San Francisco, de W. S. Van Dyke

SESIÓN MATINAL 

(San Francisco); 1936

Director: W. S. Van Dyke; Guión: Anita Loos, basado en la historia de Robert Hopkins; Intérpretes: Clark Gable (Blackie Norton), Spencer Tracy (Padre Mullin), Jeanette MacDonald (Mary Blake), Jack Holt (Jack Burley), Jessie Ralph (Sra. Burley), Ted Healy (Mat), Shirley Ross (Trixie), Al Shean (Profesor), Harold Huber ("Babe"); Dir. de fotografía: Oliver T. Marsh; Director musical: Herbert Stothart; Montaje: John Hoffman; Canción del título: Bronislau Kaper; Música: Edward Ward.

Considerada una obra maestra, hay que decir que casi casi ha envejecido en algunos instantes puntuales de la película, pero sin embargo, y como en una especie de milagro, cuando el espectador está a punto de fruncir el ceño, el filme recupera su paso firme y vuelve a conectar con el público.
San Francisco está modelada sobre la base del melodrama: la historia de un propietario de un salón de diversión en Barbary Coast, la zona más depravada de San Francisco, la que se consideraba la ciudad más depravada de Estados Unidos. Allí llega una joven (Jeanette MacDonald) que acaba de perder su alojamiento en busca de empleo, y el propietario (Clark Gable), tras escucharla cantar, la contrata. Sin embargo, la chica para lo que está preparada y lo que más desea es cantar ópera. El enamoramiento es previsible, como lo son los desencuentros entre ambos (y, previsibles como son, eso no quita para que no sean emocionantes). El espectador simpatiza con ambos personajes, porque, a pesar de que Gable represente al simpático sinvergüenza que acostumbraba (un papel que bordaba a la perfección) de puertas para afuera, en su interior es un ser humano, generoso y honesto, aunque se empeñe en reinar en el mundo de la deshonestidad. Su amigo de la infancia (Spencer Tracy), convertido en sacerdote, le conoce muy bien, y espera que algún día pueda cambiar y abandonar esa vida disoluta; y la mayor esperanza de que eso suceda la cifra en Mary Blake, la cantante de la que Gable se ha enamorado.
Como ven, nada nuevo en esta película. Salvo que el guión, de la excelente Anita Loos, es incontestable, la dirección cuidad, el trabajo de las estrellas y los secundarios notabilísimo y el montaje ágil. Pero, por si fuera poco, está el terremoto. San Francisco sufrió un devastador terremoto en 1906, y esta película sigue siendo referente incluso hoy en día por los efectos especiales creados para representarlo. Y hay que tener en cuenta que se hicieron en 1936. Pero aún así, sorprenden por su verismo y su altísima calidad. Por no decir que añaden un dramatismo a la historia que beneficia por completo a la película. De manera que, ante la pregunta de si sigue siendo una obra maestra, la respuesta es que sí. Y si no me creen, sólo tienen que verla y juzgar.

Tráiler:

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