Un Encuentro, de Arkady Averchenko

Averchenko es uno de esos autores que figura en la larga tradición humorística y satírica de la literatura del centro y el este de Europa. Como corresponde a un buen humorista, no fue bien visto por el poder. Cualesquiera que fuera éste. Así, sufrió persecuciones durante la época zarista y, llegada la revolución bolchevique, tuvo que exiliarse  para salvar la piel. Una de las máximas de los totalitarismos es "aquí no estamos para bromas".
Por descontado, esta costumbre malsana (según las autoridades) de disparar contra todo lo que se mueve no ha contribuido ni a su popularidad ni a su presencia en el panorama literario.
Es lástima, porque en la antología de la que proviene este Un Encuentro no existe un solo relato que no provoque, como mínimo, la sonrisa.
Como anuncia el título, este relato se basa en un encuentro fortuito en la calle. (Pueden ustedes leer el relato completo en el enlace al pie de esta reseña.) Un escritor y periodista es detenido por un individuo que se lanza de inmediato a elogiar con entusiasmo el último artículo del sorprendido autor. Como suele suceder, no acaba de ubicar de dónde y porqué conoce a este hombre que tanto aprecia sus escritos. Y lo que es más, que conoce a la perfección la vida cultural, puesto que empieza a citar y alabar las producciones de varios otros autores.
Hay un detalle discordante que percibe el lector, no obstante; todos aquellos que cita este admirador no reconocido han sido procesados y condenados a prisión por sus escritos.
«[...] ¡Eso es poesía! ¡No lo que escriben hoy la mayoría de nuestros poetas! El fuego sagrado se ha extinguido. La juventud se entrega al cubismo, al futurismo... ¡Es una triste época la nuestra!
»─Yo creo que Ichmetiev no será condenado.
»─Se engaña usted, amigo mío. Sin un añito de cárcel no se escapa.
»─Sus amigos hemos tratado, en vano, de conseguir su libertad provisional.
»─Me he opuesto yo a que se le conceda...
»─¿Usted? ─interrumpió Toporkov, creyendo no haber oído bien.
»─¡Yo, claro! No se puede dejar en libertad a un hombre que ha escrito unos versos tan atrevidos. Yo no hubiera consentido nunca...
[...]
»─¿Pero usted quién es? ─exclamó Toporkov, cuyos nervios estaban tensos como las cuerdas de un violín.
»En los labios del viejo se dibujó una sonrisa picaresca.
»─¿No me ha reconocido usted, hombre de Dios? ¡Soy el fiscal del Tribunal Supremo! Hace tres años le denuncié a usted por su artículo "El régimen agonizante". Le defendió a usted un gran abogado, Iván Petrovich Rudakov, y lo hizo con tanta elocuencia que, lo confieso, temí que fuera usted absuelto. Pero si Rudakov es un abogado de talento, yo no soy un fiscal de tres al cuarto, ¡je, je, je!, y logré que le condenasen a usted a un año de prisión.»
El clímax del relato está servido, pero también la ironía suprema: que el censurado se encuentre con el censor y que éste, además, sepa apreciar lo que se censura. En un solo golpe humorístico Averchenko nos muestra desnudos los mecanismos del poder y de la censura, la aniquilación sistemática que hace de lo valioso por mor de la conservación del sistema; la impotencia del autor que, como puede comprenderse, ya no dispone ni de la razón para defenderse, puesto que la razón se la da hasta el fiscal, pero que se enfrenta a un mecanismo que funciona con sus propios supuestos, en los que no se incluyen ni la belleza, ni el buen sentido, ni la inteligencia, sino que se mantiene mediante una arbitrariedad dirigida.
Y, por descontado, se nos presenta un escritor que sabe que, después de este encuentro con el fiscal y de recibir esas alabanzas por su parte, será procesado...
Averchenko construye el relato desde la extrañeza lógica inicial haciéndolo crecer y entrar en el enigma hasta provocar la explosión final que deja al protagonista y, por ende, al lector, desconcertado, desolado, abandonado en un mundo absurdo que, sin embargo, por su propia crueldad, no puede ser sino real.

En Cuentos
Espasa -Calpe, col. Austral
Madrid, 1977 [191?]

Texto en castellano de Un Encuentro

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