El Compromís, de Sergei Dovlatov
Sergei Dovlatov, que fue "invitado" a irse de la Unión Soviética después de haber estado en la cárcel, haber sido guardián de campo de prisioneros, desempeñado un sinnúmero de oficios y haberse mostrado siempre irremediablemente crítico e irónico con el sistema soviético, también fue periodista.
En Estonia, nada menos. Si cito el lugar es porque, a las dificultades de escribir en la prensa soviética sin acabar represaliado, en Estonia se unían las sensibilidades de un pueblo cuyas vicisitudes no han sido precisamente bien vistas desde Moscú, lo cual añadía un riesgo más al oficio.
Dovlatov narra en esatas páginas esas vicisitudes, esos compromisos que tuvo que aceptar para seguir ganándose unos rublos a cambio de escribir la literatura periodística que consumían los ciudadanos en el día a día, es decir, algo tan parecido a la realidad como un cuento de hadas.
Pero, ya se sabe, a Dovlatov la irreverencia le salía por los poros, de manera que su destino fue, por muchos compromisos que aceptara, o negociara, y pese a ser considerado el mejor escritor de la redacción, el despido y la sugerencia de que hiciera "prensa obrera", es decir, que se pusiera a trabajar en una fábrica y escribiera sus vivencias dentro de las normas del estajanovismo. Dovlatov narra estos artículos particularmente alejados de la realidad, y los contrapone a cómo fueron escritos y a la misma realidad que se ocultaba tras esas auténticas piezas de ficción resultantes.
El resultado es, a veces, incongruente, a veces insólito, casi siempre humorístico, en esa clase de risa que es la que se expresa por no llorar. Como por ejemplo el artículo escrito para celebrar el nacimiento del ciudadano número 400.000 de Tallinn. Bueno, en primer lugar no era el número 400.000. La población de la capital era una estimación. En segundo, que ese bebé nacería "casualmente" la víspera del aniversario de la liberación de Tallinn (la víspera y no el mismo día, preferiblemente a las doce de la noche, para dar tiempo a la publicación). Tercero, el bebé será sano. Cuarto, se llamará Lembit, por un héroe del pueblo; porque, por supuesto, una niña no es apropiada.
Dovlatov se presenta en la clínica, y allí empieza su particular via crucis kafkiano con el director de la misma. El primer nacido que reúne las características es, digamos, de color chocolate, hijo de una obrera y un estudiante etíope en la escuela naval, marxista, eso sí. No vale. El segundo, hijo de un poeta laureado, tampoco, ya que el poeta laureado es judío. El tercero va de perlas, pero para que le ponga semejante nombre al niño se necesitarán unos cuantos rublos y un mucho de vodka.
Y así con muchas otras historias. Hay que destacar la resignación que se entrevé en la población ante un estado de cosas que, en realidad, es un juego de fingimientos perpetuo, aquel de "hago ver que soy un buen comunista" y el de las autoridades que hacen ver que se lo creen. Y el humor, esa ironía que destilan los escritos de Dovlatov, que permite ver los absurdos de no tanto unas situaciones como de todo un sistema.
(Компромисс / Kompromiss)
Labreu Eds., col. La intrusa
Barcelona, 2011 [1981]
Existe edición castellana en Ikusager Ediciones
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