Els Mercenaris, de Donald E. Westlake

Eds. 62
col. Seleccions de la Cua de Palla
Barcelona, 1994

Donald Westlake, con el transcurso de los años, ha llegado a ser considerado como el introductor del humor en el género negro. Tal vez su obra más conocida (no policíaca), por obra y gracia de Melanie Griffith y Antonio Banderas, sea Two Much (aquí traducida genialmente como Dosmassié).
Pero Westlake es también un gran frecuentador del género criminal al viejo estilo, de hecho recuperando el ambiente que Chandler, Hammett y Ross MacDonald llevaron a su madurez.
Estos autores ya establecieron la premisa de que la línea entre el bien y el mal no es tan clara como la imaginábamos, y que nadie podía ser clasificado sin más como un ángel o un demonio.
Necesariamente, esto tenía que desembocar en la asunción protagonista de uno de estos teóricos demonios, y eso es lo que hizo Westlake.
Un camello drogado se ha despertado junto a una muchacha asesinada. No recuerda nada, pero sólo tiene una certeza: él no ha matado a la mujer, y ha sido llevado hasta allí para que él pague el pato. Y así, acude a Clay, asesino profesional de la mafia. Por una vez, ese camello de poca monta contará con protectores, y Clay recibirá la orden, no sólo de proteger a Billy-Billy, sino de esclarecer la autoría del crimen.
Y así tenemos a un demonio que va a actuar en confrontación a los ángeles, a los que les es más cómodo y simple cargar el muerto a Billy-Billy, a fin de cuentas un indeseable social. Aderezado además con el hecho de que Clay, que nunca ha tenido dudas sobre su trabajo en un mundo en el que el bien es un concepto relativo, está enamorado. Y por vez primera, tiene que plantearse unos dilemas morales si quiere conservar a la mujer que ama. Esto y unas sorpresas imprevistas llevarán a un final devastador.
Como es costumbre en Westlake, buena trama, geniales personajes, un ritmo narrativo inmejorable y una prosa justa e irreprochable, que lo convirtieron en uno de los grandes del género.

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