Nadie Puede Vencerme, de Robert Wise

SESIÓN MATINAL 

(The Set-Up); 1949

Director: Robert Wise; Guión: Art Cohn, basado en el poema de Joseph Moncure March; Intérpretes: Robert Ryan (Stoker), Audrey Totter (Julie), George Tobias (Tiny), Alan Baxter (Little Boy), Wallace Ford (Gus); Dir. de fotografía: Milton Krasner; Dirección musical: Constantin Bakaleinikoff.

El cine de Hollywood creó un subgénero peculiar, como fueron las películas de boxeo, de las cuales ha dado grandes obras. Bueno, pues he aquí una pequeña joya, no demasiado conocida y sin duda perjudicada por el estúpido título que se le puso en español en su día (El original, The Set-Up, quiere decir más o menos la trampa, la componenda, el tongo).
Uno tiene la tentación de decir que sigue la tradición de Solo ante el Peligro en su tratamiento unísono de la acción (los 72 minutos de filme se corresponden casi exactamente con la hora en que transcurre la historia, marcada repetidas veces por los relojes, y subrayada por la imagen de un reloj callejero en las escenas inicial y final), pero la sorpresa es que esta película es de 1949 y Solo ante el Peligro es de 1952, de modo que, crédito a quien se debe dar, no constituye una emulación sino un avance.
La historia es muy simple, casi minimalista: el mánager de Stoker, un maduro boxeador que ya se arrastra, para desesperación de su novia de toda la vida, por los circuitos de combates secundarios, ha arreglado un combate para que Stoker pierda a partir del segundo asalto, pero no le ha dicho nada al boxeador, en primer lugar para quedarse con todo el soborno y en segundo, seguro de que Stoker, que ya está en el ocaso de su carrera, perderá. Sin embargo, Stoker tiene un orgullo de competidor, es un auténtico boxeador de la vieja escuela, y reciba el castigo que reciba, está dispuesto a darlo todo en el ring. Incluso cuando a medio combate el mánager le diga que debe tirarse a la lona, Stoker no está dispuesto a ello. Pero claro, el problema es que Little Boy, el promotor de su oponente, no está acostumbrado a pagar y que después no cumplan lo pactado.
Lo que la convierte en una joya es una gran interpretación de Robert Ryan, un actor demasiado encasillado y que era mejor de lo que la gente piensa; un sentido crítico agudo con un "deporte" que en estos circuitos es mucho menos que eso, sobre todo en los planos que dedica del público jaleando a los luchadores, y que hace que los que están en el ring sean seres humanos mientras los espectadores se convierten en bestias; y una producción que, aunque está lastrada por el rodaje íntegramente en estudio, adquiere un ambiente de decadencia y suciedad que transmite todo un sentimiento moral, lo que emparenta a la película con el género noir, al que muchas veces se la ha incorporado.
Un ejercicio de brevedad tremendamente intenso, muy bien filmado y dirigido, espléndidamente fotografiado y que hace de esta película un clásico menor que reivindicar.

Tráiler:

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