La Pantalla Chica, de Fernando Díaz-Plaja
Plaza & Janés, col. Testigos de España
Barcelona, 1974 [1974]
Ha caído en mis manos, un poco por casualidad, este libro, que analiza la televisión en España en una época en la que "disfrutábamos" de la presencia en pantalla de una sola cadena (la estatal), repartida en el canal 1 y en lo que algunos llamaron "el canalillo", la mayoría el UHF y hoy se ha convertido en la 2.
Hoy día "disfrutamos" de la así llamada diversidad de canales, pero puesto que, en conjunto, uno tiene la impresión que, aparte series notables (americanas en su mayoría) y otros programas (sospechosamente similares en número a los que teníamos en aquellas épocas de penurias catódicas), la calidad media de la televisión si no ha descendido, sí se ha mantenido en el bajo nivel en que estaba hace treinta años. De modo que emprendí la lectura de esta colección de artículos de prensa con la intención de ver si me quejo sólo por vicio, de si la nostalgia (¿de qué?) me imponía unas antiparras más bien reaccionarias del estilo de "todo tiempo pasado fue mejor", o si en el caso de la televisión he llegado a desarrollar un prejuicio que indica que todo lo que pasa por la pantalla plasmática, tefetera o tubícola es pura porquería. La experiencia ha sido cuando menos curiosa.
Fernando Díaz-Plaja fue, en tiempos, escritor de éxito, uno de los pocos autores que cultivó la ucronía en nuestro país, en una novela que pintaba la victoria de los republicanos en la Guerra Civil, por supuesto (los españoles somos un poco monotemáticos); sin demasiada brillantez, todo hay que decirlo. Pero también fue autor de una serie que pareció interminable, iniciada con El Español y los Siete Pecados Capitales. Este libro obtuvo unas ventas inmensas (para la época) y, dejando aparte que muchos españolitos se limitaran a leer el capítulo dedicado a la lujuria, era una visión aguda y con las adecuadas dosis de humor de la idiosincrasia del español medio, bajo y alto. De manera que uno puede fiarse de las dotes de observación de don Fernando. [También fui alumno de su hermano, el académico de número de la Real Academia Española Don Guillermo Díaz-Plaja, pero esa es otra historia].
Como suele suceder con los libros que observan "en caliente" un hecho, en este caso la televisión española de los años setenta, el texto no se aguanta hoy en día, e incluso al contemporáneo le cuesta recordar la mayoría de los programas que se citan, no digamos presentadores o corresponsales (y eso dice algo de lo efímero del medio). Y sin embargo, la observación inteligente del medio está ahí, y con ella una serie de conceptos muy apreciables, verbigracia:
"Dicen los críticos genéricos de la tv española que es de muy baja calidad. Naturalmente. Como es de baja calidad intelectual el público que la presencia. Pero esto ocurre en todas partes porque la masa, mientras no se demuestre lo contrario ─y es difícil─, será siempre «municipal y espesa»". "El peligro es que de tanto ofrecer bazofia al público, éste se ha acostumbrado a considerarlo manjar exquisito".
"Tener dos cadenas para escoger un programa es importante, tener cuatro no consigue doblar ese placer y tener doce no equivale a multiplicarlo por seis".
"La televisión no tiene razón de ser si no se ve lo que están explicando. La imagen tiene que existir siempre, y naturalmente al referirnos a imagen no hablo del torso de un señor que nos cuenta cómo va el mundo, mientras detrás, ¡oh gran concesión!, aparece un mapa".
"Algo que tampoco comprendo en la información televisiva es la cantidad de locutores que emplea. En la CBS hay un solo locutor llamado Walter Cronkite que lee absolutamente todas las noticias que a su mesa llegan, dejando paso solamente a la información desde fuera del estudio".
"«Ser uno mismo» es una frase muy empleada por actores y cantantes [...] ¿Por qué? Porque lo importantes es «ser fiel a sí mismo»".
"El famoso tiene que tener abiertas puertas y ventanas de su vida para calmar la curiosidad de los aficionados a su arte [...], a pesar de que, a veces, lancen a las ondas o a las columnas de los periódicos sus protestas... protestas que siempre son a media voz. Porque, en su manera de vivir, el peligro de que se ocupen demasiado de su vida privada es tan grave como que les olviden totalmente".
"[En] los programas concurso [...] el chico o grande que aparece ante las cámaras tiene que saber contestar, aparte de sus conocimientos. Como en meteorología, hay unos mínimos por debajo de los cuales no se puede dejar actuar a nadie".
"Tengo la impresión de que ha llegado el momento de que se prohíba la trata de niños. En la televisión especialmente".
"Lo que vale es que un grupo de españoles está compitiendo con otro de extranjeros; puestas así las cosas, evidentemente no se trata de comentar fríamente un partido sino de estar al lado de nuestros representantes como estaríamos con nuestros tercios de Flandes o con los conquistadores de América. Con la patria, ya se sabe, como con la madre, se está con razón o sin ella".
Con todo el tiempo pasado y visto lo visto, he de llegar a la conclusión de que la televisión de antes no era mejor que la de ahora. Tenía los mismos vicios. Sólo que ahora, la competencia los ha exacerbado hasta lo grotesco.
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