El Tren de la Vida, de Radu Mihaileanu

SESIÓN MATINAL  

(Train de Vie); 1998

Director: Radu Mihaileanu; Guión: Radu Mihaileanu; Intérpretes: Lionel Abelanski (Shlomo), Rufus (Mordechai), Clément Harari (El Rabino), Michel Muller (Yossi), Agathe de La Fontaine (Esther), Johan Leysen (Schmecht), Bruno Abraham-Kremer (Yankele); Dir. de fotografía: Giorgos Arvanitis y Laurent Dailland; Diseño de producción: Christian Nicolescu; Música: Goran Bregovic.

Hace unos días, en una conversación salió la pregunta de si era posible tratar el tema del Holocausto de forma humorística. La respuesta es sí. Más allá del ejercicio de histrionismo casi solipsista que ejerció Roberto Benigni con La Vida Es Bella, y que constituye en ese sentido un fracaso de intención y un fiasco moral, la película que demuestra que es posible es esta El Tren de la Vida.
El argumento es: enterado un pueblo judío que los alemanes están deportando en masa a los judíos de los alrededores (y nadie que haya sido deportado ha vuelto a dar señales de vida, ni siquiera por carta), deciden organizar un tren, deportarse a sí mismos en masa y así atravesar el frente de guerra hasta llegar a las líneas rusas.
No voy a decir que se trate de una película perfecta. Puede pasar hasta por una superproducción para los estándares del cine rumano, pero algunos elementos de producción son manifiestamente mejorables. Pero argumentalmente tiene una fuerza inusitada, y una resolución maestra. El secreto está en no caer en donde fallaba Benigni. El Holocausto fue un asunto colectivo. En los campos murieron santos y delincuentes, sabios e idiotas, escritores y analfabetos. Ninguno de ellos merecía la muerte que tuvo, fuera lo que fuera en su vida anterior. Personalizar la tragedia es minimizarla, hacerla privada, y no es de eso de lo que se trata, a menos que se banalice la Solución Final como un mero telón de fondo para explicar otra historia. Mihaileanu lo comprende muy bien, y es por eso por lo que la película tiene que ser coral, colectiva, y tiene que entrar en las mentes de todos los implicados, observando los cambios que la deportación, y la comedia que han montado, fuerzan en sus mentes. No es de extrañar, por tanto, que nadie quiera ser guardián alemán del tren al principio, pero que una vez asignado el papel se produzcan equívocos de identidad, una esquizofrenia forzada por una comedia en la que les va la vida.
Sobre todo, porque en toda comedia que trate el tema no puede serlo de manera pura. La tragedia siempre está sobrevolando en este filme, y cuando la tragicomedia acaba las risas se vuelven muecas en una escena final no por esperada menos lógica y dramática.
De manera que sí, se puede hacer comedia con el Holocausto. Pero hay que medir muy bien cómo se hace y con qué material. Mihaileanu lo consigue brillantemente.

Tráiler:


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