Le Strade di Polvere, de Rosetta Loy
Giulio Einaudi Ed., col. ET Scrittori
Turín, 19959 [1987]
Rosetta Loy no era una recién llegada a la literatura cuando en 1987 produjo una obra maestra absoluta como es esta Le Strade di Polvere [Los Caminos de Tierra, pero también pueden ser Los Caminos de Polvo].
Estructurada en forma clásica de saga familiar, al novela relata la práctica fundación de la hacienda familiar en el Monferrato por el Gran Masten, y su paso por tres generaciones, iniciándose con el Pidrèn, a su vuelta de las guerras revolucionarias y napoleónicas, hasta las historias de los bisnietos del Gran Masten, ya en los primeros tiempos de la Italia unificada. Esto como telón de fondo. Pero estas historias personales y familiares describen algo más, como es la transformación del campo italiano a lo largo de los años, en una estructura que recuerda a veces el Novecento de Bertolucci, desde las aspiraciones del patriarca de la familia a convertirse en un particolare, un hombre con tierras propias, que pueda sentar a su familia en el banco de al lado de la familia aristocrática de la región en la iglesia del pueblo; al desarrollo de los nuevos usos agrarios; el desplazamiento de la aristocracia y su sustitución por la pequeña burguesía del campo; y, finalmente, el abandono de las últimas generaciones para emigrar a la burguesía urbana, un abandono agrario representativo del despoblamiento rural y la creación de un nuevo paradigma social. Y a la vez, una historia no sólo de la familia, sino también de la casa que se enraiza en esas tierras, como si fuera un personaje más.
Pero si podemos hablar de obra maestra no es por la trama, por muy atractiva que sea, que lo es. Lo que deslumbra de esta novela es la seguridad con la que está escrita, el absoluto dominio de la técnica y el tempo narrativo, la precisión con la que Rosetta Loy nos hace transitar por la historia.
Nada es superfluo en esta novela, todo sirve para un fin, no hay ningún cabo suelto en la historia.
Narrada en un estilo naturalista, con algunas intrusiones del fantástico, Loy nos presenta personajes de los que no pretende nada, salvo mostrarlos. No hay hagiografías en este libro: los personajes son como son, con sus vicios y sus virtudes, sin que se pretenda hacerlos simpáticos o antipáticos. Lo son, una u otra cosa, en ocasiones, pero siempre en coherencia con su personalidad, y eso hace que resulten vivos, tanto que tienen más visos de ser reales que algunas personas reales.
Loy se permite anticiparnos lo que sucederá, pero eso no nos importa, porque el lector percibe que no es tanto qué sucederá cuanto cómo sucederá. Es una capacidad notable en un escritor y sólo al alcance de quien sabe que aquello que está escribiendo está dominado y que, sin prepotencia pero con convencimiento, sabe también que interesará al lector.
Son cualidades excepcionales. Si no me creen, busquen escritores capaces de hacerlo y surgirán sólo un puñado de ellos. En este convencimiento y maestría (que debe haber requerido un trabajo inmenso, que sin embargo no se trasluce en la extraordinaria suavidad del desarrollo), una escritora puede edificar cualquier cosa. Y hacernos disfrutar con ella.
Portada y sinopsis de la edición italiana
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