Espartaco, de Stanley Kubrick
SESIÓN MATINAL
(Spartacus); 1960
Director: Stanley Kubrick; Guión: Dalton Trumbo, basado en la novela de Howard Fast; Intérpretes: Kirk Douglas (Espartaco), Laurence Olivier (Craso), Charles Laughton (Graco), Tony Curtis (Antonino), Jean Simmons (Varinia), Peter Ustinov (Batiato), John Gavin (Julio César), Nina Foch (Helena Glabro), Herbert Lom (Tigranes Levantus), John Ireland (Crixo), John Dall (Marco Publio Glabro), Charles McGraw (Marcelo), Woody Strode (Draba); Dir. de fotografía: Russell Metty; Música: Alex North; Diseño de producción: Alexander Golitzen; Montaje: Robert Lawrence.
Si nos situamos en la época de su estreno, la de las grandes salas, reconozcamos que el espectáculo era inmenso: Entrando en la sala, se escuchaba la espléndida música de Alex North. Apenas empezaba la película, con la misma música, desfilaban por la pantalla (una pantalla grande, enorme, diríamos) unos títulos de crédito obra de Saul Bass tan magistrales como acostumbraba. Y entonces nos trasladábamos a una cantera en donde un sutil movimiento de cámara nos presentaba a Espartaco. Unas escenas iniciales que eran obra de Anthony Mann, por cierto.
Aunque Stanley Kubrick es el autor (al fin y al cabo, Mann sólo estuvo en el rodaje una semana), y se nota su mano, Espartaco es quizá la menos kubrickiana de sus películas. De hecho, más podemos hablar de película de productor, como las que acostumbraba a realizar David O. Selznick. En este caso, el productor era Kirk Douglas, que utilizaba los recursos de la Universal. Acababa de rodar con Kubrick Senderos de Gloria, e insistió mucho en que el director que deseaba el británico, pese a que Mann era un director más que solvente. Finalmente lo consiguió, pero el desmesurado control que pretendía ejercer Douglas sobre la producción pronto envenenó la relación.
Sin embargo, el cine, cuando hay genio, lo soporta casi todo. Espartaco, con su metraje de tres horas, sigue siendo una película cuyo ritmo interno es impecable. Douglas quiso y consiguió los mejores actores de su tiempo, casi todos británicos, y éstos estuvieron a la altura, aunque en algunos casos sólo fuera para no dejarse comer por el oponente, como en el caso de Olivier y Laughton. También fue valiente en la elección del guionista, Dalton Trumbo, entonces en la lista negra; ni siquiera quiso que firmara con seudónimo, sino con su nombre completo. El presidente Kennedy fue a ver las películas y atravesó los piquetes de protesta, con lo que dio un espaldarazo al film (y un golpe a la lista negra de McCarthy).
Y es que de eso va la película. Más allá de la nota histórica que representó la guerra servil de Espartaco, su figura y cómo se representa en el filme es un canto y dar valor a la libertad. Sin libertad no se es nada. Un hombre teme a la muerte cuando es libre, pero cuando es esclavo no puede temerla, porque es el fin de sus sufrimientos. Todo ello está en la película, que es ciertamente un espectáculo, pero también una lección de cine, de compromiso y de cómo las ideas pueden transmitirse sin necesidad de aburrir.
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