La Primera Guerra Total, de David A. Bell
Durante décadas, el período napoleónico estuvo relegado a la práctica nada por los historiadores. Superada la historiografía tradicional, de fechas y hechos, la social no veía en esta época más que la tibia implantación del código napoleónico, es decir, civil, a nivel europeo. La historiografía marxista, la basada en motivaciones económicas, todavía era más radical. Apenas una nota en Europa que nada significaba. Todo ello era desconcertante, y reflejaba tal vez el propio desconcierto de los historiadores.
De manera que ya me viene bien que alguien reconsidere el período. La tesis de Bell, controvertida, es que Napoleón sumergió a Europa en un conjunto de guerras que, tomadas en su conjunto, conformaban una sola guerra total, destinada a la destrucción completa del enemigo.
No soy partidario de considerar la guerra de los Treinta Años como la primera guerra total (sí lo soy en considerarla como la auténtica primera guerra mundial), que es una de las objeciones que se le hacen a Bell. Sin embargo, tampoco creo que la definición de guerra total que da el autor sea completa. Cierto, las guerras napoleónicas (entendiéndolas desde el período consular, y no sólo desde el imperial) concitaron resistencias populares, reflejadas en las guerrillas y ejércitos "nacionales" en Europa (Calabria, España, Austria, Prusia, Alemania, Francia incluso); cierto, el período coincide con la leva en masa, lo que quiere decir una voluntad de poner los recursos humanos de una nación al servicio de su ejército, en vez de reservarlos para la economía productiva y limitar las fuerzas armadas a un instrumento puntual de acción, como en épocas anteriores; cierto, se producen con frecuencia atrocidades contra la población civil, pero semejantes atrocidades ya eran conocidas desde la época de la batalla, saqueo y posterior degollina de Magdeburgo en el siglo XVII, por ejemplo. Es cierto que se produce la alienación del enemigo y que, por ejemplo, guerrilleros españoles y soldados franceses se consideraban (y actuaban) mutuamente como bestias. Pero no veo una dedicación completa de todos los recursos del estado a la guerra, como parece ser característico de la guerra total moderna. Por poner un ejemplo, no se requisa la producción de mantequilla para destinarla a lubricar ejes de carro en lugar de a uso alimentario.
Pero en cualquier caso, lo que importa es reconsiderar el período y recolocarlo, de forma razonada y coherente, en la Historia, y no despacharlo como la pesadilla transitoria de un megalómano.
El texto de Bell, en este aspecto, es muy válido. Puede desconcertar que se inicie con las teorías sobre la paz, y las tesis de paz universal que se difundían con anterioridad a la Revolución Francesa (y fueron abrazadas en un principio por ésta), pero es pertinente, porque de esas nociones deriva la idea de la guerra como purificación e higiene del país (propio) y como aniquilación de ideologías (ajenas).
Estos conceptos se imbrican profundamente, como apunta con acierto Bell, durante la Revolución Francesa. Los revolucionarios, pacifistas en un principio, y cautos ante las guerras de propagación ideológica ("Nadie quiere a los misioneros armados", afirmaba Robespierre), llamaron a una movilización completa del país en todos los órdenes cuando vieron amenazada la República desde el exterior, se embarcó después en guerras de proselitismo en ese mismo exterior y abrió un frente interior feroz con la represión en la Vendée. Napoleón mismo era hijo de estas actitudes: un corso que jamás hubiera llegado a ascender en el ejército durante el Antiguo Régimen, que labró su fama en las campañas prorrevolucionarias en el exterior; y que, en cierto sentido, realizó su campaña en el frente interior con el golpe de Brumario. Es probable que Napoleón quisiera ser un estadista, pero su prestigio venía de sus victorias, y por tanto su poder emanaba de ellas. Por eso, y como la Revolución años atrás, tenía que seguir combatiendo (y venciendo). En un caso para mantener la Revolución en marcha, en otro para mantener su reinado en pie. Bell no lo dice, pero el período de paz de Luis XVIII, amén de los años de desastre desde 1812, no provocaron la antipatía hacia Napoleón a su regreso de Elba. Napoleón consiguió un compromiso total por parte de la mayoría de Francia, y en este aspecto, Bell tiene razón. Napoleón podía exigir a la nación el compromiso para una guerra total. Hasta la derrota final, si era necesario.
(The First Total War. Napoleon's Europe and the Birth of Warfare as We Know It)
Alianza Ed.
Madrid, 2012 [2007]
Trad. y prólogo de Álvaro Santana Acuña
Portada y sinopsis
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