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Más Que Discutible. Observaciones Dispersas Sobre el Arte Como Disciplina Útil, de Óscar Tusquets Blanca

Tusquets Eds., col. Ensayo
Barcelona, 19942 [1994]

Óscar Tusquets es un pintor, arquitecto y diseñador de aquellos que han devuelto a estas disciplinas, eminentemente utilitarias, el sentido artístico que tuvieron desde un principio; de ahí lo apropiado del título sobre el arte como útil. También es cierto que sus observaciones son dispersas, en el sentido de que va de una cosa a otra sin aparente conexión, aunque no lo son tanto si pensamos que todo, en una u otra medida, ha sido diseñado (cuando uno observa que todas las lamparillas de aceite o grasa tienen una forma similar, se tiene la impresión de asistir a un ejemplo de diseño convergente y eficaz, surgido de la noche de los tiempos).
El autor podría haber elegido el tono irritado que suele ser tan común cuando nos enfrentamos a arte dudoso, a arquitecturas vistosas pero en las cuales la presencia humana parece una molestia que habría que evitar (él mismo pone como ejemplo un edificio de los llamados "inteligentes", en el cual quedarse fuera de las horas "normales" de trabajo puede representar una pesadilla) o a diseños que típicamente no funcionan. Sin embargo, y para bien, escoge el tono irónico, humorístico en ocasiones, sarcástico en otras.
Pero siempre Tusquets va a tener en cuenta que es para el usuario final (el ser humano) para el que está hablando, y así este no es un libro técnico, pero sí un conjunto de ensayos perspicaces sobre lo que nos rodea y sobre si en algunos casos avanzamos o no en el bienestar o nos movemos sencillamente por moda. Así, el primer ensayo es un elogio de la sombra; no es algo baladí, y no sólo es estética, sino también cómo interaccionamos con ella. Por mucho que nos guste el sol, desde siempre hemos hallado reconfortante un espacio de sombra fresca. Pues bien, parece que últimamente nos hemos olvidado de las mejores sombras, que son las naturales, es decir, las vegetales, y lo fiamos todo a materiales que no son precisamente los mejores. Y cuando hablo de perspicacia, me refiero, por ejemplo, a fijarse como lo hace en los taxis de Corfú, donde en los antiguos modelos los conductores habían instalado unos chamizos en el techo para impedir que la chapa se recalentara e hiciera del vehículo una caldera.
Tusquets va a así del diseño (malo y bueno) a la arquitectura (mala y buena) y al arte, en un viaje que es grato de leer y que auspicia la reflexión del lector.
Por supuesto, el título se aplica no sólo a lo que discute Tusquets, sino también a sus propias opiniones. Y puedo no estar de acuerdo con algunas de ellas, pero la gran virtud de este libro es que provoque la reflexión del lector, una nueva visión de lo que nos rodea y una forma diferente de contemplar el mundo. Qu no es poco.
[Sólo para que conste: No siempre uno adquiere todos los libros que le gustaría tener. Este me atrajo desde su aparición, pero otras prioridades y disponibilidades económicas habían impedido que me hiciera con él. De modo que cuando lo encontré en un punto verde de reciclaje, destinado a alguna mano que lo rescatara de allí o a ser convertido en pasta de papel, no lo dudé. Pero la sorpresa estaba en la portada, donde se podía leer: "Para José Luis, mi primer libro, con todo el afecto y admiración que expresé en la dedicatoria del tercero. Barcelona 16 Julio 2001, Oscar". La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. O no tantas.]
[Y para que conste también. Este es un libro atractivo desde su tapa. Tiene una magnífica fotografía de Oriol Maspons (y las preciosas piernas de Carolina Samsó). Es una fotografía que tiene una rara ética en su estética, y toda una tesis en sí misma sobre el contenido del libro. Pero también tiene una fotografía en la contratapa, de la misma serie que maspons debió realizar para el libro. Pues bien, esta fotografía está invertida (o lo están las dos, pero en la de la tapa es imposible de saber). ESta manipulación (prohibida por todos los libros de estilo del mundo) manda al cuerno prácticamente todo el contenido del libro. Será una tontería, pero estas cosas son molestas. Ética e ideológicamente molestas.]

Portada y sinopsis

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Bill, Héroe Galáctico, de Harry Harrison

(Bill, the Galactic Hero)
Eds. Gigamesh, col. Gigamesh Breve
Barcelona, 2010 [1965]

Les presento una obra maestra de la ciencia ficción, del humor y del antimilitarismo: Bill, Héroe Galáctico.
Hay que tener en cuenta que fue escrita en 1965, cuando el conflicto de Vietnam apenas empezaba, de modo que no se trata de una obra de reacción ante una guerra, ni una sátira de la misma (y me apresuro a decir que, aunque escrita en 1965, no ha envejecido ni un ápice, y conserva su frescura y genialidad). No, en realidad, Harrison, escritor de ciencia-ficción que siempre ha demostrado tener un buen sentido del humor y de la sátira, en realidad lo que quería era realizar una parodia de las novelas "militares" de ciencia ficción, del tipo "La Legión del Espacio" pero, sobre todo, de Starship Troopers / Tropas del Espacio, de Robert A. Heinlein. (Una nota al margen: puesto que Tropas del Espacio es una de esas novelas tramposas y que no comentaría en la vida en este blog (que sólo se ocupa de novelas que me hayan gustado, se lo recuerdo), bueno será un par de antecedentes sobre la misma; primero, la dedicatoria, "A mi sargento, que me hizo un hombre"; segundo, el hecho de que la gente que se emociona con la acción trepidante de esta novela no recuerda que durante tres cuartas partes (o cuatro quintas) el texto se limita a ser una descripción del entrenamiento de las tropas, y la poquísima acción que hay ocupa muy poco en comparación con la extensión del libro. Eso sí, muy bien descrita. Pero es un libro que me aburre por su contenido y me repele por su mensaje militarista. Fin de la nota.)
Pero lo que surgió como una parodia de género, y sin duda gracias a que Harrison conocía el ejército, se convirtió en una sátira antimilitar en toda regla, capaz de situarse en este aspecto al lado del Schweijk de Hasek o de Trampa 22 de Heller.
Todo, absolutamente todo lo militar es puesto en solfa en esta novela, con un humor increíble, una vis cómica inimitable y una perspicacia ante lo satirizable como pocos autores han tenido. La instrucción militar, la rutina de cuartel, la idiotez de los combates, lo demencial de la intendencia militar, las corruptelas, la propaganda... todo.
Cada lector tiene sus escenas favoritas, porque hay muchas. Una de las que yo considero inmortales es la presentación del sargento instructor en el campamento León Trotsky:
«─Soy el sargento Ansiademuerte Drang, y me llamaréis milord o "señor" ─empezó a pasear con expresión torva por entre las filas de reclutas aterrorizados─. Soy vuestro padre, vuestra madre y todo vuestro universo y vuestro más devoto enemigo, y pronto lamentaréis haber nacido. Voy a aplastar vuestra voluntad. Cuando diga "rana", saltaréis. Mi misión es convertiros en soldados, y los soldados son disciplinados. Disciplina significa, sencillamente, sumisión ciega, ausencia de albedrío y obediencia absoluta. Eso es lo único que pido...»
Tengan en cuenta que esto fue escrito en 1965. Estamos a décadas del sargento de La Chaqueta Metálica, el Clint Eastwood de El Sargento de Hierro y otros similares. Es una muestra de lo quintaesencial que resulta esta novela respecto al tema militar. Por poner otro ejemplo:
«─¿Nombre?
─Bill, con dos eles.
─Bil ─murmuró el cabo. Dio un lametón a la punta del lápiz y escribió el nombre en la lista del personal de la nave con letra torpe y redonda─. Las dos eles son para los oficiales; te fodes y a ver si aprendes cuál es tu sitio.»
Insisto, cada lector de esta novela tiene sus momentos cumbre particulares, y es así porque en esas 160 páginas está condensado lo mejor de la sátira antimilitar que se haya escrito. En palabras de Terry Pratchett: "Simplemente, el libro de ciencia ficción más divertido que se haya escrito jamás." Es decir mucho, pero es decir una gran verdad.

