La Crucifixión Considerada como una Carrera Ciclista en Escalada, de Alfred Jarry

(La Passion Considéré comme Course de Côte)
Le Canard Sauvage, 11-17 de abril de 1903

La traducción íntegra de este relato de Jarry es la siguiente:

Barrabás estaba inscrito, pero no se presentó.
El estárter Pilatos, sacando su cronómetro de agua o clepsidra, que le mojó las manos, a menos que simplemente hubiera escupido en ellas, dio la salida.
Jesús salió a toda velocidad.
En aquellos tiempos, según el buen cronista deportivo San Mateo, era costumbre de flagelar antes de la carrera a los ciclistas, como hacen nuestros cocheros con sus hipomotores. El látigo es a la vez un estimulante y un masaje higiénico. Así pues, Jesús, en plena forma, inició la escapada, pero rápidamente tuvo un pinchazo en un neumático. Las espinas sembradas por toda la carretera le acribillaron toda la rueda delantera.
Hoy día se puede ver la reproducción de esta auténtica corona de espinas en los escaparates de los fabricantes de bicicletas, como reclamo de sus neumáticos impinchables. Los de Jesús, unos single-tube de pista ordinarios, no eran de esa clase.
Los dos ladrones, que se entendían como si estuviesen en una fiesta, tomaron la delantera.
Es falso que hubieran clavos. Los tres representados en las imágenes son el desmontaneumáticos llamado "un minuto".
Pero es conveniente que nos refiramos primero a las caídas. Y que describamos en unas pocas palabras la máquina.
El cuadro es de invención relativamente reciente. Es en 1890 cuando vieron la luz las primeras bicicletas con cuadro. Anteriormente, el cuerpo de la máquina se componía de dos tubos soldados perpendicularmente uno al otro. Es lo que se denominaba como bicicleta de cuerpo derecho o de cruz. Así, Jesús, después de su incidente con los neumáticos, subió la montaña a pie, llevando al hombro su cuadro o, si lo prefieren, su cruz.
Hay grabados de época que reproducen fielmente esta escena, basados en fotografías. Pero parece que las carreras ciclistas, como consecuencia del accidente bien conocido que coronó de manera tan desagradable la carrera de la Pasión, y que ha puesto de actualidad el accidente similar del conde Zborowski en la escalada de la Turbie, fueron prohibidas cierto tiempo por decreto de la prefectura. Esto explica que en las revistas ilustradas, que reproducen la célebre escena, figuren bicicletas del todo fantásticas. Confundieron la cruz del cuerpo de la máquina con la otra cruz, la del manillar. Representaron a Jesús con las dos manos extendidas sobre su manillar, y hagamos notar a este propósito que Jesús corría tendido de espaldas, para disminuir la resistencia del aire.
Hagamos constar también que el cuadro o cruz de la máquina, como ciertas llantas actuales, era de madera.
Algunos han insinuado, erróneamente, que la máquina de Jesús era una "draisiana" (modelo inventado por el barón Drais de Sanerbron en 1818), instrumento bien inverosímil en una carrera de montaña, en escalada. Según los antiguos hagiógrafos ciclófilos Santa Brígida, Gregorio de Tours e Ireneo, la cruz estaba dotada de un dispositivo que ellos denominan "suppedaneum". No es necesario ser un gran filólogo para traducir: "pedal".
Justo Lipsio, Justino, Bosius y Erycius Puteanus describieron otro accesorio que todavía se encuentra, según informa Cornelius Curtius en 1634, en las cruces de Japón: un saliente de la cruz, de madera o de cuero, sobre el cual el ciclista se monta a caballo: se trata, evidentemente, del sillín.
Estas descripciones, por otro lado, no son menos fieles que la definición que dan hoy día los chinos de la bicicleta: "Pequeña mula que se conduce por las orejas y que uno hace avanzar dando golpes con los pies".
Abreviaremos el relato de la carrera en sí, relatada con todo lujo de detalles en las obras especializadas, y expuesta por la escultura y la pintura en los monumentos "ad hoc".
En la dura subida al Gólgota hay catorce curvas. Fue en la tercera en la que Jesús sufrió la primera caída. Su madre, en las tribunas, se alarmó.
El famoso entrenador Simón el Cireneo, que hubiera tenido la función, de no haber sido por el incidente de las espinas, de "tirar" delante de Jesús y cortarle el viento, cargó entonces con la máquina.
Jesús, aunque no transportaba nada, sudaba. No es cierto que una espectadora le secara el rostro, pero sí es exacto que la reportera Verónica, con su kodak, le tomó una instantánea.
La segunda caída tuvo lugar en el séptimo viraje, debido al pavimento demasiado grasiento. Jesús derrapó por tercera vez, sobre un raíl, en la décimoprimera curva.
Las mujeres de mala vida de Israel agitaron sus pañuelos en la octava.

