Soft Monkey, de Harlan Ellison

En Demons & Dreams. The Best Fantasy and Horror 1
Legend/Century Hutchinson
Londres, 1989 [1987]
Ed. de Ellen Datlow y Terri Windling

Cabría preguntarse qué hace este relato en una antología de terror y fantasía, salvo que se considere terrorífica la violencia cotidiana, algo que bien podría ser; probablemente lo que sucede es que es casi irresistible incluir un Harlan Ellison si se tiene ocasión para ello, por trama, estilo y potenciua narrativa. Pero, con mucha más propiedad, los escritores de crimen y misterio de América lo hicieron candidato (y vencedor) al premio Edgar en 1987.
El título, Soft Monkey [El Mono Suave], hace referencia al conocido experimento etológico en el que a un orangután hembra que había perdido a su hijo se le dio a elegir entre una reproducción idéntica pero de material frío y otra mucho menos verosímil pero de trapo; escogió esta última; es el calor y la suavidad lo que la conforta.
Annie es una sin techo, una persona que duerme sobre cartones en los recovecos de las entradas de los comercios, que la protegen algo del viento gélido de Nueva York, mientras intenta dar y recibir calor de una muñeca que sostiene como si fuera su hijo. Una persona invisible, al menos para el noventa y nueve por ciento de la población.
Es así incluso cuando unos matones asesinan a un hombre frente a la copistería en cuya puerta se ha refugiado. O casi. Obviada al principio, una vez consumado el crimen se dan cuenta de que la vagabunda lo ha visto todo.
Annie escapa por milagro, pero los matones seguirán la persecución; asesinarán a unas cuantas sin techo negras, tomándolas por ella, pero cuando vean su error proseguirán la búsqueda, hasta que al fin Annie pueda librarse de sus perseguidores.
Tomado así, argumento escueto, el relato no pasa de ser una anécdota trágica. Pero Harlan nunca escribe anécdotas, y sus textos siempre llevan mucho más carga que la aparente.
Primero, la inmersión en un mundo que está ahí pero es, insisto, invisible psicológica y casi físicamente. Un mundo en el que deambulan unos seres que, pese a ser nuestros semejantes, elegimos no ver como individuos y confundirlos con el paisaje. Y esto nos lleva a lo segundo, esta característica nos introduce en un mundo aparte, tan alienígena como lo puede ser Júpiter para un terrestre. En efecto, ¿quién va, no a creer, sino simplemente a escuchar a una sin techo, tenga o no una perturbación mental? ¿y cómo se le podría pasar por la cabeza a una homeless ir a buscar protección y denunciar un crimen a la policía? Sólo pueden pensar esto hombres tan acometidos por la duda como unos gágsteres, unos matones tontos, mucho músculo, poco cerebro. Ya van muchos temas hasta el momento: el extrañamiento, la desigualdad social, etc., pero además el relato deja perfectamente claro que Annie está sola. Y este es un tema que impregna de forma magistral este cuento, impagable por su brevedad como la mejor de las novelas: una soledad fundamental, desesperada y exasperante. En el centro de la multitudinaria Nueva York, nada menos. Que esto inquiete las conciencias no es extraño. Ellison, en sus (pocos) peores cuentos, cae a veces en el panfletismo. Cuando, en cambio, deja hablar al texto y a lo que transporta por sí solo, sin discursear, hace pequeñas obras maestras de sensibilidad y estilo literario. Como esta.

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