Portada y sinopsis

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En Busca del Arca Perdida, de Steven Spielberg

SESIÓN MATINAL

(Raiders of the Lost Ark); 1981

Director: Steven Spielberg; Guión: Lawrence Kasdan; Intérpretes: Harrison Ford (Indiana Jones), Karen Allen (Matrion Ravenwood), Ronald Lacey (Comandante Arnold Toht), Paul Freeman (Doctor René Belloq), John Rhys-Davies (Sallah), Denholm Elliot (Doctor Marcus Brody); Dir. de fotografía: Douglas Slocombe; Música: John Williams; Diseño de producción: Norman Reynolds.

¿Hay que presentar esta película? ¿Hay alguien que no la conozca? Bueno, pues entonces sólo recordar que, como casi todas las cosas que hace Spielberg, se trata de un film que entronca profundamente con su vida personal, en este caso las sesiones de cine de aventuras de su niñez. Y, puestos a hacer una película de aventuras, reunió todos los clichés, las situaciones, los trucos, los modelos y las maneras, e hizo la película de aventuras.
Los que la critican suelen atacarla por ese lado... que si no hay nada original, que si todo lo que muestra es herencia de otras películas anteriores, que si es un mero cliché del género... En primer lugar, original, lo que se dice original, desde que Homero escribió La Odisea ha habido poco en el tema aventurero. En segundo, que justamente vamos a ver películas de género para contemplar unos modelos que conocemos, apreciamos y que, variados o no, son los que identifican a la película. En tercero, que puestos a realizar clichés, mejor hacerlos de tal forma que se conviertan en arquetípicos y no en meras anécdotas, y eso Spielberg lo consigue de tal manera que cuando se pregunta a alguien por el prototipo de aventurero, sin duda responderá Indiana Jones. En cuarto lugar, y puede que parezca un tema prescindible, pero ¿y lo bien que nos lo pasamos? Hay un gran mérito en entretener con dignidad, y En Busca del Arca Perdida es un entretenimiento dignísimo.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Django Reinhardt 1939

De nuevo tendremos el placer, estoy seguro, de reencontrarnos con el más grande de los guitarristas de jazz que han existido, Django Reinhardt.
Y lo vamos a encontrar, en principio, con su mejor formación, El Quintet du Hot Club de France, con el elegantísimo Stéphane Grappelli al violín. Un My Melancholy Baby que se ha convertido en un estándar del quinteto, seguido de un precioso Time on My Hands. Y entonces llegamos a una composición del propio Django que, les confieso, es una de mis favoritas, aunque no sea muy popular ni haya pasado a la interpretación, como ha sucedido con tantas otras composiciones emblemáticas de Reinhardt. Y la tendremos por partida doble, en una toma alternativa y una válida. De manera que tendremos Twelfth Year por partida doble. Escúchenlas y creo que estarán de acuerdo conmigo en que la lástima es que no grabasen cincuenta tomas alternativas; ambas son una delicia, con un Django en plena madurez interpretativa, con ese swing que poseía el quinteto que era y es uno de los mejores que se pueden hallar, con un Grappelli que encaja con Django como un guante. Una magnífica composición y unas geniales interpretaciones, insisto.
Y entonces Django va a unirse en cuarteto a una delegación de la orquesta de Duke Ellington, que estaba de gira por Europa en aquellos momentos. Nada menos que Rex Stewart a la corneta, el gran Barney Bigard al clarinete y Billy Taylor al contrabajo. Y Django a la guitarra, claro. Serán cinco temas tan sólo (Montmartre, Low Cotton, Finesse, I Know That You Know y Solid Old Man), pero me gustaría destacar que, a diferencia de lo que sucedió con la frustrante experiencia americana posterior de Django, en este caso los chicos de Ellington supieron ver que Django era, en efecto, un rítmico genial, pero que tenerlo sólo para marcar ritmo y poco más era un desperdicio; de modo que le concedieron solos. Django respondió como sabía, y su integración en el grupo es perfecta, tanto en el aspecto rítmico como en el solista; y de la calidad de Stewart Bigard y Taylor no se puede dudar, de modo que estas grabaciones son pequeñas joyas.
Tras el paréntesis "ellingtoniano" (muy entre comillas, ya que la música que tocaron no era de Ellington), Django vuelve a su Quintet para realizar nuevas tomas de My Melancholy Baby, Japanese Sandman, Tea for Two y I Wonder Where My Baby Is Tonight. Por descontado, las melodías son las mismas, pero los solos no, y esa es la gracia del jazz.
Las explicaciones del Cifu, como siempre, son imprescindibles para ponerse en situación, en la historia de Django y en su música.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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A Gnome There Was, de Henry Kuttner

En The Mammoth Book of Fantasy All-Time Greats
Robinson Publishing
Londres, 1988 [1941]

Dijimos al comentar Nothing in the Rules que la aparición de la revista Unknown tuvo el efecto de impulsar la corriente de la fantasía whimsical, levemente humorística y excéntrica. Este impulso se refleja en la permanencia de este tipo de relatos en la memoria de los lectores, y su inclusión en un Hall of Fame confeccionado por votación de los especialistas.
Había una Vez un Gnomo es uno de estos relatos. Es muy sencillo, destinado puramente a la diversión del lector, pero tiene el mérito de ser uno de los primeros que trató el tema de la inversión del punto de vista. Esto es ahora moneda común (un ejemplo altamente estilístico, y esta vez realizado con toda seriedad, es Grendel, de John Gardner), pero en la época no era en absoluto tratado.
Tim Crockett es un humano (vale la pena aclararlo) pusilánime y algo cargante, que cree firmemente que los sindicalistas le necesitan con urgencia para dar un toque intelectual e idealista a sus actuaciones. Con este fin se introduce en la minería, donde se dedica a adoctrinar hasta el aburrimiento a los mineros. Hasta que un día, y por una serie de reglas establecidas en el mundo mágico, se convierte en gnomo. (Y también conviene aclarar que los gnomos de los que hablamos son los del folclore; nada que ver con las versiones edulcoradas de los dibujos animados.)
A partir de aquí empieza el contraste de las visiones de un Tim psicológicamente humano y físicamente gnomo. Por descontado, también sus pretensiones sindicalistas acabarán por introducir el caos en la sociedad ya de por sí caótica de los gnomos.
Insisto en que no hay que buscar más. Se trata de un relato humorístico, y cumple a la perfección su cometido: el lector se ríe del petimetre Crockett, se ríe de la catástrofe que le ha caído encima y de los errores que comete al no conocer una sociedad ajena que es anárquica pero con reglas; se ríe con su intento de huelga, y se ríe con el desenlace de la misma. Y con el golpe final de la historia.
Nada más y nada menos, porque el humor es un género difícil de realizar. Que además perdure, es ya todavía una hazaña mayor.

Texto en castellano de Había una Vez un Gnomo en el blog El Espejo Gótico

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Tiempo y Espacio del Amor, de Francisco Brines

De El Otoño de las Rosas
En Ensayo de una Despedida. Poesía Completa (1960-1997)
Tusquets Eds., col. Marginales / Nuevos Textos Sagrados
Barcelona, 19972 [1986]

Del imprescindible El Otoño de las Rosas, uno de los mejores poemarios publicados en lengua castellana en la segunda mitad del siglo XX, extraigo este poema, condensado y sereno, de una sencillez engañosa, y que merece ser disfrutado con pausa y leído con atención:

Ah cuánta es la alegría
de que estemos los dos rodeados de luz
y frente al mar, y reposar los cuerpos
en el abrazo estrecho de la noche
y sentir que nos ata el mismo día.

Mas pronto, y aunque al mundo lo cobije
(y en él, a ti y a mí) un mismo tiempo,
real para tus ojos y los míos,
tú andarás por tus calles sin yo estar
y yo caminaré sin ti las mías. Lejanos,
nos poblará el recuerdo del amor,
me llegará en el sueño tu mágica visitas,
y aún te amaré más. Hasta un día en que mueras,
o yo me muera, o muramos los dos,
y así será, aunque sigamos vivos.

Una poesía, la de Brines, enormemente bella, intimista, de tono melancólico y aun fatalista, pero profundamente evocadora y universal.


