A Christmas Game, de A. N. L. Munby

Es costumbre de este blog seguir la tradición inglesa (popularizada por Dickens, pero muy anterior a él) de explicar cuentos de fantasmas por Navidad.
Este año, les presento Un Juego de Navidad, de Alan Noel Latimer Munby, autor que se prodigó poco en el género, pero cuyas historias siempre causaron grata impresión entre los aficionados. Y autor que, por cierto, había nacido el día de Navidad.
Precisamente en esa fecha señalada, cuando la familia se reúne, un viejo conocido de la infancia del paterfamilias ha sido encontrado por éste por la calle e invitado a pasar las fechas de pascua. Todo transcurre agradablemente, salvo tal vez el hecho de que el invitado rehúya con sequedad el tema de Nueva Zelanda. En cualquier caso, y dejando aparte ese detalle, se comporta de forma agradable, e incluso entrando en el espíritu navideño.
Llegados los postres, la familia se dispone a realizar un viejo ritual navideño: justamente explicar una historia de terror (ya ven que no me invento las tradiciones), con las luces apagadas y una pantalla puesta frente al fuego del hogar; una tradición a la que siempre han añadido un juego (y que, por cierto, es corriente que se juegue en Norteamérica, pero por Halloween, o así lo cuentan Ray Bradbury y Stephen King): el describir un cuerpo, en este caso desmembrado, e ir pasando de mano en mano, a oscuras, objetos que recuerdan las diversas partes del cuerpo. Así, la "cabellera" es pasada en forma de tela lanuda, la lengua en forma de trozo de cuero relleno... y llega la hora de los ojos. Para este ritual, el hijo mayor, estudiante de medicina, se ha preparado bien, y tiene dispuestas dos uvas peladas, que intenta pasar a su comensal de la derecha, el invitado, y apesar de que este las rechaza en un principio, logra ponérselas en la mano.
El invitado reacciona de forma extemporánea: lanza un grito y, derribando la pantalla, lanza los dos "ojos" al fuego. Y entonces se derrumba en la silla, presa de un infarto.
Sólo que el hijo ha percibido un brillo peculiar en el fuego, y le ha parecido ver cómo se consumían dos globos oculares auténticos con su pupila y su iris.
El invitado es trasladado en estado grave a su habitación, y el hijo, agitado por las peripecias de la noche, pasea por la casa. Entonces ve una sombra que, a tientas, se acerca al hogar, tenuemente iluminado por las brasas, y busca desesperado entre las cenizas, dejando ir un grito de desolación y amargura, tras lo cual se incorpora y sale de la sala.
Unos minutos más tarde, el médico aparece para comunicar que el invitado ha muerto en el delirio, pidiendo que impidieran "que se acercase".
No es sino muchos años después cuando el narrador traba conocimiento con la historia de un funcionario público destinado a Nueva Zelanda, que habría sometido a tortura a un maorí, supuesto delincuente, para lograr que confesara, llegando a arrancarle los ojos. El hombre se probó inocente, pero el mal estaba hecho, las autoridades taparon el escándalo como pudieron y, como único castigo, se destinó de regreso a Inglaterra a ese funcionario. Y finaliza: «Pero aunque su castigo fuera leve a manos de los hombres, parece que finalmente fue llamado a rendir cuentas ante un tribunal diferente y más alto».
Feliz Navidad a todos.

En Christmas Ghosts
Robinson Publishing
Londres, 1987 [1949]

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