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Johnny Guitar, de Nicholas Ray

SESIÓN MATINAL 

(Johnny Guitar); 1953

Director: Nicholas Ray; Guión: Philip Yordan, basado en la novela de Roy Chanslor; Intérpretes: Joan Crawford (Vienna), Mercedes McCambridge (Emma Small), Sterling Hayden (Johnny "Guitar" Logan), Ernest Borgnine (Bart Lonergan), Ward Bond (John McIvers), John Carradine (Viejo Tom), Scott Brady (Dancin' Kid); Dir. de fotografía: Harry Stradling; Música: Victor Young.

No voy a decir que esta sea la película más extraña jamás producida, pero desde luego sí tiene unas connotaciones que la hacen una de las más peculiares.
En teoría, el argumento trata de una guerra entre dos mujeres en disputa para que llegue el ferrocarril al pueblo o para impedir justamente esa llegada. En teoría. En la práctica, en efecto este argumento es el que hace avanzar el filme, pero les aseguro que cuando hayan visto Johnny Guitar, al cabo de cierto tiempo les sorprenderá que, en realidad, la película trate de esto.
Porque, en realidad, si algo queda en la mente del espectador es una historia con un pathos tan enorme que todo lo que la envuelve se difumina. La guerra entre ambas mujeres es cierta (y, dicho sea de paso, las interpretaciones de las protagonistas, Joan Crawford y Mercedes McCambridge), la hacen memorable. Pero no tan sólo es por la llegada o no del ferrocarril. Hubo cierta rivalidad por Johnny, que acaba de volver al pueblo, con lo que todavía se atizan más los viejos rencores.
Y la relación de Johnny con Vienna es de las antológicas, una mezcla de amor-odio que es tan intensa que abruma al espectador; por lo general se define a esta película como un drama, pero más debería tratársela como una tragedia, en el sentido de que tiene todos los elementos clásicos griegos que la hacen de proporciones míticas.
Y con diálogos impagables:
«Johnny: ¿A cuántos hombres has olvidado? 
Vienna: Como a tantas mujeres como tú recuerdas. 
J: No te vayas. 
V: No me he movido. 
J: Dime algo bonito. 
V: Claro, ¿qué quieres oír?
J: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo. 
V: Te he esperado todos estos años. 
J: Dime que hubieras muerto si no regreso. 
V: Hubiera muerto si no regresas. 
J: Dime que todavía me amas como yo te amo a ti. 
V: Todavía te amo como tú me amas. 
J (con amargura): Gracias. Muchas gracias.» 
Además de todos estos elementos, inusuales para un western y más propios de un melodrama, no hay que olvidar que es una de las pocas películas en las que las mujeres, fuertes y dominantes, son las que llevan el auténtico peso de la historia, mientras que los hombres a su alrededor son meros secundarios en su mundo. Y eso incluye también a Johnny, por mucho que sea el héroe de la historia. En realidad, quien abruma y llena la pantalla es Vienna, que rompe con todos los estereotipos de la mujer en el salvaje oeste (y en el cine de Hollywood) y se convierte en el centro de todo. 
No es de extrañar que desconcertara desde su estreno, y que los críticos hayan ido descubriendo (nada menos que en una película menor, y de un género tan denostado y trivial como el western) tantos subtextos e implicaciones psicológicas y freudianas como para convertirla en una película favorita en los cineclubes y las universidades. 
Y con razón.



Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Art Blakey en Tokyo

Es una tremenda satisfacción escuchar la música de Art Blakey. Me gustan muchos baterías, pero Blakey es mi favorito. No sólo porque sea uno de los más grandes percusionistas que ha dado el jazz, sino porque le tengo un cariño especial como persona. Su grupo emblema, los Jazz Messengers, representó una auténtica escuela para músicos con talento que empezaban. Blakey tenía un olfato finísimo para descubrirlos, enseñarles, y mucho, a tocar, y dejarlos volar en solitario. No hay ni uno solo de estos músicos que no cuente maravillas de su aprendizaje con Blakey. Pero este aprendizaje Blakey no lo realizaba en academia, sino que lo hacía día a día, en actuaciones, grabaciones y conciertos, brindándoles la oportunidad de sentirse auténticos músicos. Semejante actitud (por lo general, un gran intérprete querrá tener a unos acompañantes correctos y dignos, o tal vez a grandes figuras, pero arriesgar con unos "novatos" es ciertamente inusual) ya es de agradecer. Pero es que además los Messengers rindieron a un nivel altísimo fuera la formación que fuera. Durante décadas, fue el grupo de jazz más consistente y un seguro de buena música allá donde fueren.
Y a Art Blakey le gustaba grabar actuaciones en directo. De hecho, presumía, y nadie le ha desmentido, de que fue el primero que decidió grabar un álbum sobre una actuación en club (grabaciones de conciertos en auditorios sí habían existido antes, pero no en clubes).
De manera que tenemos a un músico con una genialidad interpretativa, un buen sentido musical, un descubridor de grandes nombres y un intérprete al que le gustaba asumir los riesgos del directo, sabiendo que éste proporciona un plus de emoción y calor, y una realimentación entre los músicos, que se estimulan con sus compaañeros de actuación y con la actitud del público.
Por todo ello, cualquier disco de Blakey vale la pena. Y por eso lo echo tanto de menos, y me satisface que el Cifu conmemore el aniversario de su muerte con este concierto que, como todo lo que hacían los Messengers, estoy seguro que va a satisfacer las exigencias tanto del aficionado como del que empieza a introducirse en el jazz.
Los Messengers de entonces eran, nada más y nada menos, que Lee Morgan a la trompeta, Wayne Shorter al saxo tenor, Bobby Timmons al piano y Jymie Merritt al contrabajo. Con Blakey a la batería, por descontado, uno de los percusionistas más distintivos de su instrumento y uno al que se reconoce de inmediato.
Interpretarán Nellie Bly; una composición de Timmons, Dat Dere, en sonde su solo de piano es bueno, biueno, bueno; la preciosa balada 'Round About Midnight, que Lee Morgan hace más preciosa todavía con su manejo excepcional del discurso a la trompeta, sin menoscabar a Shorter, por supuesto; e, incompleto pero por poco, Night in Tunisia, tema de Gillespie, pero "marca de la casa" de Art Blakey que lo interpretó una y otra vez, bordándolo siempre.
Presten atención a los comentarios del que fue amigo de Blakey, el Cifu, y estoy seguro de que disfrutarán intensamente de este concierto.