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Historia de la Identificación de las Personas, de Ilsen About y Vincent Denis

(Histoire de l'Identification des Personnes)
Ed. Ariel, col. Historia
Barcelona, 2011 [2010]

En nuestra época, entrados subrepticia o claramente en la era del Gran Hermano de Orwell, damos por supuesto que la identificación de las gentes es, proporcionados los medios y un mínimo de organización social, automática y certera: la huella genética, su variación como es la identificación por el iris, la huella dactilar, la plantar del pie en las salas de maternidad, los registros de datos, etc.
Pero no siempre ha sido así. Apenas tenemos datos sobre lo que sucedía en la época antigua, aunque el sistema de apellidos fuera básico en el mundo romano. De modo que el libro se inicia en la época medieval, y ahí empezamos a sorprendernos.
Porque en la época de pérdidas culturales que supusieron las edades oscuras, incluso ese sistema de apellidos se perdió; las gentes eran conocidas por su nombre de pila y un mote surgido de su oficio (o el de su padre) o una referencia a un lugar o un rasgo. Y esto era así porque la movilidad de las gentes era escasa o nula. Sólo los nobles tenían necesidad de ser reconocidos e identificados según su linaje, y de ahí el surgimiento de la heráldica y, en una época en la que el analfabetismo era rampante, su traslado al sello con las armas del "firmante".
Pero con el crecimiento urbano, la mayor movilidad y crecimiento de los desplazamientos, el surgimiento de una clase bueguesa y la formación de los estados, ya no feudales y sí nacionales, y su burocracia, la necesidad de identificación surge, y con ella los diversos instrumentos: los registros parroquiales y de criminales, los censos, la recuperación del apellido, la rúbrica, la firma, el pasaporte (primero como certificado sanitario en época de peste, luego como identificación en sí), e incluso la marca infamante a delincuentes o esclavos. Y desde ahí un perfeccionamiento en los métodos destinados a saber quién es quién que perdura hasta hoy.
Todo ello está explicado en este libro, con un rigor extremo que no conculca la amenidad implícita que conlleva un tema de la pequeña historia, que sin embargo es la que nos afecta a todos.
Breve y condensado, pero claro e ilustrativo, este libro es una sorpresa en el campo histórico, y uno que es un hallazgo por su valor.



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Chacal, de Fred Zinnemann

SESIÓN MATINAL

(The Day of the Jackal)
; 1973

Director: Fred Zinnemann; Guión: Kenneth Ross, basado en la novela de Frederick Forsyth; Intérpretes: Edward Fox (Chacal), Michael Lonsdale (Lebel), Alan Badel (el Ministro), Eric Porter (Coronel Rodin), Cyril Cusack (el armero), Delphine Seyrig (Colette), Donald Sinden (Mallinson), Tony Britton (Inspector Thomas), Timothy West (Berthier), Olga Georges-Picot (Denise), Barrie Ingham (St. Clair), Maurice Denham (General Colbert), Anton Rodgers (Bernard), Derek Jacobi (Caron); Dir. de fotografía: Jean Tournier; Música: Georges Delerue; Montaje: Ralph Kemplen.

Es incluso posible disfrutar de esta película aún habiendo leído el libro. La razón es que Fred Zinnemann compone un thriller con una tensión enorme, una metodología precisa y un manejo de los tiempos y las situaciones impecable.
La historia, para quienes no la conozcan, es una curiosa mezcla de realidad histórica y ficción posible: La OAS (Organization de l'Armée Secrète), un grupo de militares franceses retirados y enfurecidos por la teórica blandura de la presidencia de De Gaulle sobre todo en los temas de la descolonización argelina, han intentado ya repetidas veces atentar contra la vida del presidente, sin éxito. En un giro que ya en sí es irónico, deciden recurrir a un profesional, Chacal (un personaje basado más o menos en el terrorista internacional Carlos). A partir de ahí asistiremos a cómo éste se prepara para cometer el atentado, y cómo los servicios policiales franceses y británicos, que tienen alguna información de lo que se prepara, intentan impedir el magnicidio y detener al terrorista.
Se ha acusado a esta película de frialdad. Mi opinión es que esa teórica frialdad es un reflejo fílmico (y por tanto, mérito de Zinnemann) de esa misma frialdad con la que el asesino, interpretado a la perfección por Edward Fox, procede en todos y cada uno de los terrenos: la preparación, su cobertura, sus amores, sus movimientos, su documentación... todo. Y todo encaminado a lograr el éxito de su misión. En efecto, y empleando una famosa frase, fríamente, sin motivos personales.
Esa frialdad crea una tensión añadida, un sentido de implacabilidad, una impresión de que Chacal es tan, pero tan bueno, que el éxito de su misión es inevitable.
Aunque sabemos que no lo conseguirá (al fin y al cabo sabemos que De Gaulle murió en la cama), durante la proyección llegamos a olvidarnos de eso y a pensar que bien puede llevar a cabo su asesinato. Hacer eso con una película es algo muy grande.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: The Firehouse Five Plus Two (IV)

El secreto mejor guardado del Cifu vuelve a saludarnos desde la música dixieland con su profesionalidad habitual y un ritmo imparable. El Cifu les explicará a la perfección quienes son estos cinco bomberos más dos. Pero si ustedes llegan hasta aquí sin saber a qué grupo nos estamos refiriendo, y le gusta la música estilo Nueva Orleáns, les aconsejo que cliquen en la etiqueta al pie de esta entrada y disfruten de estos programas desde el primero hasta este cuarto. Vale la pena.
En este programa, empezaremos con Lovin' Sam. Seguirán estos chicos alocados con un delicioso Southern Comfort. Una muy buena versión de Basin Street Blues precederá a Tuck Me to Sleep in My Old Kentucky Home.
Una pareja de temas animados, At a Georgia Camp Meeting y Alabama Jubilee, con uno de esos minivocales, y entonces llegará uno de mis temas favoritos I'm Gonna Charleston Back to Charleston, que ya muestra buen humor desde su título [Voy a regresar a Charleston bailando el charlestón, y con el ritmo que demuestran uno cree que podrían hacerlo desde Alaska], y que tiene uno de esos vocales que me encantan, y en los que improvisan ad lib ("Casi puedo escuchar al bueno de Harper Goff [el banjo del grupo] tarareando esa vieja melodía mía") y en el que hay unos solos de trompeta, banjo y saxo soprano espléndidos. Como les recomiendo la interpretación al soprano de George Probert en Original Dixieland One-Step. Y cerraremos la sesión con Milneberg Joys y Tishomingo Blues.
Y esto es todo. Hay más temas grabados por The Firehouse Five Plus Two; he localizado algunos que se pueden escuchar en streaming en Deezer. Pero el Cifu no tiene toda la discografía de este grupo. Pero la conseguirá, seguro, y entonces volverán por aquí estos simpáticos músicos que tocan muy bien, con un espíritu inmejorable y una profesionalidad y respeto por la música enormes.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Belsen Express, de Fritz Leiber

En The World Fantasy Awards, vol. 2
Doubleday & Co., col. Science Fiction
Garden City (Nueva York), 1980 [1975]
Ed. de Stuart David Schiff y Fritz Leiber

Expreso Belsen es un poliédrico relato sobre el miedo, su represión, la falta de implicación y también la intolerancia.
Simister es un hombre que se precia de haber pasado por el siglo XX «sin haberse visto implicado en el servicio militar, el salvar al mundo o cualesquiera actividades que interfirieran con la ganancia y disfrute del dinero».
Es además un hombre que considera que cualquiera tiene merecido aquello que le suceda, alguien capaz de reaccionar ante las noticias del periódico con un "malditos eslavos" o un "malditos judíos". Y es un hombre para el que los nazis no representaron nada. O al menos nada que le importe. Pero profundamente enterrado en su interior anida un miedo, irracional en sí, como es el ser arrestado por la Gestapo.
Tal vez por eso actúa como lo hace y piensa como piensa. Su postura vital de no pensar, no ver, no saber lo mantiene a salvo de ese terror. Pero últimamente ha estado recibiendo anónimamente libros que insisten en «revelar cosas sobre ese incidente histórico satisfactoriamente enterrado como fue la Alemania nazi». Y puede que Simister esté entrando en un universo paralelo sólo concebido para él; uno en el que el miedo a ser gaseado es muy real.
Entre otras cosas, Leiber nos puede estar diciendo que ignorar a sabiendas unos hechos puede convertirnos en cómplices materiales de los mismos. Hemos hablado en repetidas ocasiones de la versatilidad, elegancia y estilo del gran narrador que fue Fritz Leiber. Aquí se nos muestra como un escritor contenido, que obra con la ambigüedad y el rechazo de la pirotecnia para mostrarnos algo que es profundamente interior, como es el remordimiento y los temores irracionales; el miedo, pero un miedo propio (Simister no es un nazi escapado, ni tampoco una víctima que estuviera en peligro directo del nazismo) que roe su propio camino hasta minar la cordura del individuo. Leiber lo consigue en apenas trece páginas, trazando un cuadro psicológico que se transforma en pesadilla con su habitual elegancia, pero con un sentido implícito al alcance sólo de los grandes.

