El Tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte
FIRMA INVITADA: Susana Rizo
Reflexiones en torno a El Tango
La última novela de Arturo Pérez-Reverte nace en un barco con un tango y muere cuarenta años más tarde en tierra firme, en el otro lado del mundo, con una partida de ajedrez.
El Tango de la Guardia Vieja cuenta la peculiar historia de amor que viven un hombre y una mujer que casualmente ‘coinciden sobre la Tierra’ ─como reza la cita de Joseph Conrad que encabeza la novela─ a lo largo de tres momentos del siglo XX (años 20, 30 y 60) en cuatro escenarios distintos: un barco (el Cap Polonio), Buenos Aires, Niza y Sorrento.
Calificar de "peculiar" su relación no se debe tanto a que él sea un pirata y un ladrón de guante blanco y ella, una dama de alta cuna, sino a que él es un digno caballero ─aunque se apropie de cuanto no es suyo, sean palabras u objetos─ y a que ella posee una impecable presencia que no es óbice para que explore sus límites físicos y abra puertas a lo que el narrador ha convenido en llamar “lugares impropios”.
Ella tiene una apariencia real bajo la cual esconde secretos. Y él, una apariencia robada bajo la cual también esconde sus secretos. Se conocen bailando en los elegantes salones del Cap Polonio, en el transcurso del viaje que ella, Mercedes Inzunza (Mecha), y su marido, el famoso compositor Armando de Troeye, hacen con la finalidad de encontrar en Buenos Aires inspiración para componer un tango. No uno cualquiera: El Tango que da nombre a la novela. A partir de ese momento nuestro protagonista masculino, el bailarín mundano Max Costa, se convierte en el anzuelo, en el “catalizador” del matrimonio De Troeye para adentrarse en los orígenes del tango, en los lugares peligrosos y marginales donde nació esta música.
Mecha y Max se reencuentran casualmente 10 años después en Niza, donde él se ve involuntariamente envuelto en un asunto relacionado con el espionaje, siendo la guerra civil española y el ambiente prebélico en Europa el telón de fondo que condiciona el segundo movimiento de este tango.
Treinta años después, y de nuevo de forma casual, ambos vuelven a verse, esta vez en Sorrento, donde se celebra un campeonato de ajedrez, tercer movimiento, y final, de este tango.
Los encuentros casuales van madurando esta historia entre Max y Mecha, y los acontecimientos se aceleran de una forma extraordinaria y frenética, mezclando de una forma audaz y técnicamente perfecta los tres tiempos en que se mueve la obra, que dejan literalmente enganchado al lector a la novela. Cada vez más rápido. Perfectamente sincronizado, hasta solaparse del todo, siendo el tango el punto de encuentro y desencuentro.
Nuevo estilo
Arturo Pérez-Reverte se consolidó como un gran escritor hace mucho. Desde aquel impactante e inolvidable Territorio Comanche que nos convirtió a muchos en seguidores de su obra. Revertianos. Y tiene en su haber unas cuantas obras que considero maestras. Tan sólo por nombrar cuatro, la citada Territorio Comanche, la saga de Alatriste, El Maestro de Esgrima o La Carta Esférica (por la cual guardo una gran estima personal). En su vigésimo novena novela, el escritor cartagenero se nos descubre más maduro, con ganas de explorar un nuevo terreno en el que la mujer va a tener mucho que ver. Una mujer inteligente y serena que, al igual que sucedía con Tánger Soto en La Carta Esférica, posee algunos secretos, lugares donde nadie ha entrado. Según Reverte, el hombre que gana su mirada puede dar por satisfecha su propia vida, pues ya habrá valido la pena.
Con El Tango de la Guardia Vieja, Arturo Pérez-Reverte deja atrás conflictos bélicos, que aquí son sólo telón de fondo. Los enigmas y los asuntos de espionaje son la excusa para hacer que coincidan estos dos seres cuyo tango se interrumpe dos veces por circunstancias adversas, y otra por capricho.