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El Doctor Saul Ascher, de Heinrich Heine

En primer lugar, decir que el tal doctor Saul Ascher existió realmente. Y Heine lo conoció. De si eran amigos o no, y de si los postulados filosóficos que defendía Ascher hicieron tanta gracia a Heine como para hacerle figurar en un relato en el que el doctor es levemente ridiculizado, eso ya lo ignoro.
El caso es que Heine escribió este pequeño relato de fantasmas como parte de su Viaje por el Harz,y lo hizo en tono humorístico y casi desmitificador. Si tenemos en cuenta que Heine ha sido considerado el último de los románticos alemanes, y al mismo tiempo el que puso fin a esa corriente literaria (y de vida), esta desrromantización de la historia de fantasmas tradicional centroeuropea, que hacía furor por aquel entonces (de hecho, Heine cita en este relato a los Cuentos Alemanes de Varnhagen von Ense, otro contemporáneo, que está leyendo poco antes de la aparición del doctor Ascher).
Bueno, el relato, en su brevedad, poco secretos tiene en su trama. Un doctor que defiende que la mente es el principio más elevado, cree que los fantasmas no pueden existir, y está empeñado en demostrar este principio racionalmente. Un día anuncian a Heine que ha muerto, pero poco después el buen doctor se aparece a Heine para seguir la conversación... El resto, en los enlaces que figuran al pie de esta reseña.
Lo que hace Heine con el cuento de fantasmas tradicional es despojarlo de truculencia, insinuar que los fantasmas no son más temibles que los seres que pululaban en carne y hueso en su anterior vida terrenal y, desde luego, ironizar sobre todas las filosofías que, por mucho que la mente sea el principio más elevado, no se basan en la experiencia ni en el mundo real y objetivo.
No era poca cosa en la Alemania romántica, cuyos modelos se trasladaron a la España de décadas posteriores, y que defendía el tenebrismo, el malditismo y, sobre todo, la figura romántica del espectro condenado.

Fragmento de Die Harzreise 
En Relatos de Miedo
Ed. Bruguera, col. Club Joven
Barcelona, 1982 [1826]

Texto en castellano de El Doctor Saul Ascher
Texto completo en alemán de Die Harzreise


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Los Corruptores, de Jorge Zepeda Patterson

Primera novela de Jorge Zepeda, se trata, más que de una novela negro-criminal, de un thriller político mexicano (a veces demasiado mexicano, para nosotros los foráneos, pero vaya, nos las vamos apañando a poco que se conozca la historia general reciente de México).
Tomás, un periodista que ha ido desencantándose de su profesión y de sí mismo, se despierta un día encontrando que en su crónica del día anterior ha publicado una bomba informativa, apenas sin darse cuenta. En su información sobre el secuestro y posterior asesinato de la actriz Pamela Dosantos ha incluido una referencia a una pista policial que le fue dicha, un poco al desgaire, una pista que conduce directamente al secretario de Gobernación, Salazar, de quien Pamela era amante.
El tema es serio; el secretario puede tomárselo a mal y Tomás puede acabar muerto en una zanja, de modo que recurre a sus amigos de la infancia, Los Azules, que han seguido carreras diferentes, en la política y en la enseñanza, y que se conjuran para minimizar los riesgos que la información publicada pueda acarrearle a Tomás.
Es evidente que la información era una trampa, una pista plantada para desprestigiar a Salazar y que Tomás, con esa desgana que le ha quedado con los años de desencanto, no comprobó antes de publicarla.
El caso es peliagudo, puesto que Pamela Dosantos fue amante de una buena serie de políticos, y hay mucha gente que se podría sentir amenazada por sus confidencias, si es que dejó alguna registrada.
Sin contar conque la misma Pamela tiene familiares en el cártel de Sinaloa...
Como pueden, ver, no es una novela de resolución simple y lineal (los thrillers rara vez lo son), pero Zepeda se las agencia para llevar la trama paso a paso y con claridad hasta su conclusión.
La virtud de esta novela, sin embargo, no reside tanto en el argumento criminal como en poner sobre el tapete la atmósfera moral de la clase política mexicana, inmersa en juegos de poder y corrupción que llevan décadas perpetuándose. Zepeda es periodista, y en la nota final afirma que la trama se queda corta con respecto a lo que realmente sucede en México. Dice que ha cambiado los nombres y los lugares, pero los escándalos de corrupción reflejados en esta novela prácticamente están sacados de la realidad. Y uno se queda con la sospecha de que podría haber incluido más si hubiese querido, pero cuatrocientas páginas dan para lo que dan.
Los personajes de Los Azules están bien elegidos: Tomás, un periodista político desengañado, Amelia, la líder de un partido de la oposición, Jaime, un cerebro en cuestiones de inteligencia y seguridad política, y alguien que aspira a convertirse en la eminencia gris de México, y Mario, el profesor universitario voluntarioso y humano, componen un grupo al que les une la amistad, pero en el que las dependencias políticas y personales de sus vidas no les hacen actuar linealmente, y por tanto proporcionan un valor añadido a la tensión de la novela.
En suma, una narración bien estructurada y que, pese a algunos fallos de primera novela, es una buena incursión en un género poco visto en latinoamérica, como es el de la componenda dentro de los círculos reales de poder político y económico.

Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2013 [2013]

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Un thriller poderoso y valiente sobre el crimen y la corrpución política a través de las vidas de cuatro amigos que siguen desde niños un código de lealtad.