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En las Antípodas, de Bill Bryson

(Down Under)
RBA Libros / Suma de Letras, col. Punto de Lectura
Madrid, 2002 [2000]

Bill Bryson es un tipo curioso. Es autor de un bestseller inesperado, Una Breve Historia de Casi Todo, inesperado porque no es usual que un libro sobre ciencia alcance las listas de superventas; ha escrito una de las más exactas biografías de Shakespeare, asunto doblemente meritorio porque consigue ser amena y clara con tan sólo lo que sabemos realmente sobre Shakespeare, que es poquísimo; ha escrito un libro que es una mirada a la América de su infancia y otro que es una mirada contrastada por su condición de americano "regresado" a su país tras dos décadas viviendo en Gran Bretaña. Pero su fama inicial la obtuvo gracias a sus libros de viajes.
Que no son guías, ni listas de imprescindibles, sino que siguen el modelo que Bruce Chatwin favoreció y que se ha convertido en un estándar de este tipo de literatura, como es el de combinar la experiencia personal al tiempo que se relaciona el territorio visitado con la pequeña y la gran historia del mismo.
En las Antípodas (un título puramente para España; cualquier otro país hispanohablante tiene sus antípodas en otra parte) trata de Australia, y resulta fascinante tanto por el país en sí como por cómo lo describe Bryson. «De vez en cuando [Australia] nos manda alguna cosa útil ─ópalos, lana merina, Errol Flynn, el bumerán─ pero nada de lo que no podamos prescindir. Más que nada, Australia no se porta mal. Es estable, pacífica y buena. No tiene golpes de estado, sobrepesca abusiva o simpáticos déspotas armados, no cultiva coca en cantidades provocativas ni se dedica a arrollar a otros de una forma presuntuosa o impresentable. Pero aun reconociéndolo, resulta curiosa nuestra falta de interés por los asuntos australianos. [...] En otras partes del mundo las noticias [sobre Australia] pueden ser más abundantes, pero con la diferencia, eso sí, de que nadie se las lee. A los australianos no les hace ninguna gracia que el mundo exterior les preste tan poca atención, y no puedo culparles. Es un país en el que suceden cosas interesantes, y muchas.»
Y a partir de aquí Bryson se dedica a contarnos no sólo las cosas que suceden en Australia, sino las que sucedieron. Y créanme, son interesantes. Tal vez por ser tan desconocida, Australia se nos descubre como una caja de sorpresas, un territorio en el que cada pedazo de tierra tiene una historia que contar. Sin embargo, no sólo estas historias componen el atractivo de este libro. Está además la propia experiencia de Bryson, su visión personal, sus charlas con la gente, su apreciación de extranjero y su contraste con la visión de los australianos. Eso hace una lectura divertidísima, sorprendente e instructiva. Pero, por mucho que Bryson tenga no poco mérito en ello, es la protagonista la que nos atrae, hasta tomarle auténtico cariño, y la protagonista es Australia.
«Australia es el sexto país más grande del mundo y la isla más extensa. Es la única isla que es al mismo tiempo un continente, y el único continente que también es un país. Fue el primer continente conquistado desde el mar, y el último. Es la única nación que empezó como una prisión.
»Es el hogar del ser vivo más grande de la Tierra, la Gran Barrera Australiana, y del monolito más famoso e impresionante, Ayers Rock (o Uluru, si utilizamos un nombre aborigen más respetuoso, y ahora oficial). Tiene más cosas que pueden matarte que ningún otro lugar. Las diez serpientes más venenosas del mundo son australianas. Estos cinco animales: la araña de tela de embudo, la medusa cofre, el pulpo de anillos azules, la garrapata paralizadora y el pez piedra son los más letales de su especie en el mundo. Es un país en que el gusano más peludo puede dejarte seco con su venenoso pinchazo, donde los moluscos no sólo pican sino que a veces te persiguen. Si recoges una inocua caracola de la playa de Queensland, como suelen hacer los incautos turistas, descubrirás que el animalito que hay dentro no es sólo sorprendentemente veloz e irritable, sino muy venenoso. Si no te pican ni muerden mortalmente de forma inesperada, se te puede zampar un tiburón o un cocodrilo, unas irresistibles corrientes te arrastrarán mar adentro o morirás implacablemente abrasado en el asfixiante outback. Es un lugar duro.
»Y antiguo. Hace 60 millones de años, desde la formación de la Gran Cordillera Divisoria, que Australia guarda silencio geológicamente hablando, lo que le ha permitido conservar muchas de las cosas más atávicas descubiertas en la Tierra. En un momento indeterminado de su remoto pasado ─quizá hace 45.000 años, quizá 60.000 pero sin duda antes de que hubiera humanos modernos en las Américas o en Europa─, fue invadida pacíficamente por unas gentes profundamente inescrutables, los aborígenes, que no tienen un parentesco racial o lingüístico claro con sus vecinos de la región, y cuya presencia en Australia puede explicarse sólo postulando que fueron quienes inventaron el oficio de la navegación oceánica al menos treinta mil años antes que nadie emprendiera otro éxodo, y después olvidaran o abandonaran casi todo lo que habían aprendido, pues pocas veces volvieron a hacerse a la mar.
»Es una gesta tan singular y extraordinaria, tan imposible de entender, que los libros de historia la ventilan en un par de párrafos, y pasan a la segunda invasión, más explicable: la que empieza con la llegada del capitán James Cook y su esforzada nave de la marina británica Endeavour a Botany Bay en 1770. No importa que el capitán Cook no descubriera Australia y que ni siquiera fuera capitán en el momento de su visita. Para casi todo el mundo, incluidos muchos australianos, es entonces cuando comienza la historia.
»El mundo que esos primeros caballeros ingleses descubrieron estaba curiosamente invertido ─las estaciones al revés, las constelaciones cabeza abajo─ y no se parecía a nada de lo que habían visto antes, ni siquiera en latitudes cercanas del Pacífico. Sus seres vivos parecían haber evolucionado sin haberse leído el manual. El más característico de ellos no corría, trotaba o galopaba, sino que daba saltos, como bota una pelota. El continente hervía de una vida inverosímil. [...]
»En resumen, no había otro lugar igual en el mundo y sigue sin haberlo. [...]
»Seguro que veis por donde voy. Este es un país que está al mismo tiempo asombrosamente vacío y sin embargo repleto de cosas interesantes, atávicas, cosas que no son fáciles de explicar. Cosas que todavía están por descubrir.
»Creedme, es un lugar muy interesante.»

Portada y sinopsis

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Hotel Iris, de Yōko Ogawa

(Hotel Iris; Hoteru Airisu, ホテル・アイリス)
Eds. 62, col. El Balancí
Barcelona, 2002 [1996]

