El Jinete Pálido, de Clint Eastwood
SESIÓN MATINAL
(Pale Rider); 1985
Director: Clint Eastwood; Guión: Michael Butler, Dennis Shryack; Intérpretes: Clint Eastwood (Predicador), Michael Moriarty (Hull Barret), Carrie Snodgress (Sarah Wheeler), Christopher Penn (Josh LaHood), Richard Dysart (Coy LaHood), Richard Kiel (Club), John Russell (Stockburn); Dir. de fotografía: Bruce Surtees; Música: Lennie Niehaus; Diseño de producción: Edward Carfagno; Montaje: Joel Cox.
Los habitantes de un mínimo valle minero son acosados por un oligarca que aspira a convertirse en el dueño de todos los territorios auríferos, que explota con cañones de agua a presión. Un día llega a este pueblo un misterioso predicador, que se erige en defensor de los mineros y los cohesiona, llegando a la confrontación final con el oligarca, sus hombres y el fraudulento marshall y sus delegados que el déspota ha contratado.
Un argumento así de simple para un western que lleva mucho más que esto. Es curioso, pero en su día, erróneamente, fu definido como western "crepuscular". Erróneamente porque las películas del oeste crepusculares definen la decadencia de la vida de forntera, mientras que aquí el único indicio que hay de eso es la existencia de maquinaria de agua a presión para explotar sin miramientos la riqueza mineral (en un ramalazo ecologista ciertamente raro en 1985). Tal vez lo que se quisiera decir es que, en una época en la que el western estaba muerto y enterrado, esta y unas pocas películas más surgieron para dar una nueva visión del género (la otra de la época fue Forajidos de Leyenda, de Walter Hill).
Pero, ¿es realmente un western?
Este sería un caso demostrativo por el que el entorno determina el género, antes que la temática. Porque ante lo que nos hallamos realmente es ante un fantastique, una historia de lo sobrenatural.
Veamos, la aparición del predicador viene precedida de un rezo a Dios pidiendo ayuda, de la petición de un pequeño milagro, aunque sea sólo uno.
El Predicador aparece simultáneamente a una cita de la Biblia, en concreto del Apocalipsis, en la cual se describe al "jinete pálido", la Muerte (y Eastwood monta un caballo de tonos ciertamente fantasmales), al que sigue "el infierno".
Las cicatrices que muestra el Predicador en su espalda en lo primero que hacen pensar es que el hombre que las lleva difícilmente puede estar vivo. Una opinión que después es corroborada por el marshal Stockburn.
El mismo marshall aparece como una figura diabólica y fría, pero lo que remata el tema son sus ayudantes: todos vestidos con gabardinas, pero de un color tan pálido que asemejan sudarios; y ciertamente con aspecto de muertos vivientes; mirada extraviada, movimientos mecánicos y mudos hasta el extremo de no proferir un sonido ni al ser abatidos a disparos.
En esta nueva luz, El Jinete Pálido adquiere una dimensión que lo aleja de la anécdota de la frontera (en la que el argumento, si no tuviera esas connotaciones, se refugiaría) para adquirir un carácter de enfrentamiento mítico entre el bien y el mal, un alcance místico.
En esa hibridación de géneros puestos sobre el escenario del western radica el mérito de esta película sutil, bien narrada, con escenas que trascienden al género tradicional del oeste y que lo magnifican en una lucha moral.
Tráiler:
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