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August, de John Edward Williams

Hace relativamente poco que hemos descubierto por estos lares la obra de John Williams (1922-1994). Estos fenómenos, que suelen ser lamentablemente póstumos, como es el caso, siempre me hacen preguntarme cuántos otros autores están esperando el golpe de fortuna que haga que sean redescubiertos y puestos en valor. Porque Williams es un narrador excelente, a juzgar por Augusto.
Esta novela, más que epistolar, documental, trata de la vida de Octavio César Augusto desde su ascenso al poder hasta su muerte, en lo que fue uno de los reinados más largos de la República Romana (república nominal, imperio factual) y más fructíferos, hasta el punto de que es su período de gobierno el que simboliza el esplendor y el poder de Roma.
Por supuesto, cuando de estos personajes se trata, es inevitable la referencia al Yo, Claudio de Robert Graves. Pero, mientras Graves optaba por la inmersión en la época de la mano de las memorias del emperador Claudio, en lo que era una entrada en los entresijos familiares y personales del círculo de poder, Williams procede por negativo.
Lo que tenemos en esta novela son fragmentos (totalmente apócrifos e inventados, nos aclara el autor) de historias, memorias, correspondencia, todos referidos al personaje central de Augusto. Únicamente en el libro tercero y último Williams permite "hablar" al propio Augusto en una larga carta a Nicolás Damasceno.
Por tanto, lo que vamos viendo desarrollarse en estas páginas es un retrato realizado con pinceladas irregulares, que contornean el personaje pero no lo precisan jamás. Una pintura que lo perfila imperfectamente, pero que no muestra al retratado.
Es de justicia señalar que Williams no pretende hacer una biografía, y por tanto este método es peculiarmente apto. Lo que el autor pretende es una reflexión sobre el poder, y en ese objetivo importan poco los remordimientos, las dudas o firmezas de quien lo ejerce, sino los efectos que ese ejercicio de poder provoca.
Secundariamente, pero muy ligado a esta intención, este aislamiento del personaje, este enigma que se construye con cada relato ajeno, viene a hablarnos de un Augusto permanentemente solo, de esa proverbial soledad del poder. Porque, por mucho que se pretenda lo contrario, amigos, familiares y aliados acaban siempre cometiendo pequeñas o grandes traiciones, y por otra parte cuanto más personal sea la relación más dolorosa resultará romperla o incluso destruirla. (Y no olvidemos que Augusto desterró de por vida a su hija, a la que jamás volvió a ver.)
«El joven, como todavía no sabe el futuro que le espera, ve la vida como una especie de aventura épica, una odisea a través de mares extraños e islas ignoradas donde ha de poner a prueba y demostrar sus poderes, al mismo tiempo que descubre su propia inmortalidad. El hombre de mediana edad que ha vivido el futuro que soñó ve la vida como una tragedia, porque ha aprendido que su fuerza, por grande que sea, no prevalecerá sobre el azar y la naturaleza, a los cuales da nombres de divinidades, y  ha aprendido que es mortal. Pero el anciano, si interpreta como debe el papel que le han asignado, sólo puede ver la vida como una comedia; sus triunfos y fracasos se mezclan, de modo que no hay ninguno que represente un motivo de orgullo o de vergüenza superior a otro, y ni es el héroe que se enfrenta a estas fuerzas ni el protagonista destruido por las fuerzas en cuestión. Cuando sólo queda una triste sombra del actor que fue, se da cuenta que ha interpretado tantos personajes que ya no es él.»
Tal vez sea así, y por eso Williams no quiere deslindarnos la personalidad de Augusto. Se limita a darnos la visión de los espectadores de la tragedia o comedia que interpretó, mientras actuaba en uno u otro papel: el de heredero de Julio César, el de amigo de Marco Antonio, mil otros.
Pero siempre los interpretó en soledad, nunca se permitió ser como era, y tal vez no hubiese resultado creíble si así hubiera sido. En cualquier caso, hubiera dado la impresión de ser humano, por tanto débil, y eso hubiera sido el final de la obra.

(Augustus)
Eds. 62, col. El Balancí
Barcelona, 20132 [1972]

Existe edición castellana con el título de El Hijo de César (!) 

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John Williams
La novel·la amb què John Williams, l'obra del qual ha estat oblidada fins a la recent publicació d'Stoner, va guanyar el National Book Award l'any 1973

Portada y sinopsis de la edición castellana


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La Noche Americana, de François Truffaut

SESIÓN MATINAL 

(La Nuit Américaine); 1973

Director: François Truffaut; Guión: François Truffaut, Jean-Louis Richard, Suzanne Schiffman; Intérpretes: Jacqueline Bisset (Julie), Valentina Cortese (Severine), Jean-Pierre Aumont (Alexandre), Jean-Pierre Léaud (Alphonse), Dani (Liliane), Alexandra Stewart (Stacey), Jean Champion (Bertrand), François Truffaut (director Ferrand), David Markham (Doctor Nelson); Dir. de fotografía: Pierre-William Glenn; Música: Georges Delerue.

De esta película prodigiosa, que muchas veces se pone como modelo de historia del cine dentro del cine, asombran muchas cosas. En efecto, cuando el espectador empieza a adentrarse en las fricciones, amoríos y choques de personalidad que amenazan el rodaje de una película en la ciudad de Niza (un argumento melodramático como hay tantos y que sin embargo, logra proporcionar el vehículo que Truffaut quería), lo que siente es una absorción no tanto por la historia como por la geografía física y humana donde se desarrolla. Con esto no estoy diciendo que sea una película de paisaje. Al contrario, de lo que se trata es de un filme que marca su territorio en las vidas (a veces dobles, actor / personaje) de los que vemos desfilar en la película, y en sus peripecias, sentimientos y relaciones.
Probablemente sea debido a que se trata de la película rodada con mayor convicción que he visto hasta la fecha. Truffaut muestra una convicción y un pulso firme que hace que todo lo que sucede en pantalla, por mínimo que sea, nos cautive, y sólo por eso ya sería notable. Pero, además, se trata de un film que se disfruta en todos sus aspectos. Jugando, de forma lúdica, con la verdad y la mentira dentro del cine y fuera de él, el espectador que se presta al juego (y es difícil no hacerlo) entra en una dinámica de disfrute como pocas veces se ha dado en la historia del cine.

Repleta de guiños cinéfilos: el enfocar la placa de una calle por donde pasan los vehículos del rodaje, la Rue Jean Vigo; ver en el papel de representante de seguros a un tal Henry Graham, en realidad Graham Greene (Graham Greene fue, además de novelista, un crítico de cine muy notable; de los exigentes, además); contemplar al propio Trufafut hacer un homenaje a Luis Buñuel en su papel del sordo director Ferrand, etc.
Todo ello, detalles y generalidades, componen una película inolvidable, un canto de amor al cine y a los problemas que representa fuera de las salas de exhibición, al mundo que hay detrás de las películas, a la gente que las realiza y, a la vez, a los espectadores que saben disfrutarlas. Como dice el propio Ferrand: "Lo sé, existe la vida privada, pero la vida privada es deficiente para todo el mundo. Las películas son más armoniosas que la vida, Alphonse. No hay atascos en las películas, no hay tiempos muertos. Las películas avanzan como trenes, ¿entiendes? Como trenes en la noche. Las gentes como tú, como yo, lo sabes, estamos hechas para ser felices dentro del oficio del cine."

