Las Ménades, de Julio Cortázar

¿Han asistido alguna vez a un acto cultural (concierto, exposición, presentación, conferencia...) en el cual el entusiasmo del público ha sido superior al que objetivamente debería despertar? Ese puede muy bien haber sido el origen de la idea que Cortázar desarrolla en Las Ménades.
Claro que Cortázar tiene una capacidad de abstracción demasiado genial como para quedarse en la mera anécdota.
Las Ménades, normalmente, son asimiladas a las bacantes, las acompañantes de los rituales celebrados en honor del dios Baco. No obstante, hay otra línea de pensamiento que las distingue de esas meras comparsas, les da carácter de divinidad, les otorga una locura orgiástica concedida por el propio Baco, y así las convierte en una especie de entes autónomos del dios al que adoran. En el relato de la muerte de Orfeo, éste, que es partidario de Apolo frente al culto dionisíaco, es despedazado por las Ménades. Con estas claves, es más fácil acercarse al relato de Cortázar (que pueden leer en el enlace al pie de esta reseña).
En una pequeña ciudad aburguesada se celebra un concierto. Es un evento especial, puesto que marca el aniversario de la llegada del Maestro al pueblo, un director de orquesta que ha sabido llevar poco a poco la música culta a su audiencia, aunque con concesiones a los gustos populares del público.
El entusiasmo que despierta la interpretación de ls piezas de la velada es exacerbado, demasiado para la calidad intrínseca de lo escuchado. Y va in crescendo, hasta que, al final, se produce una auténtica revuelta, una invasión del escenario por parte del público, una adoración excesiva por el Maestro y los músicos. Una orgía en la que los individuos, ya antes transformados en público, y ahora en masa, se entregan a un desenfreno de acercamiento al objeto de su adoración, en un ansia de comunión que nada tiene de espiritual.
Si he preguntado si habían asistido a un acto desmesurado es porque, en ocasiones, he presenciado comportamientos culturales que van más allá de lo racional, entusiasmos injustificados, veneraciones excesivas. Es lo que Cortázar nos describe en este relato, empleando el arma de la exageración y enlazándola con el adecuado mito báquico (y contrastando la eterna lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco) en el que la celebración, el rito, tiene que alcanzar tintes orgiásticos para ser cumplido cabalmente. Técnicamente perfecto en su desarrollo y escritura, el propio Cortázar nos proporciona una clave por la cual el Maestro pagará muy caro el haberle dado al público el detonante de la orgía: en lugar de educar en el gusto musical, el Maestro se ha plegado al gusto de la audiencia, entregándole lo que quería y en el orden que quería, acabando con la quinta sinfonía de Beethoven, el gran estallido.
Pero también Cortázar nos advierte de algo que siempre tuvo muy presente, y es el comportamiento de la masa, un hecho dionisíaco como no hay otro, en el que todas las contenciones que la civilización y la cultura imponen se suprimen y el ser humeno se acerca más al animal primitivo que, en el fondo, anida en todos nosotros.
Un relato tremendamente sutil, enormemente magistral, como Cortázar nos tenía acostumbrados.

En Los Relatos 1 Ritos
Alianza Ed., col. El Libro de Bolsillo
Madrid, 19763 [1956]
Publicado originalmente en Final del Juego

Texto de Las Ménades

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