Pero el autor no sólo penetra en una relación pasional entre un hombre y una mujer, terreno al que no nos tenía acostumbrados, sino que también nos enseña y presenta de forma impecable un mundo perdido que agoniza en el mismo libro conforme éste avanza. Maneras, elegancia y códigos que se tenían, fueras soldado, marqués o ladrón. Se trata de una ambiciosa construcción para recrear y recuperar ese mundo a través de infinidad de detalles. Una auténtica obra de orfebrería barroca con un trabajo ingente detrás, preciosista e impecable. Todos esos detalles van creando imágenes, de manera que es posible visualizarlo. Y escucharlo, pues es un mundo que tiene su propia banda sonora. Retrocede también en el lenguaje. No hay una sola palabra fuera de sitio, de su contexto. El cinematógrafo, por citar un ejemplo, se llama cinematógrafo.
No sólo una historia de amor
En El Tango de la Guardia Vieja la narración atrapa, la técnica perfecta de Pérez-Reverte para crear ambientación, los diálogos, las tramas hacen que la lectura se vuelva frenética a ratos, especialmente hacia la mitad de la novela, con el asunto en Niza con esos peligrosos espías rondando a Max (el personaje de Mostaza pone la carne de gallina) y hacia el final, con la no menos apasionante partida de ajedrez en Sorrento.
Pero tengo un problema. Y no sé cómo explicarlo. Yo volvería a leer El Tango de la Guardia Vieja porque sin duda es una de las novelas que más me han gustado de Arturo Pérez-Reverte. El engranaje en su conjunto me parece perfecto, pero el tema central de la obra, que es la historia de amor entre Max y Mecha, desde mi punto de vista subjetivo se ha quedado a medio camino y no he conseguido creérmelo, salvo al final. Demasiados quiebros. Demasiadas paradas. Su tango es amargo. Esta es más bien una historia de desamor que, de tan imposible, no sucede. O si sucede, he tenido la poca fortuna de no haberlo sabido ver. Su historia de amor, en cualquier caso, no concuerda con la que yo me había imaginado. No se buscan, se encuentran por casualidad dos veces más en su vida tras su primer encuentro, aquel en que ella le concede el honor de cederle su espacio y de mirarle. Ambos funcionan bien por separado, lo cual me lleva a pensar que esta historia fragmentada en tres encuentros casuales es la única que podían haber tenido. Si hubieran seguido juntos hubieran perdido lo que tuvieron. En el fondo, no son tan diferentes. Se mueven en terrenos peligrosos cuando lo desean aunque sus motivos sean diferentes. La frialdad de Mecha y su actitud aparentemente displicente, lejos de atraerme me han provocado cierta distancia. Me faltan aristas en este personaje, niveles de profundidad para poder llegar a la verdad, entrar en la mirada de Mecha. Me parece menos terrenal que Teresa Mendoza (La Reina del Sur), o Lolita Palma (El Asedio). En cierto modo me recuerda a Tánger Soto (La Carta Esférica) por el hermetismo. Aunque en Tánger su lado oscuro es peligroso porque en su ambición puede arrasar con todo, y en Mecha va por otros derroteros. Le gusta experimentar con su cuerpo. Con Max no me ha costado tanto acercarme. Además, casi siempre tengo su punto de vista y eso me ha ayudado a ver mejor a través de sus ojos. Es un tipo que ha sabido desenvolverse con soltura por el mundo usando sus armas. Un amante de la aventura que al final de su recorrido asume con honestidad las cartas menos afortunadas que le reparten.
Gracias a Max he podido ver a Mecha de otra manera, pues él es el único que creo que es capaz de poner su mundo del revés. Personalmente me han despistado esas apariencias tan trabajadas en las que se basan justamente sus papeles en los mundos en los que viven. Asumo que son muy importantes. Pero aunque la novela me ha atrapado como pocas, yo buscaba un estremecimiento con la pareja de baile que no ha terminado de llegar, con la excepción de su tercer reencuentro, cuando envejecen: es ahí cuando afortunadamente esa distancia se fue acortando. Lo que no terminaba de funcionar lo salvan esos gestos finales, como cuando él se lleva el pañuelo de ella, o el hecho de que la última aventura de Max se la dedique a ella, y no a él mismo. En mi opinión ahí está el retrato más brillante y franco de ambos. Al cabo, ella, a pesar de su casi etérea presencia, se derrumba ante la presencia de ese hombre. Su pareja de baile. Es más, diría que en un momento ella parece necesitarle más que él a ella. Bailaron un tango, qué duda cabe, tal vez desacompasado por los tiempos y las circunstancias. Es cuando empiezan a rebajar la intensidad de su baile cuando se dan cuenta de que lo fue, o mejor dicho, de que pudo haber sido.