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Thelonious Monk y John Coltrane en el Five Spot

Nuestra habitual cita con Thelonious Monk, el programa que el Cifu nos brinda hoy es un documento excepcional. Se trata de una actuación de club, y por tanto mucho más libre y arriesgada que un concierto en auditorio o una grabación en estudio, la única registrada del cuarteto de Thelonious Monk con John Coltrane.
El sonido no es perfecto, ni mucho menos, al tratarse de una grabación amateur, pero salvo el primer tema tampoco está tan mal. Y sobre todo la música que suena es de marca mayor.
El cuarteto estaba formado por Monk al piano, John Coltrane al saxo tenor, sustituyendo por unos pocos días a Johnny Griffin, el muy respetable contrabajo de Ahmed Abdul Malik y el gran batería Roy Haynes.
Comprobarán rápidamente que, si ese era el estándar que estilaba el cuarteto en el Five Spot, era más que lógico que llenaran cada noche y que hubiera colas antológicas en la puerta. Coltrane está en un estado de gracia ex-cep-cio-nal, con unos solos desatados que poca gente, si alguien, podía hacer en la época. Y Monk se encuentra a sus anchas y hace con su música lo que le da la gana, siempre de manera genial y sorprendente.
El programa es la balada Crepuscule with Nellie; Trinkle Tinkle; In Walked Bud, buena prueba de lo que les decía, con Coltrane desmesurado, Monk haciendo diabluras, Abdul Malik marcándose una demostración de cómo usar el contrabajo sobre las armonías de Monk y Haynes haciendo un solo de libro; I Mean You; y Epistrophy para marcar el final de pase.
Lo dicho, una actuación como pocas se han registrado. Atentos a los comentarios del Cifu, y espero que disfruten de la música. 



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Diable, un Perro (Bâtard), de Jack London

Probablemente el autor que más ha tratado a los perros en su narrativa (dejando aparte perros maravilla como Lassie o Rin-Tin-Tin) haya sido Jack London. En consonancia con sus narraciones, los perros de London siempre son agrestes, y aunque su relación con los humanos suele ser homologable a la de cualquier animal doméstico, pero puesta en un ambiente de frontera con lo salvaje, ciertamente esta geografía los hace más independientes y más basales en sus reacciones. Como los humanos que conocen, por otra parte: tramperos, aventureros en el Pacífico, buscadores de oro, etc.
El caso de Diable, o Diablo (una precisión, aquí: Diable ─A Dog fue el primer título de este relato, publicado en 1902 en la revista Cosmopolitan, pero en ediciones posteriores London cambió el título, y por tanto el nombre del animal, al de Bâtard, Bastardo), decíamos pues que en el caso de Diable, la relación que le une con su amo es la de puro odio, un odio que es mutuo, por otra parte.
Diable es hijo de un lobo y de una perra esquimal, y ya de cachorro muestra que su herencia lobuna es dominante. Sin embargo, London sabe muy bien lo que nos va a relatar. Se apresura a decir que Diable bien podría haberse convertido en un perro de trineo como cualquier otro, tal vez el mejor, pero es la relación con su amo la que lo va a cambiar.
Diable muerde la mano de cualquiera que intente tocarlo, pero eso es porque desconoce lo que es una caricia, y ante esa falta de malicia no podemos precisamente juzgarlo como un mal perro (y en eso los paralelismos con los seres humanos son constantes: Diable no ha recibido nunca amor, sólo odio, y eso lo ha convertido en lo que es; de la misma manera, hay hombres así, parece decirnos). No, el odio que Diable siente está dirigido a un único ser, y es a su amo, Black Leclère.
Lo inusitado del tema es que esta relación se sostenga precisamente por ese sentimiento de odio mutuo. Leclère ha tenido ocasión de vender al perro, pero siempre ha preferido quedárselo para "poder matarlo él mismo".
London es excelente en su narración, que es intensa y que, detalle a detalle, va marcando el camino hacia una tragedia inesperada para el lector (y que no revelaré; pueden ustedes leer el relato en los enlaces que figuran al pie de esta reseña). ¿Y en cuanto a la moral? Me temo que cada lector tendrá que buscar la suya propia. Pese al odio, Diable está constreñido a comportarse como lo hace. Su único mundo ha sido el de la violencia y el del castigo, a veces injustificado, y eso le ha hecho violento y, sobre todo, ha fijado en él un odio no hacia el "jefe" de la manada (Leclère), sino que sospechamos hacia el hombre del que tal vez esperó algo alguna vez y sólo le dio dolor y humillación. Pero Leclère es alguien que escoge voluntariamente el odio, y focalizarlo en Diable. En este sentido, el hombre sería más salvaje que el pero. Pero tal vez también a Leclère el mundo le ha hecho así. Tal vez necesita de Diable, de su odio, para mantener la tensión, sentirse amenazado y en peligro continuamente, porque en el mundo en el que vive relajarse puede significar morir.
En cualquier caso, con moraleja o sin ella, el relato es arrebatador por la intensidad de los sentimientos que London sabe transmitir. Los del hombre, sí, pero no menos importantes los del propio Diable, un personaje que sólo dispone de la mímica para hacernos llegar su mensaje y que sin embargo consigue erigirse en una personaje enorme y omnipresente en su amenaza, pero también en su tragedia.

(Diable ─ A Dog)
En Amor a la Vida
Ed. Akal, col Akal Bolsillo
Madrid, 1981 [1902]

Texto en inglés de Diable - a Dog
Texto en castellano de Diable, un Perro


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Vivos en el Averno Nazi, de Montserrat Llor

