El Comisario De Luca: Carta Blanca, de Carlo Lucarelli
Eds. Témpora, col. Tropismos-Negro
Salamanca, 2006
El solo hecho de encontrarse con una novela policíaca que transcurre en la turbulenta época de la República Social Italiana, conocida universalmente, y gracias a Pasolini, como "República de Saló", ya es interesante.
Este estado fascista "puro", nacido en la parte norte de Italia, sostenido por las tropas alemanas y fundado por el liberado Mussolini (en más de un sentido: liberado de sus captores, pero también de las ataduras de la monarquía y de los restos de un mínimo estado de derecho que pudieran quedar en Italia) tiene fama de haber sido uno de los estados policiales más sanguinarios de la historia reciente de Europa.
Así, nos hallamos en primera instancia ante el primer contraste: un policía, intentando resolver un asesinato de uno de los protegisdos del régimen, recibbiendo además carta blanca para operar, porque se quiere que "el pueblo italiano sepa que en la Italia fascista la ley, aun en tiempos difíciles, es siempre la ley". Pero las cosas no son lo que parecen...
No es la primera vez, por descontado, que se construye una novela en una época en la que la policía es más sinónimo de política que de ley. Por ejemplo, la encomiable La Noche de los Generales, de Hans Helmut Kirst, en la que un oficial de la Kriminalpolizei investiga a generales nazis; o la notable SS-GB, de Len Deighton, un comisario de Scotland Yard investigando... en la Inglaterra ocupada por la Alemania nazi, un recurso que demuestra la fascinación que ha ejercido esta situación en los escritores.
Hay muchas cosas notables en la novela de Lucarelli: el ambiente de provisionalidad y lo artificial de la República Social. El contraste entre los jerarcas fascistas y el pueblo llano o los refugiados de la guerra, que recuerda, referencia obligada, a pasajes de Curzio Malaparte. Las luchas por el poder, por un poder que se desvanece a ojos vista conforme los aliados van avanzando.
Pero, sobre todo, es el comisario De Luca quien nos atrae, intentando descubrir la verdad (un día después de haber sido trasladado desde la policía política, nada menos) y bregando con sus propios pecados, aunque sólo sean los de pensamiento y omisión, y justificarse ante el futuro, ante sus compatriotas y ante sí mismo. Un personaje que representa, con todas sus consecuencias, al personaje más universal que existe: el hombre medio.
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