Dinero Embrujado, de John Collier

John Collier merecería ser mejor conocido por el público lector español. Si existió un Roald Dahl, cáustico y sorpresivo, es probablemente porque Collier mantuvo la llama de ese tipo de relato. Su producción no se limitó a esas historias extraordinarias, sin embargo, y entró en lo sobrenatural, lo terrorífico, la fantasía, la distopía, etc. Siempre con una gran clase. Prueba de ello es que haya sido ensalzado por Anthony Burgess, Ray Bradbury, Neil Gaiman o Paul Theroux.
El relato Dinero Embrujado es tremendamente original, y es casi imposible de clasificar: no es de terror, aunque se evoca el horror del asesinato colectivo; no es sobrenatural, aunque algunos de sus pasajes tienen una imaginería tal; no es un policíaco, aunque haya un crimen; es, sí, un relato de humor, pero de un humor negro. Pero lo más notable de todo es que su motor narrativo es financiero. Entendámonos, muchas historias tienen como móvil el dinero, pero muy pocas tienen como argumento central los mecanismos financieros en sí. Y, para rematar el tema, cuando encuentren un relato cuyo título es parte integrante de la narración, algo que la complementa y matiza, presten atención a su autor. Es señal de narrador meticuloso y conocedor de su oficio, cuando menos. Es el caso de este cuento.
En un pueblo perdido de los Pirineos Orientales aparece de repente un loco. Un loco, claro está, para los habitantes del pueblo. En realidad se trata de un pintor, que queda fascinado por lo desolador del paisaje, por la luz, por los árboles escasos. Claro, todo esto los habitantes lo consideran una locura: tierra miserable, sol abrasador y pocos árboles raquíticos. El caso es que el pintor quiere alquilar una casa, pero allí las casas no se alquilan, se compran y venden. Muy bien, entonces el pintor comprará una casa. Y lo hará, a precio prohibitivo, pero lo hará. Y cuando llega la hora de pagarla, el forastero saca un librito, arranca una hoja y se la tiende al aldeano, diciéndole que es tan bueno como el dinero en efectivo.
En el pueblo nadie sabe ni leer ni escribir, y mucho menos conocen un cheque bancario, que es lo que efectivamente ha entregado el pintor. Para pasmo del pueblerino, cuando viaja a Perpiñán para cobrar el cheque en el banco, al cabo de una semana le entregan el dinero.
A partir de aquí todo lo que se explique del relato es romper su magia, de modo que si no quieren quedarse sin la sorpresa, lean el cuento en alguna de sus ediciones y dejen de leer esta reseña salvo en su último párrafo.
Por supuesto, la mente humana nunca descansa, y lo que los aldeanos saben es que ese artista tiene todo un libro lleno de esas hojas que valen treinta mil francos cada una. ¿Y quién conoce al pintor? ¿Y quién sabe que está en el pueblo? La conclusión lógica y el reparto del botín siguen. Entonces es cuando se desata una auténtica fiebre financiera, inflacionaria y consumista en el pueblo. Usando los cheques (en blanco y sin firmar) como moneda corriente entre los habitantes, empieza a moverse el dinero, a ampliar negocios, a adquirir lujos. Pero claro, un día u otro ese dinero tendrá que "exportarse" fuera del pueblo... El final del relato es brillante en su contención, pero también en lo grotesco de su imaginería.
Es un relato brillante, inusitado, realizado con unos instrumentos que nadie, a mi conocimiento, había empleado hasta entonces, un cuento único en su clase, y uno que da una muy buena referencia de quién fue el gran narrador llamado John Collier.

(Witch's Money)
En Cuentos Que Mi Madre Nunca Me Contó
Ed. Bruguera, col. Libro Ameno
Barcelona, 19762 [1939]

Reeditado en español en el libro Fiesta en una Botella, de Ed. Contraseña


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