La vida es inexorable y, año a año, las de los últimos supervivientes de los campos de exterminio nazis se van extinguiendo. Antes de que la novelística tome un relevo que, como decía Jorge Semprún, es inevitable y necesario para que la historia del Holocausto no caiga en el olvido, se ha hecho perentorio que los testimonios de aquellos que pasaron ese infierno en vida de los campos queden registrados; por muchos motivos.
En el caso de los republicanos españoles que fueron internados principalmente en Mauthausen (aunque los hubo en Buchenwald, en Ravensbrück, en Ebensee, en Auschwitz, en Redl-Zipf...), el testimonio es especialmente doloroso, puesto que fueron supervivientes que, después de pasar por el horror, tuvieron además que sufrir el exilio forzoso, puesto que en la España de Franco no es que no quisieran saber nada de ellos, sino que tal vez querían saber demasiado de ellos, y para mal. (Y, de paso, y para los ideólogos de la dictadura, no todos los internados eran "peligrosos rojos"; Lázaro Nates Gallo tenía 16 años cuando era refugiado en Francia, y su único "delito", que lo llevó a Mauthausen, fue ser español fuera de España. Ni las autoridades nazis ni las franquistas movieron un dedo por él.)
Montserrat Llor, por motivos personales (su abuelo fue deportado, y su final exacto sigue sin saberse), ha realizado un espléndido trabajo recogiendo estos testimonios, en algunos casos el último que pudieron prestar, ya que fallecieron antes de la publicación del libro; veinte supervivientes que narran lo que es imposible narrar, un horror tan descomunal que desafía la comprensión. Pero puesto que no es posible racionalizar el exterminio, sí por lo menos es posible enumerar los hechos, trazar la geografía del Holocausto, relatar el día a día del infierno en la tierra que eran los campos.
Por muchos motivos, como ya hemos dicho. No sólo para conocer los detalles inusuales, imposibles se saber sin un testimonio directo (Segundo Espallargues, "Paulino", que boxeaba por algo más que la victoria, puesto que, si perdía, su destino probable fuera el crematorio; Marcelino Bilbao, superviviente de los experimentos médicos nazis; Lázaro Nates, que trabajó en la granja de animales de los SS), sino para que, narración a narración, el cuadro se haga completo. Porque hay una enorme coherencia en todos los testimonios. Descontadas las circunstancias de cada uno, todos los relatos coinciden (no sólo los de este libro, sino todos los que se han ido recogiendo) en su descripción de la vida en los campos, en la metodología y sistemática del exterminio (y tomen nota los negacionistas), en la identificación independiente de los guardianes y sus acciones.
Es también un acto de desagravio escucharlos y leerlos. No somos responsables de lo que sucedió, pero sí lo somos de que no vuelva a ocurrir, y eso pasa por escuchar lo que los supervivientes tienen que contar. Y, después de su sufrimiento, quizá su única recompensa sea esa, tener a alguien que les escuche y dé sentido al sinsentido que tuvieron que pasar. Es algo que, por humanidad, no podemos negarles.
Finalmente, entre otros muchos motivos, para conocer que incluso la maquinaria nazi no pudo liquidar, o no del todo, la solidaridad entre los presos. En unos lugares donde mirar por el otro podía comportar la extinción de uno mismo, esos actos solidarios se dieron una y otra vez, y los que se relatan en este libro, muy numerosos, proporcionan cierta esperanza en el género humano dentro de la mayor deshumanización que éste ha sufrido.
Montserrat Llor ha conseguido el tono justo para este libro: dejándoles narrar sin limitaciones, ha logrado una obra testimonial valiosa, pero también hay en su posición de entrevistadora y oyente un respeto y cariño, una humanidad, que es muy necesaria y de agradecer al tratar con las víctimas de los campos de exterminio.
Tan necesaria como lo son los testimonios que se recogen. Por el pasado y para el futuro.

Ed. Crítica / Planeta, col. Contrastes
Barcelona, 20142 [2014]
Prólogo de Josep Fontana

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«Un libro emocionante y un documento extraordinario sobre el Mal del mundo, pero también sobre el Bien, sobre la increíble capacidad de supervivencia de los humanos». Rosa Montero

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La Suerte de Jim, de Kingsley Amis

Comentando la obra de su hijo Martin Amis ya dijimos que la sátira corría por sus venas como parte de la herencia familiar.
La más famosa sátira de Kingsley Amis es La Suerte de Jim, pero lo cierto es que no se había traducido jamás al castellano. Tal vez se la viera como una novela demasiado inglesa, y tal vez como demasiado dependiente de una cierta época de la historia inglesa. Es muy posible que este fuera el principal inconveniente, y que para ser comprendida del todo necesitara de una introducción a la época y la sociedad inglesas (de la que sigue careciendo). Porque lo cierto es que, aparte de la historia directa del Jim Dixon del título, esta novela puede ser leída como una metáfora de la Inglaterra del momento, como una crítica feroz de un carácter inglés empeñado en mirarse al ombligo sumergido en los ritos de un pasado ya desvanecido.
Veamos, en 1953 Gran Bretaña acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial (entendida como algo que se prolongó más allá de 1945 en las restricciones materiales e incluso alimenticias), un conflicto en el que había entrado como potencia mundial y del que había salido como un cero a la izquierda en el plano internacional. La descolonización avanzaba a toda máquina; en 1948 se habían perdido la India y Pakistán. Gran Bretaña era una isla extraña que vivía del cambio de la guardia, las ceremonias de la monarquía, las regatas de Oxford y Cambridge y los uniformes y ritos de escuelas y universidades, unas reliquias ciertamente pintorescas, pero en el fondo curiosidades inoperantes en un mundo en el que el sistema de valores había cambiado irremisiblemente. Lejos en el futuro estaban la aparición de los Beatles, Carnaby Street y el Swinging London, que serían los nuevos iconos británicos.
Jim Dixon es un mediocre profesor de historia en una provinciana universidad de provincias (y no es una redundancia). Su presente y su futuro están claros: como se le ocurra destacar académicamente por encima del rector perderá su trabajo. Como resulte demasiado popular entre los alumnos, perderá su trabajo. Como resulte demasiado inútil y se dedique a la buena vida académica, perderá su trabajo. Como surja un escándalo en su vida privada, perderá su trabajo. La mediocridad es su meta, y así tiene que ser, colateralmente, para así proporcionar una educación mediocre a sus alumnos, que así saldrán preparados para enfrentarse  a una vida en la que pasar por la universidad es un signo de distinción, no algo que les haga mejores. Y así, pasa su vida en aburridos conciertos y jornadas culturales universitarias, relacionándose con el mundillo de la facultad, tan mediocre y esnob como la universidad misma y, para acabar de complicarle la vida, manteniendo una especie de noviazgo con Margaret, histérica que lo mantiene comprometido mediante el intento de suicidio que tuvo al romperse una relación anterior con otro hombre, pero que con Jim mantiene tan sólo una apariencia de compromiso sin, desde luego, sexo (y ni tan siquiera demasiadas familiaridades).
Pero Jim no es así. Tiene que sobrevivir y necesita el empleo, pero aún así hay una rebeldía soterrada en él, y empezará a surgir cuando aparezca Christine, la acompañante del muy lechuguino hijo pintor del rector.
Puesta la novela en contexto, la sátira, tanto la directa como la metafórica, es feroz. La cumbre viene cuando Jim tiene que dar una conferencia sobre la "Vieja Inglaterra" necesariamente elogiosa con los viejo valores, cuando lo que le pide el cuerpo es decir (y lo dirá) que «la verdad sobre la vieja y alegre Inglaterra es que fue el periodo menos alegre de nuestra historia. Sólo los aficionados a la cerámica artesanal, a la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto...»
En 1953, Kingsley Amis estaba hasta el gorro de la vieja Inglaterra; probablemente tan harto como lo estaban las generaciones jóvenes de ingleses, embutidos en una sociedad vagamente victoriana, con una brecha social entre la clase "alta" y la "obrera" y otra generacional, forzados a ritos decimonónicos (o anteriores) y a valores de metrópolis colonial (sin colonias). Una sociedad que miraba con profunda desconfianza toda innovación, todo cambio.
Kingsley Amis fue de los primeros, con esta novela, en pegar una patada a esa arcaica estructura social. No la derribó, pero sí hizo notar el polvillo de carcoma que de ella se desprendía, y prefiguró la reacción de una nueva Inglaterra en esta novela genial e incisiva.

