Crimea, de Orlando Figes

La guerra de Crimea ha quedado en la mente del público como una gran colección de mitos (la muy heroica y estúpida Carga de la Brigada Ligera; la muy humanitaria intervención de Florence Nightingale) y como una colección de ejemplos de cómo no hay que llevar una campaña militar (sobre todo, por parte británica, incompetencias tales que pueden leerse como paradigmáticas en, por ejemplo, Sobre la Psicología de la Incompetencia Militar). Puede que también conozcan que fue la primera guerra en la que hubo corresponsales de prensa, en la que se realizaron fotografías, en la que se empleó con éxito el ferrocarril como elemento estratégico y aquella en la que el vapor empezó a imponerse a la navegación a vela. Con esto se tiene la idea de una guerra extrañamente antigua en la que se introducían elementos "modernos". Si se investiga un poco, se descubre lo profundo de esta contradicción: frente a la superioridad de los rifles Minié, que hicieron trizas no sólo las formaciones rusas sino todo el sistema táctico heredado de las guerras napoleónicas, se descubren cenas de oficiales "de visita" en las líneas enemigas, confraternización de la tropa durante los permisos y las treguas e incluso propuestas de resolución de enfrentamientos mediante combate singular a espada.
Pero de las causas y consecuencias de esta guerra, apenas se tiene conocimiento general. Por no saberse, ni tan siquiera es un hecho comúnmente conocido que franceses e ingleses eran aliados; que esta alianza era en defensa de Turquía y que en ella también entró Piamonte-Cerdeña como medio para situarse como interlocutor válido en el panorama internacional en su pretensión de unificar Italia.
Todavía más desconocido es el hecho de que fue, en principio y en el fondo, una guerra religiosa. Rusia tenía la pretensión de erigirse como protectora de los cristianos en Tierra Santa, como adalid de la Iglesia Ortodoxa, y por tal motivo promovió la autonomía de Grecia y, en general, ejerció una presión sostenida sobre el Imperio Otomano al respecto de la cuestión religiosa en Jerusalén, la autonomía / independencia de los principados balcánicos y, sobre todo, dando alas al movimiento paneslavista. El suyo fue un error de gran magnitud. Ante el temor de una desmembración de Turquía que pudiera desmoronar el equilibrio europeo, entró en conflicto con el Imperio Otomano, al que se sumó Gran Bretaña ante el temor de que Rusia pudiera establecer algún tipo de influencia en Medio Oriente y para mantener su primacía en Europa, Francia para reverdecer glorias imperiales y entrar de nuevo en el juego de las grandes potencias, y se ganó la desconfianza de Austria y Prusia.
El resultado fue una guerra que, en teoría, no sirvió para nada, salvo para causar unas muertes desmesuradas, más del 80% de ellas debidas a enfermedades. En la práctica, sin embargo, las consecuencias fueron que Rusia volvió sus ojos a Oriente, a los territorios caucásicos, dejó sin resolver las cuestiones balcánicas, poniendo las simientes de futuros conflictos que se prolongaron hasta finales del siglo XX, Gran Bretaña cambió su visión militar y pasó a tener un ejército nacional, en el que los soldados resultaron reivindicados frente a los oficiales, y Francia ejerció una política colonial intensa en el norte de África y Oriente Medio.
Todo ello es explicado magníficamente por Orlando Figes en este ensayo histórico en el que la teoría histórica avanza de la mano del testimonio personal de soldados y civiles, no siendo el menor de los primeros el de León Tolstoy, que vivió la campaña y la retrazó para escribir Guerra y Paz. Documentado hasta la extenuación, como es costumbre en los ensayos británicos, pero sobre todo con la virtud de enlazar datos, hechos y testimonios para ofrecer un todo comprensible y coherente de un conflicto que tuvo más consecuencias de las que aparenta y que se convirtió en la gran prueba de guerras posteriores, como la Primera Guerra Mundial. 

(Crimea)
Edhasa, col. Ensayo Histórico
Barcelona, 2012 [2010]

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