Segundo Diario Mínimo, de Umberto Eco

Ed. Lumen
col. Palabra en el Tiempo
Barcelona, 1994

Umberto Eco es un semiótico e intelectual de respeto en su campo y en la cultura occidental. En cuanto a su labor como novelista va desde la medianamente interesante en El Nombre de la Rosa a la deficiente, pero en algún momento brillante, en La Isla del Día de Antes, pasando por la aburrida El Péndulo de Foucault (el resto no lo he leído, y después de los tres intentos anteriores, prefiero abstenerme). De modo que puede resultar una sorpresa encontrar a un articulista espléndido, divertido y mordaz en este Diario Mínimo.
El diario se estructura en cinco partes: los Fragmentos de la Cacopedia son unos ejercicios intelectuales, juegos en suma, destinados a una minoría. Son de aquel tipo que se reserva para las horas libres en las clases y facultades, y no tienen más interés que la anécdota. El Milagro de San Baudolino es también un divertimento que explica las diferencias de los Alessandrinos y sus vecinos, y puede leerse con una sonrisa en los labios. Juegos de Palabras son lo que nos anuncia el título, y ahí ya Eco demuestra un ingenio notable. Las Historias Verdaderas pueden parecer elitistas, pero nos presenta joyas como "El Descubrimiento de América", una retransmisión televisiva de la llegada de Colón al Nuevo Mundo; "Lamentamos Rechazar", delirantes notas de rechazo editoriales a libros como la Biblia, el Quijote o el Proceso, entre otros; o "Tres Reseñas Anómalas", críticas literarias a libros archiconocidos, entre ellos el superventas Billete de Cincuenta Mil Liras (Casa de la Moneda del banco de Italia, 1967). Pero es en la sección "Instrucciones de Uso" donde se desata la ironía, el ingenio y la inteligencia; juzguen: Cómo... "Hacer el Indio"; "Organizar una Biblioteca Pública", sobre lo que fueron y siguen siendo las bibliotecas y su guerra perpetua contra el lector; "Pasar unas Vacaciones Inteligentes", una sátira de esa tendencia a llevarse tochazos ilegibles a la playa o al campo; "Sustituir un Carnet de Conducir Robado", sobre la burocracia; "Seguir las Instrucciones", sobre el diseño; "Comprar Gadgets", sobre las tonterías de la sociedad de consumo, como los antirronquidos o las calculadoras especializadas; "Comer en el Avión", una imposibilidad física; "Hablar de los Animales", sobre el animal más tonto, el homo sapiens; "Presentar en Televisión" (¡y ahora, publicidad! [atronadores aplausos]); "Emplear el Tiempo" (no queda); "Usar al Taxista", pesadilla urbana; "No Saber la Hora", sobre esos relojes que lo hacen todo salvo, tal vez, decir la hora; "Reconocer una Película Porno", algo más sutil de lo que parece; "No Hablar de Fútbol", obligatorio para los que odian a los forofos; "No Usar el Teléfono Móvil".
Entre otros. Entre muchos otros, igualmente divertidos.
Un ejemplo:
"En cambio, el taxista parisino, no conoce ninguna calle. Si le pedís que os lleve a la Place Saint-Sulpice, os desembarca en el Odéon, diciendo que desde allí ya no sabe cómo llegar. Antes se habrá quejado durante mucho tiempo de vuestra pretensión con unos "Ah, ça monsieur, alors...". A la invitación que podríais dirigirle de que consultara su guía, o bien no responde, o bien os hace entender que si queríais un asesoramiento bibliográfico teníais que dirigiros a un archivero paleógrafo de la Sorbona. Una categoría aparte son los orientales: con extrema cordialidad os dicen que no os preocupéis, que encuentran en seguida el lugar, recorren tres veces el perímetro de los bulevares y luego os preguntan si os importa mucho que, en vez de la Gare du Nord, os hayan llevado a la Gare de l'Est, que, al fin y al cabo, siempre de trenes se trata.
"Por doquier, para reconocer a un taxista, hay un medio infalible. Es esa persona que nunca tiene cambio".

btemplates

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Andaba buscando información sobre el Segundo diario mínimo, y llegué a tu blog.

Tengo varios libros de Eco, entre ellos sus cinco novelas, de las cuales, en términos resumidos, puedo decir:

Rosa: excelente.
Péndulo: excepcional.
Isla: buena.
Baudolino: ahí me comió el aburrieminto, llegué como a la mitad.
Loana: llegué ahora con cautela, pero logró conmoverme. Otra vez, buena.

Eco es responsable de que volviera a creer que en Europa, después de El tambor de hojalata, era posible que siguieran existiendo buenos novelistas.

Me gustaría conocer tus argumentos, más a fondo, qué pensás de sus novelas.