(Lucky Jim)
Eds. Destino, col. Áncora y Delfín
Barcelona, 2007 [1953]
Trad. de José Manuel Benítez Ariza

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A través de sus enredos y desventuras, Kingsley Amis traza una sátira brillante de la vida inglesa con una ironía finísima e hilarante.

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Vértigo, de Alfred Hitchcock

SESIÓN MATINAL 

(Vertigo); 1958

Director: Alfred Hitchcock; Guión: Alex Coppel, Samuel Taylor, basado en al novela D'Entre les Morts, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac; Intérpretes: James Stewart (John "Scottie" Ferguson), Kim Novak (Madeleine Elster / Judy Barton), Barbara Bel Geddes (Midge Wood), Tom Helmore (Gavin Elster), Henry Jones (Forense); Dir. de fotografía: Robert Burks; Música: Bernard Herrmann; Dir. artística: Hal Pereira y Henry Bumstead.

Una de las obras maestras indiscutibles de Alfred Hitchcock (aunque cuando se estrenó, créanme, no fue considerada así), Vértigo nos presenta, tal vez (o sin el tal vez) una trama demasiado complicada y enrevesada, pero como siempre al maestro la trama le importaba lo justo; percibió desde el primer momento que aquí se trataba más de captar la pulsión psicológica de Scottie Ferguson, interpretado por James Stewart, una pulsión que raya en obsesión y casi se adentra en la psicopatía.
Scottie es un policía retirado aquejado de vértigo (que hoy llamamos acrofobia) al que un amigo contrata para que vigile discretamente a su esposa, que tiene la obsesión de estar poseída por el espíritu de una antigua dama española. Este seguimiento vigilante no hace sino que Scottie se enamore de Madeleine, un amor truncado cuando no puede evitar que se suicide; el hecho de que haya sido su vértigo el que haya impedido a Scottie evitar el suicidio sume en una profunda depresión al detective.
Un tiempo después Scottie se encuentra por la calle con Judy Barton, de un asombroso parecido con Madeleine. Tras abordarla, Scottie empieza un juego peligroso: transformar a Judy en Madeleine. Por supuesto, los espectadores sabemos que ambas son la misma persona, y que Judy / Madeleine ama a Scottie, por lo que todo este proceso obsesivo lo contemplamos con intensa preocupación; Judy se deja hacer por amor a Scottie, pero todos sabemos que cuando la transformación sea de verdad completa la tensión acumulada entre los dos (tres) personajes se desatará con terribles consecuencias.
Todo en esta película está hecho para realzar la obsesión: el frecuentar los mismos lugares, la hipnótica y magistral música de Bernard Herrmann, la secuencia onírica, debida al gran Saul Bass, la minuciosa dirección de Hitchcock, la fotografía de Robert Burks.
Una de las películas más noir de Hitchcock, irónicamente rodada en tecnicolor, esta ceremonia de destrucción, tanto del propio Scottie para consigo mismo como la de Judy en su disolución en Madeleine es una de las más bellas rodadas jamás. Y jamás se ha conseguido que un tema tan escabroso, tan tenso, haya sido rodado con tanta sutileza como Hitchcock logró con Vértigo.

Tráiler:


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Jazz Porque Sí: Yusef Lateef en el Pep's Lounge de Filadelfia

Vamos a escuchar una actuación de rabiosa modernidad. Sí, porque aunque Yusef Lateef empezó su carrera allá en los años cincuenta, cuando se sube a un escenario, incluso hoy, los más modernos entre los modernos se quedan de una pieza. Multiinstrumentista, especializado sobre todo en el saxo tenor, las flautas, el oboe y el clarinete bajo, es un músico irreductible. Con un estilo propio y poderosísismo, ya sea en sus composiciones o en las de otros siempre tiene un toque de originalidad que lo hace único, y su bien establecida fama está cimentada en ese conocimiento musical y en su técnica.
Acompañado del magnífico trompetista Richard Williams, con Mike Nock al piano, Ernie Farrow al contrabajo y James Black a la batería, escucharemos una pieza dedicada a John Coltrane, Brother John, con Lateef al oboe, instrumento difícil de integrar en le jazz, pero que verán cómo trata Lateef y cómo consigue que esa sonoridad sea perfecta para el tema; P-Bouk, con Lateef al saxo tenor; el blues lento Nu-Bouk, con Lateef a la flauta, de la que es un gran maestro; el famoso Yusef's Mood, sin Richard Williams y con Lateef al tenor; Rogi, una pieza en la que la compenetración entre Lateef y Williams se puede ver a las claras; e, incompleto, Number 7, con Lateef al tenor y la flauta de bambú.
En suma, una actuación con ideas musicales desbordantes de un Yusef Lateef pletórico y excelentemente acompañado por un trompetista finísimo como es Richard Williams, y una actuación que, como ya les he dicho, deslumbra por su modernidad, pero también por la coherencia y musicalidad de su discurso.
Atentos, como siempre, a los comentarios del Cifu, y que disfruten del concierto.


