La posteridad es efímera

Con una regularidad que sólo se percibe con el paso de los años, surgen movimientos que pretenden remover los cimientos de lo absoluto, cambiar los cánones. Entiéndanme, no se trata de vanguardias que buscan su lugar contestando a lo pasado, no. Eso, por mucha ruptura que conlleve, en realidad es un progreso y una suma a ese pasado. Al fin y al cabo, las revoluciones no niegan aquello contra lo que se rebelan, sino que aspiran a superarlo.
No, a lo que me refiero es a esas corrientes de opinión más o menos mayoritarias, que pretenden suprimir o rebajar esos cánones establecidos.
Últimamente, la víctima es Orson Welles. La campaña empezó con la sonada pérdida del primer puesto en la lista de las no sé si diez, cien o mil mejores películas de la historia, de Ciudadano Kane. Cabría preguntarse si los que votan esas listas están a la altura de sus predecesores, pero dejémoslo estar. El caso es que el Kane de Welles había sido destronado. Se veía venir, más que nada porque ya llevaba unos cuantos años corriendo el rumor de que Welles era un director "sobrevalorado", que su pretendida genialidad no lo era y que sus películas deberían estar relegadas poco menos que al cajón de curiosidades antes que en las cinematecas.
Es, como he dicho, cíclico, y sucede en todos los ámbitos de la cultura. Hace años estuvo de moda decir que Cervantes era un pesado y el Quijote una novelita deficiente. Shakespeare tuvo que sufrir la infamia de la creación de una leyenda sobre la autoría de sus obras. En España se ha menospreciado a Unamuno. En Catalunya, se menosprecia a Espriu. Se ha difamado a Picasso, y hoy día es moda despreciar a Dalí. Beethoven ha sido ninguneado en beneficio de Mozart (que haya que escoger entre alguien es característico de este fenómeno). Un conocido autor latinoamericano se cargó despectivamente todo el realismo mágico. Borges ha resistido y resiste, pero el empeño en enviarlo al limbo es omnipresente. Pongan ustedes sus propios ejemplos; a poco que piensen, seguro que les viene a la cabeza alguno.
No se trata, insisto, de reformular o revisar la valoración de un artista o su obra recientes, cosa que siempre puede hacerse a la alta o a la baja y con razonamientos, sino de, inevitablemente, degradar algo que todos daban por supuesto que ya ocupaba un lugar en el marco cultural de referencia, universal o local. No se trata de añadir, sino de suprimir.
Las razones que mueven a ello pueden ser múltiples, y muy pocas veces se basan en la sinceridad. Las más son producto del interés, y se trata de un interés muy rastrero, puesto que consiste en la promoción personal. Todo ser humano, sin entender que ya somos diferentes, quiere diferenciarse del resto, a ser posible para destacar. Una manera de lograrlo es ser iconoclasta. Iconoclasta público, claro. Si el truco funciona, es probable que esa opinión sea seguida, la corriente establecida, el mal hecho.
Porque se trata de una calamidad. Deberíamos esperar con ansia la aparición de una obra maestra que, por ejemplo en el cine, que es un arte joven, viniera a añadirse a las ochenta y pico (tampoco hay más) existentes el año pasado. Seríamos comparativamente más ricos. Sin embargo, lo que sucede es lo contrario. En esas listas de las diez mejores se incorporan nuevas obras, pero entonces desaparecen otras. En lugar de sumar obras al canon, las restamos, relegamos y olvidamos.
Algunas de esas obras o autores son restaurados en su posición años después. Otros no. Y los perdemos.
Estamos en un mundo globalizado donde justamente la imbecilidad es global, y no hay mayor imbecilidad que renunciar a la herencia cultural que hemos ido acumulando desde el principio de los tiempos. En este el mejor de los mundos posibles, acabamos de descubrir que hasta la posteridad es efímera. Pobres de nosotros. Ni esa esperanza queda.

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6 comentarios:

Peke dijo...

Es lo que tienen las modas: que no miran el contexto en que se hicieron determinadas cosas. Pero creo que, en general, esos revisionismos a la baja acaban por pasar (de moda) y lo realmente valioso vuelve a ocupar su lugar.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Peke:
Sí, pero el daño ya está hecho. Si alguien, como ese "conocido escritor" del que hablo y que los dioses confundan, se cargó todo un movimiento (prácticamente el único movimiento literario continental e hispano que ha existido en la historia) lo malo no es que dijera esa tontería. Lo malo es que hubo gente que le hizo caso. Durante años, citar a García Márquez, Onetti, Carpentier, etc. era recibido con miradas de menosprecio y desdén. Y ha costado dios y ayuda recuperarlo, y no se ha conseguido del todo. Mira a tu alrededor y verás que las infamias ejercidas sobre Picasso o Dalí siguen teniendo vigencia, y que nadie que los menosprecia habla de su obra, sino de su vida... Son estas cosas que exasperan. Cuando se publicó que Einstein se había equivocado (en un experimento en un acelerador de partículas que después se comprobó era erróneo), se dijo en público que claro, lo que sucedía es que habían muchos paletos que tenían a Einstein en un pedestal, cuando en relaidad, venían a decir, era un cientifiquillo más. Francamente, cansa...
Un saludo!

Peke dijo...

Sí, cansa, pero siempre hai pretendidos iconoclastas que se las dan de listillos y qente -yo les llamaría envidiosos, sin más- a quien le repatea el éxito ajeno. Y no sigo, que esto daría para mucho y no es el lugar.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Peke:
Tienes toda la razón. Hay mucha envidia, pero alguien tiene que discriminarla. Y en eso, los medios de comunicación social tienen un deber del que, con toda franqueza, están dimitiendo.
Un saludo!

Peke dijo...

Perdona por ese "hai". En gallego no existe la y griega y a veces no me doy cuenta de que escribo en español. :)

Lluís Salvador dijo...

Hola, Peke:
No hay problema... A mí se me deben escapar algunas catalanadas... aparte de los errores tipográficos habituales (y siempre hay uno de más).
Un saludo!