(Die Angst des Tormanns beim Elfmeter) Eds. 62, col. El Balancí Barcelona, 1974 [1970]
Josef Bloch, exportero de fútbol, es despedido del trabajo. Emprende entonces un vagar que inicia un proceso de autoalienación, de distanciamiento de la realidad. Como si lo que le rodea no fuera sino un mundo irreal en el que se ve inmerso, asesina a una taquillera de cine después de pasar la noche con ella. Acto seguido, emprende la huida hacia el sur, hacia un pueblo fronterizo, donde se dedica a esperar, o más bien, a recorrer este mundo ajeno a él, hasta que se produzca su descubrimiento y arresto, que, trasciende al lector, es inminente. Esta novela corta solipsista no tiene nada, o muy poco, de criminal, y un mucho de monólogo interior en el que Bloch llegará a un análisis y despiece de la realidad casi obsesivo. Novela en la que todo es imprescindible, incluyendo el título, metáfora de la inmovilidadde la espera del propio Bloch, metáfora también de la distorsión del tiempo y los detalles cotidianos que se produce en esta espera hasta el chut final del penalty, es decir, su arresto definitivo (o incluso, símbolo dentro de símbolo, del final de su vida). He mencionado el adjetivo "solipsista", y no creo que haya otro más apropiado para El Miedo del Portero al Penalty. Desde luego, no es existencialista, puesto que Bloch ni se plantea la contemplación del mundo desde sus actos. Sólo desde el análisis que realiza él del mundo, de forma cada vez más minuciosa, pero también más desconectada de la realidad y del tiempo. En este viaje interior, Handke nos lleva a un desconcertante a veces, extraño siempre, discurrir de una mente que no nos atrevemos a calificar que haya rebasado el límite de la cordura para entrar en la psicopatía. Tal vez, si acaso, en lo frágiles que son las ataduras que nos ligan a nuestra relación social y al mundo que nos circunda.
(A Praia dos Afogados) Ed. Siruela, col. Nuevos Tiempos, serie Policiaca Madrid, 20092 [2009]
En esta segunda salida literaria del inspector Leo Caldas (la primera es Ollos de Auga/Ojos de Agua) encontramos un personaje ya firmemente asentado en su entorno, un Vigo urbano pero, a la vez, marinero y rural. En una playa, el mar devuelve a tierra el cadáver de un ahogado, rápidamente desmentido como suicida, un muerto que a su vez remite a un naufragio ocurrido años antes con un patrón de pesca muerto y tres supervivientes, uno de los cuales es el muerto que ha aparecido con las manos atadas. Y a un muro de silencio que rodea a ese suceso lejano. Las cualidades que apuntaba Villar en su primera novela se ven en esta confirmadas con claridad. Leo Caldas se incrusta en su entorno, las gentes que componen esta Galicia que oscila, por una parte, entre la modernidad forzada y por la que se paga un precio no deseado y, por otra, los oficios tradicionales que, en suma, conforman el carácter social de su población; estas gentes adquieren, por fortuna, una entidad propia que ya hacen de esta literatura distintiva y, a la vez (mérito del autor), atractiva. El entorno del inspector Caldas está ya trazado con claridad. Su ayudante sigue siendo un acémila, pero lo es de forma menos caricaturesca. La trama es espléndida y Villar la desarrolla con honestidad hacia el lector. Pervade un sentimiento de naturalidad, de realidad en esta novela, y todo ello en conjunto la convierte en una de las mejores escritas en España dentro del género. Si esto es una confirmación de algo que se insinuaba ya en Ollos de Auga, ¿qué se puede esperar de Villar? Que no se duerma en los laureles. Leo Caldas es un personaje potente en un lugar con una idiosincrasia propia, y es un conjunto que me hace desear más, con la misma o superior calidad. Para mí, Leo Caldas ya está en mi imaginario de la novela negra galaico-española. Siento curiosidad por conocer el resto de su historia, de su vida, y por ver cómo interaccionará con ese entorno y sociedad. No es poco, y si esa magia no se pierde, tendremos aquí una serie adulta, seria y tremendamente digna que será mucho más que satisfactoria. Que así sea.
Director: Bob Fosse; Guión: Robert Alan Arthur y Bob Fosse; Intérpretes: Roy Scheider (Joe Gideon), Jessica Lange (Angelique), Ann Reiking (Kate Jagger), Leland Palmer (Audrey Paris), Ben Vereen (O'Connor Flood), Cliff Gorman (Davis Newman); Dir. Fotografía: Giuseppe Rotunno; Música: Ralph Burns; Dir. de Producción: Philip Rosenberg y Tony Walton; Montaje: Alan Heim.