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Un Primo Listo, de Richard Wormser

Hay que aclarar que el primo al que se refiere el título no es el de la familia, sino el incauto, el inocente que cae en las redes de una estafa o una acción delictiva.
Y que este relato de Richard Wormser, uno de esos autores prolíficos y que se ganó la vida escribiendo relatos en las revistas pulp, amén de novelizaciones de series de televisión, no es sino un desarrollo del conocido tema "no te fíes de las aguas mansas".
Un comercial de material de escritorio recorre el barrio en busca de clientes. Es un tipo feliz con su trabajo, con una familia a la que quiere, un poco de sana ambición de progresar en la vida y un mucho de educación y buenas maneras. Sorprendido por la lluvia, entra en un bar, donde pide un whisky escocés, y allí empezarán sus problemas. Tanto el dueño del bar como los escasos clientes parecen contemplarlo como una diversión. Le sirven un whisky infecto, le gastan bromas pesadas, le quitan la cartera. Henry Croft todo lo aguanta, intentando no meterse en un lío mayor, pero lo que no sabe es que ya está involucrado en él.
Esos indeseables lo van a utilizar para entrar en el domicilio de un industrial y así robar la paga de la empresa. Amenazado él y su familia por los matones, no tiene más remedio que acceder, si bien de forma reluctante.
Pero sucede que el único realmente perjudicado es él. Al fin y al cabo, el dinero del robo puede estar asegurado, pero el que le han robado a él, producto de las ventas del día, provoca que en la empresa lo castiguen quitándole su zona de ventas; su esposa ha pasado por un susto terrible, se ha tenido que justificar ante la policía, y todavía pende sobre él la amenaza de represalias contra su familia si se va de la lengua. En suma, su vida, que era tranquila y ordenada, se está desmoronando poco a poco. El día en que su hijo tiene que quedarse en cama con fiebre no puede más y estalla. Toma un revólver y vuleve al bar en el que encontró a los indeseables. Pero esta vez no irá como un tranquilo viajante de comercio.
El relato es directo, claro y sin más florituras, como acostumbran estos cuentos. Si algo distingue éste de los más rutinarios es la acumulación de tensión psicológica que hace de Henry Croft pasar de la mansedumbre a la violencia, a convertirse en más duro que los propios matones, a responder con sus mismas armas y a volver a ganarse su autoestima. No está mal para un modesto relato, y es también prueba de que en esas revistas populares podía haber mucho escrito rutinario, pero también una serie de artesanos que, cuando menos, prestaban atención a los detalles en bien de sus lectores,. Una lección que no todos los autores "mayores" siguen.

(Smart Sucker)
En Cuentos que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1957]


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El Bonobo y los Diez Mandamientos, de Frans de Waal

Frans de Waal es uno de los mejores primatólogos del mundo. Además, es un divulgador excelente, capaz de transmitir conocimiento con claridad, amenidad y rigor. Como ya sucedía con El Mono que Llevamos Dentro, de Waal nos dice que es imposible conocer cuál era el comportamiento del hombre (el primate más caótico de todos) en los albores de su existencia como tal, pero sí es posible contemplar a nuestros parientes más cercanos y suponer que ciertos comportamientos que muestran no están muy alejados de los que debimos manifestar cuando empezamos a crearnos nuestro propio atajo evolutivo mediante la tecnología.
Así, de lo que trata este libro, como anuncia su subtítulo, En Busca de la Ética Entre los Primates, es de si la moral proviene de una estructura artificial (la religión) o si es natural y no necesariamente ligada a la fe y a las normas que, supuestamente dictadas por un dios, algunos pretenden que son el paso distintivo entre la humanidad y el resto de primates. (Por cierto, sobre el título y su traducción hablaré más tarde.)
De Waal no es un ateo militante de los que últimamente han surgido y que parecen dedicados a la causa de erradicar las creencias de los demás. Pero no cree que el constructo moral sea algo dado, más bien opina que la religión se limita a poner en letra algunos principio básicos que los primates (nosotros incluidos) ejercemos de por sí.
«Puede que sea cosa mía, pero me inquietan las personas cuyo sistema de creencias es lo único que se interpone entre ellas y un comportamiento repulsivo [...] ¿Alguien cree realmente que nuestros ancestros carecían de normas sociales antes de que hubiera religiones? ¿Es que nunca asistían a los necesitados, ni se quejaban de un trato injusto? Los seres humanos deben haberse preocupado por el funcionamiento de sus comunidades mucho antes de que surgieran las religiones actuales, que sólo tienen un par de milenios de antigüedad. Esta escala temporal no impresiona a los biólogos.»
No es que esté en contra de la religión. Los primates y otros simios muestran sentimientos: solidaridad, empatía, compasión, sentimiento de pérdida por la muerte de un semejante, y así nos lo mostrará en ejemplos que se repiten constantemente en las comunidades de primates, pero de Waal valora el papel de la religión en tanto aporta un soporte moral, que tiene mucho de justificación, premio y castigo, con el cual nos nos exhorta a ejercer esas emociones empáticas.
De Waal corre riesgos enormes. Ser atacado por los ateos, por ser demasiado tibio y tolerante, y ser atacado por los fundamentalistas religiosos, que casi siempre dicen que el ser humano es intrínsecamente malvado y así lo sería si no fuera porque hay un dios que vigila y que nos da normas de conducta, etc. Ante todo esto sólo cabe oponer el discurso de la razón y la prueba. Como cuando, en el capítulo "Diez Mandamientos Son Demasiados", nos hace notar que «la mayoría de mandamientos no tienen nada que ver con la moralidad, sino con el respeto. En los primeros cinco mandamientos, Dios insiste en la lealtad exclusiva [...] y en el respeto a los mayores. Sólo después pasa a los mandamientos tipo "no harás tal cosa" que todos conocemos». Y que son lo bastante universales como para no necesitar ser dictados por nadie. «Las leyes morales son meras aproximaciones, quizá metáforas, de cómo deberíamos comportarnos». «No fue Dios quien nos introdujo en la moralidad, sino que más bien fue al revés. Dios se introdujo para ayudarnos a vivir tal como nos parecería que deberíamos, confirmando el dicho de Voltaire sobre la necesidad de inventarlo. Aquí viene también a colación la cuestión que Sócrates le planteó a Eutifrón: si una acción es moral porque le gusta a los dioses, o le gusta a los dioses porque es moral. El propósito de Dios no es otro que lo segundo. Le hemos dotado de la capacidad de mantenernos en la misma vereda recta y estrecha por la que hemos venido caminando desde que vivíamos en pequeñas bandas».
Unas bandas como las de los primates, a los que recurre una y otra vez, no sólo para mostrarnos que nuestra definición de inteligencia debe revisarse, sino para señalar lo parecidos que somos, fisiológicamente, pero también en sentimientos y actitudes con respecto al prójimo.
En cuanto al título del libro, verán que en el original se llama "El bonobo y el ateo. En busca del humanismo entre los primates". Cómo el "ateo" se ha transformado en "los diez mandamientos" y "humanismo" en "ética" es algo que merecería explicación. Más que nada porque son cambios, declaraciones, que incluso parecen tener un sentido político. Jorge Wagensberg, director de la colección, y por tanto supuesto responsable, y que no es conocido precisamente por guardar silencio, hubiera debido dar razones a este cambio en el propio libro. A falta de ello, espero que algún día esas explicaciones sean dadas y que los lectores en castellano de uno de los mejores libros científicos que existen puedan saber a qué atenerse.

