August, de John Edward Williams
Hace relativamente poco que hemos descubierto por estos lares la obra de John Williams (1922-1994). Estos fenómenos, que suelen ser lamentablemente póstumos, como es el caso, siempre me hacen preguntarme cuántos otros autores están esperando el golpe de fortuna que haga que sean redescubiertos y puestos en valor. Porque Williams es un narrador excelente, a juzgar por Augusto.
Esta novela, más que epistolar, documental, trata de la vida de Octavio César Augusto desde su ascenso al poder hasta su muerte, en lo que fue uno de los reinados más largos de la República Romana (república nominal, imperio factual) y más fructíferos, hasta el punto de que es su período de gobierno el que simboliza el esplendor y el poder de Roma.
Por supuesto, cuando de estos personajes se trata, es inevitable la referencia al Yo, Claudio de Robert Graves. Pero, mientras Graves optaba por la inmersión en la época de la mano de las memorias del emperador Claudio, en lo que era una entrada en los entresijos familiares y personales del círculo de poder, Williams procede por negativo.
Lo que tenemos en esta novela son fragmentos (totalmente apócrifos e inventados, nos aclara el autor) de historias, memorias, correspondencia, todos referidos al personaje central de Augusto. Únicamente en el libro tercero y último Williams permite "hablar" al propio Augusto en una larga carta a Nicolás Damasceno.
Por tanto, lo que vamos viendo desarrollarse en estas páginas es un retrato realizado con pinceladas irregulares, que contornean el personaje pero no lo precisan jamás. Una pintura que lo perfila imperfectamente, pero que no muestra al retratado.
Es de justicia señalar que Williams no pretende hacer una biografía, y por tanto este método es peculiarmente apto. Lo que el autor pretende es una reflexión sobre el poder, y en ese objetivo importan poco los remordimientos, las dudas o firmezas de quien lo ejerce, sino los efectos que ese ejercicio de poder provoca.
Secundariamente, pero muy ligado a esta intención, este aislamiento del personaje, este enigma que se construye con cada relato ajeno, viene a hablarnos de un Augusto permanentemente solo, de esa proverbial soledad del poder. Porque, por mucho que se pretenda lo contrario, amigos, familiares y aliados acaban siempre cometiendo pequeñas o grandes traiciones, y por otra parte cuanto más personal sea la relación más dolorosa resultará romperla o incluso destruirla. (Y no olvidemos que Augusto desterró de por vida a su hija, a la que jamás volvió a ver.)
«El joven, como todavía no sabe el futuro que le espera, ve la vida como una especie de aventura épica, una odisea a través de mares extraños e islas ignoradas donde ha de poner a prueba y demostrar sus poderes, al mismo tiempo que descubre su propia inmortalidad. El hombre de mediana edad que ha vivido el futuro que soñó ve la vida como una tragedia, porque ha aprendido que su fuerza, por grande que sea, no prevalecerá sobre el azar y la naturaleza, a los cuales da nombres de divinidades, y ha aprendido que es mortal. Pero el anciano, si interpreta como debe el papel que le han asignado, sólo puede ver la vida como una comedia; sus triunfos y fracasos se mezclan, de modo que no hay ninguno que represente un motivo de orgullo o de vergüenza superior a otro, y ni es el héroe que se enfrenta a estas fuerzas ni el protagonista destruido por las fuerzas en cuestión. Cuando sólo queda una triste sombra del actor que fue, se da cuenta que ha interpretado tantos personajes que ya no es él.»
Tal vez sea así, y por eso Williams no quiere deslindarnos la personalidad de Augusto. Se limita a darnos la visión de los espectadores de la tragedia o comedia que interpretó, mientras actuaba en uno u otro papel: el de heredero de Julio César, el de amigo de Marco Antonio, mil otros.
Pero siempre los interpretó en soledad, nunca se permitió ser como era, y tal vez no hubiese resultado creíble si así hubiera sido. En cualquier caso, hubiera dado la impresión de ser humano, por tanto débil, y eso hubiera sido el final de la obra.
(Augustus)
Eds. 62, col. El Balancí
Barcelona, 20132 [1972]
Existe edición castellana con el título de El Hijo de César (!)
Portada y sinopsis de la edición castellana
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