Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt

(Eichmann in Jerusalem)
Random House Mondadori/Lumen, col. DeBolsillo/Historia
Barcelona, 20062 [1963, revisado 1964]

Subtitulado a veces "Un Estudio sobre la Banalidad del Mal", este texto es el libro de referencia sobre el juicio de Adolf Eichmann celebrado en Jerusalén, además del primer planteamiento de esta tesis formulada por Arendt sobre la banalidad de los verdugos y colaboradores, directos e indirectos, que participaron en el Holocausto.
No es que Hannah Arendt la formulara como una ley central de su análisis. De hecho, da la impresión de ser tan sólo una explicación racional surgida del comportamiento y las palabras del propio Eichmann; sucede que, analizando las conductas de los nazis que fueron procesados (Stroop es un caso muy similar, pero también muchos de los enjuiciados de Nuremberg), este modelo es extraordinariamente apto para comprender que si el Holocausto fue posible, no lo pusieron en práctica hombres ideológicos ni demonios enloquecidos, antes bien, los mejores ejecutores (y los preferidos por el régimen) fueron hombres grises y banales, burócratas eficientes, ejecutores mansos.
En efecto, nadie más peligroso que aquel que cumple con su trabajo renunciando a toda consideración, cediendo la justificación ideológica, la responsabilidad moral y la decisión ética de las ejecutorias a otros. Aquellos que, como única justificación, dijeron que "si no lo hacía yo, lo hubieran hecho otros". Ni tan siquiera se plantearon si lo que hacían estaba bien o mal. Sólo pensaron en que, si no lo hacían, serían despedidos de su trabajo, depuestos de sus privilegios, desplazados en la organización. Perversamente, tal vez pensaron que si no lo hacían ellos, lo harían otros... y en un ensorberbecimiento criminal, pensaron también que esos otros lo harían peor. ¿Qué puede llevar a un ser humano a considerarse orgulloso de ser el genio de la deportación, el as del exterminio, el rey de la eficiencia del campo de concentración? Nada salvo dos cosas: fe ideológica o ambición personal. En ambos casos implica la renuncia moral, pero en el segundo no queda más que el vacío, la banalidad.
Los seres humanos nos conocemos lo bastante como para temernos a nosotros mismos, pero intuimos nuestros límites, aunque sólo sea a nivel estadístico. Si el Holocausto resulta a veces incomprensible y otras increíble, es porque sabemos que en una sociedad no hay tantos locos o sádicos como para mantener esa maquinaria de muerte en funcionamiento. Explicar el Holocausto como la acción de unos locos es irreal, pero tranquilizador, y el ser humano también tiende a tranquilizarse aunque sea con ficciones o mentiras. Es aterrador comprender que personas vulgares, "normales", pudieron hacer de Europa el infierno en la Tierra.
Ver y escuchar a Eichmann es contemplar a una de estas personas vulgares que fue responsable de la deportación de millones de seres humanos.
El libro de Arendt no es un libro de tesis. Es principalmente un relato del juicio y, curiosamente, un análisis jurídico del mismo; Hannah Arendt es muy crítica con la legalidad del juicio celebrado en Israel, mediante un secuestro de Eichmann que ya presuponía la condena (puesto que la absolución hubiera sido el ridículo), pero también admite que esa condena era evidente, y Eichmann también lo consideró así. Pero, en este análisis jurídico, pone también en cuestión el velo de silencio que se abatió sobre el tema con la formación de la RFA y la política de bloques, la leniencia con la que fueron tratados los criminales e incluso el desagrado que los juicios o las denuncias provocaron.
Pero el corolario de esta banalidad del mal es que esos hombres banales, tras la guerra, volvieron a una existencia banal. Y nunca gusta perseguir a aquellos que, en el fondo, se parecen tanto a nosotros.

Portada y sinopsis

btemplates

2 comentarios:

Jorge dijo...

Breve, simple y al grano, gracias por la tranquilidad al hablar de este tema tan inicuo.
Atte/

Lluís Salvador dijo...

Hola, Jorge:
Como dices, es necesario mantener la cabeza fría al hablar de ciertos temas. Y es que la razón no debe obedecer a impulsos. Pero a veces cuesta, porque el tema es como dices, inicuo. Y vergonzante para todos, incluso los que no estuvimos implicados.
Gracias por el comentario, y un cordial saludo!