Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand

(Cyrano de Bergerac)
Enciclopèdia Catalana, col. Club de Butxaca
Barcelona, 1990 [1897]
Versión de Xavier Bru de Sala

Basada, con algo de verdad y un mucho de sublimación, en el personaje histórico de Savinien Cyrano de Bergerac, Rostand compuso una obra de teatro en verso que elevó al personaje a la categoría de mito, se convirtió en un éxito instantáneo y ganó para su autor la Legión de Honor, como quien dice, apenas estrenada (se tardó sólo seis días en concedérsela).
El primer acto está dispuesto para presentarnos a Cyrano: de nariz legendaria, fanfarrón, orgulloso, dominador, gran poeta, buen dramaturgo, excelente músico, enorme espadachín, pobre y aguerrido. La grandilocuencia de esta presentación, con el enfrentamiento de Cyrano con la platea del teatro, el duelo a espada en verso y la victoria sobre cien esbirros para proteger a un poeta, tiene su contrapunto en la debilidad de este, al fin, hombre: Cyrano está enamorado de su prima, Roxane, a la que nos e atreve a declararse por la aprensión que le produce considerarse feo. Y las pocas esperanzas que pueda albergar se desvanecen cuando Roxane le pide que proteja a un "bello mosquetero que pasa", Christian, hombre apuesto (y valiente, todo hay que decirlo) que está en su misma compañía de guardias y al que su prima ama.
Si la presentación de Cyrano es como para levantar al auditorio, lo que sigue es un hallazgo argumental genial. Al tiempo paso atrás y al frente por parte de Cyrano, éste se presta a ser la lengua y el espíritu poético de Christian, enamorado de Roxane, pero incapaz de deslumbrarla con siquiera una frase bien construida, que pueda dar idea a la amada que belleza e ingenio van unidos.
Lo que sigue ya es parte de una obra teatral que jamás deja de ser a la vez tragedia y épica. La escena del balcón, la frustración de las últimas esperanzas de Cyrano con la muerte de Christian, ¿y quién puede luchar contra el recuerdo de un muerto? Y el triunfo final de Cyrano, pero demasiado tarde.
Cyrano de Bergerac es una obra brillante, viva y perdurable, además de un bombón para cualquier actor que se precie (Jacques Weber, que en la versión fílmica de Rappeneau interpreta a De Guiche, hizo un Cyrano de marca en el teatro). Su lema principal es el del "panache", ese penacho del sombrero. El sombrero puede estar raído, pero el penacho se mantiene, enhiesto y firme; a la vez honor, orgullo e integridad, es el último reducto, nos dice Rostand, del hombre honrado, valiente no por sus hechos de armas, sino por cómo se aprieta él mismo el alma, no permitiéndose salir a la calle sin una ofensa mal lavada, sin ser un espíritu libre, no habiéndose vendido a nadie, no habiendo entrado en componendas; el espíritu de aquel que no tiene que someterse a más juicio que el que se realiza a sí mismo, sabiendo que será el juez más duro pero, a la vez, el más imparcial. Un canto a la independencia del individuo, lo que no es mal mensaje para estos y otros tiempos.

[Otra cosa es cómo poder leer Cyrano de Bergerac. Se trata de una obra teatral en verso, y la traducción al castellano, publicada en Espasa, en su afán por conservar la métrica y la rima, ha quedado irreconocible respecto al original. Tal vez la mejor opción, para los que puedan, sea la versión catalana de Bru de Sala; y digo "versión", como lo dice él mismo, porque eso es. Hay un trabajo esforzado de adaptación de las formas métricas francesas a las catalanas, y eso hace que el sonido sea más natural. Pero aún así, la pérdida con respecto al original es notable, aunque no tan horrísona como la versión castellana. Si pueden, lean la versión francesa. Sólo así podrán captar todos los matices de la obra de Rostand.]

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