Lanzo una pregunta ¿Por qué ellas siempre acaban pidiendo misiones suicidas a sus hombres?
El inclemente e inmisericorde. Perder la luz. Perder la sombra.
El paso del tiempo. Este es, a mi parecer, otro de los grandes temas de El Tango de la Guardia Vieja. Una vez escuché al maestro Reverte pronunciar estas palabras “Creo que es algo grande que a los 61 años aún tenga ganas de seguir, de hacer un nuevo asalto y recorrer nuevos caminos literarios”…“Sólo se es joven antes de entrar en combate; después, ya has envejecido”. Y sin embargo a veces existe la posibilidad de emprender un nuevo asalto, iniciar por azares de la vida y el destino una nueva aventura que le devuelva a uno la sombra.. “Camina ligero, desenvuelto. Con el mismo paso elástico y seguro de años atrás, cuando el mundo era todavía una ventura peligrosa y fascinante: un desafío continúo a su temple, astucia e inteligencia”. Me aventuraré a decir que es el propio Reverte el que ha experimentado esta sensación al escribir El Tango de la Guardia Vieja.
La novela evoluciona en el tiempo, y uno de sus principales atractivos es ver cómo cambian los dos personajes, Max y Mecha, a lo largo de todos esos años. De una juventud temeraria, a una madurez calmada, no exenta de ciertos reproches y añoranzas de lo que ambos fueron: “Todavía se encuentra ocupado rebelándose en sus adentros contra la desmesurada injusticia de orden físico. De ningún modo, concluye con furia impotente. Alguien debería responder de semejante desconsideración. De tan intolerable atropello.”
El tango que bailan Max y Mecha no es sólo un baile, es una manera de moverse por el mundo, asumiendo eso tan revertiano que son “las reglas del juego”. Aquí no hay término medio. O bailas, o contemplas. Asumir dichas reglas es también comprender que ese tango tiene un final, y que no siempre se será joven. Max y Mecha maduran y envejecen a lo largo de los años en que dura su baile. Cuanto perdieron y ganaron está ahí, en esa mirada final. Aceptarlo con naturalidad y serenidad es haber ganado la partida. No en vano el nombre del Tango que compuso Armando de Troeye es De la Guardia Vieja.
El tango que bailan Max y Mecha no es sólo un baile, es una manera de moverse por el mundo, asumiendo eso tan revertiano que son “las reglas del juego”. Aquí no hay término medio. O bailas, o contemplas. Asumir dichas reglas es también comprender que ese tango tiene un final, y que no siempre se será joven. Max y Mecha maduran y envejecen a lo largo de los años en que dura su baile. Cuanto perdieron y ganaron está ahí, en esa mirada final. Aceptarlo con naturalidad y serenidad es haber ganado la partida. No en vano el nombre del Tango que compuso Armando de Troeye es De la Guardia Vieja.
Esas manchas en el dorso de las manos a las que el autor se refiere en varias ocasiones cuando describe a la pareja adulta. Las arrugas. Y los achaques, que lo cambian casi todo, pero otorgan para compensar una cierta placidez, especialmente cuando se han hecho los viajes que se quería hacer. Siempre quedarán trenes que se perdieron. Pero una vida quizá no es, al cabo, lo que pudo haber sido, sino lo que fue. Y el deseo de aquello no vivido quizá es lo que enriquece lo que sí se ha vivido.
4 comentarios:
Muchas gracias Lluís. Me hace ilusión verlo aquí.
Un abrazo
Susana
No hay de qué, Susana. Honrado de tenerte de nuevo en el blog.
Muy fino comentario sobre esta novela.
Gracias.
David B
Muchas gracias, David. Que el halago venga de ti dice mucho, así que más orgullosa estaré todavía de este texto.
Un abrazo
(Susana)
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