Vivos en el Averno Nazi, de Montserrat Llor
La vida es inexorable y, año a año, las de los últimos supervivientes de los campos de exterminio nazis se van extinguiendo. Antes de que la novelística tome un relevo que, como decía Jorge Semprún, es inevitable y necesario para que la historia del Holocausto no caiga en el olvido, se ha hecho perentorio que los testimonios de aquellos que pasaron ese infierno en vida de los campos queden registrados; por muchos motivos.
En el caso de los republicanos españoles que fueron internados principalmente en Mauthausen (aunque los hubo en Buchenwald, en Ravensbrück, en Ebensee, en Auschwitz, en Redl-Zipf...), el testimonio es especialmente doloroso, puesto que fueron supervivientes que, después de pasar por el horror, tuvieron además que sufrir el exilio forzoso, puesto que en la España de Franco no es que no quisieran saber nada de ellos, sino que tal vez querían saber demasiado de ellos, y para mal. (Y, de paso, y para los ideólogos de la dictadura, no todos los internados eran "peligrosos rojos"; Lázaro Nates Gallo tenía 16 años cuando era refugiado en Francia, y su único "delito", que lo llevó a Mauthausen, fue ser español fuera de España. Ni las autoridades nazis ni las franquistas movieron un dedo por él.)
Montserrat Llor, por motivos personales (su abuelo fue deportado, y su final exacto sigue sin saberse), ha realizado un espléndido trabajo recogiendo estos testimonios, en algunos casos el último que pudieron prestar, ya que fallecieron antes de la publicación del libro; veinte supervivientes que narran lo que es imposible narrar, un horror tan descomunal que desafía la comprensión. Pero puesto que no es posible racionalizar el exterminio, sí por lo menos es posible enumerar los hechos, trazar la geografía del Holocausto, relatar el día a día del infierno en la tierra que eran los campos.
Por muchos motivos, como ya hemos dicho. No sólo para conocer los detalles inusuales, imposibles se saber sin un testimonio directo (Segundo Espallargues, "Paulino", que boxeaba por algo más que la victoria, puesto que, si perdía, su destino probable fuera el crematorio; Marcelino Bilbao, superviviente de los experimentos médicos nazis; Lázaro Nates, que trabajó en la granja de animales de los SS), sino para que, narración a narración, el cuadro se haga completo. Porque hay una enorme coherencia en todos los testimonios. Descontadas las circunstancias de cada uno, todos los relatos coinciden (no sólo los de este libro, sino todos los que se han ido recogiendo) en su descripción de la vida en los campos, en la metodología y sistemática del exterminio (y tomen nota los negacionistas), en la identificación independiente de los guardianes y sus acciones.
Es también un acto de desagravio escucharlos y leerlos. No somos responsables de lo que sucedió, pero sí lo somos de que no vuelva a ocurrir, y eso pasa por escuchar lo que los supervivientes tienen que contar. Y, después de su sufrimiento, quizá su única recompensa sea esa, tener a alguien que les escuche y dé sentido al sinsentido que tuvieron que pasar. Es algo que, por humanidad, no podemos negarles.
Finalmente, entre otros muchos motivos, para conocer que incluso la maquinaria nazi no pudo liquidar, o no del todo, la solidaridad entre los presos. En unos lugares donde mirar por el otro podía comportar la extinción de uno mismo, esos actos solidarios se dieron una y otra vez, y los que se relatan en este libro, muy numerosos, proporcionan cierta esperanza en el género humano dentro de la mayor deshumanización que éste ha sufrido.
Montserrat Llor ha conseguido el tono justo para este libro: dejándoles narrar sin limitaciones, ha logrado una obra testimonial valiosa, pero también hay en su posición de entrevistadora y oyente un respeto y cariño, una humanidad, que es muy necesaria y de agradecer al tratar con las víctimas de los campos de exterminio.
Tan necesaria como lo son los testimonios que se recogen. Por el pasado y para el futuro.
Ed. Crítica / Planeta, col. Contrastes
Barcelona, 20142 [2014]
Prólogo de Josep Fontana
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