Passione di Famiglia, de Cristina Comencini

En ocasiones, el lector se halla ante un material tan desperdiciado que sigue leyendo sólo por las ideas que contiene, aunque el desarrollo de las mismas sea básicamente distanciador de la lectura. Es el caso de Pasión de Familia, de Cristina Comencini, hija del gran cineasta italiano Luigi Comencini y directora cinematográfica a su vez.
No es costumbre de este blog comentar obras que no me hayan gustado, pero hay excepciones a esta regla, y es que esta novela tiene hallazgos narrativos buenísimos; y, personalmente, lamento que no se hayan podido expresar narrativamente mejor.
Temáticamente, la novela puede, pero no sólo, ser una historia de la decadencia de la aristocracia en Italia. Tema delicado, sobre todo cuando Lampedusa ya ha dado el monumento en este género, como es El Gatopardo. En efecto, una familia napolitana regresa del teatro y se halla en un palacio desprovisto de todo, porque el cabeza de familia todo se lo ha jugado al chemin-de-fer. A partir de aquí Comencini nos narra por una parte la historia de esta familia, en la que nadie, salvo Francesca, trabaja; pero también la historia del gran amor entre Francesca y Francesco, un hombre que se enamora de ella, pero que desaparece entre embarazo y embarazo, pero cuyas continuas reapariciones son constantes en los momentos cumbre de sus hijas, principalmente en los matrimonios, casi siempre no realizados, de éstas.
Destaquemos una cosa: los protagonistas de esta novela, salvo Francesco y los inevitables hombres que acompañan y se cruzan en los caminos de la familia, son femeninos en su totalidad. Hay algo de tesis en este planteamiento, de querer establecer el modelo de una sociedad puramente femenina y autosuficiente, en la cual, en efecto, y en el transcurso de la novela, los hombres son más un estorbo y una complicación que otra cosa.
Y otros hallazgos narrativos, como esta pasión por el juego que toda la familia tien, llegando a pasar las noches en vela jugando dos mujeres... contra la ciudad que se vislumbra en la ventana. O la reiteración de los desencuentros matrimoniales de las hijas de Francesca; o la súbita pasión que esta siente por la definición que de las da la enciclopedia, y que usa como si fuera las cartas de un tarot ilustrado.
Pero, por desgracia, los inconvenientes pesan. Sagas familiares de este calibre no son nuevas en la literatura. El mismo Salman Rushdie, en su mejor época (antes de la fatwa), ha escrito obras magníficas en este estilo. Pero Comencini se equivoca por reiteración. Puede ser que las apariciones de Francesco marquen momentos especiales en la vida de la familia, pero la reiteración de situaciones, principalmente los matrimonios frustrados y los embarazos, a la tercera vez que se relatan, dejan de tener novedad y sobre todo, proporcionar tensión narrativa.
Y los más de cincuenta personajes femeninos que aparecen tienen demasiado en común entre ellos como para ser distinguibles. No es que se deba pedir a un escritor que realice la gesta de José Donoso en Casa de Campo, donde el autor, llegado un punto, prescinde de identificar a los personajes, porque el lector ya los reconoce por lo que dicen y cómo lo expresan, pero sí un poco más de cuerpo y personalidad literaria; es sólo una suposición, pero ahí puede haber pesado la profesión de Comencini: al ser cineasta, en las películas las actrices hubieran hecho suyos los personajes. Aquí, sin embargo, es cosa que depende de la novelista, y no tiene éxito. Los personajes se parecen demasiado.
Es una lástima, porque en sus planteamientos iniciales, la novela, que tiene en algunos momentos un gran sentido del humor, hubiese podido ser un retrato decadente de una aristocracia femenina en un mundo que les es completamente ajeno, pero que pervive entre nosotros. Y de la supeditación a un mundo masculino que es sobrante en sus usos antiguos. Tómenla a su propio riesgo.

Ed. Feltrinelli, col. Universale Economica
Milán, 19965 [1994]

Portada y sinopsis de la edición italiana

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