Saludos desde Costa Rica.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
Verás, Umberto Eco es un autor que me gusta cuando escribe al máximo de sus capacidades. Respeto profundamente sus ensayos, que han marcado época, y ya has podido ver que me gusta su Segundo Diario. Incluso en las más intelectuales y poco accesibles de sus bustinas (la Cacopedia, por ejemplo) reconozco el talento y el buen hacer.
Es por eso que las novelas de Eco me decepcionan. Con El Nombre de la Rosa, estoy casi convencido de que Eco quiso gastar una enorme broma al mercado editorial e intelectual, escribiendo una obra inteligente y culta sobre los clichés de las obras populares. Y estoy convencido de que la broma fue más allá de su propio éxito, en el sentido de que los intelectuales tuvieron que plegarse ante ella y de que las clases populares arrasaron las librerías en su busca.
¿Qué pretendía con El Péndulo de Foucault? No lo sé. Sólo sé que me aburrió en extremo. Tal vez, como la leí en italiano, se me escaparon algunos matices (o el grueso de la obra; la lectura, a veces es algo que se inventa el propio lector y su circunstancia). Si mucho me insistes, estoy dispuesto a darle una segunda oportunidad...
El caso de La Isla del Día de Antes es totalmente desesperante. Hay destellos del mejor Eco, y yo mismo he leído en voz alta a mis amigos y por diversos motivos, aquel fragmento en el que, en conversación tabernaria y chispeante, aclara no sólo la embrollada (incluso para historiadores) Guerra del Monferrato, sino la segunda parte de la Guerra de los Treinta Años. Otros destellos hay, pero se pierden en el tedio y la lucubración.
Por eso, porque he visto lo que ha hecho con la Rosa (a pesar de sus trampas, que como lector admito), con los Diarios Mínimos y con esos destellos de auténtico genio de La Isla, que opino que hay que exigirle a Eco mucho más de lo que nos está dando. Y si no lo da, advertirle de ello. Porque puede escribir grandes cosas... si le da la gana.
Me alegra que menciones uno de mis autores y novelas favoritos, Günther Grass. Y no sé si Eco es la salvación de la novela europea. Tendría que pensar con detenimiento, pero lo cierto es que el mundo anglosajón vive de la Commonwealth y el español de Hispanoamérica, pero alguien más habrá en Europa... aunque en estos momentos no me venga ningún nombre a la cabeza.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola, Lluís:

Gracias por tus observaciones. Comprendo tus reservas hacia la novelística de Eco.

Particularmente, soy adepto a esos "gestos excesivos", jeje, quizás porque me entretienen más que la usua banalidad a la que estamos acostumbrados.

Leí Rosa porque evidentemente, mientras yo crecía, ya era un éxito. Luego, cuando supe que un amigo tenía Péndulo, se lo pedí y lo devoré (cosa que he hecho a lo mejor con dos o tres libros, es decir, leerlos de un tirón, La Odisea entre ellos). Luego, compré Isla y me gustó, pero no tanto. A partir de ahí, era cuestión de pedirlos por adelantado en la librería. Eso hice con Baudolino (infumable, pienso, aburridísimo, ahí sí, todo el ingenio y la erudición son solo pose, vacias).
Finalmente, con reticencia, compré Loana, me cos´to agarrarle el gusto, pero terminó por fascinarme.

Esta predilección por su obra, puede deberse a que en todas ellas leo exactamente la misma idea: la realidad es un signo, idea que comparto. No existe la realidad fuera del lenguaje, todo no es más que una construcción. Es una conclusión de fuertes aclances existenciales, filosóficos, etc.

De alguna forma, su obra como semíótico lo fue preparando para intentar "traducir" (sin que le saliera una soberana obviedad) en narrativa, sus ideas.

Europa: a lo mejor Kundera, lo leí con dedicación, y luego me pareció que era un típico excelente narrador, capaz de encantar, pero que no resiste segundas lecturas. Sin embargo, hace poco volví a él y leí La inmortalidad, y me pareció excelente.

Saludos.

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
Una visión muy interesante, la que tienes de la novelística de Eco. Muy razonada y razonable. Pero sigo creyendo que puede hacerlo mejor... De todas maneras, le daré una segunda oportunidad a El Péndulo...
Kundera siempre me ha provocado un distanciamiento, un ser tan consciente de que estaba leyendo un libro, que jamás me ha convencido. Sobre todo porque lo leí en la misma época en la que leí a Bohumil Hrabal, y la comparación no resistió el molde (ya sé que es un poco injusto este proceder, pero esa primera impresión que te comento ha perdurado).
Un saludo!

Anónimo dijo...

También entiendo lo que decís de Kundera, a lo mejor era eso un poco lo que me hacía percibirlo como algo pasajero.

Después de escribir ese comentario, pensaba en otros, como Calvino: El vizconde..., El barón... y El cabllero... me parecieron una excelente trilogía, sobre todo El barón...

También recordé a Tabucchi, con Sostiene Pereira, una joya, pero luego recordé que Tristano muore me aburrió y no la terminé. Tengo pendiente El año de la muerte de Ricardo Reis...

Lluís Salvador dijo...

Hola, Asterión:
Claro, pero Calvino (grande entre los grandes), por desgracia ya no está entre nosotros. Y Tabucchi es demasiado desigual, me pasó lo que a ti.
En fin, ya pensaré en alguien... seguro que alguno hay.
Un saludo!