The Monuments Men, de Robert M. Edsel
Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo el mayor expolio y destrucción de obras de arte de la historia. La destrucción puede ser tildada de inevitable, con muchas dudas respecto a algunas acciones, que podrían haber sido evitadas sin que los argumentos sobre el ahorro de vidas humanas o el de acortar la guerra fueran fundamentales (el caso clásico es el de la abadía de Monte Cassino, que ni estaba ocupada por los alemanes ni su destrucción facilitó la toma de la posición, antes bien, la dificultó). El expolio, en cambio, fue producto de una rapiña planificada y voraz, tanto por el estado nazi como por los individuos que medraron en él, y la magnitud de lo robado fue enorme.
Si creen que la historia del hallazgo y preservación de estas horas se hizo gracias a que el G. I. Joe, el Tommy o el Poilu de repente hallaban un retablo y se quedaban extasiados ante su belleza, se equivocan. Los soldados y sus mandos inmediatos ciertamente estuvieron atentos a estos hallazgos, pero fue gracias a que, por parte de los Aliados, se constituyó una unidad específica destinada a encontrar, recuperar y preservar estas obras de arte, los Monuments Men. Este libro narra la historia de esos hombres, una historia única, puesto que jamás ha vuelto a organizarse una unidad semejante (y probablemente gracias a ello se ha producido el gran robo de arte de los museos de Iraq, por ejemplo).
Lo primero que sorprende es la escasez de personal, los pocos hombres con que contaba esa unidad. Y si hubo escasez de tropas, quiere decir que hubo escasez de medios, por no hablar de escasez de voluntades, al menos en sus inicios; tanto que lo prodigioso es que se rescatara tanto por tan pocos.
La tarea que tuvieron que acometer fue titánica. Tenían que designar monumentos a preservar durante el desembarco y el avance aliado. Tenían que catalogar lo robado de los museos; tenían que ocuparse de lo robado a coleccionistas privados; tenían que interrogar a funcionarios y prisioneros de guerra para intentar averiguar el paradero de los sustraído. Una vez en Alemania, tenían que encontrar estos depósitos de arte, y además de lo expoliado, también tenían que ocuparse de lo que pertenecía legítimamente a Alemania, y conservarlo para el futuro.
En ocasiones, tuvieron que hacerlo bajo el fuego, en primera línea. En otras, contrarreloj ante la amenaza de que pusiese en marcha el "Decreto Nerón" de Hitler de no dejar nada en pie, devolviendo a Alemania a la Edad Media. Cuando encontraban alijos, su preocupación revertía a los daños que hubieran podido sufrir las obras de arte en las condiciones de conservación precarias que existían en las minas de sal o carbón en las que estaban almacenados.
Es una historia fascinante, y si bien podía haber sido mejor narrada (un problema de estructura del libro, que dificulta un tanto la fluidez de la narración), es un relato que tenía que ser difundido. No en vano buena parte de lo que hoy contemplamos en los museos fue rescatado por esos hombres. Sólo en la mina de Altaussee se hallaron 6.557 pinturas, 230 dibujos y acuarelas, 954 grabados, 137 esculturas, 122 tapices y 1.900 cajones de libros o similares, entre otras cosas. Ese patrimonio rescatado se lo debemos a ellos, que fueron sus albaceas en tiempos de guerra, y que lo legaron para que lo disfrutásemos y, a ser posible, para que aprendiésemos más cómo hacer la paz y no la guerra.
(The Monuments Men)
Eds. Destino, col. Imago Mundi
Barcelona, 2012 [2009]
2 comentarios:
No conocía la existencia del libro, mira mi ignorancia. Sí me sonaba la película americana del mismo titulo, que no tengo intención de ver. El libro, bueno, casi que me has animado...
Saludos,
Hola, Carmen:
Bueno, tampoco lo conocía yo hasta que apareció una reseña en la revista Historia y Vida, motivada por la película (que se basa en este libro, aunque supongo que convenientemente pasado por Hollywood, es decir, con mayor acción de la que hubo en realidad). Si te interesa el tema, es casi un testimonio de primera mano sobre el tema, por un hombre que dedica su vida a reivindicar la labor de estos Monuments Men. Y, desde luego, descubre cosas que no son del conocimiento común, como las repetidas visitas de saqueo que hacía Göring a París, o la pérdida (¡ay!) de gran parte de las obras que se transportaban en su tren personal cuando la caída del Reich. Y ciertamente una labor que se mostró fructífera, y que no ha vuelto a repetirse en ningún conflicto posterior.
Un saludo!
Publicar un comentario