El Vértigo de las Listas, de Umberto Eco
(Vertigine della Lista)
Lumen/Random House Mondadori
Barcelona, 2009 [2009]
[Por la especial temática del libro, los enlaces de las pinturas que se proponen como ejemplo en esta reseña remiten, cuando ha sido posible, a reproducciones de las mismas. Sólo hay que clicar en el enlace para tenerlas a la vista.]
Como sucedía con la Historia de la Fealdad y la Historia de la Belleza, esta es en realidad una obra colectiva dirigida por Umberto Eco, aunque en este caso, y tal vez por cercanía o afinidad, la mano de Eco es, si cabe, mucho más visible que en las citadas.
Sobre el título y contenido del libro es precisa una explicación, puesto que exteriormente el tema puede parecer poco claro; dice Eco: «Homero pudo construir (imaginar) una forma cerrada [el escudo de Aquiles] porque tenía una idea clara de cómo era una civilización agrícola y guerrera de su época. El mundo del que hablaba no le era extraño, conocía sus leyes, sus causas y efectos, y por eso supo representarlo. Existe, no obstante, otro modo de representación artística, esto es, cuando no se conocen los límites de lo que se quiere representar, cuando no se sabe cuántas son las cosas de las que se habla y se presupone un número, si no infinito, astronómicamente grande; o incluso cuando no se logra dar una definición de la esencia de una cosa y, por tanto, para hablar de ella, para hacerla comprensible, en cierto modo perceptible, se enumeran sus propiedades y, como veremos, desde los griegos hasta nuestros días, se considera que las propiedades accidentales de una cosa son infinitas. [...] El infinito de la estética es un sentimiento que se deduce de la finita y completa perfección de la cosa que se admira, mientras que la otra forma de representación de la que hablamos sugiere casi físicamente el infinito, porque de hecho este no termina, no acaba en forma. A esta modalidad la llamaremos lista, elenco o catálogo.»
Desde aquí, y partiendo de la lista más antigua que se recuerda, el catálogo de las naves homérico, este libro compone una antología (una lista en sí, forzosamente incompleta) de textos relacionales (y son numerosísimos) y de imágenes que son o sugieren listas, y que en muchas ocasiones son aquellos cuadros que parecen no acabar allá donde empieza su marco (por ejemplo, La Batalla de Issos, de Albrecht Altdorfer).
Esto ya es atractivo para el lector (y para mí, al menos; al fin y al cabo, los blogs y este en concreto no son más que una lista; de hecho, este blog está compuesto de, al menos, ocho listas), pero las listas, iconográficas o literarias, pueden tener más matices y propiedades que las del elenco. De hecho, la definición de la lista ya es distintiva en sí, pero también es un inicio de catalogación lógico y de afinidad.
Tenemos en consecuencia la lista visual: El Martirio de los Diez Mil Cristianos, de Durero, o el Bolero de Ravel, como variante musical de la misma. Lo indecible, aquello inmensamente grande o desconocido, que el autor no es capaz de decir y propone una lista como ejemplo: Eneas y la Sibila en el Hades, de Brueghel el Viejo, o un fragmento del Paraíso de Dante: «Si de Daniel estudias el dictado, verás que en sus millares se proclama un número que no es determinado.» Las sencillas Listas de Cosas, como los componentes de la pócima de las tres brujas de Macbeth, de Shakespeare. Las de Lugares. Las diferencias entre listas referenciales, es decir, prácticas, y las poéticas, como pueden serlo las letanías de los santos o de la Virgen María, que no tienen función catalogadora, sino más bien sugerente. Los casos en los que la lista y la forma se intercambian, como en las obras de Arcimboldo. La enumeración como retórica, hechas por el puro placer de la iteración y la rítmica (la Balada de las Damas de Antaño, de François Villon). Las listas de mirabilia, de maravillas o monstruosidades, que pueden componerse de elementos muy dispares a los que sólo relacionan el sentimiento provocado en el espectador o lector contemporáneo. Las colecciones (El Archiduque Leopoldo Guillermo en su Galería de Pinturas, de David teniers el Joven). La "Wunderkammer". Las listas definidas por propiedades o por esencia, como por ejemplo "La Belleza de la Esposa" del Cantar de los cantares. El catalejo aristotélico, o Tesauro. Las listas excesivas, como las de Rabelais o el Fairy Feller's Master Stroke, de Richard Dadd. El exceso coherente, como el escritorio de Slothorp en Arcoiris de Gravedad de Thomas Pynchon, o La Paleta de Bonnard, de André Rogi llamado Rosa Klein. La enumeración caótica, como el Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos de Borges o El Barco Ebrio de Rimbaud. Las de los medios de masas. Las listas de vértigo, como La Biblioteca de Babel. Finalizando con las listas no normales, las que se contienen a sí mismas, y eso nos lleva al principio de indecibilidad y al Gödel Escher Bach de Douglas Hoftstadter.
Por descontado, los ejemplos literarios y pictóricos son mucho más numerosos de los que, con carácter meramente ilustrativo, he incluido aquí, y el resultado es un paseo fascinante, tanto visual como literario, pero también una lección magistral de semiótica, taxonomía y filosofía que al lector le parecerá que no está recibiendo, porque el paseo es tan divertido como para disociar el binomio filosofía/aburrimiento al que estamos acostumbrados. Eso sí, es un paseo que hay que realizar lentamente, con una lectura pausada, porque de lo contrario esta lista de listas, visuales y escritas, provoca en efecto vértigo.
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2 comentarios:
Interesantísimo este libro de Eco, y tu reseña (con esa magníficas imágenes) no hace otra cosa que dejarme con ganas de adquirirlo.
Un cineasta que trabaja constantemente el asunto de las listas es Peter Greenaway. El mejor ejemplo es "The Pillow book" o "The Tulse Lupper Suitcases".
Saludos
Hola, Asterión:
Más interesante de lo que crees, por lo vertiginoso (y ampliable) que es. Pero carísimo. Por suerte, tenemos un buen servicio de bibliotecas en Barcelona. Y las imágenes no son sino unas pocas de las que figuran en el libro, sin dejar de lado los ejemplos literarios, de los cuales Rabelais es un exponente palmario.
Y, tienes razón en lo de Greenaway, y añadiría el "Drowning by Numbers", que en Barcelona se exhibía entregando a los espectadores una lista de números que tenían que ir tachando cuando los vieran en pantalla (pero no daban linterna).
Un saludo!
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