He dicho en alguna ocasión que los japoneses (tanto literaria como fílmicamente) parecen tener una aguda percepción de la pornografía emocional. Este término debe ser explicado, ya que las connotaciones negativas de la palabra "pornografía" son tantas que pueden dar lugar a equívocos. Pornografía u obscenidades escribieron Henry Miller, Boris Vian, Guy de Maupassant o Charles Baudelaire, si tenemos que creer a aquellos que calificaron sus escritos en su momento. De modo que éste es un término movil. Pero el adjetivo es importante, y el de "emocional" lo es en grado sumo. Falta toda una semiótica de la obscenidad, sin duda porque no es el tema más popular en las facultades (por lo menos a nivel de tesis), pero se puede decir, como norma general, que es aquello que centra su atención en el detalle escabroso, mecánico, íntimo, puesto al descubierto sin matización alguna, ni emotiva ni psicológica, ni sociológica, ni de ningún tipo, y en el que no se ahorran detalles, ni hay elipsis.
En esta categoría entró La Grande Bouffe de Marco Ferreri, pese a que el sexo era totalmente colateral y la transgresión de los límites entre lo que era obsceno y no se realizaba en el terreno de la ingesta alimentaria.
Pues bien, una y otra vez me topo con autores japoneses (La Llave de Junichiro Tanizaki; La Mujer de la Arena de Kobo Abe; El Imperio de los Sentidos de Nagisha Oshima) que se centran en el detalle de la perversión. Esta perversión suele ser (o incluir) el sexo, pero los autores no centran su atención en ello, sino en la intimidad emocional que lo acompaña. Los detalles no son los de la mecánica sexual, sino los de las emociones de por lo menos uno de los implicados.
Y si lo denomino (y estoy seguro que muy inexactamente) "pornografía emocional" es porque el método no procede por el camino de la psicología de los actuantes hasta llegar a la perversión, sino desde el hecho de la perversión y sólo entonces hacia los detalles de los implicados en ella. El camino no es el de causa-efecto, sino el de efecto en sí; toda interpretación será una construcción del lector desde este punto. Y porque además proceden sin elipsis alguna en este desnudar la intimidad emocional de los personajes.
Hotel Iris se adscribe con toda fidelidad a esto que no sé si llamar "corriente". Mari es la hija de una propietaria de hotel y un día, estando en la recepción, contempla cómo una prostituta sale airadamente de una de las habitaciones insultando a un hombre con el que pasaba la noche. Aún sin haberlo visto, una frase que profiere desde el interior de la habitación, una frase que «era una orden serena, majestuosa y firme. Incluso la palabra puta adquiría unas resonancias amables», la fascina.
Es el tono de esa orden lo que motiva a Mari a seguir a ese hombre, un traductor de ruso que, por el puro placer de hacerlo, en sus ratos libres traduce una novela escabrosa, y con el que Mari entrará en una relación de sumisión, sexual por supuesto, pero sobre todo emocional.
Insisto, la narración no proporciona motivaciones para esta relación. Tampoco hay ni una sola escena sexualemente explícita en la novela. Y, sin embargo, la descripción de esta relación perversa es tan íntima y profunda que transgrede los límites de lo que consideramos admisible. Si tenemos que hallar motivaciones para el comportamiento de Mari lo tendremos que hacer procediendo a la inversa, partiendo desde el final de la historia para, por acumulación, buscar construir una personalidad coherente.
Pero, en una primera lectura, lo único que tendremos es la descripción de una pulsión, y la sensación de habernos convertido en puros mirones de una intimidad que no es nuestra. Esta novela provoca muchas sensaciones, y una de ellas es incomodidad. Una incomodidad que es concomitante con la incomprensión que el mundo que rodea a Mari muestra. Tal vez lo que nos repiten los narradores es que la auténtica pornografía emocional es querer entrar en la intimidad de unas personas a las que no lograremos entender porque, sencillamente no son nosotros. Quizá la pornografía, emocional o no, consista en ser espectador.

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Cayo Largo, de John Huston

SESIÓN MATINAL

(Key Largo); 1948

Director: John Huston; Guión: Richard Brooks, John Huston, basado en la obra de teatro de Maxwell Anderson; Intérpretes: Humphrey Bogart (Frank McCloud), Lauren Bacall (Nora Temple), Claire Trevor (Gaye Dawn), Edward G. Robinson (Johnny Rocco), Lionel Barrymore (James Temple), Thomas Gomez (Richard "Curly" Hoff), Marc Lawrence (Ziggy); Dir. de fotografía: Karl Freund; Música: Max Steiner.

Una película tremendamente inteligente y con momentos de una tensión insoportable. Frank McCloud (un Bogart impecable y a grandísima altura) ha ido a Cayo Largo a presentar sus respetos a la familia de un compañero que murió en su unidad durante la Segunda Guerra Mundial. Es recibido allí por su viuda (Bacall) y su padre (un Lionel Barrymore en silla de ruedas, no tanto por exigencias del guión como porque ya estaba muy enfermo, y que realiza el último gran papel de su vida). Pero no tardan en complicarse las cosas cuando una banda de gángsters (capitaneada por un Edward G. Robinson que alcanza una cumbre en su papel de malvado) los mantiene secuestrados en espera de que el huracán que azota la zona pase y puedan seguir su huida.
El genio de Huston en la dirección de una situación claustrofóbica, que depende en gran parte de la interpretación de los actores y de la elección de los encuadres, se ve reforzada por la fotografía de Karl Freund, que acompaña las escenas con un hálito de tragedia. Y un guión extraordinariamente inteligente convierte una situación estereotipada y ya vista cien veces en algo nuevo: Los maltratos de Robinson a una Claire Trevor que obtuvo un Oscar por este papel, y los desafíos a los presentes mediante el cortejo descarado a Bacall son desencadenantes típicos, pero los elementos que proporcionan más tensión son los de un Barrymore valiente pero clavado en su silla de ruedas, que sólo puede defenderse verbalmente y por el que el espectador teme cada vez que se enfrenta a Robinson. Pero sobre todo la presencia de un Bogart que, después de su paso por la brutalidad de la guerra, tienen muchas reticencias en recurrir a la violencia. Algún crítico ha definido la postura de su personaje durante este estadio como "hamletiana", y no le falta razón.
El desenlace será violento como el huracán que azota los cayos, en una película tensa, cerrada y sofocante como debe ser.

Tráiler:

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Jazz Porque Sí: Django Reinhardt 1938-1939

Pues sí, volvemos a encontrarnos con el genial guitarrista gitano. Y lo encontraremos acompañado de su mejor compañero, el violinista Stéphane Grappelli y sus mejores acompañantes, aquellos que conformaron el mítico Quintet du Hot Club de France.
Empieza este programa con un muy curioso arreglo de lo que en su origen es una pieza humorística, Flat Foot Floogie. Pero aquí está interpretado por el QHCF con cierta parsimonia (pero con el swing que les caracteriza, claro) y hasta con delicadeza. No se pierdan la interpretación, porque merece la pena: es una de las piezas en las que Django y Stéphane se compenetran mejor. Seguiremos con Lambeth Walk y Why Shouldn't I antes de pasar a una sesión de dúos entre Stéphane al piano y Django a la guitarra, con I've Got My Love to Keep Me Warm, Please Be Kind y Louise.
Entonces Django se quedará en solitario para darnos una de esas creaciones propias que hacía de tanto en cuanto y espontáneamente Improvisation nº 2. Una auténtica delicia.
Entonces regresaremos a la formación de quinteto y tendremos una serie de interpretaciones magníficas, se lo aseguro. En primer lugar, una pieza creación de Reinhardt y Grappelli muy curiosa y que merecería ser más tocada en la actualidad, Hungaria. Después viene un tema estándar donde los haya, Jeepers Creepers. Por cierto, hay ocasiones en la que alguien plantea la disyuntiva Grappelli o Reinhardt. Una elección idiota, a mi juicio: por azar, por necesidad o por lo que fuera, ambos se encontraron y formaron una de las mejores combinaciones de toda la historia del jazz. Pero de todas maneras, si Grappelli era un improvisador prodigioso, un melodista precioso, un violinista elegante, y sin él la historia del violín en el jazz sería diferente (y si no, que se lo pregunten a Jean-Luc Ponty y a Didier Lockwood), el genio de Django es inconmensurable. Tiene una capacidad para transitar por la melodía que desafía la comprensión, volviendo a ella o apartándose de nuevo con una naturalidad pasmosa.
Bien, si Jeepers Creepers es como para quitarse el sombrero, esperen a escuchar lo que se convirtió en un fijo de las actuaciones de Django: su Swing 39. Después, tendremos otras dos piezas para descubrirse: Japanese Sandman y I Wonder Where My Baby Is Tonight.
Los adjetivos, en efecto, se agotan cuando hablamos del Quintet du Hot Club de France, un volcán de creación de swing como han existido pocos.
Como siempre, les encarezco a que escuchen con atención las explicaciones del Cifu, informativas e instructivas.


Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Nothing in the Rules, de Lyon Sprague De Camp

En The Mammoth Book of Fantasy All-Time Greats
Robinson Publishing
Londres, 1988 [1939]

Dentro del repaso que estamos haciendo al Fantasy hall of Fame, esos relatos inmortales que, escogidos por votación de los profesionales que concurren a la World Fantasy Convention, y que representan lo mejor del fantástico desde que Poe puso el género en la modernidad hasta la instauración de los premios mundiales de fantasía, dentro de ese repaso, decía, llegamos a una época curiosa. Tan curiosa que sólo puede explicarse haciendo un poco de historia.
Las revistas han representado un papel fundamental en el desarrollo del género fantástico (que incluye tanto la fantasía y el terror como la ciencia-ficción; algo parecido, aunque a menor escala, puede decirse del policíaco en relación con la revista Black Mask). Tenían, no lo olvidemos, una vocación descaradamente popular, un objetivo claro como eran las ventas. Pero también eran un estímulo (mal remunerado, pero remunerado al fin y al cabo) para nuevos escritores, que podían "probarse" a sí mismos mediante un relato, sin tener que escribir un novelón, aprobar el examen y pasar la criba y ser publicados... y recibir una respuesta (hoy se llama feedback) de los lectores.
Weird Tales ha sido siempre el epítome de este fenómeno. Era la revista en la que todos querían publicar, y su criba darwiniana fue en la que (aunque publicó muchos relatos francamente olvidables) gente como Howard, Lovecraft, Clark Aston Smith y muchos otros entraron en la relación biunívoca de mejorar sus escritos para seguir siendo publicados, y ser publicados porque eran talentos cada vez mejores.
Estamos hablando de una revista que, en el fondo, no tenía un director que pretendiera ir más allá de las ventas: sencillamente esos autores vendían más porque el público los reconocía como buenos, de modo que los directores pedían más material a esos autores. (Digamos, de paso, que el público no siempre es sabio ni infalible; la mayor estrella en ventas de Weird Tales fue Seabury Quinn, un autor del que hay que leer por lo menos uno de sus relatos de la serie Jules De Grandin... y no volver a leerlo jamás.)
Pero cuando existe un director de revista inteligente, las cosas pueden ser todavía más estimulantes. John W. Campbell fue uno de estos directories, hasta el punto en que dentro de la historia de la ciencia-ficción se habla de una "Era de Campbell". Era exigente, y devolvía manuscritos (debidamente anotados) a firmas ascendentes como Asimov o Heinlein. Tenía, aparte de su visión personal sobre la ciencia-ficción, la idea de que el género fantástico, si quería pervivir, tenía que estar bien escrito.
Pues bien, la editorial en la que trabajaba Campbell compró otra revista y también le encomendó su dirección. Esta revista era Unknown.
Uno no debe hacerse la competencia a uno mismo. Un tipo inteligente como Campbell lo sabía, y abrió una línea nueva para Unknown.
Y creó un fenómeno. Pese a su corta vida como revista, unificó una corriente, prácticamente la creó de la nada, y cualquier aficionado estadounidense hablará de Unknown con reverencia, aunque no haya tenido jamás un ejemplar en sus manos. De repente, escritores que enviaban sus relatos humorísticos, de fantasía ligera, irónicos, aéreos (y que los enviaban casi como una broma, sin esperanza de publicación) empezaron a recibir notas que decían que en Astounding no les interesaba para nada ese material, pero (con las habituales anotaciones de Campbell) Unknown sí estaba interesado; ¿tal vez el autor tenía más relatos de ese estilo? Bajo la égida de Campbell se creó un estímulo para un estilo, para lo que los anglosajones llaman whimsical, caprichoso, extravagante, fantástico no en el sentido de irreal sino de inusitado. Este estilo encontró un canal de expresión que rápidamente fue copiado por las demás revistas, que procuraron incluir en cada número un relato "al estilo de Unknown".
No tengo ni idea de si este Nada en las Reglas se publicó en Unknown o no. Y da igual. De Camp ha sido definido por un crítico como "el epítome del autor de Unknown debido a su mezcla de lo fantástico y lo humorístico, que evocaba con precisión el tono exacto de la revista" [Baird Searles, A Reader's Guide to Fantasy], de modo que este relato (y otros que figuran en este hall of Fame) hubieran sido improbables sin la existencia de Unknown.
Y como relato, sorprende por su aparente sencillez. Si les digo que las reglas en cuestión son las de una competición de natación, si les digo que hay un elemento de fantasía, y que el relato debe por fuerza ser humorístico, sólo hay una solución posible, y es la que se imaginan: llevar a competición a una sirena.
Y sin embargo... De Camp no se detiene en el mero chiste. Por suspuesto, complica las cosas con las peculiaridades de la sirena, con los peros reglamentarios que se pueden oponer, etc. Y sin embargo... Hay suficiente pathos en este cuento. Es un tall tale, por supuesto, expresión casi intraducible que se refiere a la historieta, al relato de algo que resulta increíble pero que, tan sólo admitiendo una pequeña premisa, resulta verosímil. Pues Nada en las Reglas es uno de esos tall tales: sin pretensiones, sólo distraer, hacer sonreír, reír incluso. Pero uno llega a interesarse por los sentimientos de esa sirena. Y a compadecerse del pobre Vining, que la ha hecho participar en esa competición, por lo confuso y desolado que se siente al despedirse de ella...

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poema de Cecilia, de Antonio Gamoneda

De Cecilia [2000-2004]
En Antología Poética
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 20062

Yo estaré en tu pensamiento, no seré más que una sombra imprecisa;
.
habré existido en un instante en que la alegría y la piedad ardían en tus ojos.
.
Pero también quiero permanecer desconocido en ti.
.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
.
Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella. Y así, imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.
.
Aunque quizá estamos ya separados por un hilo de sombra y cada uno está en su propia luz
.
y la mía es la que tú vas abandonando.

Que Antonio Gamoneda fuera conocido y respetado en el panorama literario español (incluso antes de la concesión del Premio Cervantes en 2006) cuando como persona y como poeta ha sido, ya no tanto la discreción personificada, sino la casi invisibilidad, dice mucho de su poesía.
últimamente han menudeado los estudios y artículos sobre su obra, de modo que no me extenderé demasiado en el análisis, algo que ya saben que, además, no me acaba de gustar en la poesía. Baste decir que ha sido definido como un simbolista, cosa que se percibe rápidamente en su obra, pese a que se trata de un simbolismo reconcentrado, que implosiona para simbolizarse a sí mismo.
Es ciertamente evidente en este poema que les presento hoy, y que usa de una de las figuras más empleadas por su autor, como es la luz.
Se trata de un poema de separación, de distancia, y sin embargo lo es de amor. Saber que la Cecilia que da título al poemario es la nieta de Gamoneda nos puede dar idea de que se trata de un amor generacional, y que la distancia temporal será la del recuerdo que de Gamoneda tenga su nieta en el futuro; pero sin saber este detalle biográfico, el poema sirve, porque sigue simbolizando con toda esencia ese amor distanciado pero intenso, que posee una mínima esperanza en el recuerdo grato de la otra persona.

Poemario Cecilia en PDF en la web de la Fundación César Manrique

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Come Dio Comanda, de Niccolò Ammaniti

Arnoldo Mondadori Ed., col. Scrittori Italiani e Stranieri
Milán, 20063 [2006]

Es un curioso ejercicio comparar este Como Dios Manda con Io non Ho Paura; las similitudes son evidentes, tanto que ambas obras parecen las caras de una misma moneda, pero teniendo en cuenta que la una es el reverso de la otra.
Ambas comparten la bien conocida premisa de que cuanto más corrupta es una sociedad más corrupto es el individuo.
En una landa marginal y suburbial viven Rino Zena y su hijo Cristiano, una pareja que forma una familia tan desestructurada como pueda haber, que mantiene una unión basada en el amor paternofilial, pero también en un odio profundo contra toda la sociedad, que ven ajena y agresiva. Así, sólo tienen dos amigos: Cuatro Quesos, un marginado retardado después de haber sufrido una descarga de alta tensión, y que tiene toda la apariencia del loco inofensivo pero que va acumulando todos los desprecios y mofas que le hacen en una psique aislada y propia que amenaza con estallar en cualquier momento; y Danilo Aprea, que vio morir a su hija en el asiento trasero de su automóvil debido a una concatenación de defectos industriales y mala fortuna, una muerte que le obsesiona y que le ha causado la ruptura de su matrimonio, algo que nunca ha acabado por asumir y aceptar, y un alcoholismo galopante, que por supuesto cree que controla.
En esta acumulación de odios y desesperanzas que se realimentan entre sí, pasar de la pequeña delincuencia al gran delito representa un paso muy corto. Así, acuerdan lanzar un vehículo pesado contra un banco y llevarse el cajero automático entero. Pero, en una noche en la que diluvia, un hecho mínimo provocará una cadena de acontecimientos trágicos para todos.
Donde en Io non Ho Paura teníamos un padre fundamentalmente honrado que se abocaba a la delincuencia para que su familia viviera mejor, aquí tenemos un Rino brutal, nazi y xenófobo cuya visión de la vida pasa por la violencia y una eterna revancha contra una sociedad que ve como enemiga. Donde había un hijo normal, bueno e integrado, aquí hay un Cristiano que desearía serlo pero que es un marginado por desconfianza hacia los demás y por seguir a su padre, al que admira, aunque con unas dudas existenciales enormes al respecto de llegar tan lejos en el odio.
Es en la descripción del ambiente que crea estas personalidades donde Ammaniti llega a sus más altas cotas: la miseria e incultura permanente (reforzada por una televisión omnipresente como un personaje más, que sólo mantiene el status quo mediante el atontamiento de los espectadores) que hacen que la vida se vea como una lucha continua contra los demás y la violencia sea un mecanismo compensatorio. La incapacidad de los mecanismos sociales, no en ayudar o remediar, sino en comprender a los que pretende proteger e integrar. El abismo entre estos mecanismos sociales y la sociedad en sí, con actuaciones totalmente divergentes.
El ejercicio que propone Ammaniti es duro: comprender a alguien fundamentalmente despreciable, compadecer a un niño del que sospechamos ya es demasiado tarde para que tenga una posición estable en la sociedad. Entender a un loco al que, en definitiva, nosotros somos quienes hemos dejado suelto y al que, al menos en parte, nosotros hemos vuelto psicopático por acumulación.
Las cosas se hacen como Dios manda. Pero, nos dice Ammaniti, en realidad Dios no manda hacer nada. Somos nosotros los responsables, en parte porque no hacemos lo que fundamentalmente manda Dios y en parte porque esperamos que alguien nos diga qué manda Dios realmente. Y uno sospecha que, para que le hiciéramos caso, ese alguien tendría que ser el propio Dios.

