Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury, de Quim Monzó

Quaderns Crema, col. Mínima Minor
Barcelona, 20018 [1980, revisada 2001]
Hay edición castellana incluida en Ochenta y Seis Cuentos, de Editorial Anagrama

Pese a la independencia temática de los cuentos que componen esta colección, sí puede trazarse un tenue hilo que los hermana a todos, y es el condicionamiento al que está sometido el individuo en todas las situaciones por los factores externos que los rodean. Extremos como son estos factores (al fin y al cabo, la buena literatura se nutre de situaciones y personajes extremos), la pesimista conclusión que se extrae de estos relatos es que no importa lo convencido que esté el protagonista, no importa la fuerza de su voluntad, sus mejores planes y actitudes sufrirán un ataque continuo, despiadado a veces, por parte del resto del mundo. De forma intencionada o no, tanto da. Según la visión algo cínica, realista diríamos, de Monzó, el individuo se ve aplastado continuamente por lo que le rodea.
Un niño cuyo padre asesina a su madre, con lo que su vida cambiará para siempre (Redacció); unas muchachas idénticas (o la misma) que unas veces niegan y otras afirman conocer al protagonista (Préssec de Poma); un idilio frustrado por una inoportuna pasajera del tren (La Dama Salmó); una locura frustrada por la cháchara (Cacofonia); la pérdida de los recuerdos que frustra toda una vida (Globus); la normalidad que desactiva el conflicto, y la perspectiva de conflicto que frustra la normalidad (El Nord del Sud); la obsesión por una llamada misteriosa que desbarata la vida del protagonista (Trucs); la sucesión y la fusión de realidad y ficción (Nines Russes); un plan de asesinato que, pese a cumplirse, no resulta como lo planeado (To Choose); un suicidio absurdo y una carta no leída que podía (o no) haberlo evitado (La Carta); incumplimientos y retrasos en las citas que se convierten en juego de seducción y de venganza (Quatre Quarts); la última sesión de un cine que modifica el comportamiento del protagonista (Un Cinema); un sádico que encuentra su mayor reto y, a la vez, su mayor condenación (El Regne Vegetal); una nevada que fuerza, con el aislamiento, a escribir, a escribir, a escribir, hasta que esta comunicación escrita rompe toda comunicación (Oldeberkoop).
Tal vez paradigmático sea Thomson, Braun, Corberó, Philishave..., en el cual un escritor se ve acechado por una serie de fallos mecánicos en toda una serie de electrodomésticos que provocan el desbaratamiento de todos sus planes y toda una odisea de frustración.
Los relatos de Monzó son divertidos, con ese estilo de humor virado al negro que lleva más filosofía que risas. Son levemente inquietantes, porque tienen todo el aspecto de haberse desarrollado desde embriones de situaciones reales que, creciendo exageradamente, se convierten en estas pesadillas. Y están muy bien escritos, con esa naturalidad suya que convierte en cotidiano lo excéntrico, y viceversa.

Portada i sinopsi de l'edició catalana
Portada y sinopsis de la edición castellana

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4 comentarios:

Carolina dijo...

Me divierte el desparpajo de Monzó, se pasa un buen rato leyéndolo. Saludos.

peke dijo...

Hace algunos años que leí Ochenta y seis cuentos; la crítica los ponía muy bien y Monzó tenía un aura especial. Reconozco que no lo pasé mal leyéndolos, pero me dejaron poca huella, no sé por qué.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Carolina:
Es un desparapajo muy meditado y trabajado. Fíjate que (como suele hacer) es una edición revisada. Y Monzó se ha negado a reeditar algunos de sus primeros escritos. Lo cierto es que, extemporáneos como son sus textos, tienen la naturalidad que da la vida cotidiana, incluyendo sus absurdos, en este caso, llevados al límite.
Un saludo!

Lluís Salvador dijo...

Hola, peke:
Hay un problema añadido, como es el de la traducción. Confieso no haber leído a Monzó traducido, pero una de sus virtudes más específicas es emplear un catalán perfectamente normativo que, sin embargo, suena perfectamente moderno y "de la calle" (a diferencia de la mayoría de escritores catalanes contemporáneos que, sea por cultura o por tradición, parecen aferrarse a unas formas idiomáticas que, por su misma corrección, hacen que suenen irreales o bien decimonónicas. No es una cuestión menor, y no soy yo el primero que apuntó esta peculiaridad/problema: fue alguien tan poco dudoso como Vicenç Villatoro). En todo caso eso añade un punto de frescura y agilidad a las ficciones de Monzó, para nosotros los catalanes; en cuanto a su recepción en otras lenguas, es variada: es adorado en Alemania, mientras que no parece pasar de tener una recepción discreta en Francia. En Hispanoamérica es muy valorado, en el resto de España es escritor de minorías.
La cuestión es que, fuera de asuntos idiomáticos, y puestos a leerlo en traducción, donde debería hallarse el valor y el contacto entre el lector y los textos es en sus argumentos y situaciones, no totalmente kafkianas, no totalmente bulgakovianas, a veces minimalistas y a veces con todo un mundo detrás.
Un saludo!