Los Veraneantes, de Shirley Jackson
Shirley Jackson, por desgracia fallecida a los cuarenta y ocho años cuando ya había conseguido deslumbrar a los críticos del género de terror y a los de la literatura en general, sigue siendo, sin duda alguna, la escritora de terror con más estilo que ha existido nunca.
Sus relatos, enormemente literarios, en extremo sutiles, no tienen necesidad alguna de emplear artificios propios del género para producir el efecto de una inquietud duradera, que sigue más allá de la lectura. Y todos ellos son tan originales y personales que son inolvidables.
En Los Veraneantes nos encontramos ante un cuento que algún crítico, con acertado ingenio, ha definido, parafraseando a Sartre, con la frase "el terror son los otros". Es un relato intimista, casi familiar, sin que en ningún momento se produzca una amenaza, una palabra fuera de tono, una situación extrema. Si lo vamos a mirar bien, nada hay que amenace a la pareja protagonista, y todos los hechos que se narran podrían tener una explicación racional e inofensiva. Y sin embargo... Sin embargo, la sensación de inquietud es creciente, tanto en los protagonistas como en el lector, y al final todos estamos convencidos de que los Allison, en efecto, han transgredido un código no escrito y que desconocían, y por ello han firmado su propia sentencia. Qué es lo que les espera, sólo podemos conjeturarlo.
La historia, tan sencilla, es la que sigue: Los Allison poseen una casa en el campo. No es una con muchas comodidades, y dependen de los suministros que provienen del pueblo, se iluminan con petróleo y su único contacto con el exterior es un teléfono que se conecta a la centralita del pueblo. Por otra parte, ¿qué más podrían necesitar? El pueblo y su gente son amables, los Allison gente respetable y de orden y la zona una en la que el dejar pasar los días de verano es la mejor distracción.
Un año, los Allison deciden no volver a la ciudad el Día del Trabajo, como tradicionalmente han hecho, y quedarse a pasar algunos días del otoño, en vista del buen tiempo. Esto causa extrañeza en los habitantes del pueblo, que repiten cada uno una frase que parece un mantra: "Nadie se había quedado antes aquí después de la Fiesta del Trabajo". Pero enunciada con un tono cordial, casual.
Pero casi de inmediato empiezan los inconvenientes: Quine les lleva el petróleo no puede suministrárselo; a partir del Día del Trabajo compra menos, y tiene otros clientes que atender. El tendero no puede llevarles los comestibles a la casa, su mozo no trabaja más que durante el verano. La carta que reciben de sus hijos parece extrañamente manoseada. El automóvil no arranca. El teléfono deja de funcionar.
Poquísimos, y lo repito, poquísimos autores han sido capaces de crear lo que se llama "terror a la luz del día", un terror no sólo diurno, sino cotidiano. Shirley Jackson, para admiración de sus colegas contemporáneos y posteriores, fue una autora que lo hizo una y otra vez, logrando en cada relato y en cada novela una pequeña joya, en muchas ocasiones una obra maestra. Como en el caso de Los Veraneantes.
(The Summer People)
En Cuentos Que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1950]
Texto en inglés de The Summer People
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