Portada y sinopsis de la edición italiana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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Jazz Porque Sí: The Firehouse Five Plus Two (III)

Nos reencontramos de nuevo con uno de los grupos de jazz más simpáticos que han existido, los cinco bomberos más dos. Pero, además de ser simpáticos, y dibujantes de la Disney, como les explicará el Cifu con mayor propiedad que yo, eran uno de los grupos más espléndidos de dixieland que he escuchado.
Empiezan en esta ocasión con Fire Chief Rag, y después escucharán la pieza que me llamó la atención antes de que el Cifu descubriera su secreto y nos brindara estas agradables sesiones, Who Walks In When I Walk Out. Y es que tienen unas colectivas impresionantes, unos solos muy, muy a considerar, pero además sus vocales me encantan; rítmicos, enérgicos y llenos de humor, pero impecables.
Después tendremos un Show Me the Way to the Fire, una adaptación de un clásico para que entre dentro del espíritu de estos bomberos, y esa fantasía orientaloide que siempre fue Chinatown, My Chinatown. También tocada con humor.
Y después de South tendremos otra de esas piezas con un vocal divertidísimo, Five Foot Two; no se la pierdan. Nos pondremos tradicionales con unas impecables interpretaciones de San Antonio Rose y Lonesome Railroad Blues y When You Wore a Tulip. Con I've Been Floating Down the Old Green River volveremos a la máxima velocidad y a un vocal humorístico. Como humorístico es Running Wild, también tocado a gran ritmo. Más pausado, pero igualmente bien interpretado, Loving Sam servirá de contrapunto y broche final.
Una de esas sesiones agradables, llenas de un swing imparable, buen jazz tradicional y humor, como siempre de la mano de estos dibujantes que además eran grandes músicos.

Nota para la audición: Si el reproductor de RNE fallara, cosa que sucede con demasiada frecuencia, y no se mostrara bien en su pantalla, debajo de la caja del reproductor hay una serie de enlaces. Clicando sobre el último de ellos aparecerá la pantalla de los podcasts de Jazz Porque Sí, con un reproductor que, esta vez sí, reproducirá a la perfección el programa.

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Días sin Huella, de Billy Wilder

SESIÓN MATINAL

(The Lost Weekend); 1945

Director: Billy Wilder; Guión: Charles Brackett, Billy Wilder, basado en la novela de Charles Jackson; Intérpretes: Ray Milland (Don Birnam), Jane Wyman (Helen St. James), Philip Terry (Wick Birnam), Howard da Silva (Nat), Frank Faylen ("Bim" Nolan); Dir. de fotografía: John F. Seitz; Música: Miklos Rozsa; Montaje: Doane Harrison.

Pocas películas causaron tanto revuelo partiendo desde la modestia de su planteamiento, y de pocas se puede decir que son tan potentes en su argumento, interpretación y visualmente como para haber perdurado sin que hayan perdido ni una sola de las cualidades que las hicieron grandes.
Estamos hablando prácticamente de un proyecto personal de Wilder; compró el libro en una estación de trenes, lo leyó en un vuelo e hizo comprar sus derechos fílmicos de inmediato. Al parecer, la Paramount no tenía ni idea de qué estaba comprando, y cuando se enteraron de que se trataba de una historia sobre un alcohólico, la cara se les puso muy larga. Otros fueron los problemas para hallar a quien interpretara el papel principal de Don Birnam. Tras numerosas negativas por parte de muchos actores, y tras muchos titubeos por parte de Ray Milland, que entonces estaba clasificado como actor de comedia, aceptó. El papel le reportó un Oscar y una interpretación que todavía hoy es recordada como de las más impactantes de la historia del cine.
La historia es teóricamente simple, si se puede llamar así al descenso a los infiernos periódico que efectúan los alcohólicos. Los días sin huella (el fin de semana perdido del que habla el título original) son los dos días en los que veremos a Don Birnam, un escritor alcohólico, entrar en diversas etapas de ese infierno personal y arruinar su vida a pedazos, defraudando a su novia, engañando a su hermano, mendigando, empeñando su máquina de escribir (es decir, la dignidad de un escritor) sólo para obtener otro trago.
Hay que ver Días sin Huella. Precisamente porque es cine, y el buen cine no se debería poder describir con palabras. Cuando vean lo audaz de la dirección de Wilder, lo bien construido de su guión, esa espléndida fotografía de las calles de Nueva York realizada por Seitz, pero sobre todo esa interpretación de Ray Milland, flanqueado por otras actuaciones no menos geniales de Howard da Silva como el barman y Frank Faylen como el enfermero de la sala de alcóholicos, cuando vean todo eso, habrán visto lo que puede llegar a hacer el cine. Obras maestras.

Tráiler:

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Smoke Ghost, de Fritz Leiber

En The World Fantasy Awards, vol. 2
Doubleday & Co., col. Science Fiction
Garden City (Nueva York), 1980 [1941]
Ed. de Stuart David Schiff y Fritz Leiber

Fritz Leiber fue el escritor de género con más estilo que haya existido; si esta afirmación parece exagerada (al fin y al cabo, los nombres de Theodore Sturgeon, Philip K. Dick, James G. Ballard, Harlan Ellison o Jack Vance pueden acudir a la mente), se sustenta en el hecho de que sólo él resulta imprescindible en las tres ramas del fantástico: su serie Fafhrd y el Ratonero Gris en fantasía, novelas como Un Fantasma Recorre Texas o The Big Time en ciencia-ficción, o narraciones como Conjure Wife, Gather, Darkness!, o este Fantasma de Humo en terror.
Durante años fue el escritor más galardonado del género, y pese a que este récord pueda haber sido superado, el respeto hacia Leiber y su calidad como escritor no lo ha sido.
«¿ha pensado alguna vez en cómo sería un fantasma de nuestros tiempos, señorita Millick? Figúreselo. Un rostro de humo con la ansiedad famélica del desempleado, la inquietud neurótica de la persona sin finalidad, la sobresaltada tensión del obrero metropolitano ssometido a alta presión, el intranquilo resentimiento del huelguista, el insensible oportunismo del ruin, el gemido agresivo del mendigo, el terror inhibido del civil bombardeado, y miles de otros retorcidos modelos emocionales.»
Como inicio no está mal, ¿verdad? Y así como el colmo de un paranoico es ser perseguido, el colmo de la angustia es que se materialice físicamente, y encontrarla inevitablemente en todo lugar. De ello trata este relato.
Por descontado, Leiber no tiene el menor interés en largarnos una filípica alegórica. Pero sí es muy consciente de que un fantasma es un ser en el límite de la existencia y el definitivo olvido, y que su mayor ansia es convertirse en un ser real.
Habrán notado que este volumen está editado (es decir, antologado) por Stuart David Schiff y el propio Leiber. Smoke Ghost figura en él no por haber obtenido el Premio Mundial de Fantasía, sino como muestra de la producción de su autor al serle concedido el premio a toda su carrera. No fue escogido por Fritz Leiber, sino por Schiff; eso sí, consultando a Leiber cuál consideraba que era su mejor relato. Leiber Dijo que era Fantasma de Humo. Una opinión muy acertada.

