La Máscara de Dimitrios, de Eric Ambler
Cuando un autor recibe elogios de su contemporáneo Graham Greene, que fue candidato al Nobel de literatura, y pasados muchos años John Le Carré, el mejor de entre los mejores de la literatura de espionaje, declara que "Ambler es la fuente de la que todos bebemos", quiere decir que el lector no va a encontrarse con un autor más, con un mero artesano.
Ambler explica en sus memorias que los thrillers de su primera época como escritor, los años veinte y treinta, le aburrían. Le parecían mecánicos, repetitivos, acartonados, con personajes estereotipados, sin personalidad y de un tiempo pasado. Lo que hizo en su obra fue introducir los ambientes sórdidos, la cotidianeidad, el mundo contemporáneo en lugar de refugiarse en la época victoriana o eduardiana, la falibilidad en las acciones y, sobre todo, dotó a sus personajes, tanto los protagonistas como los villanos (y en ocasiones, ambos coincidían), de personalidad y matices (de humanidad, si se quiere), haciéndolos dudar, temer, errar, amar u odiar; no hallarán en la obra de Ambler un personaje lineal o simple, y estas convoluciones de los caracteres convirtieron sus novelas en tan realistas como para resultar cercanas al lector.
Existe un consenso general en que La Máscara de Dimitrios es la mejor de sus novelas, y ciertamente es una fama justificada; incluso se pueden trazar sus influencias en obras como El Tercer Hombre. Desde luego, metió de un puntapié al thriller en la modernidad.
Latimer, escritor de novelas policíacas (de esas con mayordomo y té a las cinco, y hay una buena dosis de ironía sobre el género de la época en ello), es llamado en Istanbul por el coronel Haki, del servicio secreto turco, justamente porque es un aficionado lector de sus novelas. Por casualidad, estando en el despacho del coronel, se recibe la noticia del hallazgo del cadáver de Dimitrios Makropoulos, un criminal, en palabras de Haki, de «historia incompleta, sin valor artístico, sin investigaciones, sin sospechosos ni móviles ocultos, pura sordidez». Y Latimer se siente tentado de investigar la historia de ese criminal, tal vez el primero auténtico que encuentra en su vida, aunque sea en forma de cadáver.
Jugando con la complicidad y la inteligencia del lector (y es notable el respeto de Ambler por sus lectores), sabemos muy bien que la investigación que Latimer empieza, tratando de seguir y completar la historia, tiene el truco de que el cadáver rescatado en el Bósforo no es en realidad el de Dimitrios, y que éste aparecerá tarde o temprano, pero eso es precisamente una de las virtudes de la novela: Dimitrios se constituye en presencia ominosa, constante en su ausencia pero amenazante en su posible aparición. Latimer investiga los crímenes brutales de Dimitrios en Esmirna, sus intrigas y espionaje en los Balcanes, su actividad de gran criminal en Italia y Francia. Poco a poco, se va delimitando lo que era un mero espectro, una sombra, hasta ir formando la imagen de un hombre despiadado, manipulador e inteligente, un criminal sin escrúpulos, cuya aparición, precisamente por haber estado ausente durante tantas páginas, no es sino un clímax de emociones y de peligro, un encuentro entre el ingenuo e inofensivo Latimer y el implacable y letal Dimitrios.
Hay que decirlo bien alto: escrita en 1939, esta no es una novela que no tuviera más mérito que el de marcar un hito en su época. Leída hoy sigue conservando toda su potencia, su estructura pulcra, su ritmo perfecto, su ambientación realista y sus personajes creíbles. Es la obra maestra de Ambler, pero sigue siendo una de las mejores novelas del género, una referencia de pasado, de presente y, setenta y cinco años después de escrita, se puede afirmar que también de futuro.
(The Mask of Dimitrios)
Edhasa, col. Pocket
Barcelona, 2004 [1939]
Existe reedición en RBA
Portada y sinopsis
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