Siempre he pensado que si Ingmar Bergman hubiese dirigido un musical, éste hubiera sido All That Jazz. Hecho de contrastes, no hay ninguna película del género tan introspectiva como esta. Y su protagonista no es tal. En realidad, quien protagoniza esta cinta es la muerte (y no sólo la personificada por Jessica Lange). Presuntamente autobiográfica (hasta donde puede llegar la biografía cuando se introduce en la ficción, claro está), asistimos a un viaje en el curso de la enfermedad del director/protagonista, un magnífico Roy Scheider que demostró de una vez por todas que era un actor sin esas limitaciones que otros le atribuían; una visita a sus peripecias vitales, mero paso hacia su destrucción final, que parece voluntaria o involuntariamente deseada, hasta la apoteosis musical como es la misma muerte física. Realizada con el gusto y la innovación habituales en Fosse, este estudio sobre el eros y tánatos se reviste de tranquilidad para mostrar, en definitiva, que la vida son cosas insignificantes que tienen importancia sólo para los implicados, que la obra es más importante que el individuo y que, si lamentamos dejar algo atrás, no es nuestra vida sino aquello que se ha interseccionado con ella. Impresionantes números musicales: "Bye, bye, Life" (y no "Love"), "On Broadway", "Everything Old Is New Again" y muchos otros. Gran estructura aliterativa con una magnífica banda sonora y un conjunto cuyo mayor mérito es el de parecer vivo. Aun cuando trate de la muerte; o precisamente por ello.
En Christmas Ghosts Robinson Publishing Londres, 1987 [1924] Editores: Kathryn Cramer y David G. Hartwell
Por seguir la británica tradición de explicar cuentos de fantasmas por Navidad, este año les propongo este Un Nuevo Cuento de Navidad, de un autor, Arthur Machen, conocido por ser uno de los grandes de la ficción macabra y uno de los mejores del género, aunque en este caso su objetivo no sea el terrorífico sino el humorístico. Este relato sigue los pasos del Cuento de Navidad de Dickens, con un Scrooge vuelto a la vida y al mundo, persona alegre, generosa y llena de bondad tras la experiencia de las Navidades pasadas (aunque, nos dice Machen, tal vez la conversión se ha hecho un poco extrema: Ebenezer Scrooge se muestra demasiado chafardero en las vidas de los demás, aunque sea sólo en búsqueda de una ocasión para ayudarlos). Por ello, es una gran sorpresa para él que en Nochebuena, «el aire se hiciera helado y amargo, la puerta se abriera y una vaga pero terrible forma se perfilara en el umbral. »─Sígueme ─dijo la figura.» Scrooge recorre las calles, en las que los comercios empiezan a cerra antes de hora por falta de clientela, se introduce entre las gentes que se saludan y felicitan con ánimo, pero resulta evidente que no son felices: marcas de preocupación se reflejan en sus rostros, arrugas que cuentan de problemas pasados y ansiedades futuras. Todo ello preocupa a Scrooge, pero se anima cuando piensa que todo quedará reparado en la comida de Navidad con su sobrino Fred y el resto de su familia. Llama y llama a su puerta, pero nadie responde hasta que una vecina le informa que el señor Fred y su esposa están comiendo en una taberna, mientras que a los niños los han mandado a Eastbourne. «─¡Comer en una taberna el día de Navidad! ─murmuró Scrooge─ ¿Qué terrible destino es este? ¿Quién es tan mísero, tan desolado, como para comer en una taberna el día de Navidad? ¡Y los niños enviados a Eastbourne! »El aire se hizo brumoso a su alrededor. Le pareció oír cómo desde una gran distancia, la voz del Pequeño Tim decía: "¡Dios nos ayude a todos!" »De nuevo el Espíritu se irguió frente a él. Scrooge cayó de rodillas. »─¡Terrible Fantasma! ─exclamó─ ¿Quién y qué eres? Habla, te conmino. »─Ebenezer Scrooge ─replicó el Espíritu en tono ominoso─. Soy el Fantasma de las Navidades de 1920. Conmigo traigo el apremio de pago de la Comisión del Impuesto sobre la Renta. »El cabello de Scrroge se erizó cuando vió las cifras. Pero cayó cuando distingió que la aparición tenía patas como las de un gato gigantesco. »─Mi nombre es Piedegato. También soy llamado Ruina y Desesperación ─dijo el Fantasma, y se desvaneció. »Con eso, Scrooge se despertó y apartó los cortinajes de su cama. »─¡Gracias a Dios! ─exclamó de corazón─. ¡No era más que un sueño!»
(Holy Smoke) Ed. Alfaguara Madrid, 20002 [1985] Trad. del autor e Íñigo García Ureta
Este es un texto divertidísimo, aliterativo, juguetón, ensayístico, narrativo y poético, sobre el tabaco, pero sobre todo sobre el puro, habano o no. En una época en la que no tanto el tabaco como el fumador ha sido estigmatizado hasta niveles histéricos (hasta el punto, idiotez sobre idiotez, de sustituir la pipa de monsieur Hulot/Tati por un molinillo de juguete), Guillermo Cabrera Infante realiza un homenaje al hombre-chimenea y a todo un fenómeno que, se quiera o no, es cultural. Por fortuna, esta vez el premio Cervantes no se retrasó y le fue concedido. Merecidísimo, no sólo por su calidad literaria sino por su voluntad de experimentación con el lenguaje y por el juego continuo que ejerce con éste. Se puede decir con toda tranquilidad que este ensayo sobre el tabaco trasciende al mero escrito histórico o analítico para introducirse, por estilo y discurso, en el terreno literario. Pero, y hay que destacarlo, es una de las mejores y más comprensivas historias sobre la hierba para fumar que se han escrito, y muchos de los detalles que figuran es este Puro Humo son posibles de encontrar en otros textos, sí, pero con unos esfuerzos ímprobos, que se reparten en ensayos e historias dispersas o difíciles de obtener (algo que, por experiencia personal, me consta). Exiliado en un mundo, el anglosajón, cuyo carácter le atraía pero que, en definitiva, no era el suyo (Cabrera Infante fue siempre un cubano que llevó Cuba allá donde estuviera), no acabó de comprender del todo ciertas expresiones inglesas. Es un inconveniente menor en un escritor tan potente que convierte lo que toca con la pluma en literatura sin renunciar a la verdad o el dato histórico. Texto lúdico por lenguaje, lo es también por mezcla con su otra pasión, el cine, y, por extensión, las artes escénicas. En efecto, pocas cosas han ido tan unidas como cine y tabaco, y quien haya podido escuchar a Cabrera Infante reconocerá que, no se sabe bien cómo, salvo el también difunto Haliwell, pocas personas estaban en disposición de disputarle el título de máximo cinéfilo y enorme espectador. Sea uno fumador o no, Puro Humo es un texto que se disfruta como una buena fuma o como una película con un Groucho Marx en ella enarbolando su sempiterno puro. Para todos los públicos civilizados.
(Breakfast of Champions) Ed. Anagrama, col. Panorama de Narrativas Barcelona, 1999 [1973]
Hemos hablado ya de Kurt Vonnegut. Sabrán que tengo por él un cariño muy especial, que reservo para los escritores honestos y originales, que ejercen su oficio con todas las de la ley, sin mirar atrás y sin acobardarse, contemplendo la realidad con implicación y sentido artístico. Esta novela, una de las mejores suyas, es indescriptible, porque derrocha situaciones y temas. En teoría escrita en primera persona por Philboyd Studge, en realidad un trasunto del propio Vonnegut, aprovecha para relacionarse con sus personajes de ficción, principalmente con ese autor recurrente en sus novelas que es Kilgore Trout, el cual, muy involuntariamente (porque los seres humanos tienen interruptores que pueden ser accionados por las cosas más absurdas), desencadena el clímax de la novela. Sin embargo, y en apariencia, es la historia de Dwayne Hoover, un rico vendedor de coches al que unos bichitos en forma de sacacorchos le están comiendo las conexiones eléctricas de su cuerpo hasta provocarle un cortocircuito de proporciones inesperadas. No obstante, y pretexto no-pretexto, este personaje nos permite ver las relaciones con la riqueza y la pobreza, la locura y la cordura, la creación literaria, las gentes del mundo real, el amor y la pérdida, el arte moderno, la discriminación racial, la pornografía, el capitalismo... Y mil cosas más. Si creen que tal acumulación es imposible de trasladar de forma legible a una novela, lean este Desayuno de los Campeones. Con su acostumbrada ironía y sentido del humor, su usual perspicacia y visión de los absurdos vitales y sociales y ese estilo ágil y cómplice que le caracteriza, Vonnegut compone una obra grande, una novela maestra, que llama a ese anarquista que, en definitiva, todos llevamos dentro y nos evoca nuestra propia humanidad.
Director: Wolfgang Petersen; Guión: Wolfgang Petersen y Dean Riesner, basado en la novela de Lothar G. Buchheim; Intérpretes: Jürgen Prochnow (Cap. Henrich Lehmann-Willenbrock - Der Alte/El Viejo), Herbert Grönemeyer (Tte. Werner), Klaus Wennemann (Ingeniero jefe Fritz Grade), Hubertus Bengsch (1º Teniente- Número Uno), Martin Semmelrogge (2º Teniente), Bernd Tauber (Kriechbaum- Navegante), Erwin Leder (Johann), Martin May (Ullman), Heinz Hoenig (Hinrich), Uwe Ochsenknecht (Jefe Contramaestre), Claude-Oliver Rudolph (Ario), Jan Fedder (Peregrino), Ralf Richter (Frenssen), Joachim Bernhard (Predicador), Oliver Stritzel (Schwalle), Konrad Becker (Bockstiegel), Lutz Schnell (Dufte), Martin Hemme (Brückenwilli), Rita Cadillac (Monique), Otto Sander (Phillip Thomsen), Günter Lamprecht (Capitán del Weser); Música: Klaus Doldinger; Dir. Fotografía: Jost Vacano; Montaje: Hannes Nikel; Dir. Artística: Götz Weidner; Decorados: Gotz Weidner, Rolf Zehetbauer; Vestuario: Monika Bauert; Efectos especiales: Karl Baumgartner.
El subgénero de submarinos dentro del cine bélico es uno de los más celebrados. Tiene la ventaja de reunir a un pequeño conjunto humano en un pequeño universo cerrado rodeado de un ambiente hostil, con una gran cantidad de tiempos muertos que alternan con momentos de gran tensión; una caza continua en la que el cazador al acecho corre el riesgo continuo de convertirse en cazado y en la que la ineludible necesidad de emerger conlleva la completa indefensión y la cesión de toda ventaja. En el transcurso de la historia del cine se ha ido avanzando a vueltas de tuerca, buscando siempre la película definitiva "sobre". Petersen se decidió a hacer la película definitiva de submarinos y a fe que lo logró. La palabra que define a esta película es "claustrofobia". En el interior del submarino. En la inmensidad del océano, por contraste con lo ínfimo de ese bote, un tubo habitable rodeado de combustible, aire, máquinas y acero que a ciertas profundidades rechina y se comba como el cartón; rodeado, sobre todo, de una masa de agua que siempre amenaza con aplastar esa chinche de agua que navega, mal que bien, en su dominio. Incluso, en otra vuelta de tuerca más, el peligro del Mediterráneo, ratonera de submarinos, donde el que entraba era casi imposible que saliera. Película heroica a pesar suyo, porque lo que nos describe no tiene de heroico más que la mera supervivencia (que se ve truncada en tierra firme, en una ironía final), es una desmitificación en toda regla de la imaginería de las tribulaciones submarinas (de cuarenta mil hombres que se hicieron a la mar, volvieron diez mil), desaliñados (en realidad, sucios), barbudos (hay que ahorrar agua), independientes (solos), indisciplinados (en ese universo cerrado sólo puede funcionar la convivencia, no la disciplina) y, a su regreso, serenos (cansados). El filme se sitúa en el punto en que la guerra submarina inflexionó en favor de los aliados y se empezaron a perder más submarinos alemanes que buques hundían éstos. Por eso, cuando regresan a su base (con ese simpatico diablillo narigudo y sonriente pintado en la torre de mando) regresan vivos, pero derrotados; expulsados del océano hacia una tierra firme cada vez más asediada por sus enemigos. Nada de gloria aquí. Sólo las miserias de la guerra, aunque sea submarina. Huyan como de la peste de la primera versión comercial, incomprensible en algunos momentos, y busquen la versión del director. Por una vez, ese remontaje no es un narcisismo, ni un relleno con escenas que no cupieron, sino el restablecer una estructura fílmico/narrativa coherente que había resultado mutilada por razones comerciales. Les incluyo un tráiler no oficial (probablemente el tráiler confeccionado por la distribuidora norteamericana). Es un poco más extenso y de mejor calidad que el que he podido encontrar original.
Pero no les voy a escamotear ese tráiler original: es más claustrofóbico, más dramático. Y pese a su calidad, no está de más que comparen:
(O Banqueiro Anarquista) Eds. de La Magrana, col. Venècies Barcelona, 1988 [1922]
Siempre que releo El Banquero Anarquista me viene a la mente El Hombre que Fue Jueves, de Chesterton. Tal vez sea un sentimiento inconsciente, pero la relación formada en mi memoria es tan fuerte que jamás dejo de relacionar a este banquero anarquista con el misterioso y subversivo personaje del converso de Londres. Quizá sea porque el tema del anarquismo está presente en ambas obras, pero no lo creo. Más probable es que sea el tono polemista que preside ambos escritos. En todo caso, sería un ejercicio tal vez fútil o quizá provechoso investigar si Pessoa pudo haber leído la novela de Chesterton y haber recibido influencias de ésta. El Banquero Anarquista no es más que la exposición filosófica de un banquero, que demuestra, en una charla de sobremesa, que él es un anarquista no sólo teórico, sino además práctico y el único anarquista auténtico que hay en el mundo. Como demostración es impecable, y si nos identificamos con el interlocutor del banquero, igualmente quedaremos convencidos. Por supuesto, para llegar a semejante imposibilidad existencial tiene que recorrerse el camino de la ironía, pero como siempre digo, el humor lleva a menudo más carga que la mera de su propia lógica y, si bien podemos acompañar al interlocutor hasta la conslusión sofista de que el auténtico anarquista es un banquero que ya ha hecho su propia revolución y que la culpa de que ésta no sea universal es del resto del mundo, en el camino el texto no dejará de hacernos evidentes verdades tales como que cualquier revolución, del tipo que sea, no es sino la imposición de una tiranía nueva sobre otra existente, o el hecho de que hay personas que asumen el mando y otras ser mandadas de forma natural; entre otras muchas cosas, claro. Este texto de cámara es un ejercicio intelectual único, de una ironía profunda, con una crítica social del ser humano (progresista o no) implacable. Y si el personaje central nos parece cínico, no es sino porque la sociedad (incluso la anarquista) lo ha hecho así.
(O Paso do Noroeste) Ézaro Eds., col. Ensenada de Ézaro Eds. Madrid, 2008 [1996]
Tomando un estilo empleado múltiples veces, como es el del manuscrito supuestamente hallado por el autor y reproducido en forma de memorias del protagonista (una argucia que no por antigua deja de tener su eficacia para justificar la narración en primera persona), Xavier Queipo aprovecha estos supuestos recuerdos para relatar una (en este caso, ficticia) de las múltiples expediciones organizadas en busca de esa quimera impracticable durante siglos como fue el Paso del Noroeste, la ruta que, por el Atlántico Norte, debía conectar Europa con las Indias Orientales; una aventura que chocó (a veces de manera literal) una y otra vez con los hielos árticos y lo sinuoso de la ruta. En este caso, la aventura del navío de la marina real francesa L'Épée, al mando del capitán Duchesnoy y con el naturalista de a bordo Jean-Baptiste de Lille et Mirabeau, es no sólo la de un fracaso anunciado sino además un magnífico retrato de una época turbulenta y que ya contenía en sí misma los gérmenes de la Revolución Francesa que iba a estallar durante el periplo de Duchesnoy y los suyos. Es una excelente aventura marinera, un gran texto naturalista de la zona subártica, un reflejo adecuado de los juegos de poder franco-británicos en el Canadá y la bahía de Hudson y del delicado equilibrio entre la política y la ciencia, el poder y la razón. La virtud de Queipo consiste en huir de una épica tentadora pero facilona y no caer, por el contrario, en una narración catastrofista. Queipo asume esta nota a pie de página de las exploraciones árticas con toda naturalidad, sin poner más que los hechos que pudieron suceder, sin más heroísmos ni penalidades que las justas y, así, componer un relato adecuado y contenido de un período y su mentalidad. En un género proclive a la exageración, el lector agradece esta contención, y se deja llevar más que agradablemente por la historia y sus entresijos. Este El Paso del Noroeste es una historia bien narrada y bien construida, muy digna, que logra todo lo que se propone con una economía de medios más que notable, y que deja el regusto de querer leer más cosas de su autor.
En Demasiado para Gálvez/Gálvez en Euskadi Circulo de Lectores Barcelona, 1985 [1979]
Hubo un tiempo en que España tuvo un florecimiento de la novela negra que, a juzgar por su duración e intensidad, puede calificarse como mini-boom, en el que este género cumplió con sus expectativas sociales y literarias. Hoy en día se vive, por lo menos en Barcelona, un boom similar. Sin embargo, en aquella época (en la que en Barcelona hubo también un precedente de librería de la hoy afortunada Negra y Criminal, la difunta Marlowe & Co.) surgieron nombres que han quedado como precursores unos, figuras establecidas otros: Vázquez Montalbán y su Carvalho, Juan Madrid, Francisco González Ledesma (el actual "Jefe de la Banda") y su inspector Méndez, incluso podemos adscribir al género a Eduardo Mendoza y su deopilante e innominado detective de El Misterio de la Cripta Embrujada y otras novelas igualmente delirantes. En esta corriente no tan local, surgió Jorge M(artínez) Reverte y su personaje Julio Gálvez, al que podemos calificar sin embozo, en sus dos salidas al mundo, como protagonista del policiaco de la transición a la democracia. Por supuesto, sólo pudo publicarse cuando se desalojaron de la administración los elementos más recalcitrantes del franquismo y desapareció la censura. Pero la acción de esta Demasiado para Gálvez se situaba en los años inmediatamente precedentes a la despedida y cierre del dictador, y en concreto en las semanas anteriores al asesinato de Carrero Blanco, hecho que cierra la novela (en una vuelta narrativa ciertamente humorística). Muy característicamente, Gálvez no es ni policía ni detective, sino periodista. También es un desgraciado ridículo, pero eso es otro asunto (o, mejor dicho, es el motivo por el cual todo le sale mal). Y el tema que le permite abandonar su cometido de escritor de artículos de fondo que nadie lee (y que no tiene empacho en plagiar de anteriores suyos) es el chanchulleo económico que rodeaba al régimen. En untema tan delicado, que Gálvez sea el encargado de investigar no puede sino anticipar una catástrofe. Leída hoy resulta agradable. Ciertamente es reflejo de una época y de los entresijos que rodearon a la España una, grande y libre que en realidad era suya, insignificante y ay del que se mueva. Con sentido del humor y unos guiños al género, es un ejercicio de memoria divertida. Gálvez hoy día debe ser redactor de cierre de un diario de provincias, pero debe también recordar con nostalgia y falso sentido heroico aquellos años en que vivió peligrosamente. Leyéndolo hoy, hasta le invitaríamos a una copa para que nos lo explicara. Nos conformaremos con leerlo, qué le vamos a hacer. [Última hora: En este país se edita demasiado, siempre lo digo, y esto provoca que las novedades queden enterradas... entre otras novedades. Sólo así se explica que sea después de documentarme a posteriori para la reseña (por ejemplo, buscando la portada... que Anagrama no proporciona), resulte que hay otras tres salidas (y suman cinco) de Gálvez: Gálvez y el Cambio del Cambio, Gálvez en la Frontera y Gudari Gálvez. Igual no acabó como redactor de cierre... Seguiremos informando.]
Director: Alexander Mackendrick; Guión: William Rose (basado en una de sus historias) y Jimmy O'Connor; Intérpretes: Alec Guinness (Profesor Marcus), Cecil Parker (Claude, alias 'Comandante Courtney'), Herbert Lom (Louis, alias 'Mr. Harvey'), Peter Sellers (Harry, alias 'Mr. Robinson'), Danny Green (Un-Round, alias 'Mr. Lawson'), Jack Warner (El Superintendente), Katie Johnson (La Ancianita), Philip Stainton (Sargento); Música: Tristram Cary; Dir. Fotografía: Otto Heller; Montaje: Jack Harris; Dir. Artística: Jim Morahan.
En los años 50, la Ealing nos regaló una serie de comedias totalmente británicas, en su mayoría basadas en el tema del crimen perfecto (bueno, casi), con unos guiones estructuralmente perfectos y unos intérpretes que, aprovechándose de que la industria fílmica británica no había despuntado todavía y, por consiguiente, cobraban poco, serían difíciles de reunir años después. Un buen ejemplo es Oro en Barras/The Lavender Hill Mob, pero si una película ha perdurado y merece seguir siendo exhibida una y otra vez es El Quinteto de la Muerte. El argumento es desmesurado desde su inicio: un grupo de ladrones se reúnen en una habitación alquilada por una encantadora ancianita, en teoría para ensayar su quinteto de cuerda, en la práctica para planificar y tener una base de operaciones para el robo de un furgón blindado. ¡Ay, las ancianitas! ¡Qué inofensivas y despistadas parecen! Y, sin embargo, esa inocencia y despiste, cuántos problemas pueden provocar. Y, sobre todo, ¿quién, llegado el caso, tendrá el valor de cargársela? Una película deliciosa, en la que la grandiosa interpretación de Alec Guinness refuerza, que no empaña, las de Peter Sellers, Herbert Lom y los demás implicados, sin desdeñar la de Danny Green como una mole brutal que tiene un corazón de oro... a veces. Una joya que, cómo no, ha sufrido un remake infame. Háganme caso y, en cuanto puedan, échenle un visionado. Sus continuos giros de guión, sus sorpresas, su ironía fundamental, todo, merecen la pena.
Tusquets Eds., col. Andanzas Barcelona, 2008 [2008] Premio Tusquets Editores de Novela
He aquí una novela impresionante. El mexicano Élmer Mendoza, nacido en Culiacán, tiene tantas virtudes que es difícil identificarlas por separado sin leer su novela. Tantas, de hecho, que Arturo Pérez-Reverte ha dicho de él: "Es mi amigo y mi maestro. La Reina del Sur nació de las cantinas, del narcocorrido y de sus novelas". Dejando aparte su referencia a La Reina del Sur, importante pero no trascendente para lo que nos ocupa, esta frase de Pérez-Reverte nos proporciona en su concisión pistas que nos ayudan a entender qué representa Mendoza en las letras contemporáneas mexicanas. Tenemos a un personaje fascinante, Edgar «El Zurdo» Mendieta, policía del núcleo duro de los incorruptibles de Culiacán y que convive con la corrupción del mismo departamento de policía y, por extensión, de la sociedad política de México. Mendieta está con ayuda psicológica por haber sufrido abusos en la infancia, lo que le ha dejado unas secuelas de trato con las mujeres en su vida personal que condicionan su vida. La trama. Bruno Canizales, hijo de un ex-ministro, bisexual, abogado de éxito, asesinado con una bala de plata. Un asesinato que ni siquiera el padre del muerto parece interesado en esclarecer. Los personajes secundarios y colaterales. retrato iluminador y polifacético de toda una sociedad, creíbles y situados en ambiente. Sobre todo, la imbricación social. Sin concesiones, Mendoza realiza un retrato coral del México de hoy, pero más que una descripción fotográfica, consigue transmitirnos todo un clima moral que domina esta sociedad. Por último, pero para nada menor, el estilo. Merece la pena detenerse en estos cuasi monólogos interiores que conforman los diversos capítulos de esta novela, sin puntuación de diálogos, sino tal como si fueran unos relatos orales o deposiciones de los distintos personajes (pero no, repito, no son el viejo recurso del crimen recontado según el punto de vista) y que, lejos de distanciarnos de la realidad, nos la aproximan en un enfoque original, difícil pero legible, y que nos sumerje en los personajes, sus vivencias y su lenguaje. Élmer Mendoza no ha hecho una caricatura del hard-boiled, ni una novela de consumo, ni una en la que los modelos se impongan al autor. Antes bien, es el autor el que utiliza estos mismos modelos a su conveniencia, e impone los suyos propios a la narración. Hablamos de una novela policíaca, negra, pero bien podríamos hablar de novela social o política. Pero, por muy redimente que sea esto, no sería justo. Porque todo eso está en la novela, pero sobre todo, el conjunto lo constituye una obra literaria de muy alto nivel. Y si alguien tiene tentaciones de considerar ésta como una novela puramente local, mexicana, que se lo quite de la cabeza. Mendoza va mucho más allá, por méritos sociales, morales y, sobre todo, literarios.
(Philip K. Dick Is Dead, Alas) La Factoría de Ideas, col. Solaris Ficción Madrid, 2009 [1987]
Michael Bishop es una de las figuras de la ciencia-ficción reciente (aunque últimamente escribe y publica mainstream; las razones para ello pueden ser las que apuntaba en La muerte de la ciencia-ficción) más interesantes y más consistentes temática y estilísticamente dentro del campo. De entre su producción, siempre destacable, recuerdo vivamente el relato En la Calle de las Sierpes (situado en Sevilla), extraño, innovador y comprometido (y, si me lo permiten, dickiano), Who Made Stevie Crye?, una de sus mejores producciones, o Count Geiger's Blues/La Transfiguración del Conde Geiger, una novela particularmente divertida y, a la vez, tierna e inteligente, en la que trataba con agudeza el tema de la cultura/subcultura, los héroes del cómic y las contradicciones del mundo literario y cultural y sus protagonistas. En esta Philip K. Dick Is Dead, Alas, Bishop se permite hacer una excursión en los mundos dickianos adoptando algunos de los recursos estilísticos del desaparecido genio de la ficción especulativa. Dick muere (como así sucedió) tras un infarto masivo en su apartamento, pero su espíritu permanece en la Tierra, con permiso del demiurgo insignificante que rige este mundo. Claro que es un mundo muy diferente del nuestro. Nixon va por su cuarto mandato, ha ganado la guerra de Vietnam y convertido los Estados Unidos en poco menos que en una dictadura de carácter semifascista con un control casi total de la población y del pensamiento. En este contexto, Dick2 intenta provocar el colapso (cuántico) de la realidad presente y que este universo se convierta en otro alternativo, tal vez no perfecto pero sí algo mejor. Todo lo cual parece un pastiche de los tópicos dickianos de la ucronía, la distopía, la paranoia, las realidades paralelas y alternativas y la persistencia de la personalidad. Y así es. Pero una cosa es trabajar con estos temas y otra realizar una novela que funcione con ellos. Bishop lo consigue. La ucronía que nos describe pudo ser factible, el sentido de opresión es real, la paranoia no es tan extrema como en la ficción de Dick, pero es creíble, y las teorías o temas dickianos son tratados adecuadamente. A la vez homenaje y tour de force, y a pesar de algunas vacilaciones finales, Michael Bishop compone una novela que cumple con creces, una que permite una visita a los mundos dickianos y, a la vez, un paso por lo que constituyen los temas y estilos de la mejor ciencia ficción contemporánea. Esto se ha convertido en algo tan raro que vale la pena leerlo.
«Si no hubiese sido por sus piernas, no habría pasado nada. O tal vez sí. Pero le habría pasado a otro. Yo lo hubiera leído en el periódico.» Con este principio, Pedrolo compone ya desde su inicio una novela muy a lo James M. Cain, con toques del polar francés pero inequívocamente enclavada en Barcelona, sobre una auténtica femme fatale. Pedrolo no sólo fue el iniciador de la novela negra moderna catalana, y no sólo el introductor del género en Cataluña (y, un poco por extensión, en España), sino que también fue lector infatigable y, fruto de esas lecturas, director de una colección mítica, "La Cua de Palla" [La Cola de Paja], en la que se instruyó a varias generaciones de lectores (entre ellos Vázquez Montalbán, y de ahí la influencia referida) en los modelos del policiaco procedentes de todos los países. Autores que hoy se "descubren" fueron publicados por él. También, y cuando era consciente de que no iba a desmerecer a sus compañeros de colección, se publicó a sí mismo en ella. Frente a esta posible endogamia permanece el texto para defenderse solo. Y el tiempo transcurrido, claro. Esas treinta y siete ediciones (que hoy seguro que son más; la 37ª reimpresión es de 1999) nos indican una novela que ha resistido el paso del tiempo. Los motivos para ello son variados, pero todos relacionadoscon el buen escritor. Las femmes fatales son un arquetipo tan potente que es muy difícil fracasar con una novela que las incluya, pero ¡ah! ¡las víctimas de estas mujeres! Esa es otra cuestión. O se realiza un trazo psicológico preciso y creíble, o la novela empieza a cojear irremisiblemente. Pedrolo realiza este cuadro con pincelada precisa, pero no apresurada, manteniendo la tensión inicial y levándola a un suave crecendo que no se detiene en el momento del crimen, sino que, justamente, allí es donde se inicia la mayor intriga. Dominador del modelo, dominador de la prosa, dominador del ritmo y del argumento, Pedrolo compuso una novela que (en una época en la que los Smith vendían más que cualquier García) puede permanecer en pie de igualdad con las mejores de su género escritas por los grandes autores estadounidenses.
Director: Joel Coen; Guión: Joel Coen y Ethan Coen; Intérpretes: John Getz (Ray), Frances McDormand (Abby), Dan Hedaya (Julian Marty), M. Emmet Walsh (Loren Visser), Samm-Art Williams (Meurice), Deborah Neumann (Debra); Música: Carter Burwell; Dir. Fotografía: Barry Sonnenfeld; Montaje: Ethan y Joel Coen (como Roderick Jaynes) y Don Wiegmann.
Esta película fue inicio de unas cuantas cosas. Del gore como instrumento fílmico válido, por ejemplo. De la introducción del sentido del humor en la violencia (y no olvidemos que Joel Coen había intervenido en el rodaje de Evil Dead, un ilustre (o infame, según los gustos) precedente del tema). De que no se puede entender el surgimiento de un Quentin Tarantino sin la existencia de Sangre Fácil. Una mujer abandona a su marido por uno de los empleados de éste, y el marido decide encargar el asesinato de ambos. La sangre fácil del título (irónico a más no poder) es la que el asesino introduce en las fotografías que probarían este doble crimen que, en realidad, no se ha producido. Y a partir de entonces, iniciada una acción criminal, las circunstancias y los equívocos llevan a otros crímenes, tan inesperados y a veces grotescos que el espectador no puede apartarse de la trama y su resolución. Cargada de sentido del humor (negro, por descontado) y de tensión, los hermanos Coen pasean por el policiaco hard boiled, por la película de terror, el thriller, el casi fantástico (ese muerto que se resiste a morir es risible pero antológico), por turnos y al mismo tiempo. Y si bien no es película para estómagos débiles, sí es una lección de cine bien realizado. Interpretaciones magníficas (en particular la de M. Emmet Walsh), una gran banda sonora de Carter Burwell y unos encuadres de Barry Sonnenfeld, el humor extremo del guión y la dirección firme de los hermanos Coen componen una película tan peculiar com para definir el estilo de sus creadores.
(God Bless You, Mr. Rosewater) Ed. Bruguera, col. Libro Amigo Barcelona, 1977 [1965]
Eliot Rosewater es multimillonario, de aquellos que ha heredado, no el dinero, sino la presidencia de la fundación Rosewater, que tiene como máxima función conseguir que ni un centavo de esa fortuna vaya a parar a manos del Tesoro en forma de impuestos. También es un benefactor. Y, por serlo de la forma en que es, un loco. Porque no gasta su dinero de la manera "normal", es decir, patrocinando óperas o donando cuadros, sino estableciendo un consultorio de ayuda a sus semejantes, particularizado y, por supuesto en teoría excéntrico. Pero, visto lo visto, podría ser que Eliot Rosewater esté más cuerdo que la mayoría de sus semejantes. ¿O no? Norman Mushari, abogado, pretende incapacitar a Eliot en representación de un primo lejano de los Rosewater. ¿Por qué? Porque «en toda transacción hay un momento mágico durante el cual un hombre ha entregado ya su tesoro, y el que ha de recibirlo aún no lo tiene. Un abogado listo hará que ése sea su momento, apoderándose del tesoro durante un mágico microsegundo, cogiendo un poco para sí y entregándolo después. Si el hombre que ha de recibirlo no está acostumbrado a la riqueza, tendrá un complejo de inferioridad y cierto vago sentimiento de culpabilidad, y el abogado puede quedarse a veces con la mitad del paquete y recibir, sin embargo, las balbuceantes gracias del receptor.» Esta novela es la historia de 87.472.003 dólares con 61 centavos. No es mal tema, porque semejantes cantidades de dinero acostumbran a tener detrás una historia de oprobio y suciedad. Pero también es una historia sobre la caridad, la mezquindad, los límites de la cordura y, sobre todo, la irracionalidad de una sociedad. Pocos escritores han sido (y serán) tan divertidos como Vonnegut, con con un humor ácido, corrosivo, negro a veces, pero enclavado en una comprensión fundamental del ser humano. Somos lo que somos, con nuestros muchos defectos, algunos adquiridos y otros propios. Pero somos así, y no por estos defectos, sino tal vez a causa de ellos, somos humanos. Vonnegut siempre, siempre, es tolerante con sus semejantes. Y si su literatura es la del absurdo y el surrealismo es porque esos absurdos y surrealidades nos pertenecen. Leer una obra de Vonnegut es de las mejores cosas que le puede pasar a un lector, en el sentido de que tras una aparente sencillez se encontrará con un torrente de ingenio, de imaginación, de trato cordial escritor a lector, y con una serie de enseñanzas que parecen más un diálogo amigable con el autor que una retórica ampulosa, en la que no cae jamás. Y siempre con una originalidad única. Muchos han intentado escribir como Vonnegut, pero siempre se puede reconocer la escritura de Vonnegut. No tiene una obra mala o mediocre. Por estas y muchas cosas más su muerte fue irreparable. Porque fue un escritor único.
(I Sommersi e i Salvati) Eds. 62, col. El Balancí Barcelona, 2000 [1986]
Este Los Hundidos y los Salvados, tercer volumen de la llamada "Trilogía de Auschwitz" (Si Esto Es un Hombre y La Tregua son los dos primeros) se centra en diversas cuestiones de la vida en los campos de exterminio y la cuestión del Holocausto y su narratividad en el mundo moderno. Puede ser ilustrativo ver los capítulos en los que está dividido: "El Recuerdo de la Ofensa", "La Zona Gris" (sobre aquellos colaboradores necesarios de los guardianes, los propios prisioneros que auxiliaron a los exterminadores y el personal civil de los campos e industrias que empleaban mano de obra esclava), "La Vergüenza" (la de ser prisionero, la impuesta por el sistema de exterminio, la de ser superviviente, la del justo ante la culpa ajena), "Comunicarse" (la pérdida del lenguaje impuesta por la necesidad de sobrevivir, la incomprensión en un campo multilingüístico, el lenguaje de los campos), "Violencia Inútil", "El Intelectual en Auschwitz", "Estereotipos" ("¿Por qué no huyeron?"; "¿Por qué no se rebelaron?"; "¿Por qué no huyeron 'antes'?"), y "Cartas de Alemanes", un capítulo desolador en el que Levi se interroga de si sirve de algo prestar testimonio y, sobre todo, a quién llega ese testimonio. Este libro, lamento decirlo, es muy pesimista. Mi lamento no es por este hecho sino por un dato posterior: al año de su publicación, Primo Levi se suicidó. A diferencia de Si Esto Es un Hombre, donde el tono era trágico y terrible (por los hechos, insisto: la obra de Primo Levi no es un llanto, sino una exposición) y el de La Tregua, testimonial dentro de una teórica liberación, este Los Hundidos y los Salvados es fríamente analítico, y el análisis, por temática e historia, no puede ser sino terrible. Pero sigue siendo nuestra historia, en mayor o menor medida, y eso quiere decir que sigue siendo necesario leerlo. En la época, hubo gente que apartó la vista o se cubrió los ojos (o los cubrió a los que tenían a su alrededor). Ya tuvimos bastante de eso como para persistir en esa actitud. Es lo mínimo que le debemos a Primo Levi y a los que, salvados o hundidos, se hallaron en su misma situación.