A Confederacy of Dunces, de John Kennedy Toole

Grove Press
Nueva York, 198045 [196?]
Prólogo de Walker Percy

De La Conjura de los Necios, casi un emblema para toda una generación, se puede decir que es única. En primer lugar por las circunstancias de su publicación: la madre que lleva la obra de su hijo fallecido, en una mala copia al carbón, a editores hasta que uno de ellos la lee y queda encantado; un morbo al que se añade el hecho de que, en la novela, se hable de una peculiar relación entre un hijo y su madre. Uno puede insistir una y otra vez en que una cosa son los personajes de ficción y otra las personas reales; en el pensamiento común será recurrente la identificación (y Freud y Jung se reirán a carcajadas de todos nosotros en el café vienés de la rueda de las transmigraciones, tanto por las pretensiones de unos como por la malicia de otros, claro). En segundo, por lo misterioso de su autor; es falso que de los muertos no se pueda decir nada que no sea bueno. De los muertos se puede decir, y se dice, de todo. Y, nuevo proceso de identificación, el protagonista es un genio incomprendido, etc.
En seguida, se han establecido comparaciones desmesuradas. Sigue siendo un latiguillo común comparar cualquier novela sonriente o absurda con La Conjura de los Necios. Es como decir que un pato se parece a un ornitorrinco. Tienen elementos comunes, pero así como La Conjura de los Necios es una extraña novela heterogénea que, sorprendentemente, funciona, otras novelas no son más que vulgares patos, en muchos casos mareados o simplemente cojos.
El hecho es que La Conjura de los Necios ocupa un nicho habitado sólo por ella, y la explicación de porqué esto es así es difícil. No es que no beba de tradiciones y sea completamente nueva y original. La influencia del Quijote es clara y directa, en el sentido de que trata de un loco inmerso en un mundo cuerdo que, en realidad, está tanto o más loco que él. Si Reilly, el protagonista, carece de Sancho Panza que le acompañe es porque Toole decidió que ambos no se encontrasen más que por unos breves momentos, porque este personaje existe: el negro Burma Jones, probablemente el carácter más fascinante de esta novela, al menos en su relectura. Si las influencias de Cervantes son evidentes, las rabelesianas son palmarias; todo en Ignatius Reilly es excesivo: su físico, sus costumbres, su apetito, su visión macrocósmica de su propio microcosmos, su habitación, su salud, su carácter, su prosa y su verbo. Incluso, y arriesgándonos algo, podríamos hallar algo de Bulgákov (o de Flann O'Brien), por lo menos en la comisaría de policía.
El caso es que, insisto, funciona. Y ese es su gran mérito, porque en esta novela no se puede empatizar con nadie. El zafio, rastrero, mentiroso y aprovechado Ignatius Reilly se merece con justicia tres cuartas partes de los reproches que su zafia, rastrera, mentirosa y aprovechada madre le dedica. Los únicos personajes redimibles (salvo Burma, insisto, todo un carácter) son marginales en la narración.
Y, en efecto, Reilly sufre una auténtica conjura contra él, y de la peor especie, como son las conjuras bienintencionadas, que pretendes alienarlo del undo para que así la locura normal, la necedad, siga su transcurso normal y necio.
Pero las aventuras que se relatan son tan extemporáneas (como las de Don Quijote), que la novela es divertida, por lo menos en su primera lectura. Releída, lo es menos.
Releída, lo que uno percibe es lo opresivo que debió resultar Nueva Orleans, no para Reilly, sino para el propio Toole (en contraste, por ejemplo, con la Nueva Orleans de las novelas de James Sallis, descarnada, brutalmente realista en sus miserias, pero contemplada con afecto) y que hace que la redención de Reilly, aportada por su estrafalaria novia, Myrna Minkoff, sea la del traslado a Nueva York, la tierra de los genios locos y patria de las locuras. Releída, se percibe lo angustioso de la visión utilitaria de la cultura, la incomprensión hacia esta por sí misma; la contemplación de una sociedad y personajes vulgares y provincianos, que asumen sus defectos como tradiciones de las que sentirse orgullosos en un mundo lineal y cuadriculado. Hay un hubris de la sociedad "normal" neorleanesa incesante en esta novela, y es uno con el que Toole no se sentía a gusto, hasta el punto de hacer de ella ─el novelista siempre se venga─ una venganza permanente.
Léanla, si no lo han hecho. Pasarán un rato muy divertido. Y reléanla si ya han pasado por ella. Encontrarán cosas que no sospechaban en su primera lectura. Por eso es única.

Portada y sinopsis de la edición castellana
Portada y sinopsis de la edición estadounidense
Ignatius' Ghost, blog que hace un recorrido fotográfico por las localizaciones de la novela

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4 comentarios:

mario skan dijo...

Extraña suerte la de Toole y su gran libro. Algunos la desfenestran porque arguyen sobredimensión para mi es un gran libro con enormes personajes sobre todo el negro que se la pasa diciendo jo, jo, y es el único cuerdo de la historia, hablando con la corista Myrna que quiere hacer su número con el pájaro, un acto que haga valer su pobre vida de camarera.
Como decís vos, una primera lectura de despiertan lágrimas y las posteriores enseñan puntos serios, quizá ese es uno de los puntos de contacto que tiene con el Quijote, una novela que de hace llorar de risa y de pena por la condición humana ( deliro )

saludos

Lluís Salvador dijo...

Hola, Mario:
Disculpa por el retraso en la respuesta.
Lo que dices de la sobredimensión es cierto. Sin embargo, uno mira a los grandes, grandes autores y toda su obra no es sino una exageración ("¡El mundo en un escenario!" como decía Shakespeare), de modo que la sobredimensión, la exageración, el extremo es consustancial a la literatura, y yo diría que a la buena literatura.
Ese negro es Burma Jones, el personaje que, reitero, es el más fascinante de todos en una segunda (y hasta primera lectura), y por cierto, en original, el Jo, jo es "Whoa!".
Gracias por la opinión, y hasta pronto.
Un saludo!

mario skan dijo...

Hola Lluis, no quise ser peyorativo con respecto a Burna Jones por más que sea un personaje de ficción.
Muy bueno al aporte del whoa sobre la traducción. En El ladrón en el centeno, Holden también dice Jo, no sé que dirá el original.
saludos

Lluís Salvador dijo...

Hola, Mario:
¡Por favor! ¡Para nada! Ni yo lo entendí así. Sencillamente precisé que ese personaje que a ti te fascinaba y a mí me fascinaba era el mismo, el bueno de Burma Jones. Y es negro, claro que sí, que es como los negros concienciados de los USA se denominan a sí mismos (y como demuestran James Sallis y Chester Himes en sus escritos. Jamás emplean el término "afroamericano", salvo para cachondearse de él). Burma es el auténtico Sancho Panza de este Quijote neorleanés.
E intentaré saber qué es lo que dice realmente Holden. Son curiosidades que llaman la atención.
Un saludo!