Texto en castellano de Fantasma de Humo en este enlace

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Un Comandante en Casa, de István Örkény

(Tóték)
En El Programa Estelar / Un Comandante en Casa
Ed. Argos Vergara, col. En Cuarto Mayor
Barcelona, 1984 [1967]

Dentro del proceder errabundo que guía mis lecturas, cayó en mis manos este libro totalmente descatalogado, de un autor absolutamente desconocido, por si fuera poco húngaro (convendrán conmigo en que sólo un premio Nobel o algo parecido a una conjura internacional de agentes literarios puede hacer que un escritor magiar sea traducido al español) y que además se componía de dos novelas cortas, ya se sabe, veneno para la taquilla (en aquel entonces; hoy, sin recato alguno, se hubieran hecho no uno, sino dos libros, época la nuestra en la que un relato corto es editado con honores de novela de forma independiente).
Sin embargo, uno no tiene un olfato infalible (ustedes no saben la cantidad de obras que, puesto que no son de mi gusto, no son reseñadas en este blog aún después de haber sido leídas), pero sí afinado. Llámenlo séptimo sentido, ya que el sexto es ver muertos. Me llamó la atención por ser novelas humorísticas, cosa que no es tan común como parece; por ser de humor centroeuropeo, que suele producir unos resultados enormemente mordaces y satíricos; porque su autor (del que lo desconocía todo) había sido discípulo de Tibor Déry, un referente reconocido y respetado por los que saben de esto de las letras universales, es decir, los anglosajones. Y porque la temática de El Programa Estelar era inusitada. Esta obra se la comentaré en un futuro, porque es artillería pesada literaria, pero por el momento centrémonos en esta Un Comandante en Casa [cuyo título original se traduciría más bien como "La Familia Tot"], que trata algo recurrente en la ficción satírica oriental y centroeuropea, pero que es una piedra de toque del humorismo del autor, como es el militarismo y la guerra. Les aseguro que no quedé defraudado.
Un Comandante en Casa parte, como acostumbra la sátira centroeuropea, de un firme asiento en la realidad. En este caso, de un comandante del ejército húngaro durante la Segunda Guerra Mundial (y probablemente del Segundo Ejército Húngaro, donde sirvió el propio Örkény) que ha sido convencido para pasar un permiso en casa de los padres de uno de los soldados a su mando. No es cosa de broma, porque si el comandante queda satisfecho, el hijo es muy probable que sea retirado de la primera línea del frente ruso; por descontado, la alternativa es que, si queda decepcionado, el hijo pudiera pasar a ser "voluntario" para quién sabe qué misión suicida. De modo que la familia tiene y es consciente de su gran responsabilidad. Desconocido para todos los implicados, y por obra de un demencial cartero de la localidad, al que le cae tan bien la familia del muchacho que sólo les entrega los mensajes que traen buenas noticias, el joven soldado ha muerto en una emboscada en el frente, pero esta noticia jamás llegará a su destino.
En cuanto llega el comandante, la situación se vuelve, según la contraportada, surrealista, pero que yo definiría como marxiana, tendencia Groucho. El comandante, o bien afectado por la fatiga de combate, o bien por neurosis propias (y que uno sospecha que pueden haber ayudado a su ascenso), desde el primer momento se muestra maniático en extremo: no tolera que nadie esté a sus espaldas, el más mínimo ruido le hace buscar cobertura, se dedica a dormir de día y a mostrarse activo de noche y, sobre todo, no soporta que la gente esté ociosa a su alrededor. Como dice el comandante: «cuando mis soldados no tienen nada que hacer les ordeno que arranquen todos los botones de sus pantalones. Después, tienen que volverlos a coser. Así están siempre tranquilos y concentrados». Es así que la familia empieza a volverse sonámbula durante el día, mientras que las noches las dedica a la fabricación y plegado de cajas de cartón para la cruz roja húngara, en compañía de un satisfecho comandante.
Que, sin embargo, es muy capaz de mostrarse susceptible ante un bostezo. Y que, por demás, tiene otras monomanías (o más bien polimanías) de tanto calibre que acaban desquiciando a toda la familia, que hace encaje de bolillos, ellos mismos al borde de la locura, para satisfacer al incordio del comandante. Lo cual, y sin saber que sus esfuerzos son inútiles, consiguen... Hasta que un hecho imprevisto viene a restablecer un orden que, no obstante, ya ha sido desquiciado hasta la demencia.
Creo que me he referido por tres veces al humor centroeuropeo, y sé que es una definición en extremo personal. Lo cierto es que checos, alemanes, húngaros, polacos o rusos, sus grandes obras humorísticas parten de una situación perfectamente realista en la que una necesidad (guerra, autoridad, patriotismo) de admitir como normal lo absurdo acaba convirtiéndose en irreal, subvirtiendo el orden natural de las cosas, y divirtiéndonos de paso. Es así con Örkény, y su humor virado al negro no es sino confirmación de que la vida es tan amarga que es mejor contemplarla con una sonrisa.

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El Arte de la Mentira Política, de Jonathan Swift

(The Art of Political Lying)
Eds. Sequitur
Madrid, 20092 [1712]
Edición bilingüe
Edición y traducción de Francisco Ochoa de Michelena
Introducción de Jean-Jacques Courtine

Aclaremos que, en una ironía muy acorde con el título, este libro no fue escrito por Jonathan Swift, sino por John Arbuthnot. Sencillamente, y conociendo el paño de las sátiras de Swift, le fue atribuido, sin duda porque el tono y estilo parecían muy propios del cínico irlandés. Arbuthnot, modesto y muy poco preocupado por temas tales como la autoría y la posteridad, no se ocupó en absoluto de enmendar el error; aclaremos también que Arbuthnot no era un desconocido ni en la escritura panfletaria (en una época en la que la mejor escritura panfletaria no tenía las connotaciones negativas que ese adjetivo confiere en la actualidad, sin duda alguna una lección a retener por los que se dedican a poner etiquetas a los géneros), ni en el arte de la sátira: fue el creador del personaje John Bull, una personificación literaria del inglés medio que pervive hasta nuestros días.
Y aclaremos que el texto que sobrevive y se publica no es un tratado. Como nos informa convenientemente el título original (extenso como se estilaba en la época), Tratado Ciertamente Curioso que se Propone Mediante Suscripción φευδολογα πολιτικη o El Arte de la Mentira Política. Resumen del Primer Volumen del Mencionado Tratado, se trata más bien de una recensión. El caso es que no sabemos si el tratado se llegó a escribir jamás o bien si, inédito, se perdió. A efectos prácticos, lo que pervive es un ejemplo avant la lettre de ese género tan querido por Borges y frecuentado por Stanislaw Lem de la crítica a un libro inexistente.
Libro que, sin duda, y conociendo la prosa dieciochesca que se estilaba, hubiera sido mucho más pesado que esta recensión que se publica. Y que es deliciosa. Conociendo también los modos de principios del XVIII, ya metidos en el cartesianismo, procede con todo método desde el origen de la mentira hasta el saber si una mentira se contrarresta mejor con una verdad o con otra mentira; por supuesto, el autor opina que la mejor manera de destruir una mentira es con otra.
Lleno de hallazgos felices, como por ejemplo las mentiras de comprobación, aquellas que se dejan caer para sondear la credulidad del pueblo; o la sabia recomendación de que los jefes de partido no se crean sus propias mentiras.
Este opúsculo irónico y mordaz, a trescientos (!) años vista sigue teniendo una actualidad, una propiedad para los tiempos que corren que a la vez asombra y avergüenza.
«La mentira política, dice, es el Arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables y hacerlo a buen fin. Lo denomina Arte para distinguirlo así de la acción de decir la verdad, para la cual al parecer no se precisa de ningún arte. Pero, aceptada esa definición, la misma sólo se refiere a la invención ya que, en efecto, se requiere más arte para convencer al pueblo de una verdad saludable que para hacer creer y aceptar una falsedad saludable. [...] Por la palabra buen [fin], no entiende lo que es absolutamente bueno sino lo que así le parezca al que hace profesión del arte de la mentira política.»
Irrebatible.

Portada y sinopsis