburrimiento, la sensación de pérdida de tiempo: el deseo de cerrar el libro, el preguntar porqué habremos ido a la galería de arte, el ansia de salir a fumar en medio de una película, el desear estar en otra parte haciendo cualquier otra cosa.
En su mejor versión, el ser humano es aquel que rechaza la actitud de estar con la mirada perdida y pensando en nada.
Aquí me dedico a esas obras que evitan esto, a esas obras de arte que aportan algo más que el tiempo que se les dedica. Si es entretenimiento, bien. Si es belleza, ideas, catarsis, deliciosos escalofríos, risas y sonrisas, cualquier cosa que ustedes quieran nombrar, perfecto. Incluso la irritación. Si una obra es tan mala como para hacerme pensar porqué lo es, también puedo tratarla aquí, aunque sea para reflexionar sobre los pecados capitales de la escritura. En cualquier caso, hay que huir de los libros aburridos, aquellos a los que dedicamos un tiempo que no merecen, los que, acabados, nos provocan la frase: "Bueno, ¿y qué?"
Sé que esta definición de arte es tan amplia que es controvertida. Al fin y al cabo, cada uno busca cosas distintas en los libros. Pero prefiero fijar un mínimo común denominador a mostrarme elitista.
También esta definición es lo bastante vaga como para resultar acientífica. Por eso mis opiniones son personales, intuitivas. No aplico ningún aparato o andamiaje crítico concreto, a pesar de poder hacerlo, entre otras cosas porque esos andamiajes, más que cumplir una función, lo que hacen es ocultar el edificio principal (y no hay más que leer las revistas literarias y los suplementos culturales para ver eso).
Este blog no es una guía de lecturas. No pretendo que nadir, después de leer mis comentarios, se lance a la librería o a la biblioteca a por la obra (entre otras cosas, porque estoy comentando cinco libros a la semana, y ustedes tienen otras cosas que hacer, que les deseo sean mejores). Tampoco quiero ser un club de lectura, entre otras cosas porque semejantes clubes enfrentan a sus participantes a pruebas muy duras, es decir, leer cosas que maldita la gracia leería uno si no tuviera la obligación social de hacerlo. Lo deseable es que si quieren, lean, a su gusto; y si quieren, comenten, también a su gusto. Que lo hagan al día siguiente o dentro de dos años, me es indiferente. Los posts no caducan. No se van a suprimir. Si me comentan una obra que traté hace un año, se lo agradeceré y responderé con la misma dedicación y alegría que ál último post publicado.
Y si sirvo para descubrirles alguna obra que les proporciona más de lo que le han dedicado, me sentiré plenamente contento y justificado.