El deplorable accidente de todos conocido tuvo lugar en la curva número doce. En ese momento, Jesús estaba esforzándose a muerte junto a los dos ladrones. Se sabe también que continuó la carrera como aviador... pero esa es una historia que se escapa de nuestro tema.
© de la traducción, Lluís Salvador, 2008

El texto original en francés lo pueden encontrar aquí

Alfred Jarry, autor genial, padre de Ubú, precursor de los surrealistas, humorista sarcástico y sangrante, inventor de la patafísica que tanto amó Julio Cortázar.
Y este texto suyo que ha sido imitado tantas veces, que puede tener todos los adjetivos que a uno se le ocurran, menos el de aburrido: irreverente, satírico, revelador, onírico, sacrílego, divertido, surrealista, idiota, ingenioso... Tal vez ejercicio de estilo, y eso nos llevaría a una genealogía que es real: Jarry es padre más o menos directo del teatro del absurdo, del surrealismo, de la OuLiPo, de Italo Calvino, Georges Pérec, Raymond Queneau, de la New Thing, de J. G. Ballard, de Michael Moorcock y de tantos otros en una genealogía que algunos definirían como infernal y de la que otros nos congratulamos.

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7 comentarios:

RebecaTz dijo...

Excelente reseña, vaya si me has hecho reír. Recuerdo que en mis tiempos universitarios disfruté muchísimo con "Ubú rey". Es curioso pero hace poco lo estuve buscando para releerlo.
Gracias, no me puedo perder este otro libro.
Saludos. :)

Lluís Salvador dijo...

No hace falta. Es culpa mía por no haberlo dejado claro, pero he incluido el texto íntegro del relato de Alfred Jarry en el post. He introducido una nota aclaratoria a posteriori de tu comentario (Y es que a veces me expreso muy mal, de lo que hay numerosas pruebas en este blog).
Pero, ¿a que sí? Jarry es de lo más divertido y loco, pero con método en su locura, como Hamlet. El Ubú tengo previsto comentarlo en breve, a ser posible con algunas variantes introducidas en el teatro mundial.
Gracias por el comentario, como siempre, y un saludo.

Barak dijo...

!!!qué bueno¡¡¡
Ni lo había oído nombrar, no lo conocía de nada de nada.
Lástima no hablar una palabra de francés, a ver si encuentro una traducción para reirme un rato más.

Lluís Salvador dijo...

¿Veis como me expreso muy mal?
En fin, te remito a mi comentario anterior. Es probable que hayas visto el post antes de que introdujera la modificación. De todas maneras, si quieres leer una traducción al inglés (y machacarme después por mi traducción al castellano), en el post del 18/09, dedicado a Ballard, tienes un link.
Me alegro de que haya gustado.
Hasta pronto.

RebecaTz dijo...

¡Ah!, ya entiendo, yo pensé que era una reseña y no el relato en sí, upsss.
Gracias, está divertidísimo.
Saludos.

Rayuela dijo...

¡Sencillamente genial! No había leído nada de Jarry (ahora es ya obligatorio) pero sí lo conocía; hace unos meses hablé del OuLiPo en mi blog. Adoro a Calvino y me maravilló La vida, instrucciones de uso de Perec. Y justo hace un rato pensaba en el absurdo...

Mil gracias por la traducción y por compartir, Lluís.

¡Saludos!

Lluís Salvador dijo...

Hola, Rayuela. Cómo no te va a maravillar La Vida... Compartimos la afición por Calvino (incluso en lo más social); sólo espero que te guste Raymond Queneau, ¿no?
De Jarry tendrás dificultades para encontrar cosas, pero por lo menos el Ubú se encuentra traducido.
Y respecto a las traducciones, cuando las puedo hacer por razones de derechos de autor, las hago y las pongo. Es la mejor forma de comentar algo. Lo que pasa es que es tan difícil hacer un comentario, transmitir entusiasmo o placer por una obra, con brevedad y sin apoyo del texto...
Hasta la vista.
Saludos