(The Bonobo and the Atheist. In Search of Humanism Among the Primates)
Tusquets Eds., col. Metatemas
Barcelona, 2014 [2013]
Trad. de Ambrosio García Leal

Portada y sinopsis
Vídeo de la conferencia de Frans de Waal Do Animals Have Morals?


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Don de Lenguas, de Rosa Ribas y Sabine Hofmann

Mariona Sobrerroca, una joven viuda de la alta burguesía barcelonesa, ha sido asesinada. Faltan pocas semanas para la celebración del Congreso Eucarístico, un gran escaparate propagandístico para el régimen franquista, y el fiscal Grau quiere que la resolución del crimen sea rápida, clara y eficiente, de modo que pone al frente de la investigación al inspector Isidro Castro; quiere, además, que se informe sin equívocos y sin deslices políticamente comprometidos, y así concede al periódico La Vanguardia la exclusiva de las informaciones, y Ana Martí, que ha hecho sus primeras armas como cronista de sociedad, recibe su primera investigación de sucesos en un caso que hay que tratar con guantes de seda y en el que hay que irse con mucho cuidado con lo que se dice y lo que se insinúa.
Pronto la hipótesis primera, la de un robo que acabó en homicidio, y que es adoptada con celeridad por la policía, se empieza a tambalear. Todo apunta a que Mariona tenía un amante o un enamorado, y para analizar unas cartas de amor encontradas en su casa, Ana recure a su prima, filóloga depurada por el franquismo, Beatriz Noguer. El caso no es en absoluto lo que parece, y puede tener unas implicaciones que comprometen a personajes significados del régimen.
Esto es un esbozo de una trama cuidada, coherente y bien dispuesta, que las autoras resuelven con mano segura y un buen hacer sobresaliente.
Lo cual ya sería bastante, pero esta novela alcanza una relevancia especial gracias a un esfuerzo por reflejar una época y una ciudad como pocos se han realizado.
No viví la Barcelona del Congreso Eucarístico; mis recuerdos se remontan a unos pocos años después, pero la España franquista, si por algo se caracterizó, fue por un inmovilismo y una vulgaridad que la hacía casi inmutable, de manera que desde el primer momento he tenido la impresión de pasearme a través de estas páginas por la Barcelona mediocre, gris, sucia y triste de mi infancia. No sólo he reconocido las calles, los locales, los lugares, sino la atmósfera de la vida cotidiana, los tics de los barceloneses, el día a día de una sociedad nacional-católica que bajo un manto de beatería ocultaba una corrupción inherente a un régimen autoritario, una hipocresía de burguesía rica y provinciana, la vida controlada de unas clases bajas siempre bajo sospecha. En suma, que me he visto inmerso en el lugar en el que transcurrió mi vida, sin que se hayan obviado detalles ni omitido sensaciones.
Es fácil trufar una novela de postales, lugares reconocibles. Lo difícil es componer un todo coherente emocional, anímico e histórico que refleje la época y su espíritu. Ribas y Hofmann lo consiguen, y junto a la trama, escriben una novela de las más notables que he leído, no sólo en el plano negrocriminal, sino en el sentido histórico. Es algo más que un viaje sentimental; es un documento social, y eso es algo tan difícil de conseguir que no puedo menos que desear que esta novela alcance el reconocimiento que merece, y que quede como una de las grandes novelas sobre Barcelona.

Eds. Siruela, col. Nuevos Tiempos, serie Policiaca
Madrid, 20133 [2013]

Portada y sinopsis


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La Gran Evasión, de John Sturges

SESIÓN MATINAL 

(The Great Escape); 1963

Director: John Sturges; Guión: James Clavell, W. R. Burnet, basado en el libro de Paul Brickhill; Intérpretes: James Garner (Hendley), Steve McQueen (Hilts), Richard Attenborough (Bartlett), James Donald (Ramsey), Charles Bronson (Danny), Donald Pleasence (Blythe), James Coburn (Sedgwick), David McCallum (Ashley-Pitt), Gordon Jackson (MacDonald), John Leyton (Willie), Nigel Stock (Cavendish); Dir. de fotografía: Daniel Fapp; Música: Elmer Bernstein.

Una de las películas más notorias sobre evasiones que se hayan filmado jamás, está basada en un hecho real. Pero, no se preocupen; Hollywood jamás ha dejado que las historias reales le estropearan un buen argumento, de manera que lo que van a ver se aleja tanto de la realidad como para que si leen el libro en el que está basado el filme queden decepcionados.
Porque, por supuesto, la película es gran espectáculo. Los preparativos minuciosos de la fuga monstruo de los prisioneros aliados de un campo alemán emparentan este film con el género de atracos a bancos, con su planificación minuciosa, la tensión de la ejecución y la superación de imprevistos.
Y hay que destacar que, en una película eminentemente coral, brille con luz propia un actor, Steve McQueen, en el papel de Hilts, el Rey de la Nevera, con sólo apenas fuerza física e ímpetu al conducir una motocicleta y con un gesto repetido como es el de lanzar una pelota de béisbol contra la pared de la celda de castigo (la "nevera") en la que pasa la mayor parte del tiempo. Y con una composición de personaje magnífica, claro. McQueen ya provocó celos durante el rodaje de Los Siete Magníficos como especialista en "robar" planos.
Con una banda sonora memorable de Elmer Bernstein, no de las mejores de su autor, pero sí de las que más se fijan en la mente.
Una película que siempre se vuelve a ver con agrado.

Tráiler: