La Forma dell'Acqua, de Andrea Camilleri

En Il Commissario Montalbano: Le Prime Indagini
Sellerio Editore, col. Galleria
Palermo, 2008 [1994]
Con una nota de Andrea Camilleri: I Primi Tre Montalbano
Serie Comisario Montalbano nº1

La Forma del Agua es la primera novela sobre el comisario Salvo Montalbano, y me apresuro a declarar que en ella el universo de Vigàta y su comisaría no sólo no está delineado sino ni tan siquiera esbozado. Haría falta un par de novelas más para que ese microcosmos quedara definitivamente fijado y que las historias de Montalbano, por más que su motor y centro sea su protagonista, se enriquecieran con un coro que las humaniza y nos las hace familiares.
Faltan también precisar algunos rasgos de su protagonista, que sin embargo queda muy bien definido en su trazo. Dice Camilleri que esta primera historia surgió de una búsqueda de rigor estilístico, así como de la rememoración de un escrito de Leonardo Sciascia sobre la novela policíaca y las reglas que su autor debía respetar. Y, además, del recuerdo de una afirmación de Italo Calvino, según la cual era imposible ambientar una novela negra en Sicilia. El respeto que tengo por Calvino es enorme; sin embargo, aquí el maestro erró de forma espectacular.
Pese a lo que le falta a Montalbano como personaje y que será definido en novelas posteriores, las virtudes de Camilleri ya están presentes en esta novela. Considérese si no lo que ya figura en su primera página:
«A Pino Catalano y a Saro Montaperto, jóvenes aparejadores debidamente desocupados como aparejadores, pero asumidos en calidad de “operadores ecológicos” gracias a la generosa intervención del honorable Cusumano, en cuya campaña electoral ambos se habían batido en cuerpo y alma (exactamente en ese orden: el cuerpo haciendo mucho más de lo que el alma estaba dispuesta a hacer) [...]»
O esta en la segunda:
«De un año a esta parte, sin embargo, los preservativos en el aprisco eran un mar, un tapiz, desde que un ministro de mirada vacua y cerrada había extraido, de pensamientos todavía más vacuos y cerrados que su mirada, una idea que de repente le había parecido resolutiva para los problemas del orden público en el sur. De esta idea había hecho partícipe a su colega que del ejército se ocupaba y que parecía salido de una ilustración de Pinocho, por lo que los dos habían resuelto enviar a Sicilia algunos efectivos militares con el objetivo de “control del territorio”, para aliviar a carabineros, policías, servicios de información, núcleos especiales operativos, guardias de Finanzas, de carreteras, de ferrocarriles, portuarios, miembros de la Superfiscalía, grupos antimafia, antiterrorismo, antidroga, antirrobo, antisecuestro y otros omitidos por mor de la brevedad, en otras tareas bien atareados. Después de esta buena idea de los dos eminentes estadistas, hijos de mamá piamonteses, imberbes friulianos de leva que hasta el día antes se recreaban en respirar el aire fresco y penetrante de sus montañas, se habían hallado de golpe respirando penosamente, amontonándose en sus alojamientos provisionales, en parajes que estaban sí o no a un metro de altitud sobre el nivel del mar, entre gente que hablaba un dialecto incomprensible, hecho más de silencios que de palabras, de indescifrables movimientos de cejas, de imperceptibles encrespaduras de las arrugas. Se habían adaptado como mejor habían podido, gracias a su juventud, y una mano consistente les había sido dada por los mismos vigatanos, enternecidos por el aire perdido y desangelado que los niños forasteros tenían. A hacer menos duro su exilio, pero, había pensado Gegè Gullotta, hombre de febril ingenio, hasta aquel momento constreñido a sofocar sus naturales dotes de rufiánen las vestiduras de pequeño traficante de droga blanda. Gegè había tenido un fulgor de genio y para hacer operativo ese fulgor se había dirigido prestamente a la benevolencia de quien debía obtener todos los innumerables y complicados permisos indispensables. A quien debía: a quien controlaba realmente el territorio y ni soñaba remotamente en extender concesiones sobre papel timbrado. En breve, Gegè pudo inaugurar en el aprisco su mercado especializado en carne fresca y rica variedad de drogas siempre blandas. La carne fresca en su mayoría provenía de países del este, finalmente liberados del yugo comunista que, como todo el mundo sabe, negaba toda dignidad a la persona humana: entre los matorrales y los arenales del aprisco, no obstante, esa reconquistada dignidad volvía a resplandecer. »
Que alguien pueda meter en tan poco espacio un resumen tan exacto de la política italiana, de Sicilia y el carácter y sociedad sicilianos, y hacerlo con esa sorna marca de la casa, es impagable.
Salvo Montalbano gusta porque es un policía metido en la realidad, en el país, en su ciudad. No porque sea infalible, ni más inteligente que nadie, sino porque es humano. Y no hay mejor elogio que se pueda hacer de un personaje.

Portada y sinopsis de la edición italiana, con un vídeo de Andrea Camilleri
Portada y sinopsis de la edición italiana de La Forma del Agua
Portada y sinopsis de la edición castellana

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